sábado, 31 de octubre de 2015

GéNESIS

Ella, Él de carloscocciolo2012@hotmail.com.ar




En el principio Dios creó los celos y la siesta, para dormir,  y, finalmente, el Olimpo paradisíaco. Luego Ella. Luego Él. Estallaron mil palabras para crearlo todo, incluso aquellos carruajes infalibles que conducen al prístino infierno. Dios bendijo a la mujer y le confirió seduciéndola abismalmente la palabra y al hombre le reveló el don de la guerra.
La metamorfosis del cosmos –tan abrupta- fue cuando comieron de ese árbol. Ella selló su forma como una condesa sangrienta, él, como un Duque de lo Real.
Perpleja e Hija de la posteridad, ella, quiso gozarlo todo, poseerlo todo, quiso mudar de aires el mundo en simples segundos cuando escuchó el ave que lloraba por ser feliz. Así, quiso su voz alzarse sobre el tumulto para ser entregada en mano a él, de la mano de Dios que se desliza por su excéntrico delirio.
Ella era una Amante sin fronteras,  llena de aventuras pecaminosas de la carne. Su alma de condesa sangrienta, de vampiresa convertía –transmutaba- el odio en pasión.
Su única tormenta de amor fue un duque de la Realeza –del mundo de lo Real. De este amor solo quedó la pasión del olvidarlo, la pasión de llorarlo a burbujas.
Su suicidio –incierto, puro, magistral- era más bien un  suicidio de la palabra que exhalaba. No podía conciliar el sueño. Ese suicidio del primer beso hiperbóreo. Lo que perdió; jamás lo encontró. Ni en su tumba infernal, que, -dicen- fue cargada por  ángeles de la vitrina, de esos que uno compra y tira. 
Le prometió que lo  olvidaría eternamente para que viviera en Ella y Él le dijo: “Te prometo que haré que perdonar sea una estrofa sin sentido  y tu estribillo será una canción de odas, odas, odas, de la alegría, de la alegría, de la alegría”
Sentada en su trono está Ella. Busca en sus ojos perdidos una mirada. Observa un espejo que se destruye brutalmente. La arrebata la misericordia de su primer beso que, era al mismo tiempo, una felicidad, una frialdad excesivamente caliente, como si el mármol de su corazón veteado de cisnes y pájaros salvajes se uniesen todos en el silencio de su conciencia.
Desde el otro lado está él. Piensa “Cambio, change, canje, chantaje”. Eso fue lo que vio en su mirada. Se desdoblaba  cuando la veía impactado por su belleza inaudita, extravagante, voluptuosa. Y  no fue por una simple flecha de Cupido o por desorden del Caos o por unos monótonos teísmos.
Su conciencia giraba y se decía a sí mismo como una larga letanía “Prefiero postrarme en el vacío, en el funeral de la palabra para descubrirte –cosa que nunca pude. Si llegaste a ser mi maestra es porque permití que se filtren  tus cartillas de concordia en mis días y nunca tuve una clave de lectura que me permita llegar a tu corazón”
Su amor prendió como un rubí, rojo sangre, de un Infierno musical.
Cállate –gritó ella.
Cállate –tú- también- voz cantante.
Cállate tu boca de jarro –dijo ella.
Cállate –dijo él.
Cállate- dijo ella.
Déjame que te hable también con tu silencio- dijo él.
Y ella arrulló.
Su cuerpo de mujer esculpido en piedra preciosa –oro purpúreo- lo dormitaba en su vientre con su inusitada cabellera rojiza. Juntos se hicieron  espuma en sus  lenguas y entonaron  aleluyas toda la noche. Hicieron  ecos cada vez, haciendo  el amor en nombre del padre, en nombre de la madre tierra, y del espíritu de la pasión.
Sonrió. Pegó un grito es-pe-luz-nan-te. Llega, ¡oh!, ¡sí, llega!. Se sintió congeladamente ardiente  y congregada a la cosmogonía. Era todo un desafío esperar la carroza de fuego, el vientre maternal. Que era  todo rápido y furioso, como un rayo que cae deprimido.
Felizmente se enamoraron en  fresas y amapolas y hablaron el amaranto por primera vez. 
Allí: el Fruto del amor vehemente que prendió como rosal nuevo,  la creación de una pasión y descontrol  por la ira del aquel retoño.
Y él cantó por primera vez:
“tu aroma de mujer
tu voz que estimula mi sexo
tu boca –quema- que me llama
son llamas abiertas las venas
te viajo desde la cintura
no sé por dónde cazar
porque me gustas toda
quiero zambullirme en toda tu alma
femme, mi femme, mi princesa
es un canto a la luna tus senos
y tus manos son mi canto preferido
que acaricio y bebo
tu cuello pretendo morder
y te abrazo hasta el oasis
eres un noema, un síema, un poema, mi poema...”

(…)
Una mendiga con un fervor impasible, vieja y ruin, me comentó que la libertad está en poder mirar el cielo con una mano y con la otra prolongar el silencio del oído y ver que allá estarán ellos: Nuestros primi-genios Padres. Acullá, en el crepúsculo lunático habitan, existen. En el límite de lo imaginario y lo Real. Ella, la mendiga de amor, se suicidó para vivir. Él, brilla por su presencia.
Dios, no se inmutó.