La muerta enamorada
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By: Leim Park Seok
Es un arte sin retorno el internarse en
una memoria y se presenta como única salida, el término de aquel tan lúcido
recuerdo.
Rated:
Fiction K+ -
Spanish - Poetry/Drama - Neji H., Tenten - Chapters: 3 - Words: 5,957 -
Reviews: 9 -
Favs: 1 - Follows: 1 - Updated: Nov 26, 2011 - Published: Oct 23, 2011 - id:
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Disclaimer: Ni el texto original, ni los personajes son míos. Más sí
la idea de mezclar esas dos cosas. Naruto le pertenece a Masashi Kishimoto y el
texto original de la muerta enamorada a Théophile Gautier.
Personajes: (principales) Ama Tenten, Hyuga Neji; (secundarios) Lee Rock, Uzumaki Naruto
Extensión: 1.872 palabras
Sumario: Es un arte sin retorno el internarse en una memoria y se presenta como única salida, el término de aquel tan lúcido recuerdo.
Personajes: (principales) Ama Tenten, Hyuga Neji; (secundarios) Lee Rock, Uzumaki Naruto
Extensión: 1.872 palabras
Sumario: Es un arte sin retorno el internarse en una memoria y se presenta como única salida, el término de aquel tan lúcido recuerdo.
1.-Bienaventurados los que lloran, porque
ellos serán consolados
Si me preguntan, si he amado: Sí. Es una historia
singular y terrible, y, aunque ya tengo sesenta y seis años, apenas me atrevo a
remover las cenizas de ese recuerdo. No quiero desairaros, pero no contaré este
semejante relato a un alma poco experimentada. Son acontecimientos tan extraños
que no puedo creer que me hayan sucedido. Durante más de tres años fui juguete
de una ilusión singular y diabólica. Yo pobre sacerdote rural, llevé en sueños
todas las noches (¡Dios quiera que hayan sido solo sueños!) una vida de
réprobo, una vida de hombre mundano y de Sardanápalo. Una sola mirada demasiado
complaciente a una mujer estuvo a punto de causar la pérdida de mi alma; pero,
al fin, con la ayuda de Dios y de mi santo patrón, llegué a dominar al espíritu
maligno que se había apoderado de mí. Mi existencia se había complicado con una
existencia nocturna absolutamente distinta. Durante el día, yo era un sacerdote
del Señor, casto, dedicado a la plegaria y a ocupaciones santa; por la noche,
desde el momento en que cerraba los ojos, me convertía en un joven caballero,
experto conocedor de mujeres, de perros y de corceles, que jugaba a los dados,
bebía y blasfemaba; y, cuando despertaba al rayar la aurora, me parecía, por el
contrario, que dormía y soñaba que era Sacerdote. De aquella vida sonambulesca
me han quedado recuerdos de objetos y palabras contra los que no puedo
defenderme, y, aunque, no haya traspasado nunca los muros de mi casa
parroquial, diríase, al oírme, que soy un hombre que, ha recorrido el mundo y
parece haber conocido todo, ha ingresado, en religión y quiere terminar en el
seno de Dios unos días excesivamente agitados, antes que un humilde seminarista
que ha envejecido en una parroquia ignorada, en el fondo de un bosque, y sin
relación alguna con las cosas del siglo.
Sí, yo he amado como
nadie ha amado en este mundo, con un amor insensato y furioso, tan violento que
aún me asombra que no haya hecho estallar mi corazón. ¡Ah, qué noches! ¡Qué
noches!
Desde mi más tierna
infancia había sentido vocación por el estado sacerdotal; de manera que todos
mis estudios se orientaron en esa dirección, y mi vida, hasta los veinticuatro
años, no fue sino un largo noviciado. Al concluir los estudios de teología,
pasé sucesivamente por todas las órdenes menores, y, a pesar de mi extrema
juventud, mis superiores me consideraron digno de franquear el último y temible
grado. Se fijó, para mi ordenación, un día de la semana de Pascua.
Nunca había salido al
mundo; el mundo para mí, era el recinto del colegio y del seminario. Sabía
vagamente que existía algo llamado mujer, pero eso no absorbía mis
pensamientos; mi inocencia era perfecta. Sólo veía a mi madre, anciana y
enferma, dos veces al año. Ésas eran todas mis relaciones con el exterior.
Nada echaba de menos, ni
sentía la menor duda ante aquel compromiso irrevocable; estaba lleno de alegría
y de impaciencia. Jamás novia alguna ha contado las horas con ardor tan febril;
no dormía soñaba que decía misa; no encontraba nada más bello en el mundo que
ser sacerdote: hubiera
rehusado ser rey o poeta. Mi ambición no concebía
más.
He dicho todo esto para
mostraros cómo no debería haberme sucedido lo que me sucedió, y hasta qué punto
fui víctima de una fascinación inexplicable.
Cuando llegó el gran
día, marché a la iglesia con un paso tan ligero que parecía como si flotase en
el aire o tuviera alas en los hombros. Me creía un ángel, y me extrañaba la
fisonomía taciturna y preocupada de mis compañeros; porque éramos varios. Había
pasado la noche en oración y me hallaba en un estado que casi rozaba el
éxtasis. El obispo, venerable anciano, se me antojó Dios Padre contemplando su
eternidad, y yo veía el cielo a través de las bóvedas de templo.
Conocéis los detalles de
esa ceremonia: la bendición, la comunión bajo las dos especias, la unción de la
palma de las manos con el óleo de los catecúmenos y, en fin el sacrificio
celebrado conjuntamente con el obispo. No insistiré en ello. ¡Oh, qué razón
tenía Job y qué imprudente es quien no concierta un pacto con sus propios ojos!
Levanté por azar la cabeza, que hasta entonces había mantenido inclinada, y vi
ante mí, tan cerca que hubiese podido tocarla, aunque en realidad estuviera a
bastante distancia y a otro lado de la balaustrada, a una joven de rara belleza
y vestida con una magnificencia regia. Fue como si cayeran las escamas de mis
pupilas. Experimenté la sensación de un ciego que recobrara súbitamente la
vista. El obispo, poco antes tan resplandeciente, se eclipsó en el acto, los
cirios palidecieron en sus candelabros de oro como las estrellas al amanecer, y
se hizo en toda la iglesia una oscuridad completa. La encantadora criatura
destacaba sobre fondo sombrío como una revelación angélica; parecía tener luz
propia y difundir la claridad en lugar de recibirla.
Bajé los párpados,
dispuesto a no levantarlos, pera sustraerme a la influencia de los objetivos
exteriores; porque la distracción me invadía cada vez más, y apenas sabía lo
que hacía.
Un minuto después volví
a abrir los ojos, pues la veía, a través de mis pestañas, irisada con los
colores del prisma y en una penumbra purpúrea, como cuando se mira el sol.
¡Oh, qué hermosa era!
Los más grandes pintores, cuando, persiguiendo en el cielo la belleza ideal,
trajeron a la tierra el divino retrato de la Madona, no se aproximaron siquiera
a aquella fabulosa realidad. Ni los versos del poeta, ni la paleta del pintor
hubieran podido dar una idea de ella. Era alta, con un talle y un porte de
diosa; sus cabellos, de un suave color que se asemejaba al chocolate, se
dividían en el centro de su cabeza y se deslizaban sobre sus sienes como ríos
de tan deliciosa golosina; su frente de una blancura azulada y transparente, se
extendía, amplia y serena, sobre los arcos de sus pestañas morenas, singularidad
que añadía a sus pupilas chocolatosas una vivacidad y un fulgor irresistibles.
¡Que ojos! Con un solo relampagueo podían decidir el destino de un hombre;
tenían una vida, una transparencia, un ardor, una humedad brillante que jamás
había visto en ojos humanos; lanzaban rayos como flechas dirigidas a mi
corazón. No sé si la llama que los iluminaba venía del cielo o del infierno,
pero ciertamente venía de uno o de otro. Esta mujer era un ángel o un demonio,
quizá las dos cosas, no había nacido del costado de Eva, la madre común. Sus
dientes eran perlas de Oriente que brillaban en su roja sonrisa, y a cada gesto
de su boca se formaban pequeños hoyuelos en el satén rosa de sus adorables
mejillas. Su nariz era de una finura y de un orgullo regios, y revelaba su noble
origen, En la piel brillante de sus hombros semidesnudos jugaban piedras de
ágata y unas rubias perlas, de color semejante al de su cuello, que caían sobre
su pecho. De vez en cuando levantaba la cabeza con un movimiento ondulante de
culebra o de pavo real que hacía estremecer el cuello de encaje bordado que la
envolvía como una red de plata.
Llevaba un traje de
terciopelo nacarado de cuyas amplias mangas de armiño salían unas manos
patricias, infinitamente delicadas. Sus dedos, largos y torneados eran de una
transparencia tan ideal que dejaban pasar la luz como los de la aurora.
Todos estos detalles
estaban tan presentes en mí como si fuesen ayer, y aunque estaba profundamente
turbado nada escapó a mis ojos; ni siquiera el más pequeño detalle: su barbilla
que parecía suave, el imperceptible vello en las comisuras de los labios, el
terciopelo de su frente, la sombra temblorosa de las pestañas sobre las
mejillas, captaba el más ligero matiz con una sorprendente lucidez.
Mientras la miraba
sentía abrirse en mí puertas hasta ahora cerradas; tragaluces antes obstruidos
dejaban entrever perspectivas desconocidas; la vida me parecía diferente,
acababa de nacer a un nuevo orden de ideas. Una escalofriante angustia me
atenazaba el corazón; cada minuto transcurrido me parecía un segundo y un
siglo. Sin embargo, la ceremonia avanzaba, y yo me encontraba lejos del mundo,
cuya entrada cerraban con furia mis nuevos deseos. Dije sí, cuando quería decir
no, cuando todo mi ser se revolvía y protestaba contra la violencia que mi
lengua hacía a mi alma: una fuerza oculta me arrancaba a mí pesar las palabras
de la garganta. Quizá por este motivo tantas jóvenes llegan al altar con el
firme propósito de rechazar clamorosamente al esposo que les imponen y ninguna
lleva a cabo su plan. Por esta razón, sin duda, tantas novicias toman el velo
aunque decididas a destrozarlo en el momento de pronunciar sus votos.
Nadie se atreve nunca a
provocar semejante escándalo, ni a decepcionar a tantas personas; todas las
voluntades, todas las miradas pesan sobre uno como una losa de plomo; además,
todo está tan cuidadosamente preparado, las medidas tomadas con antelación de una
forma tan visiblemente irrevocable, que el pensamiento cede ante el peso de los
hechos y sucumbe por completo.
La mirada de la hermosa
desconocida cambiaba de expresión según transcurría la ceremonia. Tierna y
acariciadora al principio, adoptó un aire desdeñoso y disgustado, como de no
haber sido comprendida.
Hice un esfuerzo capaz
de arrancar montañas para gritar que yo no quería ser sacerdote, sin conseguir
nada; mi lengua estaba pegada al paladar y me fue imposible traducir mi
voluntad en el más mínimo gesto negativo. Aunque despierto, mi estado era
semejante al de una pesadilla, donde se quiere gritar una palabra de la que
nuestra vida depende sin obtener resultado alguno.
Ella pareció darse
cuenta de mi martirio y, como para animarme, me lanzó una mirada llena de
divinas promesas. Sus ojos eran un poema en el que cada mirada era un canto.
Me decía:
Me decía:
"Si quieres ser mío te haré más dichoso que
el mismo Dios en su paraíso; los ángeles te envidiarán. Rompe ese fúnebre
sudario con que vas a cubrirte, yo soy la belleza, la juventud, la vida; ven a
mí, seremos el amor. ¿Qué podría ofrecerte Yahvé como compensación? Nuestra
vida discurrirá como un sueño y será un beso eterno".
"Derrama el vino de ese cáliz y serás
libre, te llevaré a islas desconocidas, dormirás apoyado en mi seno en un lecho
de oro macizo bajo un dosel de plata. Te amo y quiero arrebatarte a tu Dios
ante quien tantos corazones nobles derraman un amor que nunca llega hasta
Él".
Me parecía oír estas
palabras con un ritmo y una dulzura infinita, su mirada tenía música, y las
frases que me enviaban sus ojos resonaban en el fondo de mi corazón como si una
boca invisible las hubiera susurrado en mi alma. Me encontraba dispuesto a
renunciar a Dios y, sin embargo, mi corazón realizaba maquinalmente las
formalidades de la ceremonia. La hermosa mujer me lanzó una segunda mirada tan
suplicante, tan desesperada, que me atravesaron el corazón cuchillas afiladas,
y sentí en el pecho más puñales que la Dolorosa (N/A: La madre de los dolores).
Todo terminó. Ya era sacerdote.
Aló (?)
Buenas
tardes/días/noches; depende de donde sean y que horas sean ¿no? Además de
aclarar que la historia lamentablemente no es mía, más sí muchas de las
palabras porque tuve que cambiarle pequeños detalles, para que esa historia
tuviese algo de coherencia con estos muchachos.
Decidí usar (no ocuparé
el termino plagio ya que sí le estoy dando los créditos a Théophile Gautier, el
escritor original de la muerta enamorada) Porque cuando leí esta historia para
la escuela, fue de esas pocas que he tenido que leer, qué en cierto modo me han
hecho pensar bastante en muchas cosas, sí bien sé y comprendo que no son nada
más que ficción sería emocionante ver como esto ocurre en la vida real.
PD: Para no hacer esto
con trozos del libro, le he puesto el nombre que creí conveniente a cada
capítulo.
Bueno, no haciéndoles
perder más tiempo y esperando que la historia de a poco sea entendida dejo aquí
por finalizada la nota de autora y el primer capítulo (:
¿Reviews? Acepto
tomatazos, zapatazos, golpes bajos, quejas, y todas esas cosas, ya sea porque
no tiene sentido o qué se yo.
Nos leemos (:
ºLa muerta enamorada
By: Leim Park Seok
Es un arte sin retorno el internarse en
una memoria y se presenta como única salida, el término de aquel tan lúcido
recuerdo.
Rated:
Fiction K+ -
Spanish - Poetry/Drama - Neji H., Tenten - Chapters: 3 - Words: 5,957 -
Reviews: 9 -
Favs: 1 - Follows: 1 - Updated: Nov 26, 2011 - Published: Oct 23, 2011 - id:
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Disclaimer: Ni el texto original, ni los personajes son míos. Más
sí la idea de mezclar esas dos cosas. Naruto le pertenece a Masashi Kishimoto y
el texto original de la muerta enamorada a Théophile Gautier.
Personajes: (principales) Ama Tenten, Hyuga Neji; (secundarios)
Aburame Shino, Uzumaki Naruto
Extensión: 1.501 palabras
Sumario: Es un arte sin retorno el internarse en una memoria y
se presenta como única salida, el término de aquel tan lúcido recuerdo.
Los ataques del corazón a punto de ocurrir
Jamás fisonomía humana
manifestó una angustia tan desgarradora; la joven que ve morir a su novio
súbitamente junto a ella, la madre junto a la cuna vacía de su hijo, Eva
sentada en el umbral del paraíso, el avaro que encuentra una piedra en el lugar
de su tesoro, y el poeta que deja caer al fuego el único manuscrito de su más
bella obra, no muestran un aire tan aterrado e inconsolable. La sangre abandonó
su rostro encantador, que se volvió blanco como el mármol; sus hermosos brazos
cayeron a lo largo de su cuerpo como si sus músculos se hubieran relajado y se
apoyó en una columna, pues desfallecían sus piernas. Yo me dirigí vacilante
hacia la puerta de la iglesia, lívido, con la frente inundada de sudor más
sangrante que el del Calvario. Me ahogaba. Las bóvedas caían sobre mis hombros
y me parecía como si sostuviera sólo yo con mi cabeza todo el peso de la
cúpula.
Al franquear el umbral
una mano se apoderó bruscamente de la mía, ¡Una mano de mujer! Jamás había
tocado otra. Era fría como la piel de una serpiente y me dejó una huella
ardiente como la marca de un hierro al rojo vivo. Era ella.
–¡Infeliz, infeliz! ¿Qué has hecho? – me susurró. Luego desapareció entre la multitud.
El anciano obispo pasó a
mi lado; me miró severamente. Mi comportamiento era de lo más extraño,
palidecía, enrojecía, me encontraba turbado. Uno de mis compañeros se apiadó de
mí y me llevó con él; hubiera sido incapaz de encontrar solo el camino del
seminario. A la vuelta de una esquina, mientras el joven sacerdote miraba hacia
otro lado, un paje vestido de manera extraña se me acercó y, sin detenerse, me
entregó un portafolio rematado en oro, indicándome que lo ocultara; lo deslicé
en mi manga y lo tuve guardado hasta que me quedé solo en mi celda. Hice saltar
el broche; sólo había dos hojas con estas palabras: «Tenten, en el palacio
Concini.» Como yo no estaba entonces al corriente de las cosas de la vida, no
conocía a Tenten, a pesar de su celebridad, e ignoraba por completo dónde se
encontraba el palacio Concini. Hice mil conjeturas tan extravagantes unas como
otras, pero con tal de volver a verla, me importaba bastante poco que pudiera
ser gran dama o cortesana.
Este amor, nacido hacía
bien poco, se había enraizado de forma indestructible. De tan imposible como me
parecía, ni siquiera pensaba en intentar arrancarlo. Esta mujer se había
apoderado de mí, por completo, tan sólo una mirada suya había bastado para
transformarme; me había insinuado su voluntad; y ya no vivía en mí, sino en
ella y para ella. Hacía mil extravagancias, besaba mi mano donde ella me había
cogido y repetía su nombre durante horas. Sólo con cerrar los ojos la veía con
la misma claridad que si estuviera ante mí y me repetía las mismas palabras que
ella me dijo en el octavo pórtico de la iglesia: «infeliz, infeliz, ¿qué has hecho?». Comprendía todo el horror de mi situación y el
carácter fúnebre y terrible del estado que acababa de profesar se revelaba ante
mí. Ser sacerdote, es decir, castidad, no amar, no distinguir ni edad ni sexo,
apartarse de la belleza, arrancarse los ojos, arrastrarse en la sombra helada
de un claustro o de una iglesia, ver sólo moribundos, velar cadáveres
desconocidos y llevar sobre sí el duelo de la negra sotana con el fin de
convertir la túnica en un manto para el propio féretro.
Y sentía mi vida como un
lago interior que crece y se desborda; la sangre me latía con fuerza en las
arterias; mi juventud, tanto tiempo reprimida, estallaba de golpe, como el áloe
que tarda cien años en florecer y se abre con la fuerza de un trueno. ¿Cómo
hacer para ver de nuevo a Tenten? No tenía pretextos para salir del seminario,
no conocía a nadie en la ciudad; ni siquiera permanecería allí por más tiempo,
pues sólo esperaba a que me designasen la parroquia que debía ocupar. Intenté
arrancar los barrotes de la ventana, pero la altura era horrible, y sin
escalera era impensable. Además, sólo podría bajar de noche y ¿cómo conducirme
en el inextricable laberinto de calles? Estas dificultades –que no serían nada
para otros– eran inmensas para mí, pobre seminarista recién enamorado, sin
experiencia, sin dinero y sin ropa.
«¡Ah!
–me decía a mí mismo en mi ceguera–, si no hubiera sido sacerdote habría podido verla
todos los días, habría sido su amante, su esposo; en vez de estar cubierto con
mi triste sudario, tendría ropas de seda y terciopelo, cadenas de oro, una
espada y plumas como los jóvenes y hermosos caballeros. Mis cabellos,
deshonrados por la tonsura, jugarían alrededor de mi cuello, formando largos
caminos juntos a los de ella, se perderían revueltos a tal punto de no saber
donde terminan los míos y comienzan los de ella. Tendría un lustroso bigote, y
sería un valiente. Pero, una hora ante el altar, unas pocas palabras apenas
articuladas me separaban para siempre de entre los vivos, ¡y yo mismo había
sellado la losa de mi tumba, había corrido el cerrojo de mi prisión!»
Me asomé a la ventana.
El cielo estaba maravillosamente azul, los árboles se habían vestido de
primavera; la naturaleza hacía gala de una irónica alegría. La calle estaba
llena de gente; unos iban, otros venían. Galanes y hermosas jovencitas iban en
parejas hacia el jardín y los cenadores. Grupos de amigos pasaban cantando
canciones de borrachos. Había un movimiento, una vida, una animación que
aumentaba penosamente mi duelo y mi soledad.
Una madre joven jugaba
con su hijo en el umbral de la casa. Le besaba su boquita rosa perlada de gotas
de leche, y le hacía arrumacos con mil divinas puerilidades que sólo las madres
saben hacer. El padre, de pie, a una cierta distancia, sonreía dulcemente ante
esta encantadora escena, y sus brazos cruzados estrechaban su alegría contra el
corazón. No pude soportar este espectáculo; cerré la ventana y me eché en la
cama con un odio y una envidia espantosa en el corazón, mordiendo mis dedos y
la manta como un tigre con hambre de tres días.
No sé cuántos días
permanecí de este modo; pero al volverme en un furioso espasmo vi al padre
Shino, de pie en la habitación, observándome atentamente. Me avergoncé de mí
mismo y, hundiendo la cabeza en mi pecho, me cubrí el rostro con las manos.
–Neji, amigo mío –me dijo Shino (N/A: Aburame Shino, el joven
compañero de Hinata Hyuga y Inuzuka Kiba) después de algunos minutos de
silencio–, Te
sucede algo extraño; ¡vuestra conducta es verdaderamente inexplicable! Tú, tan
sosegado y tan dulce te revuelves ahora como un animal furioso. Ten cuidado
hermano, y no escuches las sugerencias del diablo; el espíritu maligno,
irritado por tu eterna consagración al Señor, te acecha como un lobo rapaz, e
intenta un último esfuerzo para atraerte a él. En vez de dejarte abatir, mi
querido Neji, hace una coraza de oración, un escudo de mortificación y combate
valientemente al enemigo: le vencerás. La virtud necesita de la tentación, y el
oro sale más fino del crisol. No te ausentes ni te desanimes. Las almas mejor
guardadas y las más firmes han tenido estos momentos. Reza,
ayuna, medita y se alejará el malvado espíritu.
El discurso del padre
Shino me hizo volver en mí y me tranquilicé.
–Venía a anunciarte que se te ha sido
asignada la parroquia de las afueras de Konoha: el sacerdote que la ocupaba
acaba de morir, y el obispo me ha encargado que te instale allí. Prepárate para
mañana. – Respondí afirmativamente con la cabeza
y el padre se retiró. Abrí el misal y comencé a leer oraciones; pero pronto las
líneas se tornaron confusas bajo mis ojos. Las ideas se enmarañaron en mi
cerebro, y el libro se deslizó de entre mis manos sin darme cuenta.
¡Partir mañana sin
haberla visto!, ¡añadir otro imposible más a todos los que ya había entre
nosotros!, ¡perder para siempre la esperanza de encontrarla a menos que
sucediera un milagro!, ¿Escribirle?, ¿Y a través de quién haría llegar mi
carta? Con el carácter sagrado de mi estado, ¿A quién podría abrir mi corazón?
¿En quién confiar? Fui presa de una terrible ansiedad. Además, me venía a la
memoria lo que el padre Shino me acababa de decir de los artificios del diablo:
lo extraño de la aventura, la belleza sobrenatural de Tenten, el destello
fosforescente de sus ojos, la ardiente huella de su mano, la turbación en que
me había hundido, el cambio repentino que se había operado en mí, mi piedad
desvanecida en un instante; todo ello demostraba claramente la presencia del
diablo, y la mano satinada no era sino el guante con que cubría sus garras.
Estos pensamientos me sumieron en un gran temor, recogí el misal que había
caído de mis rodillas al suelo y volví a mis oraciones.
Hola! C:
Buenas
tardes/días/noches; depende de donde sean y que horas sean ¿no? Además de
aclarar que la historia lamentablemente no es mía, más sí muchas de las
palabras porque tuve que cambiarle pequeños detalles, para que esa historia
tuviese algo de coherencia con estos muchachos.
Decidí usar (no ocuparé
el termino plagio ya que sí le estoy dando los créditos a Théophile Gautier, el
escritor original de la muerta enamorada) Porque cuando leí esta historia para
la escuela, fue de esas pocas que he tenido que leer, qué en cierto modo me han
hecho pensar bastante en muchas cosas, sí bien sé y comprendo que no son nada
más que ficción sería emocionante ver como esto ocurre en la vida real.
Ahora! Cometí un error
en eso de los personajes secundarios, porque pensé en convertir a Lee en un
sacerdote, pero! ¿Se han imaginado a Rock Lee, el muchacho de verde, vestido de
blanco? xD Yo simplemente no podría, por eso decidí poner a Aburame Shino, al
cual tendrán que sumarle un poco más de añitos.
PERDÓN! POR LA TARDANZA
soy una méndiga pecadora lo sé, pero merezco su perdón (?) Tengo muchas
excusas, mi cumpleaños, sí! Cumplí 15 el jueves, no, no tuve fiesta de 15, no
soy de esa clases de chicas xD, Comenzaron los exámenes globales (coef.2)
horrible! ;w; Además de muchos problemas familiares, pero a pesar de todo,
¡Voilá! Aquí está, espero lo hayan disfrutado…
Agradezco a selene
uchiha y Tenshi no buki (oh por Jashin-sama, mi ídola *0*), por sus comentarios
:D se les agradece el apoyo
¿Reviews? Acepto
tomatazos, zapatazos, golpes bajos, quejas, y todas esas cosas, ya sea porque
no tiene sentido o qué se yo.
Nos leemos (:
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