CAUSA Y SINRAZÓN DE LOS CELOS, de Roberto Arlt
Hay buenos muchachitos, con metejones de primera
agua, que le amargan la vida a sus respectivas novias promoviendo tempestades
de celos, que son realmente tormentas en vasos de agua, con lluvias de lágrimas
y truenos de recriminaciones.
Generalmente las mujeres son menos celosas que los
hombres. Y si son inteligentes, aun cuando sean celosas, se cuidan muy bien de
descubrir tal sentimiento, porque saben que la exposición de semejante
debilidad las entrega atadas de pies y manos al fulano que les sorbió el seso.
De cualquier manera; el sentimiento de los celos es
digno de estudio, no por los disgustos que provoca, sino por lo que revela en
cuanto a psicología individual.
Puede establecerse esta regla: cuanto menos mujeres
ha tratado un individuo, más celoso es.
La novedad del sentimiento amoroso conturba, casi
asusta, y trastorna la vida de un individuo poco acostumbrado a tales descargas
y cargas de emoción.
La mujer llega a constituir para este sujeto un
fenómeno divino, exclusivo.
Se imagina que la suma de felicidad que ella
suscita en él, puede proporcionársela a otro hombre; y entonces Fulano se toma
la cabeza, espantado al pensar que toda "su" felicidad, está
depositada en esa mujer, igual que en un banco.
Ahora bien, en tiempos de crisis, ustedes saben
perfectamente que los señores y señoras que tienen depósitos en instituciones
bancarias, se precipitan a retirar sus depósitos, poseídos de la locura del
pánico.
Algo igual ocurre en el celoso.
Con la diferencia que él piensa que si su
"banco" quiebra, no podrá depositar su felicidad ya en ninguna parte.
Siempre ocurre esta catástrofe mental con los
pequeños financieros sin cancha y los pequeños enamorados sin experiencia.
Frecuentemente, también, el hombre es celoso de la
mujer cuyo mecanismo psicológico no conoce.
Ahora bien: para conocer el mecanismo psicológico
de la mujer, hay que tratar a muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas
para enamorarse, sino a las "vivas", las astutas y las
desvergonzadas, porque ellas son fuente de enseñanzas maravillosas para un
hombre sin experiencia, y le enseñan (involuntariamente, por supuesto) los mil
resortes y engranajes de que "puede" componerse el alma femenina.
(Conste que digo "de que puede
componerse", no de que se compone...)
Los pequeños enamorados, como los pequeños
financistas, tienen en su capital de amor una sensibilidad tan prodigiosa, que
hay mujeres que se desesperan de encontrarse frente a un hombre a quien
quieren, pero que les atormenta la vida con sus estupideces infundadas.
Los celos constituyen un sentimiento inferior,
bajuno. El hombre, cela casi siempre a la mujer que no conoce, que no ha
estudiado, y que casi siempre es superior intelectualmente a él.
En síntesis, el celo es la envidia al revés.
Lo más grave en la demostración de los celos es que
el individuo, involuntariamente, se pone a merced de la mujer.
La mujer en ese caso, puede hacer de él lo que se
le antoja. Lo maneja a su voluntad. El celo (miedo de que ella lo abandone o
prefiera a otro) pone de manifiesto la débil naturaleza del celoso, su pasión
extrema, y su falta de discernimiento.
Y un hombre inteligente, jamás le demuestra celos a
una mujer, ni cuando es celoso. Se guarda prudentemente sus sentimientos; y ese
acto de voluntad repetido continuamente en las relaciones con el ser que ama,
termina por colocarle en un plano superior al de ella, hasta que al llegar a
determinado punto de control interior, el individuo "llega a saber que
puede prescindir de esa mujer el día que ella no proceda con él como es
debido".
A su vez la mujer, que es sagaz e intuitiva,
termina por darse cuenta de que con una naturaleza tan sólidamente plantada no
se puede jugar, y entonces las relaciones entre ambos sexos se desarrollan con
una normalidad que raras veces deja algo que desear, o terminan para mejor
tranquilidad de ambos.
Claro está que para saber ocultar diestramente los
sentimientos subterráneos que nos sacuden, es menester un entrenamiento largo,
una educación de práctica de la voluntad.
Esta educación "práctica de la voluntad"
es frecuentísima entre las mujeres. Todos los días nos encontramos con
muchachas que han educado su voluntad y sus intereses de tal manera que
envejecen a la espera de marido, en celibato rigurosamente mantenido.
Se dicen: "Algún día llegará".
Y en algunos casos llega, efectivamente, el
individuo que se las llevará contento y bailando para el Registro Civil, que
debía denominarse "Registro de la Propiedad Femenina".
Sólo las mujeres muy ignorantes y muy brutas son
celosas.
El resto, clase media, superior, por excepción
alberga semejante sentimiento.
Durante el noviazgo muchas mujeres aparentan ser
celosas; algunas también lo son, efectivamente. Pero en aquellas que aparentan
celos, descubrimos que el celo es un sentimiento cuya finalidad es demostrar
amor intenso inexistente, hacia un bobalicón que sólo cree en el amor cuando el
amor va acompañado de celos.
Ciertamente, hay individuos que no creen en el
afecto, si el cariño no va acompañado de comedietas vulgares, como son, en
realidad, las que constituyen los celos, pues jamás resuelven nada serio.
Las señoras casadas, al cabo de media docena de
años de matrimonio (algunas antes) pierden por completo los celos.
Algunas, cuando barruntan que los esposos tienen
aventurillas de géneros dudosos, dicen, en círculos de amigas:
- Los hombres son como los chicos grandes. Hay que
dejar que se distraigan. También, una no los va a tener todo el día pegados a
las faldas... -
Y los "chicos grandes" se divierten...
Más aún, se olvidan de que un día fueron celosos...
Pero este es tema para otra oportunidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario