Manuel Puig
Boquitas
pintadas
PRÓLOGO
La galería fotográfica de la literatura
argentina no es demasiado pródiga en sonrisas. Abundan sí gestos
reconcentrados, miradas aviesas y hasta algún rictus trágico. De ahí que entre
tanta pose severa o incómoda ante la cámara, resalte sin proponérselo la risa
desembozada de Manuel Puig. La fotografía no lleva créditos y a juzgar por el
pelo al viento, la tez bronceada y el mar desenfocado en el fondo, bien podría
ser una instantánea de verano. Puig tendrá unos treinta y cinco años en la foto
pero la imagen se reproduce en muchas contratapas de sus libros, como si desde
el éxito fulgurante de Boquitas pintadas, él mismo hubiese decidido
perdurar en el recuerdo sonriendo así.
Motivos para el desenfado y la alegría
no le faltan. Como ningún otro escritor argentino de las últimas décadas, Puig
consiguió reunir el interés de la crítica, el éxito de público y el
reconocimiento internacional, resolviendo a su modo, único e inimitable, la
tensión entre novela experimental y novela popular. Méritos más que suficientes
para el desparpajo festivo de la foto y sin embargo, si se observa bien, hay
algo más en la sonrisa desafiante, una especie de modesta superioridad, como
la del ilusionista que hace gala de un truco que nadie en el público podrá
desentrañar. Puig sonríe, se diría, celebrando el pase de magia más aclamado
del prestidigitador: la propia desaparición. Basta recorrer las críticas de sus
primeras novelas para comprobar la eficacia inmediata de su astucia: «La novela
no está escrita en realidad por Puig, dicen los críticos, sino por sus
personajes»; «Después de leer dos libros de Puig, dice Juan Carlos Onetti, sé
cómo hablan sus personajes, pero no sé cómo escribe Puig, no conozco su
estilo». Los comentarios son metafóricos pero rozan una verdad. Porque, ¿cuánto
hay de Puig en esas voces ajenas que sus novelas simulan apenas «copiar»? ¿Qué
toma y qué deja de los lugares comunes del lenguaje, los clisés del folletín,
el tango o el bolero, los cientos de películas que colecciona en su videoteca,
las divas que venera en la pantalla? ¿Quién habla en las novelas de Puig?
A su modo, elíptico y ficcional, sus dos
primeras novelas explican el pase de magia. Si La traición de Rita Hayworth (1968)
es el relato coral de la iniciación de un escritor en las matinés de cine de un
pueblo de provincia, Boquitas pintadas (1969) es la vuelta triunfal del
escritor al mismo pueblo, oculto detrás de la mirada sin cuerpo de una cámara.
Heredero de la transparencia narrativa del relato clásico de Hollywood, su
arte radica en esconder la propia voz hasta que la historia parezca contarse
sola, deslizándose por la superficie de las cosas, registrando las texturas de
las voces, montando fragmentos inconexos de letra impresa, cartas, páginas de
revistas femeninas, fotos, conversaciones.
Son los años del pop en Nueva York y, en
sintonía con las libertades de Andy Warhol y Roy Lichtenstein que hicieron de
la copia un arte de vanguardia, Puig descubrió en la cultura de masas y sobre
todo en el cine un material inagotable pero renovar la ficción. Entendió que la
vitalidad del medio cinematográfico derivaba de su origen popular y su
comunicabilidad, y encontró allí un modelo eficaz para restablecer el diálogo
interrumpido entre literatura y público masivo. Discípulo fervoroso de los
grandes directores europeos que hicieron arte en la industria, demostró que
también en la literatura era posible experimentar con las formas populares y
practicar con los géneros formas sutiles del contrabando. «Quiero combinar
vanguardia con popular appeal», le escribe a su amigo Emir Rodríguez
Monegal a poco de comenzar Boquitas pintadas y, en efecto, la novela
arma una trama perfecta de enigmas y secretos folletinescos de gran atractivo
popular, pero se reserva una distancia ambigua más propia de las vanguardias.
Puig recupera los tipos convencionales de la novela sentimental —la mujer
malcasada, el inescrupuloso donjuán, la casquivana de familia bien, la solterona
resentida, la sirvienta engañada—, pero mediante un arsenal de recursos
experimentales que lo alejan del puro sentimentalismo, revela los dobleces
estéticos, morales e ideológicos que los estereotipos suelen ocultar. El Folletín
del subtítulo cuenta amores eternos y venganzas pasionales; la novela del
título, Boquitas pintadas, habla de la hipocresía de la clase media
argentina, las diferencias sociales sustentadas en la violencia y el fraude, la
pasión como educación sentimental. Cada entrega del folletín se abre con una
cita de un tango o un bolero pero la novela invierte los moldes rígidos de la
canción popular. En la tradición del tango y el bolero, el hombre que ha
perdido a una mujer se distancia y observa el mundo con mirada filosófica; en Boquitas
pintadas, la muerte de Juan Carlos lleva a la mujer malcasada, Nené, a
mirar su condición con lucidez. Es Raba, la sirvienta engañada, la que mata y,
muerto el amante traidor, también ella ve más claro. Siguiendo la serie de
inversiones, la belleza idealizada de un hombre despierta las pasiones del
relato. El inescrupuloso donjuán es también una especie de «Juan Carlos
celeste» que es vía de conocimiento.
Se trata, básicamente, de un cambio de
foco y encuadre que Puig descubrió en el protagonismo femenino de los woman's
films del cine norteamericano de los años 30 y los 40. Como en La
pasajera, Las tres noches de Eva, La pícara puritana o Historias de
Filadelfia, las mujeres de Boquitas pintadas están en primer plano y
ocupan el centro de la pantalla; aprenden algo sobre ellas mismas y el
reconocimiento hace posible el cambio.
Folletín y experimento, proximidad y
distancia, cine y literatura se traman imperceptiblemente desde el comienzo
hasta confundirse por completo en la última escena, uno de los grandes cierres
novelísticos de la narrativa contemporánea: las cartas de amor de Juan Carlos
se queman en el tubo negro de un incinerador y la mirada inverosímil de una
cámara recorre los pedazos de papel que se encrespan en el aire antes de
consumirse en el fuego. Los puntos suspensivos entre las frases de amor hacen
las veces de llamas.
Con toda su audacia formal, la novela
fue un best-seller inmediato y se tradujo muy pronto al francés, al inglés y al
italiano. «El folletín al servicio de la vanguardia», resumió Claude Fell en Le
Monde, y en The New York Review of Books, Michel Wood alineó a Puig
con Flaubert y con Joyce. Lejos de adocenar al público ganado con el éxito de Boquitas
pintadas, The Buenos Aires Affair (1973) redobla el ímpetu experimental, cifrando
en un relato policial la violencia del mundo literario, la política y el
sexismo. «Es una especie de thriller rodado en la pervertida Buenos
Aires», le escribe esta vez a Monegal, inspirado en el eslogan con el que la
MGM lanzó Mañana lloraré, el clásico de Susan Hayward: «Una película
filmada en escenarios naturales: dentro del alma de una mujer».
En 1974 la Policía Federal secuestró
todos los ejemplares de la novela y dos años más tarde, amenazado por la Triple
A, Puig abandonó la Argentina para siempre. El resto de su obra lleva las
marcas del exilio. El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979)
y Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980), escritas en México
y en Nueva York, pueden leerse como un personalísimo tríptico episódico sobre
la dictadura militar argentina. En Sangre de amor correspondido (1982),
escrita en Río de Janeiro, el experimento hiperrealista llega a su formulación
más radical: la novela ficcionaliza las conversaciones con un albañil
brasileño, grabadas según un acuerdo estipulado por contrato. Cae la noche
tropical (1988) se demora en el diálogo crepuscular de dos viejitas
argentinas en Río de Janeiro; es la octava y última novela de Puig y se lee con
cierta nostalgia anticipada.
Juan Manuel Puig nació en General
Villegas, provincia de Buenos Aires, el 28 de diciembre de 1932, día de los
Santos Inocentes. Su madre, María Elena Delledonne, farmacéutica de La Plata,
lo inició en el rito diario del cine a los cuatro años. La infinita novela
espectacular de Hollywood cubrió desde entonces el hastío de la vida pueblerina
y el joven Puig quedó prendado para siempre de los plateados ídola de
la pantalla. Cuenta una amiga suya de la infancia que después de ver El gran
vals de Duvivier con final delirante de von Sternberg, bailaba por las
calles del pueblo tarareando El vals del emperador, en la puerta del
Club Social de Villegas, transportado todavía a la calles de Viena, se topó
con la mirada severa de su padre.
Una beca de la Dante Alighieri lo llevó
a Roma en 1956. Creía que su vocación era el cine, pero su sensibilidad y su
libertad extraordinarias desbordaban el dogma neorrealista del Centro
Sperimentale di Cinematografía, dirigido por Cesare Zavattini. Intentaba
escribir un guión cuando se le impuso el recuerdo de la voz de una tía, un
monólogo de treinta páginas lleno de habladurías de pueblo, rumores, frases
hechas y minucias familiares, incapaz de someterse a la apretada síntesis de la
escritura cinematográfica. Ese día, para felicidad de sus lectores, pasó del
cine a la literatura. Nunca abandonó el rito diario de las películas y
coleccionó sus preferidas en casi mil quinientas cintas de video que, como una
última ironía, ocupan los estantes de la biblioteca en el departamento de su
madre. Que el éxito de una película de Hollywood inspirada en El beso de la
mujer araña haya significado su consagración literaria definitiva es una de
las tantas paradojas de su relación pasional con el cine.
Murió en Cuernavaca el 22 de julio de
1990, a las cinco de la tarde. Dejó en la literatura argentina un legado leve
y etéreo como el recuerdo de una buena película.
Graciela Speranza
I
BOQUITAS PINTADAS DE ROJO CARMESÍ
PRIMERA
ENTREGA
Era... para mí la vida entera...
Alfredo Le Pera
NOTA APARECIDA EN EL NÚMERO CORRESPONDIENTE
A ABRIL DE 1947 DE LA REVISTA MENSUAL NUESTRA VECINDAD, PUBLICADA EN LA
LOCALIDAD DE CORONEL VALLEJOS, PROVINCIA DE BUENOS AIRES
«Fallecimiento
lamentado. La desaparición del señor Juan Carlos
Etchepare, acaecida el 18 de abril último, a la temprana edad de 29 años, tras
soportar las alternativas de una larga enfermedad, ha producido en esta
población, de la que el extinto era querido hijo, general sentimiento de
apesadumbrada sorpresa, no obstante conocer muchos allegados la seria afección que
padecía.
»Con este deceso desaparece de nuestro
medio un elemento que, por las excelencias de su espíritu y carácter, destacóse
como ponderable valor, poseedor de un cúmulo de atributos o dones —su
simpatía—, lo cual distingue o diferencia a los seres poseedores de ese
inestimable caudal, granjeándose la admiración de propios o extraños.
»Los restos de Juan Carlos Etchepare
fueron inhumados en la necrópolis local, lugar hasta donde fueron acompañados
por numeroso y acongojado cortejo.»
*
Buenos Aires, 12 de mayo de 1947
Estimada Doña Leonor:
Me he enterado de la triste noticia por
la revista Nuestra vecindad y después de muchas dudas me atrevo a
mandarle mi más sentido pésame por la muerte de su hijo.
Yo soy Nélida Fernández de Massa, me
decían Nené, ¿se acuerda de mí? Ya hace bastantes años que vivo en Buenos
Aires, poco tiempo después de casarme nos vinimos para acá con mi marido, pero
esta noticia tan mala me hizo decidirme a escribirle algunas líneas, a pesar de
que ya antes de mi casamiento usted y su hija Celina me habían quitado el
saludo. Pese a todo él siempre me siguió saludando, pobrecito Juan Carlos ¡que
en paz descanse! La última vez que lo vi fue hace como nueve años.
Yo señora no sé si usted todavía me
tendrá rencor, yo de todos modos le deseo que Nuestro Señor la ayude, debe ser
muy difícil resignarse a una pérdida así, la de un hijo ya hombre.
Pese a los cuatrocientos setenta y cinco
kilómetros que separan Buenos Aires de Coronel Vallejos, en este momento estoy
a su lado. Aunque no me quiera déjeme rezar junto a usted.
Nélida Fernández de Massa
Iluminada por la nueva barra
fluorescente de la cocina, después de tapar el frasco de tinta mira sus manos y
al notar manchados los dedos que sostenían la lapicera, se dirige a la pileta
de lavar los platos. Con una piedra quita la tinta y se seca con un repasador.
Toma el sobre, humedece el borde engomado con saliva y mira durante algunos
segundos los rombos multicolores del hule que cubre la mesa.
*
Buenos Aires, 24 de mayo de 1947
Querida Doña Leonor:
¡Qué consuelo fue recibir su carta de
contestación! La verdad es que no me la esperaba, creía que usted no me iba a
perdonar nunca. Su hija Celina en cambio veo que me sigue despreciando, y como
usted me lo pide le escribiré a la Casilla de Correo, así no tiene discusiones
con ella. ¿Sabe hasta lo que pensé cuando vi su sobre? Pensé que adentro
estaría mi carta sin abrir.
Señora... yo estoy tan triste, no
debería decírselo a usted justamente, en vez de tratar de consolarla. Pero no
sé cómo explicarle, con nadie puedo hablar de Juan Carlos, y estoy todo el día
pensando en que un muchacho tan joven y buen mozo haya tenido la desgracia de
contraer esa enfermedad. A la noche me despierto muchas veces y sin querer me
pongo a pensar en Juan Carlos.
Yo sabía que él estaba enfermo, que
había ido de nuevo a las sierras de Córdoba para cuidarse, pero no sé por
qué... no me daba lástima, o debe ser que yo no pensaba que él se estaba por
morir. Ahora no hago más que pensar en una cosa ya que él no iba nunca a la
iglesia, ¿se confesó antes de morir? Ojalá que sí, es una tranquilidad más para
los que quedamos vivos, ¿no le parece? Yo hacía tiempo que no rezaba, desde
hace tres años cuando mi nene más chico estuvo delicado, pero ahora he vuelto a
rezar. Lo que también me da miedo es que él haya hecho cumplir lo que quería.
¿Usted se enteró alguna vez? ¡Ojalá que no! Ve, señora, eso también me viene a
la cabeza cuando me despierto de noche: resulta que Juan Carlos me dijo más de
una vez que a él cuando se muriese quería que lo cremaran. Yo creo que está mal
visto por la religión católica, porque el catecismo dice que después del juicio
final vendrá la resurrección del cuerpo y el alma. Yo como no voy a confesarme
desde hace años ahora he perdido la costumbre de ir, pero voy a preguntarle a
algún Padre Cura sobre eso. Sí, señora, seguro que Juan Carlos está
descansando, de golpe me ha venido la seguridad de que por lo menos está
descansando, si es que no está ya en la gloria del Cielo. Ay, sí, de eso
tenemos que estar seguras, porque Juan Carlos nunca le hizo mal a nadie.
Bueno, espero carta con muchos deseos. La abraza,
Nélida
En un cajón del ropero, junto al pequeño
rosario infantil, la vela de comunión y las estampitas a nombre del niño
Alberto Luis Massa, hay un libro con tapas que imitan el nácar. Lo hojea hasta
encontrar un pasaje que anuncia la llegada del juicio final y la resurrección
de la carne.
*
Buenos Aires, 10 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Esta tarde al volver de comprarles unas
cosas a los chicos en el centro, me encontré con su carta. Sentí un gran
alivio al saber que Juan Carlos se confesó antes de morir y que esté sepultado
cristianamente. Dentro de todo es un consuelo muy grande. ¿Usted cómo anda?
¿Está un poco más animadita? Yo sigo todavía muy caída.
Ahora me voy a tomar un atrevimiento.
Cuando él se fue a Córdoba la primera vez me escribió unas cuantas cartas de
novio a Vallejos, decía cosas que yo nunca me las olvidé, yo eso no lo debería
decir porque ahora soy una mujer casada con dos hijos sanos, dos varones, uno
de ocho y otro de seis, que Dios me los conserve, y no tendría que estar
pensando en cosas de antes, pero cuando me despierto a la noche se me pone siempre
que sería un consuelo volver a leer las cartas que me escribió Juan Carlos.
Cuando dejamos de hablar, y después de lo que pasó con Celina, nos devolvimos
las cartas. Eso no fue que lo discutiéramos entre los dos, un día de repente yo
recibí por correo todas mis cartas, las que le había mandado a Córdoba, entonces
yo le devolví también todas las que me había escrito él. Yo no sé si él las
habrá quemado, a lo mejor no... Yo las tenía atadas con una cinta celeste,
porque eran cartas de un muchacho, él cuando me devolvió las mías estaban
sueltas en un sobre grande, yo me enojé tanto porque no estaban atadas con una
cinta rosa como se lo había pedido cuando todavía hablábamos, mire a las cosas
que una le daba importancia. Eran otros momentos de la vida.
Ahora quién sabe si existen esas cartas.
¿Si usted las encontrase las quemaría? ¿Qué van a hacer con todas esas cosas de
Juan Carlos que son personales? Yo sé que él una vez guardó un pañuelo con
rouge, me lo contó para hacerme dar rabia, de otra chica. Entonces yo pensé que
si usted no piensa mal y encuentra esas cartas que él me escribió a mí, a lo
mejor me las manda.
Bueno, Señora, tengo ganas que me siga
escribiendo, una cosa que me sorprendió es el pulso que tiene para escribir,
parece letra de una persona joven, la felicito, y pensar que en los últimos
tiempos ha sufrido una desgracia tan grande. No es que usted se las hace
escribir por otra persona, ¿verdad que no?
Recuerde que mis cartas son las de la
cinta celeste, con eso basta para darse cuenta, porque están sin el sobre, yo
cuando las coleccionaba fui tonta y tiré los sobres, porque me parecía que
habían sido manoseados,
¿no le parece que un poco de razón yo
tenía? Al sobre lo tocan en el correo muchas manos, pero la hoja de adentro no
la había tocado más que Juan Carlos, pobrecito, y después yo, nosotros dos
nomás, la hoja de adentro sí que es una cosa íntima. Así que ya sabe, no tiene
necesidad de leer el encabezamiento para saber cuáles son mis cartas, por la
cintita azul.
Bueno, señora, deseo que estas líneas la
encuentren más repuesta. La abraza y besa,
Nené
Cierra el sobre, enciende la radio y
empieza a cambiarse la ropa gastada de entrecasa por un vestido de calle. La
audición «Tango versus bolero» está apenas iniciada. Se oyen alternados un
tango y un bolero. El tango narra la desventura de un hombre que bajo la lluvia
invernal recuerda la noche calurosa de luna en que conoció a su amada y la
subsiguiente noche de lluvia en que la perdió, expresando su miedo de que al
día siguiente salga el sol y ni siquiera así vuelva ella a su lado, posible
indicio de su muerte. Finalmente pide que si el regreso no se produce, tampoco
vuelvan a florecer los malvones del patio si esos pétalos deberán marchitarse
poco después. A continuación, el bolero describe la separación de una pareja a
pesar de lo mucho que ambos se aman, separación determinada por razones
secretas de él, no puede confesarle a ella el motivo y pide que le crea que
volverá si las circunstancias se lo permiten, como el barco pesquero vuelve a
su rada si las tormentas del Mar Caribe no lo aniquilan. La audición finaliza.
Frente al espejo en que se sigue mirando, después de aplicar el lápiz labial y
el cisne con polvo, se lleva el cabello tirante hacia arriba tratando de
reconstruir un peinado en boga algunos años atrás.
*
Buenos Aires, 22 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Ya le estaba por escribir sin esperar
contestación cuando por suerte llegó su cartita. Me alegra saber que ya está
más tranquila con menos visitas, la gente lo hace con buena intención, pero no
se dan cuenta que molestan cuando son tantos.
Ya le estaba por escribir porque en la
última carta me olvidé de preguntarle si Juan Carlos está sepultado en tierra,
en un nicho o en el panteón de alguna familia. Tengo tantos deseos de que no
esté en tierra... ¿Usted nunca se metió en
un pozo que alguien estuviera cavando? Porque entonces si pone la mano contra
la tierra dura del pozo siente lo fría y húmeda que es, con pedazos de
cascotes, filosos, y donde la tierra es más blanda peor todavía, porque están
los gusanos. Yo no sé si son esos los gusanos que después buscan lo que para
ellos es la nutrición, mejor ni decirlo, no sé cómo pueden entrar en el cajón
de madera tan gruesa y dura. A no ser que después de muchos años el cajón se
pudra y puedan entrar, pero entonces no sé por qué no hacen los cajones de
hierro o acero. Pero pensando ahora me acuerdo que también parece que a los
gusanos los llevamos nosotros adentro, algo me parece que leí, que los estudiantes
de medicina cuando hacen las clases en la morgue ven los gusanos al cortar el
cadáver, no sé si lo leí o alguien me lo dijo. Mucho mejor que esté en un
nicho, aunque no se le puedan poner muchas flores a la vez, yo lo prefiero
también a que esté en un hermoso panteón, si no es el de su familia, porque
parece que estuviera de favor. Señora, ahora me acuerdo quién me decía eso tan
feo de que ya nosotros llevamos los gusanos, fue el mismo Juan Carlos, que por
eso era que quería que lo cremaran, para que no lo comieran los gusanos.
Perdóneme si esto le causa impresión, ¿pero con quién puedo hablar de estos
recuerdos si no es con usted?
Lo que sí, no sé cómo decirle que
empezaban las cartas de Juan Carlos. Qué cosa tan rara que no tengan más la
cintita celeste. ¿Son tantas las cartas que encontró? Qué raro, Juan Carlos me
juró que era el primer carteo que tenía con una chica, claro que después
pasaron los años, pero como de nada sirvió que nos carteáramos porque lo mismo
rompimos, se me puso en la cabeza que él le había hecho cruz y raya a la idea
de cartearse con una chica. Una ocurrencia mía, nada más.
Las cartas dirigidas a mí estaban todas
escritas en papel del mismo block que se lo compré yo misma de regalo con una
lapicera fuente cuando se fue a Córdoba, y yo me compré otro block para mí. Es
un tipo de papel blanco con arruguitas que casi parece una seda cruda. El
encabezamiento cambia a veces, no me ponía mi nombre porque él decía que era
comprometedor, por si me las encontraba mi mamá podía yo decir que eran
cartas para otra chica. Lo que importa más me parece es que tengan la fecha de
julio a setiembre de 1937, y si por ahí usted lee un poquito no vaya a creer
que todo lo que dice es verdad, eran cosas de Juan Carlos, que le gustaba
hacerme rabiar.
Le ruego que haga lo posible por
encontrarlas y muchas gracias por mandármelas. Besos y cariños de
Nené
Todavía no ha escrito el sobre, se pone
de pie bruscamente, deja el tintero abierto y la lapicera sobre el papel
secante que absorbe una mancha redonda. La carta plegada toca el fondo del
bolsillo del delantal. Tras de sí cierra la puerta del dormitorio, quita una
pelusa adherida a la Virgen de Lujan tallada en sal que adorna la cómoda y se
tira sobre la cama boca abajo. Con una mano estruja los flecos de seda que
bordean el cubrecama, la otra mano queda inmóvil con la palma abierta cerca de
la muñeca vestida de odalisca que ocupa el centro de la almohada. Exhala un
suspiro. Acaricia los flecos durante algunos minutos. Repentinamente se oyen
voces infantiles subir por las escaleras del edificio de departamentos, suelta
los flecos y palpa la carta en el bolsillo para comprobar que no la ha dejado
al alcance de nadie.
*
Buenos Aires, 30 de junio de 1947
Querida Doña Leonor:
Acabo de tener la alegría de recibir su
carta antes de lo pensado, pero después qué disgusto al leerla y darme cuenta
que usted no había recibido mi anterior. Yo le escribí hace más de una semana,
¿qué habrá pasado? Mi miedo es que alguien la haya retirado de la casilla,
¿cómo hace para que Celina no vaya nunca a buscar las cartas? ¿O es que no sabe
que usted tiene casilla de correo? Si Celina busca las cartas a lo mejor me las
quema.
Mire, señora, si le da mucho trabajo
saber cuáles eran las cartas para mí me puede mandar todas, yo le devuelvo
después las que no me corresponden. Yo lo quise mucho, señora, perdóneme todo
el mal que pude hacer, fue todo por amor.
Le ruego que me conteste pronto, un
fuerte abrazo de
Nené
Se levanta, se cambia de ropa, revisa el
dinero de su cartera, sale a la calle y camina seis cuadras hasta llegar al
correo.
*
Buenos Aires, 14 de julio de 1947
Querida señora:
Ya hace más de diez días que le escribí
y no he recibido respuesta. Para qué contarle las cosas que me pasan por la
cabeza. Esa carta que usted no recibió quién sabe dónde estará, y después le
mandé otra, ¿tampoco la recibió? A lo mejor usted cambió de idea y ya no me
aprecia, ¿alguien le dijo algo más, otra cosa mala de mí? ¿qué le dijeron? Si
usted me viera lo mal que ando, no tengo ganas de nada. Ni a mi marido ni a los
chicos puedo comentarles nada, así que ni bien terminé de darles de almorzar a
los chicos, hoy me acosté así pude por lo menos no andar disimulando. Ando muy
demacrada de cara. A los chicos les digo que tengo dolor de cabeza, así me
dejan un rato tranquila. Yo a la mañana voy a la feria a hacer las compras y
cocino, mientras la muchacha me hace la limpieza, vienen los chicos de la
escuela y almorzamos. Mi marido no viene a mediodía. Más o menos la mañana se
me pasa más distraída, pero la tarde qué triste es, señora. Por suerte la
muchacha recién se va a su casa después de lavarme los platos, pero ayer y hoy
me faltó, y ayer hice un esfuerzo y lavé los platos y recién después me acosté,
pero hoy no, me fui derecho a la cama sin levantar la mesa siquiera, ya no
aguantaba las ganas de estar un poco sola. Ése es el único alivio, y oscurezco
bien la pieza. Entonces puedo hacer de cuenta que estoy con usted y que vamos a
la tumba del pobrecito Juan Carlos y juntas lloramos hasta que nos
desahogamos. Ahora son las cuatro de la tarde, hay un sol que parece de
primavera y en vez de salir un poco estoy encerrada para que no me vea nadie.
En la pileta de la cocina tengo todos los platos sucios amontonados, más tarde
los voy a agarrar. ¿Sabe una cosa? Hoy vino una vecina a devolverme la plancha
que le presté ayer y casi le doy vuelta la cara, sin ninguna razón. Estoy
temblando de que mi marido llegue temprano del escritorio, ojalá se retrase,
así puedo despachar esta carta, seguro que sí. Pero a usted sí que tendría
ganas de verla y hablar de todo lo que tengo ganas de saber de estos años que
no vi a Juan Carlos. Le juro señora que cuando me casé con Massa ya no me
acordaba más de Juan Carlos, lo seguía apreciando como amigo y nada más. Pero
ahora no sé qué me pasa, pienso si Celina no hubiese hablado mal de mí, a lo
mejor a estas horas Juan Carlos estaba vivo, y casado con alguna buena chica, o
conmigo.
Aquí le mando este recorte de la revista
Nuestra vecindad, cuando la fiesta de la Primavera, le calculo yo que
sería 1936, sí claro, porque yo tenía recién los veinte años cumplidos. Ahí
empezó todo. Si no le molesta, devuélvamelo, que es un recuerdo.
«Lucida
celebración del día de la primavera.
Siguiendo una práctica impuesta por la
costumbre, el Club Deportivo "Social" inauguró la entrada de la
estación primaveral con una lucida reunión danzante, efectuada el sábado 22 de
setiembre con el amenizamiento de la orquesta Los Armónicos de esta localidad.
A medianoche, en un intermedio, resultó elegida Reina de la Primavera 1936 la
encantadora Nélida Fernández, cuya esbelta silueta engalana estas columnas.
Aparece junto a la flamante soberana, su antecesora la atrayente María Inés
Linuzzi, Reina de la Primavera 1935. A continuación, la Comisión de Fiestas del
Club presentó una estampa de antaño con el título de "Tres épocas del
vals" y su desarrollo corrió bajo la dirección de la aficionada señorita
Laura P. de Baños, quien también recitó las bonitas glosas. Cerró esta
cabalgata musical un vals vienés de fin de siglo, ejecutado con ímpetu notable
por la Srta. Nélida Fernández y el Sr. Juan Carlos Etchepare, quienes
convincentemente demostraron "la fuerza del amor que supera todos los obstáculos",
como declamara la Sra. de Baños. Especialmente celebrados fueron los atuendos
por cierto vistosos de las señoritas Rodríguez, Sáenz y Fernández, bien
complementadas por la apostura de los acompañantes y sus impecables fracs. Por
otra parte, téngase presente que es tarea peliaguda y no cometido fácil, el
adentrarse en los significados histórico-musicales para después expresarlos
con la soltura que permiten unos pocos y apresurados ensayos, robando tiempo al
sueño y al descanso. Cabe, aquí, la reflexión filosófica: ¡cuántos, cuántos
solemos andar por este histriónico mundo llegando diariamente al final de la
etapa sin lograr saber qué papel hemos estado desempeñando en el escenario de
la vida! Si bien la última pareja cosechó los más densos aplausos, esta
redacción felicita a todos por igual. Fue una simpática y por muchos motivos
inolvidable reunión que tuvo la virtud de congregar a un crecido número de
personas, danzándose animadamente hasta altas horas de la madrugada del día
23.»
Bueno, veo que no le digo lo principal,
por lo que le mando esta carta: por favor escríbame pronto, que tengo miedo de
que mi marido se dé cuenta de algo si sigo tan alunada.
La abraza, suya
Nené
Postdata: ¿No me va a escribir más?
Dobla carta y recorte en tres partes y
los coloca en el sobre. Los saca con un movimiento brusco, despliega la carta y
la relee. Toma el recorte y lo besa varias veces. Vuelve a plegar carta y
recorte, los pone en el sobre, al que cierra y aprieta contra el pecho. Abre un
cajón del aparador de la cocina y esconde el sobre entre servilletas. Se lleva
una mano a la cabeza y hunde los dedos en el pelo, se rasca el cuero cabelludo
con las uñas cortas pintadas de rojo oscuro. Enciende el calefón a gas para
lavar los platos con agua caliente.
SEGUNDA
ENTREGA
Charlemos, la tarde es triste...
Luis Rubinstein
Buenos Aires, 23 de julio de 1947
Doña Leonor querida:
¡Cuánto tiempo que me está dejando sin
noticias! Ya van casi cuatro semanas que no recibo carta suya, no habrá
sucedido algo malo, espero. No, yo creo que ahora tiene que cambiarnos la
suerte, ¿verdad? Si me pasa algo malo no sé cómo voy a aguantar. ¿Por qué es que
no me escribe?
Hoy sábado a la tarde, conseguí que mi
marido se llevara a los chicos al partido que juegan aquí cerca nomás, en la
cancha de River, a Dios gracias me quedé sola un poco porque si mi marido me
llegaba a recriminar otra vez lo mismo no sé qué le contestaba. Dice que ando
con cara agria.
¿Qué estará haciendo usted? Los sábados
a la tarde en Vallejos venía siempre alguien a tomar mate a casa, las chicas.
Pensar que si yo hoy estuviera de paseo por allá tampoco podría ir a su casa a
tomar mate, por Celina. Y total por qué empezaron todos los líos... pavadas
nomás. Todo empezó en la época en que entré como empaquetadora en «Al Barato
Argentino» y como de la escuela primaria era amiga de Celina y Mabel, que ya
habían vuelto recibidas de maestras, y Mabel además chica con plata, empecé a
ir al Club Social.
Mire señora, yo admito que ahí hice mal,
y todo empezó por no hacerle caso a mamá. Ella ni que hubiese sido bruja: no
quería que yo fuera a los bailes del Social. ¿Qué chicas iban al Social? Chicas
que podían ir muy bien puestas, o porque los padres tenían buena posición, o
porque eran maestras, pero como usted se acordará las chicas de las tiendas
iban más bien al Club Recreativo. Mamá me dijo que metiéndome donde no me
correspondía iba a ser para lío nada más. Dicho y hecho. En ese mismo año, para
la fiesta de la Primavera, preparaban esos números y me eligieron a mí y a
Celina no. A Mabel se sabía que la iban a elegir, porque el padre hacía y
deshacía en el club. La tercera chica tampoco era socia, pero ése fue otro lío
aparte, no importa, pero en el primer ensayo estábamos las tres parejas
elegidas y la de Pagliolo que tocaba el piano, y la de Baños que nos enseñaba
los pasos con el manual especial que tenía con las ilustraciones todas indicadas.
La de Baños nos mandaba de aquí para allá a todos y quiso que primero la de
Pagliolo tocase los tres valses seguidos para que los escuchásemos, cuando en
eso se apareció Celina y me empezó a hablar en el oído en vez de dejarme poner
atención en la música. Me dijo que no quería ser más mi amiga porque a mí me
habían aceptado en el Club gracias a ella y ahora no me le unía en protesta,
que le habían hecho el vacío para la fiesta. A mí ya me había pedido que no
aceptara, en adhesión, pero a Mabel no le pidió lo mismo, así que a mí me dio
rabia, ¿por qué no se animó a decirle lo mismo a Mabel? ¿porque Mabel tenía
plata y yo no? o porque era maestra y yo no había ido más que hasta sexto
grado, no sé por qué Celina me quería sacrificar a mí y a la otra no. Yo le
había repetido ochenta veces a Celina que no le hacían el vacío, es que era
muy bajita y los trajes de alquiler encargados a Buenos Aires vienen todos en
tamaño mediano. La de Baños estaba que echaba chispas porque nos veía
conversar en vez de escuchar la música y desde ese momento ya me tomó entre
ojos.
La rabia mía es una: Celina quiso
hacerle gancho al hermano con Mabel, y usted sabe que Juan Carlos la afiló un
poco pero después dejaron. Antes de noviar conmigo. Pero parece que lo mismo
Celina quedó con la esperanza de emparentarse con la familia de Mabel.
En días de semana yo recién salía de la
tienda a las siete de la tarde y no me veía con Celina y Mabel, pero los
sábados venían las dos a casa a la siesta a tomar mate, y mamá le preparaba el
pelo a Mabel para la noche, que era una chica que no se daba maña para
peinarse. El primer ensayo fue ese lunes, me acuerdo patente, y a Celina no me
la crucé por la calle en toda la semana que siguió, cosa rara, y cuando llegó
el sábado por casa apareció Mabel sola. Si Mabel no venía yo ya tenía decidido
dejar los ensayos. Ojalá no hubiese venido, pero ya estaría escrito que debía
ser así, en el libro del Destino. Aunque es algo terrible pensar que en aquella
tarde cuando golpeó las manos en la tranquerita Mabel y me llamó, estaba ya
todo escrito. Yo creo que en ese momento largué lo que tenía en la mano, de tan
contenta. Y ahora estoy tan cambiada, hoy no me peiné en todo el día de tantas
ganas de morirme.
Pero para terminarla con Celina, le voy
a ser sincera: en el oído lo que me dijo fue que yo si no era por ella al
Social no hubiese pisado, y que todos sabían lo del doctor Aschero. Antes de
«Al Barato Argentino» yo le recibía los enfermos a Aschero, y le preparaba las
inyecciones, y la gente, cuando me fui de golpe, comentó que había habido algo
sucio entre los dos, un hombre casado con tres hijos. Bueno, señora, yo mejor
dejo ahora porque si viene mi esposo se va a poner a leer la carta, ¿se
imagina? Sigo el lunes cuando él no esté.
Lunes, 25
Mi querida amiga:
Estoy sola en el mundo, sola. Los chicos
si yo desaparezco los va a criar mi suegra, o cualquiera, mejor que yo. Ayer me
encerré en la pieza y mi marido la forzó, yo creía que me mataba, pero no me
hizo nada, se acercó a la cama y me dio vuelta porque yo tenía la cabeza
escondida en la almohada, y yo como una loca le escupí en la cara. Me dijo que
se la iba a pagar pero se aguantó de pegarme. Yo creí que me iba a romper la
cabeza.
Hoy para colmo a la mañana se me dio por
acordarme de Aschero, y me hice mala sangre de gusto, como si no hubiesen
pasado los años. A él no lo quise como a Juan Carlos, al único que quise fue a
Juan Carlos. Aschero fue un aprovechador. La cuestión es que ahora no lo voy a
ver más en mi vida a mi Juan Carlos ¡que no me lo vayan a cremar! Entre Aschero
y la Celina me lo hicieron perder, me lo hicieron morir, y ahora tengo que
aguantar al cargoso de Massa para toda la vida. Fue Celina la culpable de todo,
su hija que es una víbora, tenga cuidado con ella. Y ya que estoy en tren de
confidencias le voy a decir cómo fue que me dejé marcar para toda la vida: yo
tenía 19 años y me pusieron a aprender de enfermera con Aschero. Un día en el
consultorio no había nadie y yo tenía tos y me empezó a auscultar. En seguida
se le fue la mano y me empezó a acariciar y yo me escapé al bañito roja de
vergüenza, me puse la blusa de nuevo y le dije que la culpa era mía, que me
disculpara por haberme querido ahorrar la visita a otro médico. Mire qué
estúpida. En eso quedó, pero yo me lo soñaba toda la noche, de miedo que me
arrinconara otra vez.
Un día tuvimos que ir en el auto a hacer
una transfusión a una chacra, de urgencia. Era una mujer con hemorragia
después del parto, y se salvó, de tanto sudar nosotros. Al irnos nos convidaron
con vino, todos estaban contentos y yo tomé. En la mitad del viaje Aschero me
dijo que me recostara contra la ventanilla y cerrara los ojos, para descansar
la media hora de viaje. Yo le hacía caso en todo y cuando cerré los ojos me dio
un beso suavecito. Yo no dije nada y paró el coche. Y pensar que estoy gastando
tinta en hablar de esa porquería, ¡qué caro me salió ser tonta un momento!
Después nos empezamos a ver en cualquier
parte que podíamos y en el consultorio mismo, pared por medio con la pieza
donde estaba la esposa, después ella se dio cuenta y me tuve que ir de
empaquetadora a la tienda. Él no me buscó más.
¿Y todo para qué? Mire, yo me voy a
morir con esta vida que hago, nada más que trabajar en la casa y renegar con
los chicos. A la mañana, todas las santas mañanas, empieza la lucha de sacarlos
de la cama, el más grande peor, tiene ocho años y está en segundo grado, y el
más chico por suerte este año ya va al jardín de infantes, darles la leche,
vestirlos y acompañarlos hasta el colegio, todo a sopapo limpio, qué cansadores
son los varones, cuando no empieza uno empieza el otro. De vuelta me hago las
compras, todo en la feria porque es mucho más barato, pero mucho más cansador
porque hay que ir puesto por puesto, y hacer cola. Para esto la chica ya está en
casa haciendo la limpieza, me lava la ropa también, y yo cocino y si me doy
tiempo liquido el planchado también a la mañana, y a la tarde no los puedo
hacer dormir la siesta a los indios, qué distinto cuando son bebitos, qué
ricos, yo me los comería, qué divinos son los bebés, yo veo un bebé en la calle
o en fotografía y ya me vuelvo loca, pero se hacen grandotes tan pronto, se
ponen como salvajes. Los míos gritan toda la siesta, a las doce y media ya los
tengo en casa, va la muchacha a buscarlos de vuelta. Hay unas cuadras muy
bravas para cruzar.
¡Qué distinto era en Vallejos! A la
tarde venía alguna amiga, charlábamos, escuchábamos la novela, bueno, eso
cuando no trabajaba en la tienda, pero acá ¿qué gané con venirme a Buenos
Aires? No conozco a nadie, los vecinos son unos italianos recién venidos más
brutos que no sé qué, y una rubia que debe ser mantenida, mi marido está
seguro. No sé con quién podría charlar, con nadie, y a la tarde trato de coser
un poco y mientras les vigilo los deberes a estos animales. ¿Usted sabe lo que
son dos chicos encerrados en un departamento? Juegan con los autitos corriendo
carreras entre los muebles. Menos mal que no tengo los muebles buenos todavía,
por eso no quiero llamar a gente de Vallejos para visita, después salen
criticando que no tengo la casa amueblada de lujo, como ya pasó una vez, no le
digo quién fue, qué se gana...
Y mire hoy son las seis de la tarde y ya
tengo un dolor de cabeza que se me parte como todos los días y cuando viene mi
esposo peor que peor, quiere la cena enseguida, si no está lista, y si está
lista se quiere bañar antes, mire, no es malo, pero ni bien pisa la casa
empezaría yo a romper todo, me da rabia que venga, pero qué culpa tiene de
venir si es la casa de él, y usted me dirá para qué me casé, pero de recién
casada la paciencia no me faltaba. No aguanto más esta vida, todos los días lo
mismo.
Hoy a la mañana me fui de nuevo al
zoológico, total no está tan lejos, son diez minutos de colectivo, porque el
otro día a los nenes les dijo otro chico que había un cachorrito de león recién
nacido y lo fuimos a ver ayer domingo ¡qué divino! si me alcanza la plata me
voy a comprar un perrito o un gatito fino a principios de mes. Qué divino el
leoncito, cómo se acurruca contra la leona vieja, y se hacen mimos. Esta mañana
me dio un ataque y sola lo fui a ver de nuevo, no había nadie de gente. El
leoncito se tira en el suelo patas para arriba, se revuelca y después se
esconde debajo de la madre. Como un nenito de meses. Yo tendría que salir todos
los días, le dije a no sé quién, que no podía más de la casa y los chicos, ah
sí, ya me acuerdo, una puestera de la feria, la de la fruta, una viejita, me
dijo un día que yo estaba siempre nerviosa y no quería esperar a que me
atendieran, entonces le dije que yo qué le iba a hacer, y me contestó que con
los años una se calma. ¿Quiere decir que mientras sea joven me voy a tener que
embromar? y después de vieja ya está todo perdido y adiós, mire, yo lo voy a
mandar al diablo a este tipo si se descuida... ¿Usted cree que puedo encontrar
un muchacho que me dé otra vida?
Me gustaría un muchacho como había
antes, ahora son todos con cara de pavo. Pero no tanto, de eso estaba
convencida, y el otro día vi a unos muchachos tan lindos, de golpe, hacía mucho
que no veía un muchacho lindo de veras y fui a visitar un club para anotarlos
a los chicos y había unos muchachos parecidos a los del Club Social. Claro que
eran todos de menos de 25 años, y yo ya voy para los 30. Pero mire qué
desgraciados en ese Club, piden alguien que nos presente, otro socio, pero acá
no conocemos a casi nadie en Buenos Aires. Y le dije a mi marido y ni me
contestó, como diciendo arregláte, ay señora querida, pensar que dentro de un
rato le tengo que ver la cara de nuevo. Si él no estuviera, ¿se fijaría alguien
en mí? Pero estoy lista, sonada, cuando sea el diluvio universal, y el juicio
final, yo quiero irme con Juan Carlos, qué consuelo es para nosotras, señora,
la resurrección del alma y el cuerpo, por eso yo me desesperaba si me lo
cremaban... Qué lindo que era Juan Carlos, qué hijo tuvo señora, y esa hija tan
perra, si la tuviera cerca la estrangulaba. A mí me lo hizo de envidia, mire, yo sé lo que le pasaba a ella, se dejó
manosear ya a los dieciséis años por uno de los de Álvarez, después pasó de
mano en mano y en el baile ya a los veinte no la sacaba a bailar nadie, por
pegote, hasta que entró en la barra de los viajantes y ahí ya no le faltó más
quien la acompañara a la casa después del baile.
Pero le quedó rabia de que yo me lo
agarrara al hermano, y por eso le dijo a usted que a mí me había manoseado
Aschero. Pero a mí fue uno solo, y porque yo era chica, en cambio a ella le
ensuciaron el nombre hasta que se cansaron. Y se quedó soltera, ésa es la rabia
que tiene ¡se quedó soltera! La idiota no sabe que estar casada es lo
peor, con un tipo que una no se lo saca más de encima hasta que se muere. Ya
quisiera estar soltera yo, no sabe que la que ganó al final fue ella, que es
dueña de ir adonde quiere ¡mientras yo estoy condenada a cadena perpetua!
Arroja la lapicera con fuerza contra la
pileta de lavar, toma las hojas escritas y las rompe en pedazos. Un niño recoge
del suelo la lapicera, la examina y le comunica a su madre que está rota.
*
Buenos Aires, 12 de agosto de 1947
Querida Doña Leonor:
Espero que estas líneas la encuentren
con salud y en compañía de los suyos. Después de titubear bastante me pongo a
escribirle, pero ante todo debo hacerle una aclaración: yo gracias a Dios tengo
una familia que ya muchos quisieran, mi marido es una persona intachable, y
apreciado en su ramo, no me deja faltar nada, y mis dos hijos están creciendo
preciosos, aunque la madre no debería decirlo, pero ya que estoy en tren de
sinceridad tengo que decir las cosas como son. Así que no tengo de qué quejarme,
pero por mis cartas tal vez usted se formó una idea rara, porque a mí se me dio
por ser floja. Pensé en lo mucho que una madre sufrirá en su caso y por eso
pensé que la consolaría saber que yo la acompañaba en el sentimiento. Yo la
acompañé, pero ahora que usted no quiere más que la acompañe, dado que no me
escribió más, aquí va una verdad: a mí nadie me trata como trapo de cocina.
No comprendo la razón de su silencio,
pero por las dudas alguien le haya envenenado los oídos con mentiras, quiero
que sepa toda la verdad por mi propia boca, después podrá juzgarme. Lo único
que le pido es que si está decidida a no escribirme más, por lo menos me mande
esta carta de vuelta, abierta se entiende, en prueba de que la leyó. ¿O será
mucho pedirle?
Bueno, yo no debería hablarle como si
usted tuviera la culpa, la culpable es quien le habrá ido con cuentos. Y ya
que no le quieren dejar ver la verdad, se la muestro yo. Ésta es mi vida...
Mi padre no me pudo hacer estudiar,
costaba mucho mandarme a Lincoln a estudiar de maestra, no era más que
jardinero, y a mucha honra. Mamá planchaba para afuera y todo lo que ganaba iba
a la libreta de ahorro para cuando yo me casara y tuviera mi casa con todo. La
tengo, pero pobre mamá no por sus sacrificios, porque se le fue todo en médico
y remedios cuando lo del finado papá. En fin, Celina estudió. Entonces era más
que yo.
Muy bien, no hacía mucho que hablábamos
con Juan Carlos cuando tuvo aquel catarro que no se le curaba. Ahora esto que
lo sepa Celina: cuanto más lo entretenía yo a la noche charlando en la
tranquerita... más tardaba él en irse a lo de la viuda Di Cario. A mí me lo
decían todos, que Juan Carlos entraba por el alambrado del guardabarrera
derecho a lo de la viuda mosca muerta. Era ella quien le chupaba la sangre y no
yo. Hasta que dejó de ir, porque yo no lo quería ver más si él seguía en relación
con esa, claro que yo lo hacía por celos de novia egoísta, qué sabía yo que las
radiografías iban a dar esas sombras en los pulmones. Tome nota entonces: si
Juan Carlos después de noviar conmigo se iba a lo de la viuda era porque
conmigo se portaba a lo caballero.
Ahí vino el viaje a Córdoba. Se volvió
precioso, a los tres meses. Y voy al grano: por más que la mujer de Aschero le
haya gritado al marido delante de la sirvienta que él la engañaba conmigo eso
no prueba nada. Pero usted creyó esos cuentos y se opuso al compromiso. ¿Y las
pruebas de mi culpa? Nunca las tuvo.
¿Pero Juan Carlos seguía con la viuda?
no. Para su información: yo siempre me quedé con una espina, porque un día,
poco antes de distanciarnos para siempre, lo pesqué a Juan Carlos en una
mentira... Tenía un pañuelito escondido en el bolsillo del saco, bien metido en
el fondo, de mujer, perfumado, y no pude alcanzar a leer la inicial, bordada
con muchos adornos, pero segura segura que no era «E», y la viuda Di Cario se
llamaba Elsa. Me dijo que era de una chica que conoció en Córdoba, que él era
hombre y tenía que vivir, pero cuando yo se lo pedí para quedármelo... me lo
arrebató. Quiere decir que era una de Vallejos ¿no lo cree? Yo no sabía con
quién agarrármela y le dije que la iba a degollar a esa viuda de porquería, y
él se puso serio y me aseguró que la viuda no «corría» más, con esas palabras
de los hombres que son tan hirientes para una mujer, aunque se tratase de Elsa
Di Cario. Y me quedé con la espina para siempre.
Después ya vinieron los líos y nos
distanciamos, pero es una lástima que usted no me haya escrito más, porque
entre las dos a lo mejor podríamos arrancarle la careta a la verdadera asesina
de Juan Carlos. Contra ésa se la tendría que agarrar su hija Celina, y no
contra mí. Ya que Celina es soltera y tiene tiempo libre, sin casa propia ni
marido ni hijos de que ocuparse, podría ser útil para algo y ayudar al triunfo
de la verdad.
Volviendo al tema de las cartas de Juan
Carlos, serenamente consulte su conciencia a ver si me pertenecen o no. La
saluda atentamente,
Nélida
Postdata: Si no me contesta, ésta es la última carta
que le escribo.
Frente a ella en la mesa, un niño llena
prolijamente con lápiz cuatro renglones de su cuaderno con la palabra miau y
cuatro renglones con la palabra guau. Entre las patas de la mesa y de las
sillas otro niño busca un juguete pequeño conforma de auto de carrera.
*
TERCERA
ENTREGA
Deliciosas criaturas perfumadas,
quiero el beso de sus boquitas pintadas...
Alfredo Le Pera
Álbum de fotografías
Las tapas están tapizadas con cuero de
vaca color negro y blanco. Las páginas son de papel de pergamino. La primera
carilla tiene una inscripción hecha en tinta: Juan
Carlos Etchepare, 1934; la segunda carilla está en blanco y la tercera
está ocupada por letras rústicas impresas entrelazadas con lanzas, boleadoras,
espuelas y cinturones gauchos, formando las palabras MI PATRIA y YO. A
continuación las carillas de la derecha están encabezadas por una inscripción
impresa, las de la izquierda no. Inscripciones: «Aquí nací, pampa linda...»,
«Mis venerados tatas», «Crece la yerba mala», «A la escuela, como Sarmiento»,
«Cristianos sí, bárbaros no», «Mi primera rastra de hombre», «Noviando con las
chinitas», «No hay primera sin segunda», «Sirviendo a mi bandera», «Compromiso
del gaucho y su china», «Los confites del casorio» y «Mis cachorros». Estas
tres últimas inscripciones están cubiertas deliberadamente por fotografías
grandes que alcanzan a ocultar por completo las letras, y siguiendo este
criterio las demás carillas de la derecha están todas dedicadas a las fotografías
de tamaño mayor, mientras que las de la izquierda están ocupadas por grupos de
fotografías de menor tamaño. Primer grupo de la izquierda: un anciano y una
anciana sentados, busto de una anciana, busto de un anciano, calle de una aldea
de las provincias vascongadas, niño de meses, familia en una volanta tirada
por caballo blanco.
Primera fotografía grande de la derecha:
niño de meses desnudo, rubio. Segundo grupo de la izquierda: un hombre y una
mujer, él viste traje con chaleco y levita y ella ropa oscura larga hasta los
pies, la misma pareja con dos niños en brazos, tres poses de la mujer del traje
largo con dos ancianos y dos niños. Segunda fotografía grande de la derecha:
entre un naranjo y una palmera aclimatada hay un aljibe con reja de línea
simple, sentado en el aljibe un niño de tres años descalzo y vestido con sólo
un pantalón blanco toma leche de un frasco con chupete agitando las piernas, a
su lado una mujer con ropa blanca larga sostiene en brazos a una niña de meses
desnuda que juega con las numerosas vueltas del collar de la mujer. Tercer
grupo de la izquierda: diferentes poses de la familia junto al mar con ropas de
ciudad y sombrilla japonesa. Tercera fotografía grande de la derecha: un jardín
de pequeños canteros redondos bordeados por un cerquillo de alambre tejido
contra el que se apoyan nardos y jacintos florecidos con una palmera enana en
el centro de cada cantero, semicubiertos por la figura de un niño con saco de
bordes redondeados, corbata de moño bohemio, pantalón que ciñe la rodilla
seguido de polainas claras, y la figura de una niña con bucles y gran moño
blanco trasparente alto en la cabeza, vestido blanco de pollera corta abultada
por enaguas. Los siguientes grupos de la izquierda, hasta terminar el álbum,
pertenecen a diferentes momentos de las décadas del veinte y el treinta, con la
presencia frecuente de un joven de pelo castaño claro largo cubriéndole las
orejas, figura atlética e invariable sonrisa. Las restantes carillas de la
derecha están ocupadas como se ha apuntado por una única fotografía grande, en
el siguiente orden: un terreno baldío con hamacas, trapecios, barras y
argollas para atletismo, al fondo un cerco de alambre tejido y detrás algunas
casas diseminadas en la llanura, yuyos achaparrados y un adolescente de pelo
castaño claro apoyado en una barra mirando a la cámara, camisa con el cuello
desabotonado, corbata y brazal de luto, pantalón semilargo hasta por debajo de
la rodilla, medias negras largas hasta el muslo y alpargatas, a su lado otro
adolescente con pelo negro rizado que escapa de la boina vasca, ropa raída y
expresión de alegría salvaje al sostenerse en el aire tomándose de la argolla
con un solo brazo, las piernas en ángulo recto con el tronco; el rostro de un
joven Suboficial de Policía, aceitoso pelo negro rizado, ojos negros, nariz
recta de aletas fuertes, bigote espeso y boca grande, con la dedicatoria «A
Juan Carlos, más que un amigo un hermano, Pancho»; los dos jóvenes ya
descriptos, sonriendo sentados junto a una mesa cubierta de botellas de cerveza
y cuatro vasos, sobre los muslos de ellos sentadas dos mujeres jóvenes, con
escotes bajos, carnes fatigadas, rostros desmejorados por los afeites excesivos
y al fondo del mostrador de bar almacén cargado de damajuanas, una barrica de
vino, estantes con latas de conservas, paquetes de especias, cigarrillos,
botellas; escena campestre bajo un algarrobo, tendido en el pasto un mantel
cargado de platos con milanesas, huevos duros, tortillas y frutas, al fondo
muchachas y muchachos en actitud de esparcimiento, sentados en el pasto junto
al mantel una muchacha de pelo negro corto y ondulado que se adhiere al rostro
de óvalo perfecto, grandes ojos negros sombreados, expresión ausente, nariz
pequeña, boca pequeña, busto comprimido por el vestido de gasa floreada, y un
muchacho de pelo castaño claro, camisa abierta por donde asoma el vello del
pecho, amenazando con un tenedor empuñado como daga al plato de milanesas; la
misma muchacha de la fotografía anterior, sentada en pose de estudio
fotográfico, pero con la misma expresión indiferente, el vestido formando
drapeados en torno al busto, collar de perlas, cabello más largo lacio con raya
al medio y rizado permanente en las puntas, la dedicatoria dice: «Con simpatía,
Mabel, diciembre de 1935»; el rostro de la misma muchacha, el mismo peinado con
el agregado de una vincha atada por delante en moño enmarcando la frente, la
dedicatoria es «Un recuerdo de Mabel, junio de 1936»; un grupo de tres parejas
posando con ropas de época, respectivamente Restauración, Tercer Imperio y Fin
de Siglo, quedando la joven que encarna la última época más cerca del objetivo,
pelo rubio peinado hacia arriba descubriendo la nuca, ojos claros con expresión
deslumbrada, propia de quien contempla o imagina algo hermoso, nariz levemente
aguileña, cuello largo, figura esbelta; con fondo de sierras y álamos, arropado
con un poncho, el pulóver colocado bajo los anchos pantalones blancos de
cintura alta hasta el diafragma, el joven de pelo castaño claro, más delgado
pero con la tez bronceada por el sol y su sonrisa característica, y dedicatoria
«Con el cariño de siempre a mi vieja y hermanita, Juan Carlos, Cosquín 1937»;
brindando con sidra junto a una torta de cumpleaños una joven de baja estatura,
pese al jopo alto armado sobre la frente, con escote cuadrado y un broche en
cada ángulo, una mujer de edad sobriamente vestida y el joven de pelo castaño
claro, más delgado, con los ojos notablemente agrandados y cavados en el
rostro, mira su copa con sonrisa apenas esbozada; el joven de pelo castaño
claro en un sulky con fondo de sierras y cactus, los detalles no se distinguen
debido a que la fotografía ha sido tomada casi a contraluz.
Dormitorio de señorita, año 1937
Entrando a la derecha una cama de plaza
y media, con la cabecera pegada a la pared y encima un crucifijo con la cruz de
madera y el Cristo de bronce. A la izquierda de la cama una pequeña biblioteca
de cuatro estantes cargados de libros de texto de la escuela normal y algunas
novelas. Los libros de texto forrados con papel marrón y etiquetados, «María
Mabel Sáenz-Colegio Nuestra Señora del Pilar-Buenos Aires». A la derecha de la
cama la mesa de luz con un velador de pantalla de gasa blanca con motas verdes,
al igual que las cortinas de las ventanas y el cubrecama. Debajo del vidrio de
la mesa una foto postal de la rambla La Perla de Mar del Plata, una foto postal
de Puente del Inca en Mendoza y la fotografía de un joven grueso con cuidadas
ropas de campo, al lado de un caballo y un peón que asegura la cincha. A los
pies de la cama una piel de conejo veteada de blanco, negro y marrón. En la
pared opuesta a la cama una ventana con, a un lado, una repisa adornada de
muñecas, todas de cabello natural y ojos movibles, y al otro lado una cómoda
con espejo. Sobre la cómoda un juego de espejo de mano y cepillos con mangos
de terciopelo colocados en círculo alrededor de un portarretrato de nonato con
la fotografía de una muchacha sentada, el vestido formando drapeados en torno
al busto, collar de perlas, cabello lacio con raya al medio y rizado permanente
en las puntas. Otros adornos de las paredes: una pila bautismal de nácar, un
grupo de tres banderines estudiantiles, una imagen de Santa Teresita tallada en
madera y un grupo de cuatro fotografías con vidrio y marco tomadas en distintos
momentos de un asado campero con la presencia de un joven grueso con cuidadas
ropas de campo. En el centro del cielo raso una araña y la pared opuesta a la
puerta de acceso enteramente ocupada por un ropero. Cama, mesa de luz, cómoda,
espejo, araña y ropero del estilo llamado provenzal o rústico, de madera
oscura y herrajes prominentes; la repisa y los estantes para libros en cambio
de madera lisa, clara y barnizada. En el ropero hay colgados vestidos, abrigos
y dos delantales blancos tableados y almidonados. A la barra de donde cuelgan
las perchas hay atado un pequeño envoltorio de seda lleno de fragantes flores
secas de alhucema. En el mismo ropero a un lado se alinean cajones cargados de
ropa interior, blusas, pañuelos, medias, toallas y sábanas. Escondido entre
sábanas de hilo bordadas: un forro para bolsa de agua caliente de lana floreada
y bordes de puntilla. Adentro del forro dos libros científicos titulados Educación
para el matrimonio y La verdad sobre el amor. Entre dichos libros
una fotografía donde con otros jóvenes se ve una pareja sentada junto a un
mantel de picnic, ella con aire ausente y él apuntando a un plato con un
tenedor. Detrás de la fotografía se lee el siguiente texto: «Mi amor éste fue
el día más felis de mi vida. ¡Nunca soñé que pudiera hacerte mía! El día de la
primavera. Escondé esta foto hasta que se arregle todo. Te escribo estas
indiscresiones a propósito así no la podés mostrar a nadie, porque en esa pose
parezco un pabote y un poco "alegre". Ya sabes que por ahí me quieren
hacer fama de borrachín.
»En este momento te agarraría de la mano
y te llevaría hasta el cielo, o por lo menos ha alguna parte lejos de acá. ¿Te
acordás de los sauses llorones al lado de la lagunita? Yo no me los olvido más.
»Te quiere más y más Juan Carlos, 21 de
setiembre de 1935.»
En el mismo cajón, debajo del papel
blanco clavado con tachuelas que cubre el fondo, están escondidos dos números
de la revista Mundo femenino, publicados en fechas 30 de abril y 22 de
junio de 1936. En la sección «Correo del corazón» figuran consultas de una
lectora que firma «Espíritu confuso» y las respectivas respuestas que da María
Luisa Díaz Pardo, redactora de la sección. El texto del primer número es el
siguiente: «Querida amiga: hace más de un año que compro esta revista y siempre
leo su sección, por lo general apasionante. Pero no me imaginé que un día tendría
que recurrir a su consejo. Tengo dieciocho años, soy maestra, recién recibida,
y mis padres tienen una posición desahogada. Me ama un muchacho bueno pero de
incierto porvenir. Es muy joven todavía, y puede cambiar, pero mi familia no lo
quiere. Trabaja como perito mercantil pero ha tenido discusiones con sus
superiores por frecuentes ausentismos. Ha pasado una época de resfríos
continuos y a menudo se siente cansado. Yo se lo creo pero la versión
circulante es que le gusta demasiado divertirse, que es muy mujeriego, que por
lo menos una vez a la semana se embriaga con sus amigotes. Me acompaña en
paseos y bailes desde hace unos meses, al principio yo estaba segura de
quererlo con toda el alma, pero cada día (él viene hasta la puerta de calle a
la tardecita después del trabajo, yo lo espero allí así no tiene que entrar ni
tocar el timbre, y merodeamos un poco por las calles del pueblo o por la plaza
y si hace mucho frío nos quedamos refugiados en el zaguán, que de ahí no pasa
nuestra intimidad) cuando se va y entro a casa tengo que soportar los reproches
de mis padres, reproches que cual gota de agua van horadando la piedra. Así es
que espero con agrado la llegada de él todos los días pero ni bien entreveo
acercarse su apuesta figura ya estoy nerviosa pensando en que puede salir mi
mamá, o peor aun mi papá, y exigir a mi festejante alguna explicación o hacerle
alguna insinuación hiriente, todo lo cual hace que él me encuentre a menudo
irritable. Yo le digo que es la nerviosidad natural de mi primer año ejerciendo
como maestra, nada menos que de quinto grado. Pero lo que me ha tornado
irritable es la duda: ¿lo quiero o no lo quiero? Últimamente ha surgido un
nuevo personaje en discordia: un joven estanciero de origen inglés, menos
apuesto que "él" pero de trato agradable, se ha valido de su amistad
con papá para introducirse en casa y dirigirme palabras galantes. Y he
aquí la disyuntiva... nos ha invitado a mí y a una acompañante (elegiré a una
tía materna) a pasar en su estancia los cuatro días feriados que tendremos a
partir del próximo 25 de mayo, y mis padres insisten en que vaya, a lo cual
"él" se ha opuesto rotundamente. Yo he decidido... ir, porque de ese
modo sabré si lo echo de menos o no. ¿Pero si cumple su palabra y no me mira
más como efectivamente me ha conminado?
»Amiga, aguardo su consejo valioso, suya
«Espíritu confuso (Pcia. de Buenos
Aires).»
La respuesta de la redactora es la
siguiente: «Envidiable Espíritu confuso: No te envidio la confusión del
espíritu sino lo mucho que tienes en la vida. Creo que a tu festejante no lo
quieres tanto como para afrontar el rompimiento con tus padres. Tu caso es
típico de las jovencitas crecidas en el seno de un hogar feliz y próspero.
Seguir con tu amorío (perdóname el término) significaría romper esa armonía
familiar que ya sientes amenazada. Y créeme que por un amorío no se paga
semejante precio. Eres muy joven y puedes esperar la llegada de un príncipe
azul al paladar de todos. Que lo pases bien en la estancia, estudia inglés y
trata de aprender por último, nunca al principio, la palabra "yes",
que significa... ¡sí! Usando poco ese monosílabo conquistarás al mundo y, más
importante aún, asegurarás tu felicidad y la de tus padres. Siempre a tus
órdenes,
»María Luisa Díaz Pardo.»
La consulta del número correspondiente
al 12 de julio de 1936 es la siguiente: «Querida amiga: la vida me ha jugado
una mala pasada. Lo que usted me aconsejó estaba acertado, pero han surgido
complicaciones imprevistas. En efecto mi festejante se enojó al ir yo a esa
estancia, y tal incidente sirvió para cortar nuestras relaciones. Le confieso
que la estadía en la estancia no fue lo que me esperaba pues pasábamos largos
ratos frente a frente con ese caballero sin decir una palabra. En el momento de
despedirnos me quiso arrancar una promesa pero yo le dije que no me parecía el
caso, ya que a él yo no le inspiraba ni palabras ni gestos. Me respondió que el
carácter inglés es así, de poco hablar, que envidiaba a los latinos
dicharacheros, pero que él aun en silencio se encontraba muy a gusto junto a
mí. En cuanto a los gestos, eso fue tan sólo una forma mía de decir, significando
que no me arrancaba flores, o que no seleccionaba discos a mi gusto (siempre
hacía oír los de su predilección), pero él lo comprendió mal, creyó que yo le reprochaba
que no intentase tomarse libertades conmigo. Respecto a eso aclaró que si
nuestras vidas habrían de unirse, para eso quedaría tiempo. Qué poco romántico
¿verdad? Yo sinceramente esperaba un beso de pasión para terminar de saber si
él me agradaba o no. De todos modos no le prometí nada, ¿qué quiere decir "yes"?
¡ignoro esa palabra! y como usted lo anticipó eso surtió efecto porque ha
escrito a mis padres invitándonos a todos para las vacaciones de invierno a
partir del día 9 de julio, por dos semanas completas. Es posible que aceptemos.
Pero lo que tengo ahora que contar es tan triste que me abruma y no sé cómo
expresarme.
»Pocos días después de volver del campo
mi papá me llamó aparte, en su escritorio nos aguardaba nuestro médico de
familia. En la más total confidencia me dijo que mi ex festejante estaba algo
delicado de los pulmones, según lo revelaban los análisis recientes ¡padece de
un principio de cierta enfermedad altamente contagiosa! Yo no daba crédito a
mis oídos y hasta pensé que se trataba de una treta de papá. El médico agregó
que yo deba rehuir su compañía y que dado el enojo surgido apenas dos semanas
atrás yo debía aprovechar esa excusa y no verlo más, hasta que lograra curarse.
Al día siguiente vi a la madre y a la hermana de mi ex festejante casualmente
en un comercio y las noté cariñosas conmigo pero terriblemente entristecidas.
Quedé convencida de que todo era, desgraciadamente, verídico. Además al día
siguiente, sin consultarme, mi mamá me dijo que a las cinco teníamos hora con
el médico para tomarme algunas radiografías. Ya hemos visto el resultado:
estoy sana.
»Ahora bien, ¿qué hacer para ayudar a mi
querido? En este momento me avergüenzo de haberlo hecho sufrir. Tal vez un día
la vida nos vuelva a unir, porque creo amarlo de verdad ¿o será sólo compasión?
Le ruego, amiga consejera, que me ayude a dilucidar mis verdaderos
sentimientos. Anhelante espera,
«Espíritu confuso (Pcia. de Buenos Aires).»
La respuesta de la redactora es la
siguiente: «Espíritu confuso pero generoso: confío en que saldrás adelante.
Seguramente lo que sientes ahora por él es compasión, sumada a la nostalgia de
días más jubilosos. He consultado con un médico y me ha dicho que puedes verlo
como amiga, tomando precauciones. Trata de no acercarte mucho y de
acostumbrarte a palmearlo solamente al encontrarte con él, mientras que al
despedirte puedes darle la mano, ya que enseguida tendrás posibilidad de
lavarte las manos con jabón y luego empaparlas en alcohol. Sí, ofrécele tu
amistad, pero no de manera repentina o sospechosa, espera una oportunidad
propicia, pues los afectados por esa enfermedad desarrollan una gran
susceptibilidad. No le dejes ver tu compasión. Dado su carácter, es lo que más
le heriría.
»En cuanto a tu futuro, no olvides que
el inglés es un extraño pero bello idioma. Hasta siempre,
«María Luisa Díaz Pardo.»
De este mismo número de la revista Mundo
femenino, en dos páginas faltan las imágenes, recortadas con tijera,
correspondientes a las siguientes leyendas: «Coqueto conjunto para cocktail
realizado en seda moirée, con casquete Julieta, según la nueva moda inspirada
por la superproducción Metro-Goldwyn-Mayer Borneo y Julieta, del
inmortal W. Shakespeare. Foto M-G-M.» y «La nueva sensación del cine, Deanna
Durbin, propone a las jovencitas este luminoso conjunto para ciclismo,
realizado en jersey de hilo blanco, destacándose los bordes con vivo en
"zigzag" color rojo. Foto Universal Pictures.»
Detrás de la ventana de la habitación ya
descripta se ve un primer patio, cubierto por plantas de parra que se trepan y
enroscan a un tejido de alambre colocado a modo de techo, más allá canteros con
rosales y jazmineros, por último una gran higuera que sobrepasa la altura del
tapial lindante con un terreno donde se construye el edificio de dos pisos destinado
a la nueva Comisaría. Uno de los albañiles de la obra se protege del sol con
una boina vasca de la que escapa el pelo rizado, negro como el bigote espeso
sobre la boca grande y como los ojos que miran desde los andamios, por entre
las ramas de la higuera en dirección al patio de rosales, jazmineros, parrales
y ventanas cubiertas por cortinas de gasa blanca con motas verdes.
Agenda 1935
Marzo
Martes 14, Santa Matilde, reina. ¡Agenda vieja y peluda! Hoy te empiezo con una
viuda.
Miércoles 15, San César, mártir. Pedí adelanto 15 pesos para regalo vesino viuda,
regalo viuda y gastos generales.
Sábado 18, San Gabriel Arcángel. Timba en «La Criolla», pasa Perico con el auto.
Domingo 19, San José. Milonga en el club, convidé a Pepe y a los hermanos
Barros, dos bueltas. Me la deben para la próxima.
Miércoles 22, Santa Lea, monja. Cita a las 19, Clarita.
Jueves 23, San Victoriano, mártir. Cita en «La Criolla», Amalia, conseguir coche.
Sábado 25, Anunciación de la Virgen
María. Viuda, 2 de la mañana.
Domingo 26, Pascua de Resurrección. Promesa ir Misa con mamá y Celina, 10 hs. (¿en
camilla?).
Jueves 30, Beato Amadeo. Cita en «La Criolla», Amalia, pedir coche a Perico.
Anular, gripe, pedir Pancho avice Amalia. No, Pancho peligroso, que espere la
gorda, sentada para que no se canse.
Abril
Martes 4, San Isidro, mártir. Cobré sueldo menos adelanto ¡ahijuna!
Jueves 6, San Celestino, mártir. Falté trabajo, gripe cama, recaída.
Viernes 7, San Alberto, mártir. Falté trabajo, gripe, cama.
Lunes 10, San Terencio, obispo. Falté trabajo, gripe, levantado entrecasa.
Martes 11, León I, papa. Vuelta al yugo.
Jueves 20, Santa Adalgisa, virgen. ¡Gané $120 timba Club!
Sábado 22, San Anselmo, obispo. Llevar Pancho timba «La Criolla», los Barros me la
juraron.
Domingo 23, San Alberto, mártir. Ir salida de Misa, pedir disculpas Clarita. Clarita
finiquitada que se haga rogar por su abuela. Juro por mi honor fidelidad viuda,
alias la tranquila.
Jueves 27, Santas Ida y Zita. Falté cita viuda, culpa semillón «La Criolla», Pancho
papelón bomitó mesa. Recordar pedir disculpas viuda, alias la buena.
Julio
Viernes 7, Santa Rita. Llega 20:15 tren de Bs. As. con pupilas de
vacaciones. Dar vistaso.
Sábado 8, San Adrián, mártir. Milonga Club Social. Prestar guita Pancho timba «La
Criolla». Perdió. Me apunté un poroto en el Social.
Domingo 9, Santa María Goretti. Falté cita Misa, imperdonable. La piba más linda del
mundo plantada por un pobre desgrasiado. Día entero en casa encerrado, escusa
tos. La verdad de la milanesa: ¡qué lindo es dormir hasta las doce!
Lunes 10, San Félix, mártir. ¡La vi! se creyó el cuento de mi hermana ¡gracias
Celina! «Se ve que sos serio, preferís quedarte el domingo en casa para curarte
el resfrío y trabajar el lunes.» Se ve que sos presiosa...
Jueves 13, San Anacleto, papa. Van tres días que no la veo. Cita viuda 23:30 horas.
Viernes 14, San Buenaventura. ¡Gracias San Buenaventura! La encontré a la salida
de la novena. Mabel, Mabel, Mabel, Mabel. A las 22 cita con Celina y su
hermanito (un servidor) para cine. La película que menos entendí en toda mi
vida.
Sábado 15, San Enrique, emperador. Milonga íntima en casa de Mabel, despedida zaguán.
El mundo es mío.
Domingo 16, Virgen del Carmen. Se me volvió a Buenos Aires. Puedo hacerme monja y
entrar al internado. ¿Quién me lo impide? Es mi vocasión.
Septiembre
Martes 10, San Casimiro, mártir. Faltan 10 días.
Miércoles 11, San Germán, rey. Faltan 9 días.
Jueves 12, San Serafín, obispo. Faltan 8 días.
Viernes 13, San Eduardo, rey. Faltan 7 días.
Sábado 14, San Calixto, obispo. Faltan 6 días. Me pelaron $ 97 en «La Criolla».
Domingo 15, Santa Teresa, virgen. Cumplir promesa, ir Misa. Faltan 5 días.
Lunes 16, San Gallo, mártir. Faltan 4 días. Cita Amalia en «La Criolla» conseguir
auto Perico. Martes 17, Santa Eduvigis, mártir. Faltan 3 días.
Miércoles 18, San Lucas, evangelista. Pasado mañana...
Jueves 19, San Pedro de Alcántara. ¡Mañana!
Viernes 20, Santa Irene, virgen. Tren procedente de Buenos Aires llega 20:15 horas.
¡¡¡Es más linda de lo que me acordaba!!! Nos dimos la mano. Delante de la
vieja.
Sábado 21, San Mateo, apóstol. Día de la Primavera, Día de los Estudiantes ¡cómo
tardás en llegar! Excursión a picnic en estancia «La Carola».
Cita 7:30 frente Confitería «La
Moderna». Celina lleva comida... Soy el ser
más felis de la tierra y prometo ante dios comportarme como un hombre de
verdad, juro no contarlo a nadie y casarme con ella.
Domingo 22, San Mauricio, mártir. Salida tren 10,30 horas. Qué lejos está diciembre...
Me tiró un beso con la mano delante de la madre. A estas horas ya estará en el
colegio.
CUARTA
ENTREGA
...sus ajos azules muy pandes se abrieron...
Alfredo Le Pera
El día jueves 23 de abril de 1937 el sol
salió a las 5:50. Soplaban vientos leves de norte a sur, el cielo estaba
parcialmente nublado y la temperatura era de 14 grados centígrados. Nélida
Enriqueta Fernández durmió hasta las 7:45, hora en que su madre la despertó.
Nélida tenía el pelo dividido en mechones atados con tiras de papel,
mantenidos en su lugar por una redecilla negra que ceñía el cráneo entero. Una
enagua negra hacía las veces de camisón. Calzó un par de alpargatas viejas sin
talonera. Tardó 37 minutos en componer el peinado diario y maquillarse,
interrumpida por cinco mates que le alcanzó su madre. Mientras se peinaba pensó
en los entredichos del día anterior con la cajera de la tienda, en la inconveniencia
de desayunarse con café con leche acompañado de pan y manteca, en la languidez
de estómago que habría de sentir a las once de la mañana, en la conveniencia de
tener en el bolsillo un paquete de pastillas de menta, en el paso siempre
animado y rápido de la caminata a mediodía de vuelta a su casa, en los
forcejeos consabidos con Juan Carlos la noche anterior junto al portón de su
casa, y en la necesidad de quitar las manchas de barro de sus zapatos blancos
con el líquido apropiado. Al maquillarse pensó en las posibilidades seductoras
de su rostro y en las distintas opiniones escuchadas sobre el efecto positivo
o negativo del sombreado natural de las ojeras. A las 8:30 salió de su casa.
Vestía uniforme de algodón azul abotonado adelante, con cuello redondo y mangas
largas. A las 8:42 entró en la tienda «Al Barato Argentino». A las 8:45 estaba
en su puesto detrás de la mesa de empaquetar, junto a la cajera y su caja
registradora. Los demás empleados, veintisiete en total, también se dispusieron
a ordenar sus puestos de trabajo. A las 9 horas se abrieron las puertas al
público. La empaquetadora compuso su primer paquete a las 9:15, una docena y
media de botones para traje de hombre. Entre las 11 y las 12 debió apresurarse
para evitar que los clientes esperasen. Las puertas se cerraron a las 12 horas,
el último cliente salió alas 12:07. A las 12:21 Nélida entró a su casa, se lavó
las manos, notó que su padre —en el galpón del fondo afilando tijeras de podar—
la había visto llegar y había agachado la cabeza sin saludarla. Se sentó a la
mesa, de espaldas a la cocina a leña. Su padre entró a lavarse las manos en la
pileta ocupada por una cacerola sucia y le reprochó que la noche anterior se
hubiese despedido de Juan Carlos casi a medianoche, pese al viento frío,
conversando junto al portón desde las 22:00. Nélida tomó la sopa sin contestar,
su madre sirvió papas hervidas e hígado saltado. Cada uno tomó tres cuartos de
vaso de vino. Nélida dijo que la cajera no la había saludado al entrar a la
tienda, cortó algunos granos de un racimo de uvas y se recostó en su
habitación. Pensó en el gerente de la tienda, en el cuello duro desmontable
que usaba siempre, en la vendedora señalada como su amante, en la conveniencia
de encontrarlos en el sótano en actitud comprometedora para así poder
asegurarles su total discreción y hacerse acreedora a un favor, en el doctor
Aschero y su atractiva camisa médica de mangas cortas y martingala en la
espalda, en cómo le desfavorecía quitarse la camisa, en el batón de seda china
importada de la señora Aschero, en el uniforme gris de la sirvienta Rabadilla,
en el frente de la casa del doctor Aschero con zócalo de mármol negro de un
metro de altura contrastando con el revoque blanco del resto de la pared, en
el frente de ladrillos de la casa de Juan Carlos y en el patio con palmeras que
se divisaba desde la calle, en el cuello almidonado de la camisa a rayas de
Juan Carlos, en su queja de que el almidón le había irritado la piel del
cuello, en su pedido de que ella le besara la piel afectada, en los forcejeos
que siguieron, en la posibilidad de que Juan Carlos la abandonara en caso de
comprobar que había habido otro hombre en su vida, en la posibilidad de dejar
que Juan Carlos lo comprobara sólo pocas semanas antes del casamiento, en la
posibilidad de que Juan Carlos lo comprobara la noche de bodas, en la
posibilidad de que Juan Carlos la estrangulara en un hotel de Buenos Aires la
noche de bodas, en el olor a desinfectante del consultorio del doctor Aschero,
en el auto verde oliva del doctor Aschero, en la enferma que salvaron en una
chacra, en la luz del sol que entraba por la ventana y no la dejaba conciliar
el sueño, en el esfuerzo para levantarse de la cama y cerrar las persianas, en
el alivio que significa para la vista la habitación en penumbra. A las 13:30 su
madre la despertó con un mate dulce, a las 14 horas ya había recompuesto su
arreglo personal, a las 14:13 entraba en la tienda, agitada por la caminata a
paso cerrado. A las 14:15 se colocó puntualmente detrás de su mesa de
empaquetadora. Descubrió con sorpresa la existencia escasa de papel en rollo
mediano, buscó con la vista al gerente, no lo vio, inmóvil pensó en la
posibilidad de que el gerente pasara y no la viera en su puesto mientras ella
iba a buscar el repuesto necesario al sótano. La cajera no estaba sentada
todavía en su banquillo, Nélida bajó corriendo al sótano y no encontró el
repuesto. Al volver se enfrentó con el gerente quien inmediatamente llevó la
mano a la cintura y desenfundó el reloj de bolsillo con gesto severo. Dijo a
Nélida que llegaba tarde a su puesto. Nélida respondió que había ido a buscar
algo al sótano y no lo había encontrado, ya en su puesto le mostró el rollo con
poco papel. El gerente contestó que había suficiente papel para el día y que si
se le terminaba podía usar el rollo grande y calcular el ancho del rollo como
si fuera el largo del paquete a hacer. Sin mirar a Nélida agregó que era necesario
emplear el ingenio y ante todo estar en su puesto a la hora debida. Esto último
lo dijo de espaldas mientras se alejaba, para evitar contestación. A las 14:30
se abrieron las puertas de la tienda. Resultaron fáciles de resolver los
paquetes de cortes de género y de artículos de la sección «Mercería Fina» y
dificultosos los sombreros. Habitualmente el artículo que Nélida empaquetaba
con mayor placer era la oferta especial de una docena de botones tintineantes
cosidos a recortes cuadrados de cartón; en cambio temía a las macetas con
plantas de la nueva sección anexa «Vivero Siempreverde». Cambió palabras
amables con la clienta que observaba halagada su cuidado para no quebrar
durante el manipuleo del empaquetado la pluma del sombrero. La cajera
intervino en la conversación con observaciones lisonjeras, y al desaparecer la
clienta miró la cajera a Nélida por primera vez en el día y le dijo que el
gerente era una porquería. A las 18:55 comenzaron a cerrar las puertas de la
tienda y a las 19:10 salió la última clienta con un paquete conteniendo un
cierre relámpago y la boleta correspondiente. Antes de retirarse Nélida dijo
al gerente con expresión impersonal que en el sótano no quedaban repuestos para
rollo mediano y salió sin esperar respuesta. El aire afuera estaba agradable y
pensó que no haría frío más tarde junto al portón de su casa. Al pasar por el
bar «La Unión» miró con displicencia aparente hacia el interior. Vio la cabeza
desmelenada de Juan Carlos de espaldas, en una mesa de cuatro donde se jugaba a
los dados. Se detuvo un instante esperando que Juan Carlos diera vuelta la
cabeza. No resistió el impulso de mirar hacia las otras mesas. El doctor
Aschero tomaba un aperitivo con un amigo y la estaba mirando. Nélida enrojeció
y siguió caminando. Su madre secaba el piso del baño y le dijo que quedaba poca
agua caliente porque su padre se acababa de bañar. Nélida preguntó malhumorada
si había limpiado bien la bañadera. Su madre le preguntó a su vez si la creía
una vieja sucia de rancho y le recordó que siempre al volver de la tienda le
tenía preparada la bañadera limpia. Nélida tocó con asco el pedazo de jabón
para lavar ropa del cual habría de servirse para su aseo. Se sumergió en la
bañadera semillena. Con sólo la cabeza fuera del agua pensó en un nuevo producto
de la sección «Regalos Distinguidos»: una caja ovalada de celofán incoloro
llena de tabletas traslúcidas verde esmeralda para perfumar las aguas de baño.
Se alarmó ante la posibilidad de que el jabón barato le dejara su olor a
desinfectante en la piel; el agua de la canilla ya salía fría cuando terminó de
enjuagarse cuidadosamente. Después de secarse olió sus manos y se tranquilizó,
pensó en que Juan Carlos no había querido ir más a bailar al Club Social los
domingos a la tarde prefiriendo llevarla al cine, pensó en que no tenía ninguna
otra amiga en el Club, pensó en Celina, en sus ojos verdes, pensó en los gatos
de ojos verdes, pensó en la posibilidad de hacerse amiga de un gato, amiga de
una gata, sobarle el lomo, pensó en una gata vieja con sarna, cómo curarle la
sarna, llevarle de comer, elegir el plato más bonito de la alacena y llenarlo
de leche fresca para una gata vieja sarnosa, pensó en que la madre de Juan
Carlos volviendo de la novena los saludó sin entusiasmo el domingo a la salida
del cine, pensó en la muerte natural o por accidente de la esposa de Aschero,
en la posibilidad de que Aschero la pidiese por esposa en segundas nupcias, en
la posibilidad de casarse con Aschero y abandonarlo después de la luna de miel,
en la cita que se daría con Juan Carlos en un refugio entre la nieve de Nahuel
Huapi, Aschero en el tren: en bata de seda sale del retrete y se dirige por el
pasillo hacia el camarote, golpea suavemente con los nudillos en la puerta,
espera en vano una respuesta, abre la puerta y encuentra una carta diciendo que
ella ha bajado en la estación anterior, que no la busque, mientras tanto Juan
Carlos acude a la cita y llega al refugio, la encuentra con pantalones negros
y pulóver negro de cuello alto, cabellera suelta rubia platinada, se abrazan,
Nélida finalmente se entrega a su verdadero amor. Nélida pensó en la
posibilidad de no secar el piso del baño. Después de vestirse lo secó. Su madre
comió las sobras del hígado saltado y Nélida una milanesa con ensalada de
lechuga y huevos duros. Su padre no se sentó a la mesa como era su costumbre
por la noche. A las 20:30 sintonizaron una estación de radio que transmitía un
programa de canciones españolas. Sin dejar de escuchar la madre levantó la
mesa, Nélida le pasó un trapo húmedo al hule e instaló su costurero y un
vestido al que faltaba confeccionar los ojales. A las 21:00 terminó el programa
español y comenzó una audición de recitados camperos. A las 21:20 Nélida
comenzó a retocar su peinado y maquillaje. A las 21:48 se instaló en la entrada
de la casa junto al portón. A las 22:05 divisó a Juan Carlos a una cuadra de
distancia. A las 22:20 Nélida y Juan Carlos vieron que la luz del dormitorio de
los padres estaba ya apagada. Dejaron la vereda y dieron unos pasos hacia
adentro. Nélida como de costumbre apoyó la espalda contra la columna metálica,
sostén del alero de chapas. Cerró los ojos como de costumbre y recibió en la
boca el primer beso de la noche. Sin darse cuenta decidió que si la viejita
mendiga del portal de la iglesia le ponía un puñal en la mano con gusto mataría
a Celina. Juan Carlos volvió a besarla, esta vez estrechándola muy fuerte con
los brazos. Nélida recibió caricias, más besos, un piropo y abrazos de variada
intensidad. Con los ojos cerrados le preguntó a Juan Carlos si estaba
aprovechando sus días de licencia para descansar y también le preguntó qué
había hecho esa tarde antes de ir al bar. Él no le contestó. Nélida abrió los
ojos al notar que él la soltaba y daba un paso hacia el cerco de ligustro,
prolijamente podado por su padre. Nélida abrió los ojos más aun al ver que Juan
Carlos estiraba una mano y arrancaba una rama, a continuación dijo que ella le
contaba todo lo que hacía y no veía la razón por la cual él no podía hacer lo
mismo. Juan Carlos repuso que los hombres necesitaban callar ciertas cosas.
Nélida le observó el cabello abundante con algunos mechones sueltos
metalizados por la luz blanca de una lamparita del alumbrado municipal colocada
en el medio de la calle, y sin saber por qué pensó en terrenos baldíos
cubiertos por matorrales y pastos curvados, iluminados a la noche por las
lamparitas del alumbrado municipal; Nélida le miró los ojos claros, no verdes
como los de Celina sino castaño claro, y sin saber por qué pensó en lujosos
jarros de miel; Juan Carlos cerró los ojos cuando ella le acarició la cabeza
despeinada y Nélida al verle las pestañas espesas y arqueadas pensó sin saber
por qué en alas de cóndor desplegadas; Nélida le miró la nariz recta, el bigote
fino, los labios gruesos, le pidió que le mostrara los dientes y sin saber por
qué pensó en casas de la antigüedad vistas en libros de texto con balaustradas
blancas y columnatas sombreadas altas y elegantes; Nélida le miró la nuez
colocada entre los dos fuertes músculos del cuello, y los hombros anchos, y
sin saber por qué pensó en los nudosos e imbatibles árboles de la pampa
bárbara: el ombú y el quebracho eran sus árboles favoritos. A las 23:20 Nélida
le permitió pasarle la mano por debajo de la blusa. A las 23:30 Juan Carlos se
despidió reprochándole su egoísmo. A las 23:47 Nélida terminó de dividir su
pelo en múltiples agrupaciones sujetas con papel. Antes de dormirse pensó en
que el rostro de Juan Carlos no tenía defectos.
El ya mencionado jueves 23 de abril de
1937 Juan Carlos Jacinto Eusebio Etchepare se despertó a las 9:30 cuando su
madre golpeó a la puerta y entró al cuarto. Juan Carlos no contestó a las
palabras cariñosas de su madre. La taza de té quedó sobre la mesa de luz. Juan
Carlos se abrigó con una bata y fue a cepillarse los dientes. El mal gusto de
la boca desapareció. Volvió a su habitación, el té estaba tibio, llamó a su
madre y pidió que se lo calentara. A las 9:55 tomó en la cama una taza de té
casi hirviente, con la convicción de que ese calor le haría bien al pecho.
Pensó en la posibilidad de beber constantemente cosas muy calientes y
envolverse en paños calientes, con los pies junto a una bolsa de agua caliente,
la cabeza envuelta en una bufanda de lana con únicamente la nariz y la boca
descubiertas, para terminar con la debilidad de su aparato respiratorio. Pensó
en la posibilidad de aguantar sofocado días y semanas en cama, hasta que el
calor seco terminase con la humedad de sus pulmones: la humedad y el frío
hacían brotar musgo de sus pulmones. Se volvió a dormir, soñó con ladrillos
rojizos, el pozo donde se mezclan los materiales para ladrillos, el pozo
ardiente de la cal, los ladrillos crudos blandos, los ladrillos en cocción, los
ladrillos endurecidos indestructibles, los ladrillos a la intemperie en la obra
en construcción de la Comisaría nueva, Pancho le mostraba una pila de ladrillos
rotos inservibles que se devuelven al horno para ser triturados y vueltos a
cocer, Pancho le explicaba que en una construcción no se desperdiciaba nada.
Su madre lo despertó a las 12:00, Juan Carlos estaba sudando. Al levantarse se
sintió muy debilitado. Le preguntó a su madre si había agua caliente para
bañarse y si tenía la barba muy crecida para ir a la cita con el médico sin
afeitarse. Su madre le contestó que se afeitara ya, y que todos los días
debería hacerlo al levantarse, y que la noche anterior se había acostado muy
tarde, y que a un muchacho como él lo querrían lo mismo las chicas aunque no se
afeitara momentos antes de ir a verlas. Agregó que cuando retomara su trabajo
en la Intendencia tendría que acostumbrarse a dejar la cama un rato antes y
afeitarse, porque era en su trabajo donde tenía que lucir mejor y no por ahí
noviando. En ese momento llegó Celina con guardapolvo blanco de maestra y
varios cuadernos debajo del brazo, su madre cambió una mirada con ella y
preguntó a Juan Carlos adónde había estado la noche anterior hasta las tres de
la mañana y si había perdido dinero en el juego. Juan Carlos contestó que no
había estado jugando. Su madre dijo que entonces había estado con Nélida. Juan
Carlos asintió. Su madre preguntó cómo era posible que los padres la dejaran
conversar en la vereda hasta las tres de la mañana, y al no tener respuesta
pidió a Juan Carlos que si quería bañarse y afeitarse antes de almorzar por
favor lo hiciera enseguida. A las 12:55 Juan Carlos salió del baño duchado,
pero sin afeitarse. Al entrar al comedor empezó a notar los síntomas de sus
habituales acaloramientos. Su madre y Celina estaban sentadas a la mesa. Juan
Carlos se tomó de su silla, pensó en volver al dormitorio y acostarse, ellas lo
miraron, Juan Carlos se sentó. Sopa de cabellos de ángel, después carne a la
plancha y puré. El bife de Juan Carlos era alto y jugoso, poco cocido, a su
gusto. Al empezar a cortarlo ya sintió la frente bañada de sudor. Su madre le
dijo que se acostara, era peligroso transpirar y después enfriarse. Juan Carlos
no contestó y fue a su cuarto. Pocos minutos después le llevaron la comida en
una bandeja a la cama. Juan Carlos halló que el bife estaba frío. Lo llevaron
de nuevo a la plancha, Celina lo dejó pocos segundos tocar el hierro de un lado
y del otro para que no se cociera demasiado. Juan Carlos lo encontró demasiado
cocido. Su madre y Celina estaban de pie en la habitación mirándolo, esperando
alguna orden. Juan Carlos les pidió que se fueran a terminar de almorzar. Sin
ganas terminó su plato. Cuando su madre entró con el postre, una manzana asada,
Juan Carlos ya se sentía mejor y dijo que antes de la serie de resfríos y
bronquitis a veces se había sentido muy acalorado después de una ducha, y que
tanto él como el resto de la familia se estaban sugestionando inútilmente. El
almuerzo le sentó bien. Su madre y Celina dormían la siesta, salió a la calle
con la misma ropa del almuerzo —pantalón de franela gris, camisa de lanilla a
cuadros celestes, pulóver de manga larga azul— más una campera de cuero marrón
oscuro con cierre relámpago. Esa prenda, típica de rico propietario de campo,
por la calle despertó reacciones variadas. Juan Carlos sonrió satisfecho al
notar la mirada despectiva de un dueño de panadería que conversaba en la vereda
con un proveedor. El sol templaba el aire pero a la sombra hacía frío. Juan
Carlos eligió la vereda soleada y abrió el cierre de la campera. A las 14:48
llegó a «La Unión», el bar de más categoría. En una mesa tomaba café un hombre
canoso que lo saludó con alegría agitando la mano al verlo entrar. Juan Carlos
aceptó acompañarlo hasta un corral de hacienda a pocos kilómetros del pueblo,
pero antes ordenó un café y telefoneó: tratando de que no lo oyera nadie dio
una excusa falsa a la enfermera para cancelar la consulta. Juan Carlos pensó en
la posibilidad de que el médico después de revisarlo le dijese que la semana de
descanso le había sentado bien; en la posibilidad de que le impusiera prolongar
el descanso más allá de la semana siguiente, fin de su licencia; en la
posibilidad de que le impusiera descansar todo el invierno, como ya había
insinuado; en la posibilidad de que se hubiera descubierto un inmenso
malentendido de radiografías: aquella placa con una leve sombra en el pulmón
derecho no era la suya sino otra, la de un pobre condenado a morir después de
dos o tres años privándose de mujeres y demás juergas. A las 15:50 Juan Carlos
se paseaba bajo el sol por un terreno contiguo al corral en que su amigo
hablaba con los peones. El campo era de color marrón claro y oscuro, alrededor
de un tanque australiano crecían plantas enanas de manzanilla con tallo verde y
flor amarilla y blanca. Juan Carlos recordó que de niño siempre alguien le
decía que no masticara la flor de manzanilla, porque era venenosa. A las 16:15
el sol alumbraba menos y Juan Carlos pensó que de haber ido al consultorio a
esa hora el médico ya le habría dicho cómo estaba su salud. A las 16:30 su
amigo detuvo el coche frente a la obra en construcción de la Comisaría nueva
para que Juan Carlos descendiera. Se despidieron hasta más tarde en el bar.
Juan Carlos entró en la obra y preguntó a un albañil electricista dónde estaba
Pancho. En el futuro patio de la Comisaría tres obreros revocaban las paredes
del excusado y duchas para personal subalterno. Pancho le gritó que faltaban
solamente quince minutos para terminar la jornada, Juan Carlos se encogió de
hombros, Pancho le hizo un corte de manga y siguió trabajando pero pocos
segundos después corrió hasta él con la sensación de hacer una travesura y le
dio para que se entretuviera el juguete más codiciado por su amigo: un
cigarrillo. Juan Carlos fumó en la vereda, consciente de cada pitada. Una niña
casi adolescente pasó y lo miró. A las 16:55 los dos amigos llegaron al único
lugar donde Pancho se animaba a entrar en mameluco, un bar de fonda frente a la
estación del ferrocarril. Juan Carlos le preguntó si por seguir viviendo se
avendría a no tener más mujeres, a no tomar y a no fumar. Pancho le contestó
que no sacara otra vez ese tema y apuró la copita de grapa. Juan Carlos le dijo
que se lo preguntaba en serio. Pancho no contestó. Juan Carlos le iba a decir
algo más y se calló: que si tenía que renunciar a vivir como los sanos prefería
morirse, pero que aunque no le quitasen las mujeres y los cigarrillos lo mismo
prefería morirse si era a cambio de trabajar como un animal todo el día por
cuatro centavos para después volver a un rancho a lavarse bajo el chorro de
agua fría de la bomba. Juan Carlos le pidió otro cigarrillo. Pancho se lo dio
sin protestar. Agradecido Juan Carlos ordenó más grapa. Pancho le preguntó si
había aprovechado para mirar cómo era, de día, el patio de la construcción.
Juan Carlos preguntó a Pancho si también él había tenido relaciones sexuales la
noche anterior. Pancho dijo que por ser fin de mes no tenía dinero para ir a
«La Criolla». Juan Carlos le prometió acompañarlo el día 1° y le aconsejó que
mientras tanto abordase a Rabadilla, la sirvienta del doctor Aschero. Pancho
le preguntó por qué la llamaban Rabadilla y Juan Carlos contestó que cuando
chica tenía el trasero prominente y en punta como la rabadilla de una gallina;
en el rancho donde la crió una tía la empezaron a llamar así. A las 17:40
cerraron la discusión sobre Rabadilla aconsejando Juan Carlos a Pancho que si
no se apresuraba a dar el zarpazo se le adelantaría cualquier otro. A las 18:00
entró solo al bar «La Unión», notó que ningún parroquiano tosía. En una mesa
junto a la ventana estaban el agrónomo Peretti, el comerciante Juárez y el
veterinario Rolla: respectivamente un cornudo, un infeliz y un amarrete, pensó
Juan Carlos. En una mesa vecina había tres empleados de banco: tres muertos de
hambre, pensó Juan Carlos. En otra mesa, el doctor Aschero y el joyero-relojero
Roig: un hijo de puta con aliento a perro y una comadreja chupamedias, pensó
Juan Carlos. Se dirigió a una mesa del fondo donde se lo esperaba para jugar al
póker, sentados lo rodeaban tres hacendados: un cornudo más, otro cornudo y un
borrachín suertudo, pensó Juan Carlos. Estaba muy acalorado pero al quitarse
la campera la sensación pasó; contempló la posibilidad de ganar como el día
anterior para cubrir todos los gastos de bar y cine de las dos semanas de
licencia, y se concentró en el juego. Una hora después sintió picor en la
garganta, reprimió la tos y buscó con la mirada al mozo: el segundo pocillo
de café no llegaba. Tenía los pies fríos, de la cintura para arriba se le
desprendía en cambio un vaho caliente, se desabrochó el botón del cuello. El
mozo trajo el café. El picor de la garganta recrudeció. Juan Carlos rápidamente
quitó el envoltorio a los terrones de azúcar y sin esperar que se disolvieran
apuró el pocillo entero. Con disimulo se tocó la frente, caliente pero todavía
seca, pensó que la culpa de todo la debía tener el portón frío de la casa de
Nené. Recién entonces recordó que ella ya habría pasado por la vereda. A las
20:15 después de haber perdido pocos centavos volvió a su casa y fue
directamente al baño. Se afeitó con jabón especial, brocha y un jarro de agua
hirviente que su madre le alcanzó. A las 20:40 se sentaron a la mesa. Celina
contó que la madre de Mabel estaba desesperada porque la ausencia de la mucama
la obligaba a trabajar sin descanso, justamente en época de remates de
hacienda, con el novio de Mabel de paso por Vallejos y constantemente de visita
en la casa. Terminada la cena Celina tocó una pieza del álbum nuevo que le
había llegado de Buenos Aires, titulado «Éxitos melodiosos de José Mojica y
Alfonso Ortiz Tirado». Juan Carlos les recordó que era el momento de fumar el
único cigarrillo diario permitido por el médico. Entonces su madre tratando de
no dar importancia al tema le preguntó qué había dicho el médico esa tarde.
Juan Carlos respondió que por una emergencia el médico había debido abandonar
el consultorio toda la tarde. A las 22:00 salió de su casa, caminó dos cuadras
por calles de tierra y se encontró con Nélida. Cuando estuvieron seguros de que
los padres dormían, se besaron y abrazaron en el jardín. Juan Carlos como de
costumbre pidió a Nélida que le cediera sus favores. Ella se negó como de
costumbre. Juan Carlos pensó que Nélida era la Reina de la Primavera 1936, la
besó por segunda vez ciñéndola con fuerza y pensó en las maniobras que
infaliblemente la seducirían como habían seducido a muchas otras. Pero Juan
Carlos no dejó que sus manos descendieran más allá de la cintura de Nené.
Estuvo por decirle que no era un tonto, que solamente hacía el papel de tonto:
«che pibe, vos estás delicado, no te pasés de hembras porque vas a sonar, trata
de reducir la cuota, yo no te lo digo más, la próxima voy y como médico de la
familia se lo digo a tu vieja». Dominado por un impulso Juan Carlos
repentinamente tomó una mano de ella y suavemente la llevó hacia abajo, frente
a su bragueta, sin alcanzar a apoyarla. Era la primera maniobra de su estrategia
habitual. La mano de Nené oponía una resistencia relativa. Juan Carlos
titubeó, pensó que en el jardín de Nené no crecían flores silvestres de
manzanilla, según algunos eran venenosas ¿sería cierto?, ese invierno haría
mucho frío en el portón ¿se cumpliría su plan secreto antes de empezar los
fríos? ¿todas las noches de invierno en ese portón? pensó en un picaflor que
deja una corola para ir a otra, y de todas liba el néctar, ¿había gotas de
néctar en las flores de manzanilla? parecían secas. Pensó que tenía veintidós
años y debía conducirse como un viejo. Soltó bruscamente a Nélida y dio un paso
hacia el cerco de ligustro. Con rabia arrancó una rama. A las 23:20 consideró
necesario acariciarle los senos pasando su mano por debajo de la blusa y
corpiño, porque debía mantenerla interesada en él. A las 23:30 se despidieron.
A las 23:46 Juan Carlos pasó por la construcción de la Comisaría. En las casas
de la cuadra no había ventanas encendidas, no había gente en las veredas. A una
cuadra de distancia se veía una pareja caminar en dirección a él. Tardaron
cinco minutos en pasar, en la esquina doblaron y desaparecieron. Juan Carlos
miró nuevamente en todas direcciones, no se divisaba ningún ser viviente. Ya
era medianoche, la hora de la cita. El corazón empezó a latirle más fuerte,
cruzó la calle y entró en la construcción. Se abrió paso más fácilmente que la
noche anterior, recordando los detalles del patio vistos a la luz del día.
Pensó que para subir al tapial de casi tres metros de altura un viejo necesitaría
una escalera, no podría treparse como él por los andamios. Ya en lo alto del
tapial pensó que un viejo no podría pasar de un salto al patio contiguo. Sin
saber por qué recordó a la niña casi adolescente que lo había mirado esa tarde,
provocándolo. Decidió seguirla algún día, la niña vivía en una chacra de las
afueras. Juan Carlos se refregó las manos sucias de polvo contra la campera de
estanciero y se preparó para dar el salto.
QUINTA
ENTREGA
...dan envidia a las estrellas,
yo no sé vivir sin ellas...
Alfredo Le Pera
El ya mencionado jueves 23 de abril de
1937, María Mabel Sáenz, conocida por todos como Mabel, abrió los ojos a las
7:00 de la mañana cuando su reloj despertador de marca suiza sonó la alarma. No
pudo mantenerlos abiertos y volvió a quedarse dormida. A las 7:15 la cocinera
golpeó a su puerta y le dijo que el desayuno estaba servido. Mabel sentía todos
los nervios de su cuerpo adormecidos, entibiados, protegidos por vainas de miel
o jalea, los roces y los sonidos le llegaban amortiguados, el cráneo
agradablemente hueco, lleno sólo de aire tibio. El olfato estaba aguzado, junto
a la almohada de hilo blanco la nariz se estremeció en primer término, el olor
a esencias de almendra, a rastros de brillantina en la almohada, el olor pasó a
estremecerle el pecho y se propagó hasta las extremidades. A las 7:25 tomó café
con leche casi frío sentada sola en el comedor, no quiso que la cocinera se lo
recalentara, en cambio ordenó tostadas recién hechas, crocantes, las untó con
manteca. A las 7:46 entró a la escuela Número 1, dependiente del Ministerio de
Educación de la Provincia de Buenos Aires. A las 7:55 sonó la campana para formar
filas en el patio. Mabel se colocó al frente de la fila de alumnos de quinto
grado División B. La Directora de la escuela dijo «Buenos días, niños», los
alumnos contestaron a coro «Buenos días, señora Directora». A las 8:01 sonó
otra vez la campana y cada fila se dirigió a su aula. En la primera hora Mabel
tomó lección de Historia, tema «Los Incas». La campana del recreo sonó tres
veces, a las 9:00, a las 10:00 y a las 11:00; la campana de finalización de
clases sonó exactamente a mediodía. Para entonces Mabel había cumplido con su
plan de la mañana: explicar nuevos problemas de Interés, Razón y Capital,
evitar acarrear hasta su casa los cuadernos encarpetados corrigiendo los
deberes en la misma clase mientras los alumnos resolvían problemas
suplementarios de aritmética en sus cuadernos borradores, avisar en uno de los
recreos a Celina que tal vez iría después de almorzar a su casa y evitar trato
con los alumnos ya hombres que se sentaban al fondo de la clase. A las 12:20
llegó a su casa con mucho apetito, su madre le preguntó si podía esperar hasta
las 14:00 para almorzar junto con su padre y posiblemente con su novio Cecil,
de vuelta del remate ganadero. Mabel tenía preparada la respuesta. La cocinera
le hirvió separadamente algunos ravioles para servirlos con caldo de gallina.
Su madre no la pudo acompañar porque debía bañarse y cambiarse de ropa, había
estado toda la mañana limpiando y no era su costumbre. Mabel probó el pollo
asado después de los ravioles pero se abstuvo del postre. Argumentó que debía ir
a preparar clases de idioma con la ayuda de Celina, si se quedaba en casa
tendría que atender a Cecil hasta media tarde por lo menos, entre almuerzo y
cognac de sobremesa. A las 13:45 Mabel entró en casa de la familia Etchepare
sin golpear. Cumpliendo con el pedido de Mabel, Celina la hizo pasar
directamente a su cuarto. Mabel tenía los párpados pesados y con dificultad
prestaba atención a las quejas de Celina: Juan Carlos trataba mal a su madre y
hermana, seguramente instigado por Nené, y no se cuidaba, la noche anterior
había estado con esa cualquiera hasta las tres, pescarse una tuberculosis era
muy fácil. Mabel le dijo que la noche anterior había dormido menos de cuatro
horas, por atender a Cecil en plática con su padre, que si le permitía se quedaba
a dormir la siesta con ella. Celina le cedió la cama y se recostó sobre
almohadones en el suelo. Mabel cerró los ojos a las 14:10 y seguía durmiendo
cuando el reloj de péndulo marcó las 17:00. Celina la despertó y le ofreció té.
Mabel no lo quiso y salió corriendo hacia su casa, le había prometido a su
madre acompañarla al cine a la función de la tarde. Al llegar a la esquina de
su casa vio que su padre y Cecil hablaban en el zaguán y se disponían a subir
al auto. Antes de que la vieran Mabel entró al almacén que ocupaba la esquina.
Compró una caja grande de galletitas para justificar su presencia, titubeó
entre sus dos marcas favoritas: la del dibujo con damas rococó y la del dibujo
con una elegante pareja moderna vestida de gala. A las 17:15 entró a su casa,
había cumplido su plan de la tarde: escapar de su padre quien la habría
obligado a atender a Cecil, y dormir una siesta reparadora. Pese al apuro madre
e hija abrieron la caja de galletitas, y a las 18:05 entraron al Cine Teatro
«Andaluz», único cinematógrafo del pueblo y administrado por la Sociedad
Española de Socorros Mutuos. En el vestíbulo decorado con mosaicos típicos,
Mabel observó los carteles de la película anunciada y notó que las modas eran
de por lo menos tres años atrás, comprobó decepcionada que las películas
norteamericanas tardaban en llegar a Vallejos. Se trataba de una comedia
lujosa, ambientada en escenarios que le encantaron: amplios salones con
escalinatas de mármol negro y barrotes cromados, sillones de raso blanco,
cortinados blancos de satén, alfombras de largo pelaje blanco, mesas y sillas
con patas cromadas, por donde se desplaza una hermosa rubia neoyorquina,
dactilógrafa, que seduce a su apuesto patrón y mediante trampas lo obliga a
divorciarse de su distinguida esposa. Al final lo pierde pero encuentra a un
viejo banquero que la pide en matrimonio y la lleva a París. En la última
escena se ve a la dactilógrafa frente a su mansión parisiense bajando de un
suntuoso automóvil blanco, con un perro danés blanco y envuelta en boa de
livianas plumas blancas, no sin antes cambiar una mirada de complicidad con el
chofer, un apuesto joven vestido con botas y uniforme negros. Mabel pensó en
la intimidad de la rica ex dactilógrafa con el chofer, en la posibilidad
de que el chofer estuviera muy resfriado y decidieran amarse con pasión pero
sin besos; el esfuerzo sobrehumano de no besarse, pueden acariciarse pero no
besarse, abrazados toda la noche sin poder quitarse la idea de la cabeza, las
ganas de besarse, la promesa de no besarse para impedir el contagio, noche a
noche el mismo tormento y noche a noche cuando la pasión los arrebata sus
figuras en la oscuridad resplandecen cromadas, el corazón cromado se agrieta y
brota la sangre roja, se desborda y tiñe el raso blanco, el satén blanco, las
plumas blancas: es cuando el metal cromado no contiene más la sangre impetuosa
que las bocas se acercan y todas las noches se regalan el beso prohibido. A
las 19:57 Mabel y su madre llegaron de vuelta a casa. A las 20:35 entraron el
padre y Cecil, satisfechos por haber dejado todo organizado para el remate de
la mañana siguiente, último de la feria otoñal. Cecil dio un beso en la mejilla
a Mabel. Tomaron vermouth como aperitivo. Alas 21:00 se sentaron a la mesa.
Comieron sardinas con papas y mayonesa y luego carne a la portuguesa,
quesos y helado. Hablaron principalmente el padre y Cecil, comentando las
ventas de la mañana, y las posibilidades del día siguiente, tratando de
adelantar un balance general de la semana. Al llegar el momento del café y el
cognac se dirigían a los sillones de la sala cuando el padre sacó a colación su
duda sobre un precio de toro Hereford y arrastró a Cecil al escritorio. Mabel
les alcanzó los pocillos y las copas. Ella y su madre se sentaron en la sala y
comentaron la película. A las 22:30 Mabel y Cecil quedaron solos en la sala,
sentados en el mismo diván. Cecil la besó tiernamente repetidas veces y le
acarició la nuca. Habló de lo muy cansado que estaba, del descanso que le
esperaba en la estancia al término de la feria, de los libros de historia
recién recibidos de Inglaterra que iba a leer: su lectura favorita era todo lo
relacionado con la historia de Inglaterra. Se retiró a las 23:05 después de
haber tomado tres copas de cognac sentado junto a Mabel, que se sumaban a las
dos que había tomado en el escritorio, a los dos aperitivos de vermouth y a
las tres copas de vino tinto vaciadas durante la comida. Mabel exhaló un
suspiro de alivio y miró si la puerta del dormitorio de sus padres estaba
abierta. Estaba cerrada. Llevó la botella de cognac a su cuarto y la escondió
debajo de la almohada. Volvió al comedor, abrió el aparador y sacó dos copas
para cognac, que se unieron a la botella escondida. Fue al baño y rehizo su
maquillaje. Se perfumó con la loción francesa que más atesoraba. Se puso el
púdico camisón de batista con manga corta, buscó dos revistas, entreabrió la
ventana, reacomodó botella y copas y se acostó. A las 23:37 estaba cómodamente
instalada y en condiciones de iniciar la lectura de las revistas Mundo femenino
y París elegante. Empezó por esta última. Pasó rápidamente las
páginas correspondientes a modelos para deportes y para calle, seguía pensando
en Cecil, cada vez le parecían más largos los minutos pasados en su compañía,
estaba alarmada. Páginas más adelante aparecían los modelos para cocktail.
Mabel los observó pero tampoco logró interesarse. A continuación un pequeño
artículo le llamó la atención: el lenguaje del perfume. La especialista
francesa recomendaba para la mañana frescas lavandas que habrían de avivar el
interés del hombre por la mujer, para la tarde temprano —en recorridas por
museos y algún alto para el té— fragancias más dulces, creadoras del
sortilegio que se habría de acrecentar a la hora del cocktail — seguido de cena
a la luz de candelabros en un club nocturno— ya entonces bajo el imperio de
otro extracto, pleno de almizcle, todo el aroma de un balcón cargado de
jazmines al que se asomaba la mujer fatal de ayer —buscando escapar a luces e
intrigas de salones mundanos— o sea el aroma condensado hoy en una gota de
extracto «Empire nocturne» para la mujer moderna. A esa página seguían
colecciones de pieles y atavíos de gala. Mabel se detuvo en un vestido largo
hasta los pies, negro, con amplia falda bordeada de zorro plateado. Recordó que
Cecil quería organizar en el futuro recepciones de etiqueta en su estancia. La
culminación de esas páginas estaba constituida por un artículo sobre la
armonización de pieles y joyas. Se recomendaban aguamarinas o amatistas para
el visón claro, para la chinchilla únicamente diamantes, y para el visón marrón
oscuro anillos y aros —preferiblemente cortados en gran rectángulo— de
esmeraldas. Mabel leyó dos veces el artículo. Decidió sacar el tema de las
joyas un día delante de Cecil. Pensó en que Cecil no tenía hermana mujer y que
la madre algún día moriría en la casa de North Cumberland, Inglaterra. Miró el
reloj despertador, marcaba las 23:52. Apagó la luz, se levantó, abrió la
ventana y miró en dirección a la higuera. El patio estaba sumido en una oscuridad
casi total.
El ya mencionado día jueves 23 de abril
de 1937, Francisco Catalino Páez, conocido también como Pancho, se despertó a
las 5:30 de la mañana como era su costumbre, aunque todavía no hubiese aclarado
el día. No poseía reloj despertador. Había luna nueva y el cielo estaba negro,
al fondo del terreno en que se levantaba el rancho estaba la bomba hidráulica.
Se mojó la cara y el pelo, se enjuagó la boca. Dormía sin camiseta porque le
molestaba, el aire afuera estaba frío y entró al cuarto a ponerse el mameluco.
En una cama grande dormían sus dos hermanas, arrinconado en el catre de lona
dormía su hermano. La cama de Pancho tenía un elástico a resorte y colchón de
estopa. El piso era de tierra, las paredes de adobe, el techo de chapas. En el
otro cuarto que completaba la casa dormían sus padres con el hijo menor, de
siete años. Pancho era el mayor de los varones. La cocina estaba en
construcción. Pancho la había empezado con materiales para edificación moderna,
de segunda mano. Encendió el carbón del brasero y preparó mate cocido con
leche. Buscó pan, no lo encontró. Despertó a la madre; al fondo de una bolsa
cargada de zapallos había dos galletas escondidas para Pancho. Las galletas
eran blancas, de harina y grasa, los dientes de Pancho eran cuadrados y
grandes, pero manchados, oscurecidos por el agua salada de la bomba. Pensó que
Juan Carlos estaría recién en el primer sueño y podría seguir durmiendo hasta
mediodía, pero no estaba sano y él sí. Pensó en la maestra que debía
levantarse a las 7:00 sin haber dormido, Juan Carlos decía que era la más linda
del pueblo, sobre todo en malla. Pero era morocha. La otra, sin embargo, era
rubia, y blanca. La madre le preguntó si las galletas no habían tomado olor a
humedad. Pancho dijo que no y le miró la piel oscura de india, el pelo color
tierra, lacio, rebelde, veteado de canas. Pancho desde el alambrado del club
había visto a Mabel en malla, pero era morocha. Las piernas de la otra eran
blancas, iba a la tienda sin medias. Pancho pasó un peine grueso por su maraña
de pelo negro rizado, el peine se atascaba. Su madre le dijo que tenía el pelo
tupido como ella, como los criollos, y enrulado como su padre valenciano. Pero
los ojos negros no podían ser heredados de los antepasados indios sino de los moros
que habían ocupado Valencia siglos atrás. La madre le pidió que contrajera los
músculos del brazo y se los tocó, su hijo no era muy alto pero sí fuerte, la
madre pensó sin saber por qué en los cachorros de oso de un circo que había
pasado por Vallejos y le alcanzó otra taza de mate cocido con leche. Pancho
pensó que Nené descansaba toda la noche, que su habitación estaba pegada a la
de los padres y nadie podía entrar sin ser notado. Pancho pensó en las
muchachas del bar-almacén «La Criolla», detrás de la bomba hidráulica la cerca
de estacas que separaba su terreno del vecino se veía desvencijada, negra de
musgo. Pancho sin saber por qué buscó otra cosa que mirar, por el este salía el
sol, había nubes rojas en lo alto, otras rosadas y otras amarillas más cerca
del sol, y por detrás el cielo amarillo, más arriba rosado, más arriba rojo y
el rancho cubría el horizonte opuesto, que todavía estaba negro, después azul,
y cuando Pancho salió rumbo a la construcción de la Comisaría nueva un
horizonte estaba celeste como el otro. Algunas vecinas de los rancheríos ya
estaban levantadas, barrían los patios, tomaban mate. La otra no tenía el pelo
duro brotándole de la media frente: su pelo era suave, rubio y de sorprendentes
bucles naturales; no tenía vello en las mejillas, sobre el labio superior, en
la barbilla: su piel era blanca y lustrosa; no tenía el entrecejo unido de
lechuza y el blanco del ojo amarillento: las cejas eran apenas dos hilos
curvos, los ojos claros ¿celestes? y la nariz un poco aguileña pero la boca
rosada; no era de baja estatura, retacona, gruesa: era alta como él, la cintura
casi cabría entera en sus manos grandes de albañil, la cintura se ensanchaba
hacia arriba y brotaba el busto blanco, hacia abajo la cintura se ensanchaba en
caderas ¿y el pubis de las mujeres rubias acaso no tenía vello? En «La Criolla»
había una rubia teñida pero su pubis era oscuro: Pancho sin saber por qué se
imaginó a Nené dormida con las piernas entreabiertas, sin vello en el pubis,
como una niñita, y a la tienda en verano iba sin medias; Nené no usaba
alpargatas: sus pies estaban calzados en zapatos de taco alto; no transpiraba:
no tenía que fregar como las sirvientas; Nené no era una india bruta: hablaba
como una artista de la radio y al final de las palabras debidas no olvidaba de
pronunciar las eses. A las 6:45 Pancho entró en la construcción. El
capataz lo mandó a descargar junto con otros dos albañiles un camión colmado de
ladrillos y acarrearlos hasta el patio para levantar las dependencias del
personal subalterno. A las 8:07 el capataz le ordenó cavar un pozo en forma de
ele junto al tapial del fondo. Pancho debió forzar la pala, los compañeros se
rieron y le dijeron que le había tocado un pedazo de terreno de tosca, la
tierra más dura de la pampa. Las piernas blancas de Nené, los muslos oscuros de
las muchachas de «La Criolla», el pubis negro de Mabel, el trasero oscuro de la
Rabadilla, Nené, la Rabadilla, el pubis sin vello y blanco de Nené, el polvo de
tosca se le adhería a las fosas nasales, le bajaba hasta la garganta. A las
11:45 el capataz golpeó un palo contra la sartén vieja en señal de descanso.
Pancho se lavó la cara bajo la canilla y luchó con el peine contra su pelambre.
Antes de ir a la casa dio un rodeo de dos cuadras para pasar por la vereda del
doctor Aschero. Rabadilla no se veía por ninguna parte. Pancho caminó once
cuadras hasta su casa. Su hermana mayor le sirvió papas, zapallo y trozos de
carne en caldo de puchero como todo almuerzo. Pancho le preguntó cómo estaba su
reumatismo, que cuando pudiera volver a trabajar debía avisarle, él hablaría al
constructor, al dueño del horno de ladrillos y a Juan Carlos ofreciéndola como
sirvienta. A las 13:25 Pancho volvió a la construcción. El capataz no miró el
reloj y lo mandó antes de hora a seguir con el pozo. Pancho no tenía reloj y
obedeció, estaba seguro de que no era la hora de empezar pero tomó la pala y la
clavó en la tosca. Pensó que el capataz había hablado bien de él delante del
constructor y del comisario de policía. A las 14:35 el capataz lo relevó y lo
mandó a la Comisaría vieja a buscar una de las rejas para calabozo recién
llegadas de Buenos Aires y guardadas en el despacho del subcomisario. Pancho
tomó coraje y le habló a este último de su aspiración a entrar en la policía
como suboficial. El funcionario le contestó que necesitaban muchachos forzudos
como él, pero que debía contar con unos ahorros para el curso de seis meses en
la capital de la provincia. Pancho preguntó si había que pagar por el curso.
El funcionario le aclaró que el curso era gratis y recibiría comida y techo
durante los seis meses sin sueldo, pero la comisaría de Vallejos podía mandar
aspirantes si de la capital se lo permitían, todo dependía de la capital.
Pancho cargó la reja fingiendo no hacer esfuerzo. Temiendo que el subcomisario
saliera a la vereda y lo mirase cubrió la distancia de dos cuadras sin detenerse
a descansar. A las 16:32 recibió con alegría la visita de su amigo Juan Carlos.
A las 16:45 el capataz dio otro golpe en la sartén. Pancho miró la cara de Juan
Carlos, buscando signos de enfermedad y signos de recuperación. Sentados en la
fonda Pancho le dijo que tuviera cuidado con ser descubierto en casa ajena ¿por
qué no se conformaba con Nené? Juan Carlos le dijo que ni bien consiguiera lo
que ambicionaba, se acabaría Nené, y pidió a Pancho que jurara no contarlo a
nadie: Mabel le había prometido convencer al inglés para que lo tomara como
administrador de las dos estancias. Juan Carlos añadió que un dueño solo no
puede estar en dos estancias a la vez, y el administrador es como si fuera
dueño de una de las dos. Pancho le preguntó si seguiría con Nené en caso de
conseguir ese trabajo. Juan Carlos contestó que esa pregunta la hacía porque no
sabía nada de mujeres. Pancho quería aprender pero fingió burlarse. Juan Carlos dijo que Nené era igual a todas, si la
trataban bien se envalentonaba, si la trataban mal marchaba derecha. Lo
importante era que Mabel sintiera celos y no se olvidara del favor que debía
hacerle. A las 18:23 Pancho se lavó en el rancho debajo del chorro de agua fría
de la bomba. A las 19:05 su madre y su hermana mayor entraron a paso lento y
dificultoso. Su hermana había sentido la cintura muy dolorida esa tarde y ambas
habían ido hasta el hospital a pedir algún remedio. El médico les había
repetido que era un reumatismo proveniente de los cinco años trabajando como
lavandera, con los brazos sumergidos en el agua fría, que podía volver a
trabajar pero no como lavandera, y que se mojara lo menos posible. A las 20:05
ya estaba caliente el puchero del mediodía y comieron todos juntos. Pancho no
habló casi y a las 20:30 salió caminando despacio rumbo al centro del pueblo.
En el bar de la fonda estarían sus compañeros de la construcción. Pensó en la
inconveniencia de que funcionarios de la policía lo vieran en la fonda. Pensó
en la conveniencia de que lo vieran paseando con Juan Carlos, empleado de la
Intendencia. De la quinta del pollero italiano salía una muchacha cargando dos
pollos pelados. Era Rabadilla. Caminó más rápido y la alcanzó disimuladamente.
Caminaban casi a la par. Pancho dijo respetuosamente buenas noches. Rabadilla
contestó lo mismo. Pancho le preguntó cuánto cobraba los pollos el italiano.
Rabadilla contestó en voz baja y agregó que debía caminar más rápido pues la
esperaba su patrona. Pancho le pidió si le permitía acompañarla hasta la
esquina del Colegio de Hermanas. Rabadilla dijo entrecortada que sí y después
que no. Pancho la acompañó y se enteró de que el domingo a la tarde Rabadilla
iría a las romerías al aire libre que se realizarían en el Prado Gallego,
celebrando el cierre de la temporada. Cumpliendo la orden de su amigo, Pancho
le aconsejó cambiar de patrones, ir a casa de Sáenz. Raba contestó que no
estaría bien abandonar a su patrona. En la esquina del Colegio de Hermanas,
Pancho pensó en la posibilidad de caminar los tres kilómetros de yuyos hasta el
bar-almacén «La Criolla». Quería ver a sus amigas de allá, cerrar los ojos y
pensar en otra. Pero era mucha la distancia para ir solo, con Juan Carlos sí se
hubiese animado. No era el dinero lo que le faltaba, como había mentido a su
amigo. Recogió del suelo una rama podada de eucaliptus, era flexible,
tomándola por los dos extremos Pancho la arqueó levemente, la fibra cedía,
Pancho aumentó la presión, la fibra cedía pero empezaba a crujir. La rama no
era áspera como los ladrillos, era suave; además no era pesada como la reja del
subcomisario, era liviana; la rama había perdido la corteza marrón y su lisa
superficie lucía verde clara. Pancho aumentó la presión de sus brazos, la fibra
crujía, Pancho aflojó levemente el arco y después volvió a presionar con
decisión, la fibra crujió una vez más y se partió. A las 21:47 Pancho volvió a
su casa. En la habitación de su madre todos agrupados escuchaban por radio a un
cantor de tangos. Pancho tenía sueño y no se unió a la familia. Se acostó,
pensó en que su hermana difícilmente conseguiría empleo como sirvienta si no
podía poner las manos en el agua para lavar ropa o platos y en la capital de la
provincia seis meses sin sueldo serían largos. Miró el catre de su hermano, sin
colchón. Pensó que su cama en cambio tenía elástico a resorte y colchón de
estopa; le había costado más de un mes de sueldo, por capricho no había querido
comprar una cama de segunda mano. Se arrepintió de haber gastado tanto, pero
su hermano dormía en un catre y él no. Pocos minutos después se quedó dormido.
El ya mencionado jueves 23 de abril de
1937 Antonia Josefa Ramírez, también llamada por algunos Rabadilla, y por
otros Raba, se despertó con el piar de los pájaros anidados en el algarrobo del
patio. Lo primero que vio fue el cúmulo de objetos arrumbados en su cuarto:
botellas de lavandina, damajuanas de vino, latas de aceite, una barrica de vino
oporto, ristras de ajo colgando de la pared, bolsas de papas, de cebollas,
latas de kerosene y panes de jabón. Su dormitorio también servía de despensa.
En vez de cuarto de baño contaba con una antigua letrina de campo y con la
pileta del lavadero, al fondo del patio. A las 6:35 allí se lavó la cara, el cuello
y las axilas. Después se aplicó el líquido antisudoral rojizo que le había
comprado la patrona. Antes de ponerse el delantal gris de manga larga aleteó
como un pájaro para que se le secaran debajo de los brazos las gotas rojas: la
patrona le había dicho que de lo contrario se le quemaría la ropa. Encendió la
cocina a leña y tomó una taza de café con leche con pan y manteca. Lavó
camisetas, calzoncillos y camisas del patrón hasta las 7:45. Despertó a la
patrona y preparó el desayuno para el matrimonio Aschero e hijos. Puso la mesa
en el comedor diario anexado a la cocina. Preparó tostadas. Lavó los platos del
desayuno. Barrió y sacudió el polvo del consultorio, de la sala de espera, del
dormitorio de los niños, del dormitorio grande, de la sala de estar, del
comedor y finalmente barrió la vereda. Fue interrumpida dos veces por la
patrona: debió ir a la carnicería a retirar el pedido hecho por teléfono y al
almacén a buscar queso de rallar. Uno de los niños derramó un vaso de leche en
la sala de recibo y la patrona sufrió aprovechar la oportunidad para baldear el
piso de mosaicos y darle una rápida mano de cera. A las 11:30 la patrona la
interrumpió nuevamente pidiéndole que tendiera la mesa para el almuerzo
mientras se bañaba. A las 12:00 se sentaron a la mesa la patrona y sus dos
hijos, un varón y una niña. A las 12:30 salieron los tres rumbo a la escuela
donde la patrona ejercía como maestra y los niños cursaban grados. Mientras
tanto Raba limpió el baño, equipado con todas las comodidades modernas. A las
13:10 el patrón llegó del hospital y Raba le sirvió la comida preparada por la
patrona. El patrón le miró las piernas y como de costumbre Raba evitó
acercársele. A las 13:45 Raba se sentó a la mesa y comió las abundantes sobras
del almuerzo. A las 15:06 terminó de lavar los platos y limpiar la cocina. Las
tareas a realizar cuando el patrón estaba en casa eran las más pesadas, porque
no podía acompañarse cantando, mientras que a la mañana entonaba diversas
melodías, en general tangos, milongas y tangos-canción escuchados en las
películas de su actriz-cantante favorita. Se refrescó con agua de la pileta del
fondo y se acostó a descansar. Pensó en los consejos de la patrona. Según ésta
las sirvientas no debían dejarse acompañar por la calle ni bailar más de una
pieza en las romerías populares con muchachos de otra clase social. Debían
descartar ante todo a los estudiantes, a los empleados de banco, a los
viajantes, a los propietarios de comercio y a los empleados de tienda. Se sabía
que la costumbre de ellos era noviar con chicas de familia —«haciéndose los
santitos, Raba»—, para después en la oscuridad tratar de seducir a las
sirvientas, las más vulnerables a causa de su ignorancia. La señora Aschero
olvidó incluir en la lista a los hombres casados. Le recomendaba en cambio a
cualquier muchacho bueno trabajador, palabras con las que designaba a los
obreros de toda índole. Raba pensó en la película argentina que había visto el
viernes anterior, con su actriz-cantante favorita, la historia de una sirvienta
de pensión que se enamora de un pensionista estudiante de abogacía. ¿Cómo había
logrado que él se enamorase de ella?, la muchacha había sufrido mucho para
conseguirlo y Raba se dio cuenta de algo muy importante: la muchacha nunca se
había propuesto enamorarlo, él había empezado a quererla porque la veía buena
y sacrificada, al extremo de pasar por madre del bebé de otra chica soltera,
hija de la dueña de la pensión. Más tarde el estudiante se recibía de abogado
y la defendía ante la justicia, pues la muchacha quería quedarse con el bebé
ajeno, ya encariñada como madre, pero al final todo se arreglaba. Raba decidió
que si alguien de otra clase social, superior, un día le proponía matrimonio
ella no iba a ser tonta y rechazarlo, pero tampoco sería ella quien lo
provocase. Además había muchos muchachos buenos y trabajadores que le gustaban:
Minguito el repartidor de pan, Aurelio el paisano, Pancho el albañil, Chiche el
diariero. Pero al día siguiente tal vez no podría ir a la acostumbrada función
de cine en Viernes Populares, porque los patrones tenían invitados a cenar.
Raba sin saber por qué tomó una alpargata del suelo y la arrojó con fuerza
contra una estantería. Una botella de lavandina cayó y se rompió. Raba recogió
los pedazos, secó el piso y volvió a la cama. A las 16:00 se levantó y puso la
mesa para la merienda de la patrona y los niños. Llamó a la señora de edad que
ayudaba como enfermera al patrón y le ofreció la taza de té habitual. A las
17:28 terminó de lavar los platos de la merienda y cruzó a la rienda «Al Barato
Argentino» para retirar los repasadores encargados por la patrona. Nené le
preguntó cómo la trataba la enfermera nueva, habían cambiado ya tres desde su
partida. Raba pensó en su viejo banco de escuela, se sentaba en la cuarta fila
con la actual sirvienta del Intendente Municipal, en la segunda fila Nené con
Kela Rodríguez, en la primera fila Mabel Sáenz y Celina Etchepare. Mabel y
Kela ya se estaban por casar. ¿El hermano de Celina se casaría con Nené a pesar
del enredo con Aschero? Antes Nené le daba los vestidos viejos. ¿Cuántas
personas en Vallejos sabían lo ocurrido? Raba pensó en pedirle a Nené alguna
otra prenda vieja. Nené le había dado tantas cosas usadas bonitas ¡y como
pago acaso ella se había portado bien? Pero Celina le había prometido
recomendarla a la madre de Mabel para que la tomara como mucama, ya tenían
cocinera y trabajaría menos, y no estaría el doctor Aschero mirándole las
piernas. Sonaba la campana del recreo y corrían Mabel, Celina y Nené a saltar
con la cuerda, una, dos, tres, cuatro, cien saltos hasta el otro toque de la
campana: Nené le hizo el paquete de repasadores y la miró pero no hablaron como
antes. Sí, Nené la había recomendado en casa de Aschero, la habían tomado como
sirvienta gracias a la enfermera, gracias a Nené, gracias a su compañera de
escuela ¿también varias prendas usadas de regalo? un pulóver, un vestido, un
tapado, zapatos, cuando Nené trabajaba con el doctor Aschero. Raba salió de la
tienda sin pedirle ropa vieja a la empaquetadora. A las 17:50 empezó a planchar
las camisas lavadas esa mañana. A las 19:53 puso la mesa para la cena preparada
por la patrona. A las 20:21 fue a la quinta del pollero a retirar los pollos
que le mandaban de regalo al patrón. A las 20:40 Pancho el albañil se le acercó
y le habló. Raba trató de ocultar su entusiasmo. Pancho tenía una camisa de
mangas cortas de donde salían dos brazos musculosos cubiertos de espeso vello,
el cuello de la camisa estaba abierto y se entreveía el pecho cubierto del
mismo vello. Raba sin saber por qué pensó en un gorila temible, con las cejas
tupidas pero bien delineadas, las pestañas arqueadas y el bigote cubriendo en
parte la boca grande. La patrona no se enojaría al verla bailar con él en las
romerías, Raba caminaba al lado del albañil, se retocaba el peinado de tanto
en tanto, el pelo le nacía a Raba de la media frente, lacio, tupido y color
tierra. A las 20:52 pasó sola por el Cine Teatro «Andaluz», se anunciaba para
el día siguiente en Viernes Populares una película argentina cómica. A pesar de
que no dieran una película con su actriz-cantante favorita, lo mismo asistiría
a la función con la sirvienta del Intendente Municipal, como todos los viernes,
cinco centavos las damas y diez los caballeros, ¿pero y si los invitados a cenar
se retrasaban y ella no podía ir al cine? ya no le importaba casi ¿y la salida
del domingo? en las romerías estaría Pancho quien ya le había manifestado su
deseo de bailar alguna pieza con ella. Raba pensó sin saber por qué en los
pájaros del algarrobo del patio, ya estarían acurrucados en sus nidos, bien
abrigados uno contra otro. Sintió deseos de estar ya en su cama bien abrigada:
una noche de frío había entrado la patrona a su cuarto, a buscar vino oporto de
la barrica para convidar a amigos del marido, y al ver a Raba acostada la
patrona le había preguntado si necesitaba otra frazada. Raba sintió deseos de
estar en su cama bien abrigada, si entraba la patrona a su cuarto le contaría
el encuentro con Pancho. A las 21:20 se sentó a comer las sobras de la cena. A
las 22:15 terminó de lavar los platos y la cocina. Raba pensó en que el día
había sido liviano, sin cortinados que lavar o pisos de madera que rasquetear.
A las 22:25 su patrón le pidió que le fuera a comprar un atado de cigarrillos
al bar. A las 23:02 se acostó y pensó que si se casaba con Pancho se
conformaría con vivir en una casa de una pieza con techo de chapas, pero se
opondría a que en el dormitorio guardaran objetos indebidos: le exigiría a
Pancho que construyera por lo menos un alero para guardar botellas de
lavandina, damajuanas, barricas, bolsas de papas, ristras de ajo y latas de
kerosene. De repente recordó que Pancho era amigo del hermano de Celina, y el
hermano de Celina noviaba con Nené. Pensó que se había portado mal con Nené, no
había cumplido su promesa. Raba juntó las manos y pidió perdón a Dios. Recordó
las palabras de Nené: «si me haces una mala pasada Dios te va a castigar».
SEXTA
ENTREGA
...una lágrima asomada
yo no pude contener.
Alfredo Le Pera
Campamento provisional del circo gitano,
Coronel Vallejos, sábado 25 de abril de 1937
Yo no te conozco, vos venís acá y esta
pobre gitana te dice todo, por un peso. Pero vos me mandás todos los amigos,
porque te voy a acertar todo. Yo te digo el pasado, el presente y el futuro.
¿Nada más que el futuro? te digo entonces nada más que el futuro: del presente
me preguntan por lo menos eso, cuando caen los pichones a la carpa: si la
pichona los quiere. ¿O es que sos tan lindo que no te importa? porque la tenés
segura. Al mismo precio, pero no te lo puedo decir yo, sos lindo pero
atropellado, las barajas lo van a decir. Pero a vos no te importa tanto que
ella te quiera o no, porque sabés que otro como vos difícil que encuentre, vos
sos como todos los que nacen lindos, y de la muerte tampoco te interesa porque
no sos viejo y se ve que estás sano, seguro que lo que querés saber es
si vas a tener plata, toda la plata que querés. ¿Verdad que ya te lo adiviné
sin empezar a tirarte las barajas? Pero para leerte el futuro primero decíme si
querés que te cuente todo o nada más que lo bueno. Vos que sos tan lindo y con
esa campera de cuero tan cara ¿le vas a dar a esta pobre gitana cincuenta
centavos más? así te digo lo bueno y lo malo Cortá el mazo en dos, con la mano
izquierda. Ahora cortá, otra vez con la mano izquierda, en tres, que son el
pasado, el presente y el futuro, y ahora damos vuelta las barajas y nos
quedó... El Rey de Copas, patas para arriba, mira cómo tiene la corona metida
hasta los ojos para que no se le caiga, y la capa de terciopelo le pesa pero
lo abriga —un hombre morocho ya medio viejo, que no te quiere, te está haciendo
mal, lo que vos más querés en la vida, que si no me equivoco es... los
billetes, eso es lo que él no te va a dar—, y al lado nos quedó también patas
para arriba la Sota de Espadas, mirála cómo tiene la mano suelta, te va a dar
algo, pero cuidado porque está patas arriba, envuelta con ese trapo bordado de
oro, es un trapo colorado, pero fijáte: a las mangas se les ve el forro violeta
para un velorio ¿y el pelo? —ni rubia ni morocha ni pelirroja ¿vos conocés
alguna pelada? no le veo el pelo— y al lado está por suerte al derecho el Dos
de Espadas, mirá qué lindas filosas están las espaditas azules, y el mango de
plata está de tu lado —que te anuncia un viaje por tierra— ¿vos conocés alguna
mujer teñida o con una peluca que hizo un viaje hace poco? ayudáme que no
entiendo por qué tiene la cabeza pelada... Sí, ya sé que la baraja tiene el
pelo negro pero yo la vi pelada cuando recién cortaste el mazo.
Si no conocés a ninguna pelada el que
viajás sos vos, vas a hacer un viaje, para salvarte de lo que te están
preparando el viejo y la pelada. Si la viera sin ojos te iba a decir que es la
Desgracia, que te corre detrás y te alcanza, a ella no le importa que sean
viejos, o jóvenes, o criaturitas, lindos o feos, la Desgracia es ciega, pero
pelada es raro que salga la Sota de Copas. Dejáme barajar y no vayás a mirar
los naipes mientras los mezclo que hacés llorar a los muertos. ¿Vos sabés quién
es el viejo morocho?
Entonces el padre de la chica con que
andás no te quiere en la casa, y la Pelada lo ayuda ¿la chica es rubia o
morocha? ¿Estás seguro de que no se tiñe de morocha o se pone una peluca negra?
Ahora cortá de nuevo en tres, con la mano izquierda. Dos de Bastos, los dos
palotes, fijáte qué espinas negras, es baraja fea —alguien te va a traicionar,
que no es ni el viejo ni la Pelada— pero está al lado del As de Espadas, que
salió al derecho, tenés suerte, el mango de plata todito de tu lado, y las
correas mirálas, cómo le gustarían al rey gitano, vos sabés pichón que el rey
no tiene más que estas carpas sucias, si pudiera le regalaba una espada como
esta —sí, quien vos menos te esperás te la va a jugar sucia, pero cuando estés
tirado en la zanja te vas a dar cuenta de que no hay mal que por bien no venga—
y te salió una rubia que te quiere: la Sota de Oro muestra las piernas, te hace
señas con la mano derecha —che, te trae suerte, pero vos cuidáte, que no me
gustan las rubias, este consejo va aparte, no tiene que ver con los naipes,
pero las rubias tienen la carne blanca para que te creas que tienen el corazón
blanco, te pone el corazón de ella en la mano, vos lo vas a mirar, espera, lo
que veo es que ella se lo arranca y te lo da, ¡no soltés nunca el corazón
podrido de la rubia, tenélo agarrado bien fuerte! un espíritu me contó que a
una rubia se le rompió el corazón como un huevo y de adentro salió un
pajarraco— pero la Sotita aunque sea rubia te va a ayudar, las barajas lo
dicen, pero yo no la quiero. No, la línea de la vida es después, tenés que
esperar el último corte, de trece naipes, ahora volvé a cortar en tres, como
antes
El Siete de Copas ¡casamiento! mandáme
confites, pichón, pero no sé si vos sos el enlazado, mejor que no seas porque
las copas están dadas vuelta, el vino se cae al piso, qué lástima porque me
gusta el vino, pichón, que hace bien a la salud, pero cuando se vuelca al suelo
echa un olor asqueroso ¿sos vos que te casás? no, porque al lado me sale una
mujer vieja, la Sota de Bastos, tiene un garrote en la mano derecha pero es
para defenderte, y el Seis de Oro. No, pichón, el Seis de Oro es billetes
cuando sale solo pero al lado de esta Sota a los billetes se los llevan los
muertos, queda nada más que la Sinceridad. Como te gustan los seis redondeles
amarillos, te creés que son monedas de oro, pero cuando están al lado de una
sota o un caballo quiere decir que la sota o el caballo te hacen un bien, no te
dan plata porque mucha no tienen, lo que te pueden dar es la sinceridad, que es
el oro de los espíritus.
No, no es tu mamá, ésta es vieja pero no
te quiere como hijo, pero es buena, y a vos pichón te salen mujeres por todas
partes, será por la campera ¿o será la percha, pichón? mirá que estás
churrasco, a vos no te gustaría venir con el circo, yo sé que no te gustaría,
que si no acá el rey nos casa en seguida, y te digo de gusto no más, ahora
cortá otra vez.
Ahora sí te va a salir la línea de la
vida, me tenés que elegir trece de estas barajas desparramadas, pero no las des
vuelta que los muertos no te van a querer, había una gitana que daba vuelta las
cartas y los muertos le pusieron veneno en la comida, porque cuando un vivo da
vuelta antes de tiempo una baraja... se puede caer un muerto del cielo.
Sí, se cae al infierno, porque si das vuelta
la baraja antes de tiempo un muerto se tienta y mira desde el cielo y ve en la
tierra el cuerpo desnudo de alguien que se está bañando y le vuelven malos
pensamientos de pecado y los santos lo mandan al infierno, y se quema ahí por
culpa tuya.
Ahora sí empezá a darlas vuelta, y armá
una fila, el Cinco de Espadas es Habladurías, las malas lenguas cortan como el
filo del fierro, cortan y machucan —pero eso qué te importa, es a las mujeres
a las que las mata el Cinco de Espadas, a vos que más hablen más te
conviene ¿no tengo razón?— y el Dos de Oro es noviazgo —por primera vez veo que
te vas a enamorar, porque baraja de amor no te salió ninguna, puerco asqueroso,
tanta mujer y no querés a ninguna— pero no veo la que vas a querer, me parece
que no es ninguna de las que ya salieron, y si es una de esas atorrantas,
pichón, está muy cambiada por la vida, no la reconozco. No, el Dos de Oro
tampoco es dinero, es noviazgo, los dos oros grandes son los corazones, los dos
iguales —en vez de las dos monedas grandes que te gustarían a vos— ¡no!
pichoncito, por qué me elegiste esa baraja tan fea, el Cuatro de Bastos es
enfermedad grave, pero si al lado te sale una Sota o un Caballo o un Rey te
salvás, esperá que toco un poco de polvo gitano, tocá este polvo de la bolsita,
y ahora da vuelta la otra carta... pichón, el Cuatro de Oro es lágrimas, pueda
ser que te salvás todavía, puede ser para otro, apuráte, decidíte y da vuelta
la otra... Te digo que no, las únicas barajas de oro que anuncian dinero son
el As y el Seis, y a vos no te salen, si alguna gitana te dijo otra cosa te
macaneó para que te fueras contento, pero vos me pediste que te dijera lo bueno
y lo malo. Ahora calláte y da vuelta la baraja que sigue.
¡El Caballo de Bastos! te salvaste,
sacáme el puñal del corazón, pichoncito, que por salvarte a vos me la puedo
agarrar yo a la Desgracia y las Lágrimas, tiráme un poco de ese polvo en el
cuello y los hombros, esperá que me abro la ropa, rápido... ¿por qué te da
asco?... no vayas a ser vos el demonio que me anunció la muerta Caracola,
pasáme rápido esa ceniza. Qué te importa que sea ceniza, qué te importa que sea
ceniza de humano, es ceniza de perra... gracias... gracias pichón, porque la
muerta Caracola me dijo que anduviera cuidándome de los demonios, y sin que te
des cuenta uno se te puede meter dentro a vos para entrar en mi carpa, puede
pasarle a cualquiera.
¿La enfermedad? ¿cuál? sí, dejáme que
mire, el Cuatro de Bastos, pero no sé si se la agarra un morocho, el Caballo de
Bastos —un hombre muy fuerte, y no es malo— da vuelta la otra baraja que
sigue... el Seis de Bastos, mirá esos garrotes llenos de gajos nuevos tiernitos
y esas espinas ¡y está patas para arriba! es la carta de los besos, las
caricias, el amor medio loco, y está patas para arriba, debe ser aquella que te
traiciona, pero no entiendo nada, da vuelta la otra baraja... ¡¡la Urraca, no
me mostrés a la Urraca!! ay la muerte tuya no me la mostrés, que no sos vos...
tené cuidado porque alguien se muere de muerte violenta, el Seis de Espadas después
de los palos de Bastos es muerte a gritos ¿hay alguien que te quiere matar? da
vuelta la otra carta... ¡de nuevo la Sota de Copas! pero ahora sale al derecho.
¿Cómo que no salió? ¡sí que salió! la Pelada, yo te lo dije que te persigue.
Tenés razón, era la Sota de Espadas, me estoy poniendo vieja, viste pichón, por
eso es que no me querés... ¿entonces qué es esta Sota de Copas? yo la veo
morocha, y no es mala, pero si tenés suerte es ella la que va a reventar,
¡pronto la otra carta! el As de Espadas patas arriba... miráme mi amor, miráme,
que quiero verte en el fondo de los ojos a ver si entiendo algo, a veces
necesito mirar en un jarro de agua, o de vino, o en un vidrio, en cualquier
cosa que me sirva de espejo, no sé... pero son muchas cartas feas juntas, si el
As de Espadas hubiese salido al derecho ya estabas salvado del todo, pero
todavía no se termina la racha mala, dejáme que te mire los ojos, me gustan los
ojos castaño claro, pero no veo nada, me veo yo sola, pichón, si supieras qué
linda era antes, en la carpa cuando entraba un pichón como vos yo hacía siempre
que estuviera afuera otra gitana de guardia por si yo empezaba a gritar ¡todos
se tentaban conmigo!... tirá otra carta, y no te olvides que alguien cae de
muerte violenta, tené cuidado, no te metas en peligro, yo veo sangre y oigo un
grito de alguien herido de muerte, tirá otra baraja... por fin algo bueno, el
Tres de Copas es alegría, vas a recibir una gran alegría después de tantas
penas, ¡da vuelta otra más!... el Dos de Espadas, otra vez el viaje. No, sonso,
no es el viaje al otro mundo, es un viaje por tierra y no muy largo, y te va a
ir bien, ¡otra baraja más, que ya no faltan más que dos!... el Cinco de Copas y
al derecho, es buena baraja, quiere decir que vas a conversar mucho con alguien,
y se van a poner de acuerdo, ya es la penúltima carta, rubio lindo, quiere
decir que de viejo vas a ser feliz, vas a estar bien acompañado, y ahora rubio
tocá las cenizas, meté las puntas de los cinco dedos de la mano derecha en la
bolsita... porque la última carta es brava... elegí... dala vuelta... ...La
Sota de Bastos ¡la vieja!... y de nuevo salió al derecho, está lindo mi pichón,
quiere decir que te vas a morir de viejo al lado de tu mujer que ya va a estar
vieja como vos, porque la Sota de Bastos es una vieja, como yo...
¿Quedaste contento? ¿te parece mucho un
peso cincuenta por barajarte toda tu vida emérita? No, soy yo que te digo
gracias a vos, y mandáme tus amigos, que sean todos como vos, alma que te me
vas del cuerpo.
La Sota de Espadas pelada, ¿alguna perra
se me murió pelada? la perra quemada tenía pelo, la carboncito, la cenicita,
la Pelada o es una Mentira de pichona preñada que no está preñada, o es una
Venganza, de alguna pichona mala... no, la bocha pelada está fría, el pelo no la
tiene calentita a la bocha que está pelada, y la bocha fría no quiere a nadie,
como el pichón, no se quiso quedar conmigo porque ése no quiere a nadie, ni a
mí ni a las otras, parece sana la bocha pero está echada a perder, está toda
podrida por dentro... es eso, la bocha estaba sana pero el diablo le hizo abrir
la boca y le escupió adentro, la Sota estúpida no sabe que la escupida del
diablo es pus... y se le cayó todo el pelo.
Romerías populares efectuadas el domingo
26 de
abril de 1937 en el Prado Gallego,
su desarrollo y derivaciones
Hora de apertura: 18:30 horas.
Precio de las entradas: caballeros un peso, damas veinte centavos.
Primera pieza bailable ejecutada por el
conjunto «Los Armónicos»: tango «Don
Juan».
Dama más admirada en el curso de la
velada: Raquel Rodríguez.
Perfume predominante: el desprendido de las hojas de los eucaliptus que
rodean al Prado Gallego.
Adorno lucido por mayor número de damas:
cinta de seda colocada a modo de vincha
realzando el enrulado permanente de la cabellera.
Flor elegida con mayor frecuencia por
los caballeros para colocar en el ojal de su saco: el clavel.
Pieza bailable más aplaudida: vals «Desde el alma».
Pieza bailable de ritmo más rápido: pasodoble «El relicario».
Pieza bailable de ritmo más lento: habanera «Tú».
Momento culminante de la velada: durante la ejecución del vals «Desde el alma» la
presencia de ochenta y dos parejas en la pista descubierta.
Alarma mayor sufrida por la
concurrencia: golpe de viento a las 21:04 anunciando
falsamente un posible chaparrón.
Señal para indicar la terminación de la
velada: dos breves apagones de luces, a las
23:30.
Hora de cierre de las puertas: 23:45.
Dama más ilusionada de toda la
concurrencia: Antonia Josefa Ramírez, también conocida
como Rabadilla o Raba.
Acompañante de Raba: su mejor amiga, la mucama del Intendente Municipal.
Primera pieza bailada por Raba: ranchera «Mi rancherita», en pareja con el caballero
Domingo Gilano, también conocido como Minguito.
Caballero que concurrió a las romerías
con el propósito de irrumpir en la existencia de Raba: Francisco Catalino Páez, conocido también como
Pancho.
Primera pieza bailada por Raba y Pancho:
tango «El entrerriano».
Primera pieza bailada por Raba y Pancho
con las mejillas juntas: habanera «Tú».
Bebidas consumidas por Raba y pagadas
por Pancho: dos refrescos de naranja.
Condición impuesta por Pancho para
hablarle de un asunto muy importante para ambos: acompañarla hasta la casa sin la presencia de su
amiga.
Condición impuesta por Raba: acompañar primero a su amiga hasta la casa del
Intendente, de donde procederían a casa del doctor Aschero ella y Pancho,
solos.
Lugar designado por Raba para la
conversación: la puerta de calle del domicilio del
doctor Aschero.
Circunstancia que desagradó a Pancho: el hecho de que la casa del Intendente se hallase en
la sección asfaltada y bien iluminada del pueblo, a sólo dos cuadras del
domicilio del doctor Aschero, lejos ya de la zona de calles de tierra, arbolada
y oscura en que se yergue el Prado Gallego.
Dama que quedó preocupada al ver
alejarse a Raba en compañía de Pancho rumbo al domicilio del doctor Aschero: la mucama del Intendente Municipal.
Circunstancias atmosféricas que
facilitaron el cumplimiento de los propósitos de Pancho: la temperatura agradable, apenas fresca, de 18
grados centígrados, y la falta de luna.
Circunstancia casual que facilitó dichos
propósitos: el acercamiento de un perro vagabundo de
aspecto temible que asustó a Raba y dio lugar a una muestra inequívoca de
coraje por parte de Pancho, lo cual despertó en Raba una cálida sensación de
amparo.
Otra circunstancia casual: la existencia de una obra en construcción en la
vecindad, para llegar a la cual sólo hacía falta desviarse una cuadra de la
ruta directa.
Asunto importante de que habló Pancho a
Raba, como prometido: el deseo de estar en compañía de ella,
deseo que según él lo obsesionaba noche y día.
Razón de que se valió Pancho para hacer
pasar a Raba por la construcción de la Comisaría nueva: la necesidad de hablar un rato más, y no en la puerta
de calle del domicilio del doctor Aschero, para evitar posibles maledicencias.
Pensamientos predominantes de Pancho
frente a Raba en la oscuridad: pastizal, los
yuyos que hay que cortar, va a venir el capataz, agarra la pala Pancho, corta
el pasto con la azada, está oscuro y ni los gatos pueden vernos, Juan Carlos
salta por el tapial que está al fondo, no se mete entre los yuyos, «cuando
estés con una piba en donde nadie te ve, no te gastes en hablar, ¿eso para qué
sirve? para que metas la pata», las raíces de los yuyos en la tierra rajada de
la sequía, la tierra está polvorienta, de la mitad de la frente te sale este
pelo duro, color tierra, a las raíces de los yuyos yo les pego un tirón y las
arranco de raíz, una raíz peluda con terrones, no crece yuyo en la tosca, más
lindo el pelo de la Raba que la raíz de los yuyos, se los puede acariciar, sin
ningún terrón de tierra, qué limpita es la Raba, tiene los brazos marrones,
las piernas más marrones todavía ¿tiene las piernas peludas? no, un poquito de
pelusa, va a la tienda sin medias y si la tocan debe ser suavecita la carne de
la Nené, ¿vos no te dejás besar? no sabe ni dar un beso, tiene un poco de
bigote, patas negras cara negra, ¿le hago una caricita? suavecita pobre negra,
los ladrillos se los paso al otro peón, los bajamos del camión de a dos
ladrillos tres ladrillos se los paso y me raspan, son secos como la tosca, «hay
que tomarle su impresión digital» y el dedo embadurnado en la libreta de
enrolarse no marcaba, «usted no tiene ya impresiones digitales, se las comió
el ladrillo», nada más que en el meñique, el dedo más haragán, te acaricio y
sos lisita, «si vos no la atropellás, se va a creer que sos tonto», le voy a
decir que la quiero bien de veras, a lo mejor se lo cree, que es linda, que me
han dicho que es muy trabajadora, que le tiene la casa limpia a la patrona ¿qué
más le puedo decir a una negra como esta? qué mansita que es la negra, ésta no
sabe nada, me da pena aprovecharme, «si no le das el zarpazo...», se cree que
yo la quiero, se cree que mañana ya me caso, el bigotito de la negra, una
pelusa suave, yo me cargué más de dos cuadras la reja, yo si quiero te aprieto
y te quiebro, mirá la fuerza que tengo, pero no es para pegarte, es para
defenderte de los perros, qué mansita es mi negra, pero si te retobás estás
perdida lo mismo, mirá la fuerza que tengo...
Pensamientos predominantes de Raba
frente a Pancho en la oscuridad: la patrona no me ve, no se lo cuento a mi amiga, no bailé con los del
Banco, no bailé con estudiantes, no bailé con los que usted me dice que nunca
baile, Pancho no es de esos que después de noviar con las otras se aprovechan
de sirvientas, bueno y trabajador, si la patrona me manda yo no me hago rogar,
a la escoba la agarro con las dos manos y ya empiezo a barrer, con el plumero
saco tierra de los muebles, con el trapo mojado y jabón voy repasando los
pisos, el jabón y la batea en la pileta de lavar, él compró una entrada de un
peso caballeros, qué fresca la naranjina, y yo entré como dama, y pagué veinte
centavos, las chicas que van al baile aunque no sean más que sirvientas sacan
entradas de dama, lo mismo que una empleada de tienda, o las chicas ayudantas
de modista, o las señoritas que trabajan de maestra, él tiene callos en las
manos, me hace cosquilla con esos callos tan duros ¡cómo le chumbó fuerte al
perro! si un día el patrón se me quiere aprovechar yo corro y lo llamo a
Pancho, se olvidó de ponerse ballenitas en el cuello, se le levantan las
puntas, cuando lo vea otra vez le voy a dar ballenitas del patrón, ay qué linda
cosquillita, qué besos fuertes que da, ¿será cierto que me quiere? me da carne
de gallina después que me besa fuerte y me acaricia despacito...
Nuevos sentimientos experimentados por
Raba la noche del 26 de abril de 1937 al despedirse de Pancho en la puerta de
calle del domicilio del doctor Aschero: el deseo de ver aparecer a Pancho en alguna vereda oscura la noche
siguiente, sin ballenitas en el cuello de la camisa para así poder colocarle
ella las sustraídas al doctor Aschero.
Recorrido de las lágrimas de Raba: sus mejillas, su cuello, las mejillas de Pancho, el
pañuelo de Pancho, el cuello de la camisa de Pancho, los yuyos, la tierra seca
del pastizal, las mangas del vestido de Raba, la almohada de Raba.
Flores prematuramente marchitadas la
noche del domingo 26 de abril de 1937, debido al brusco descenso de
temperatura: los lirios blancos y las rosas mosqueta
del jardín del doctor Aschero, y algunas flores silvestres crecidas en las
cunetas de las afueras de Coronel Vallejos.
Insectos nocturnos no afectados: las cucarachas de la obra en construcción, las
arañas de las telas tejidas entre ladrillos sin revoque y los cascarudos
volando en torno a la lamparita colocada en el medio de la calle y perteneciente
al alumbrado municipal.
Dr. Juan José Malbrán
Coronel Vallejos, Pcia. de Bs. As.
23 de agosto de 1937
Dr. Mario Eugenio Bonifaci
Hostal Médico «San Roque»
Cosquín, Pcia. de Córdoba
Respetado colega:
Ante todo le pido disculpas por mi
demora en contestarle, debida créame al deseo de informarme mejor sobre el caso
de Etchepare. Debo confesarle que no comprendo la reacción del muchacho, yo lo
conozco desde que nació y lo consideraba de carácter fuerte, empecinado sí,
pero siempre en su provecho. No sé por qué no obedece al tratamiento. El apuro
en volver no sé tampoco a qué atribuirlo. Algún enredo de polleras puede ser
la causa, no lo excluyo. Sólo recuerdo un detalle curioso al respecto: la
gravedad del estado de Etchepare la conocí gracias a un anónimo mandado
evidentemente por una mujer, la cual en letras de imprenta que traicionaban el
pulso femenino me decía que Juan Carlos no quería venir a mi consultorio para
que no se supiera que estaba mal, que en su presencia había escupido sangre y
que yo debía alejar a Juan Carlos del contacto con los seres queridos, cosa que
ellos no se animaban a expresar. Lo notable del anónimo es que proporcionaba un
dato curioso, decía que Etchepare se sentía realmente mal entre una y tres de
la mañana.
De todos modos creo que ya ustedes
tendrán poco que hacer porque según la conversación que sostuve con la madre en
el día de ayer, no podrán solventar los gastos de su sanatorio más allá de
mediados de setiembre. Dejo libre a su criterio comunicarle la noticia a
Etchepare ya o más adelante. Para su información la madre es viuda y no tiene
casi dinero, sólo un pasar discreto. Él por su parte no tiene ahorros y la
licencia del empleo es sin goce de sueldo. La madre me dijo además que el
muchacho nunca le dio un centavo de su sueldo para la casa, así que no creo que
él quiera dejar Cosquín tan pronto para ahorrarle dinero a su madre. Ese punto
parece dejarlo indiferente. Realmente no comprendo por qué no aprovecha el
tratamiento.
Quedo siempre a su disposición,
cordialmente
Juan José Malbrán
Médico Clínico
SÉPTIMA
ENTREGA
...todo, todo se ilumina
Alfredo Le Pera
Cosquín, sábado 3 de julio de 1937
Querida mía:
Como ves cumplo con mi promesa, claro
que un poco más y se me vence el plazo, ya mañana termina la semana. ¿Y vos
cómo andás? seguro que ya ni te acordás del que suscribe, viste tanto que
paresía que ibas a nesecitar una sábana para secarte las lágrimas y los
moquitos de la despedida, y esta noche si me descuido ya te me vas a la
milonga. Al final tanto no yoraste, apenas unas lagrimitas de cocodrilo, que a
una mujer al fin y al cavo mucho no le cuesta.
Ricura ¿que estás haciendo a esta hora
hoy sábado? me gustaría saber ¿estás durmiendo la siesta? ¿bien tapadita? quien
fuera almoada para estar más cerca. Bolsa de agua caliente no me gustaría ser
porque por ahí me resultás pata sucia y sueno. Sí, mejor no andar buscando
cosas raras, mejor ser almoada, y por ahí me consultás y quién sabe de qué me
entero, una jitana vieja me dijo que desconfiara de las rubias ¿qué le vas a
consultar a la almoada? Si le preguntás quien te quiere te va a contestar que
yo, cómo macanean las almoadas... Bueno, piba, te dejo un rato porque están
sonando la campana para ir a tomar el te, me viene bien así descanso un poco
porque he estado escribiendo cartas desde que terminé de almorzar.
Bueno, aquí estoy de vuelta, tenés que
ver qué bien me tratan, tomé dos tazas dé te con tres tortas diferentes, vos
que sos golosa acá estarías en tu elemento. ¿Mañana domingo vas a ir al cine?
¿quién te va a comprar los chocolatines?
Rubia, ahora cumplo lo prometido de
contarte cómo es el lugar. Mirá, te lo regalo si lo querés. Todo muy lindo pero
me aburro como perro. El Hospital es todo blanco con techo de tejas coloradas,
como casi todas las casas de Cosquín. El pueblo es chico, y a la noche si
alguno de estos flacos tose se oye a dos kilómetros, del silencio que hay.
También hay un río, que viene de las aguadas de la sierra, tenés que ver el
otro día cuando alquilé un sulky me fui hasta La Falda, y ahí el agua es fría,
y está todo arbolado, pero cuando llega a Cosquín se calienta, porque acá es
todo seco y no crece nada, ni llullos, ni plantas, que ataje el sol.
Este parrafeo lo he puesto igual en todas las cartas, porque si no se me va a
acalambrar el cerebro de tanto pensar.
¿Y qué más? Dicen que la semana que
viene al empesar las vacaciones de julio vienen muchos turistas, pero parece
que acá en el pueblo no se queda a dormir ninguno, por miedo al contajio, y más
podridos que ellos no hay nadie, perdonando la expresión. Mirá, esto se acaba
pronto, porque es mucha plata que se gasta por precausión nada mas, que tanta
precausión, si todos se hicieran radiografías se vaciaba Vallejos de golpe, y
me los tenía a todos acá. Bueno, todo sea por la vieja, que se le cure bien el
nene. Y vos rubia mejor es que te cuides bien porque yo allá dejé mis bigías
bien apostados, nada de malas pasadas porque me voy a henterar ¿vos te creés
que no? Si le llegás a hacer un paquete con muchos firuletes a algún
desgrasiado de allá lo voy a saber más pronto que ligero. No, de veras, yo no
sé perdonar una jugada sucia, de eso no te olvides nunca.
Muñeca, se me termina el papel, no te
cuento más de la vida acá porque ya te la podés imaginar: descansar y comer.
En cuanto a las enfermeras, son todas a
prueba de bala, la más joven fue a la escuela con Sarmiento.
Te besa hasta que le digas basta,
Juan Carlos
Vale: contestá a vuelta de correo como
prometido, me aburro más de lo que creés. Por lo menos tres carillas como te
mando yo.
Bajo el sol del balcón junta sus
borradores, hace a un lado la manta, deja la reposera y pregunta a una joven
enfermera cuál es el número de habitación del anciano frente a quien había
tomado té en una de las mesas del comedor de invierno. La puerta de la
habitación número catorce se abre y el anciano profesor de latín y griego
invita a pasar a su visitante. Le muestra las fotografías de su esposa, hijos
y nietos. A continuación hace referencia a sus ocho años de estadía en el
Hostal, al carácter estacionario de su enfermedad y al hecho de no conocer a
ninguno de sus tres nietos por diversos motivos, principalmente económicos. Por
último toma los borradores del visitante y como había prometido corrige la
ortografía de las tres cartas: la primera —de siete carillas— dirigida a una señorita, la segunda —de
tres carillas— dirigida a la familia, y la tercera —también de
tres carillas— dirigida a otra señorita.
*
Cosquín, sábado 27 de julio de 1937
Querida mía:
Tengo frente a mí tu carta, cuanto la
esperé, está fechada jueves 8, pero el cello del correo de Vallejos es del 10
¿por qué tardaste tanto en echarla al busón? Como verás estoy con el fucil al
hombro.
Llegó primero carta, de mi hermana,
tenés que ver qué carta sarnosa, una carilla y media escrita en la clase
mientras los alumnos hacían un dibujo ¿le habrán dibujado las patas cortas?
estoy con bronca contra ella. La vieja me había dicho que me escribía sin falta
pero ahora se echó atrás, porque tiene el pulso muy tembleque y le da vergüenza
mandarme garabatos. Pero es letra de mi vieja, a mí que me importa que sean
garabatos. Mi hermana la critica y la tiene acovardada.
La cuestión es que en casi veinte días
que estoy acá no recibí más que esa carta y ahora la tuya. Y ahora dejáme que
baje el fucil y lo ponga sobre la mesa, porque quiero tener las manos libres,
en este momento te estoy pasando la llema de los dedos por el cogotito, y si me
dejás te desabrocho el botoncito de atrás de la blusa, y te bajo la mano por el
lomo, y te rasco el cuerito de mimosa que tenés. Qué linda carta me mandaste...
¿es cierto todo lo que me decís?
Yo acá siempre en la misma, no te doy
detalles de lo que hacemos todo el día porque no me gusta hablar de eso. Tenés
que ver las cosas que se ven en este sanatorio, que lo de Hostal es puro grupo.
Hay hasta gente que se está muriendo, yo no lo quería creer, pero el otro día
una piba de diesiciete años que no aparecía más por el comedor, se murió en la
piesa. Y acá me las tengo que aguantar yo, por ahí me voy a enfermar de veras,
de mala sangre que me hago. Si dejo que me controlen en todo voy listo, porque
no te dan soga para nada, porque entre tantos médicos se hacen un lío en el
mate y no se acuerdan si sos enfermo grave o qué, y al final tratan a todos
igual para no herrarla, te tratan como si mañana mismo fueras a estirar la
pata. Por eso yo los estoy madrugando, y no digo todo lo que hago, que al final
es bastante poco. Resulta que el agua del río Cosquin es calentita, y a la
siesta está mejor que nunca, pero el reglamento es que tenés que dormir la
siesta o como gran farra tirarte en la repocera del balcón de invierno, con una
frasada cordobesa pesada como tres de las nuestras, al sol. Bueno, este
cuerpito se pianta y se baña en el río. Me baño como Adán, porque no traje la
maya, y como no puedo traerme una tohalla me tengo que secar al sol nomás. Si
salgo con una tohalla del Hostal enseguida el portero me calaría. Pero es
macanudo el sol de las sierras, si no hay viento te alcansa para secarte sin
tiritar, me sacudo el agua como los perros y chau. ¿Qué mal me puede hacer eso?
Si duermo la siesta es peor, porque a la noche me empieso a rebolcar en la cama
sin sueño, y me vienen a la cabeza cada pensamiento que mejor no hablar.
Estas son cosas que te digo a vos nomás,
a la vieja no le digo nada, pero acá no aguanto más, porque acá no se cura
nadie. Si vos hablás con alguno, ninguno te va a decir que se piensa volver a
la casa, lo único que piensan es en los gastos, porque el Hostal es lo más caro
de Cosquín. Están siempre hablando de pasar a una pensión particular y que los
trate un médico de afuera, o alquilar una casita y traer a la familia. También
hay un hospital en Cosquín, y el otro día me dio un viraje raro el balero y me
fui a verlo, que sé yo, las cosas de puro aburrido que uno hace acá, mi vida.
Me gusta de corazón decirte mi vida, que se yo, y cuando te vuelva a ver me vas
ha hacer olvidar todo lo que vi, porque vos sos otra cosa, tan distinta.
Te voy a contar del hospital para
pobres, te lo cuento así sabés lo que es, y después prometéme que nunca me vas
a sacar el tema, vos que estás sana no te podés imaginar el ruido que hacen con
la tos. En el Hostal se oye un poco de tos en el comedor, pero por suerte hay
altoparlantes con discos o la radio, mientras comemos.
Yo el primer día que fui al hospital
había salido para darme un baño en el río. Pero soplaba un viento fresco,
entonces empecé a dar vueltas para no caer a dormir la siesta y cuando me
quise acordar estaba en la sierra alta, frente al hospital. El enfermo de la
cama que está al lado de la puerta, en la sala brava, no tenía visita y nos
pusimos a conversar. Me contó de él, y como andan levantados, con el piyama y
una salida de baño que le dan ahí, se vinieron dos más a hablar. Me tomaron por
médico practicante y yo les seguí la corriente.
Yo ya no quiero ir más pero voy de
lástima para charlarle un poco al pobre diablo este de la primera cama, y vos
no me vas a creer pero cada vez que voy hay alguno nuevo ¿te das cuenta de lo
que te estoy diciendo? y curar no se cura nadie, vida, cuando se desocupa una
cama es porque alguno se murió, si, no te asustes, ahí van nada más que los
enfermos muy graves, por eso se mueren.
Vos ahora olvidate de todo esto, que a
vos no te toca, vos sos sana, no te entran ni las balas, dura sos como el
diamantito que tienen en la ferretería para cortar los vidrios, aunque los
diamantes son sin color como un vaso sin vino, mejor llenita de vino,
coloradita entonces, como un rubí, mi vida. Escribime pronto, sé buena, y no
tardés como esta vez en hechar la carta al busón.
Te espera impasiente y te besa mucho
tu Juan Carlos
Vale: me olvidaba decirte que en el
Hostal tengo un buen amigo, en la próxima te contaré de él.
Bajo el sol del balcón junta sus
borradores, hace a un lado la manta y deja la reposera. Se dirige a la
habitación número catorce. En el pasillo cambia una casi imperceptible mirada
de complicidad con una joven enfermera. El enfermo de la habitación catorce lo
recibe con agrado. Enseguida se dispone a corregir la ortografía de las tres
cartas: la primera —de media carilla— dirigida a
una señorita, la segunda —de dos carillas— dirigida a la hermana,
y la tercera —de seis carillas— dirigida a otra señorita. Por
último se desarrolla una larga conversación, en el curso de la cual el
visitante narra casi completa la historia de su vida.
*
Cosquín, 10 de agosto de 1937
Vida:
El otro día llegaron juntitas tu segunda
carta y la segunda de mi hermana. Claro que había una diferencia... y así fue
que a tu carta la leí como ochenta veces y la de mi hermana dos veces y chau,
si te he visto no me acuerdo. Uno se da cuenta cuando le escriben de
compromiso. Pero vida, por lo menos que te escriban, no me vas a creer si te
digo que estas cuatro cartas son las únicas que he recibido desde que estoy acá
¿qué le pasa a la gente? ¿tienen miedo de contajiarse por correo? Te aseguro
que me la van a pagar. Qué rasón tenía mi viejo, cuando estás en la mala todos
te dan vuelta la cara. ¿Yo te conté alguna vez de mi viejo?
Mirá, el viejo tenía con otro hermano un
campo grande a cuarenta kilómetros de Vallejos, que ya había sido de mi abuelo.
Mi viejo era contador público, resibido en Buenos Aires, con título
universitario ¿me entendés? no era un simple perito mercantil como yo. Bueno,
el viejo fue a estudiar a la capital porque mi abuelo lo mandó, porque veía que
el viejo era una luz para los números, y el otro hermano que era un animal, se
quedó a pastar con las vacas. Bueno, se murió mi abuelo y el viejo siguió
estudiando, y el otro mientras lo dejó en la vía, vendió el campo, se quedó con
casi todo y desapareció de la superficie terrestre, hasta que supimos que está
ahora por Tandil con una estancia de la gran flauta. Ya le va a llegar la hora.
Mi pobre viejo se la tuvo que aguantar y
se instaló en Vallejos, no te digo que vivió mal, porque tenía trabajo a
montones, y yo no me acuerdo de haberlo oído quejarse, pero la vieja cuando el
se murió de un cíncope empezó a chiyar como loca. Por ahí me acuerdo que sonó
el timbre a la mañana después de velarlo toda la noche, eran como las ocho de
la mañana, y la vieja había oído el tren de Buenos Aires, que llegaba en esa
época a las siete y media. Todos estábamos sentados sin decir nada, y se oyó el
ruido de la locomotora, y los pitos del tren, que llegaba de la capital y
seguía para la Pampa. Se ve que la vieja pensó que el hermano del viejo podía
haber llegado en ese tren ¿cómo? si nadie le había abisado... Bueno, entonces
resulta que al rato suena el timbre y la vieja corrió al galpón y agarró la
escopeta: estaba segura de que era el atorrante ese y lo quería matar.
Pero eran los de las pompas fúnebres
para cerrar el cajón. Ahí fue que a la vieja le dio por gritar y rebolcarse,
pobre vieja, y a decir que el cíncope del viejo era de tanta mala sangre que se
había hecho en su vida por culpa del hermano ladrón, y que ahora quedaban los
dos hijos sin el campo que les habría correspondido, que el viejo había sido
demasiado noble, y no había protestado ni hecho juicio contra esa estafa, pero
que ahora los que se tenían que embromar eran la mujer y los hijos. Bueno, para
qué te voy a contar más. A la noche cuando no me puedo dormir siempre me viene
eso a la mente.
Que lejos esta todo ¿no? Y también vos
estás lejos, rubí. Y ahora te tengo que explicar porque no te escribía vuelta
de correo, porque dejé pasar varios días... Estuve pensando tanto en vos, y en
otras cosas, pensar que recién ahora que estoy lejos me doy cuenta de una
cosa... Te lo quiero decir pero es como si se me atrancara la mano ¿qué me
pasa, rubia? ¿me dará vergüenza decir mentiras? yo no sé si antes sentía lo
mismo, a lo mejor sentía lo mismo y no me daba cuenta, porque ahora siento que
te quiero tanto.
Si pudiera tenerte más cerca, si pudiera
verte entrar con el micro que llega de Córdoba, me parece que me curarías la
tos de golpe, de la alegría nomás. ¿Y por qué no podría ser? todo por culpa de
los malditos billetes, porque si tuviera billetes para tirar en seguida te
mandaba un giro para que te vinieras con tu mamá a pasar unos días. Vida, yo te
extraño, antes de resibir tu carta andaba raro, con miedo de enfermarme de
veras, pero ahora cada vez que leo tu carta me vuelve la confianza. Qué felices
vamos a ser, rubí, te voy a tomar todo el vinito que tenés adentro, y me voy a
agarrar una curda de las buenas, una curda alegre, total después me dejás
dormir una siesta al lado tuyo, a la vista de tu vieja, no te asustes, ella que
nos vijile nomás ¿y el viejo, nadie le pisa los almásigos ahora que no estoy
yo?
Bueno mi amor, escribime pronto una de
esas cartas lindas tuyas, mandámela pronto, no la pienses como yo.
Te quiero de verdad,
Juan Carlos
Vale: otra vez me olvidaba de contarte
que te manda saludos un señor muy bueno, internado aquí como yo. Me tomé el
atrebimiento de mostrarle tus cartas, y le gustan mucho, fijáte que es una
persona de mucha educación, ex-profesor de la Universidad. A mi sí me dice que
soy un animal para escribir.
Bajo el sol del balcón junta sus
borradores, hace a un lado la manta, deja la reposera y se dirige a la
habitación número catorce. Es amablemente recibido y después de asistir a la
corrección de la única carta existente, el visitante debe retirarse a su
habitación a causa de una inesperada sudoración acompañada de tos fuerte. El
ocupante de la habitación catorce piensa en la situación de su joven amigo y
en las posibles derivaciones del caso.
Interrogantes que se formuló el ocupante
de la habitación catorce al considerar el caso de su amigo
¿se atrevería Juan Carlos, si conociese
la gravedad de su mal, a ligar una mujer a su vida con los lazos del
matrimonio?
¿tenía conciencia Juan Carlos de la
gravedad de su mal? ¿aceptaría Nené, en caso de ser virgen, casarse con un
tuberculoso? ¿aceptaría Nené, en caso de no ser virgen, casarse con un
tuberculoso?
si bien Juan Carlos sentía por Nené algo
nuevo y ésa era la razón por la cual había decidido proponerle matrimonio a su
regreso a Vallejos, ¿por qué recordaba tan a menudo la torpeza de Nené el
lejano día en que lo convidó con una copa rebosante de licor casero posada
sobre un plato de desayuno?
¿por qué repetía innumerables veces que
Mabel era egoísta y mala pero que sabía vestir y servir el té de manera
impecable?
OCTAVA
ENTREGA
Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor.
Alfredo Le Pera
Cosquín, 19 de agosto de 1937
Mi vida:
Recibí tu carta a mediodía, justo antes
de entrar al comedor, y ya te estoy contestando. Hoy no tengo vergüenza de
nada, te voy a contar todo lo que siento, estoy tan contento que me dan ganas
de pegar un salto desde este balcón al jardín de abajo, le tengo ganas desde
hace tiempo, es muy alto, pero hoy estoy seguro que caería bien plantado y
saldría corriendo como un gato con todos los huesos sanos.
Vos dirás que soy malo pero una cosa que
me gusta de tu carta es que te retó el gerente porque vas tanto al baño, a
esconderte cuando te vienen las ganas de llorar por mí. Sonsita, no tenés que
llorar ¿pero de veras me querés tanto?
Yo hoy hago una promesa, y es que voy a
seguir todas las indicaciones de los médicos, que el otro día me andubieron
retando, porque ya que estamos separados que sea por una causa, así cuando me
veas aparecer por Vallejos vamos a estar seguros de que me curé del todo y no
tengo que volver más acá, que en realidad no es feo lugar, pero está lejos de
vos, eso sí que es feo. Entonces me tenés que prometer una cosa: que vas a
aguantar sin andar llorando a escondidas, aunque tenga que quedarme acá hasta
fin de año, pero tené la seguridad de que cuando deje este lugar es porque voy
a estar sano. Sale un poco caro pero la salud no tiene precio. Al volver a
Vallejos empesaremos una nueva vida, y unidos para siempre ¿me aceptás? Anda
haciendo planes.
La verdad es que yo me estaba haciendo
el loco con el tratamiento, pero a partir de hoy todo va a cambiar, lo que me
va a costar más es no ir al río, a bañarme, porque eso lo supo el médico y por
poco me saca a patadas del consultorio. Pero ahora estoy tan contento, que
cosa, me acuerdo el día que mi viejo me dio permiso, de que fuera en bicicleta
las cinco leguas hasta el campo que había sido del abuelo. Lo había oído
nombrar tanto que quería ver cómo era, yo tenía nueve o diez años más o menos,
y cuando llegué había otro pibe cerca del casco de la estancia, que habían
edificado hacía poco. El pibe andaba con un potriyito, solo porque no lo
dejaban jugar con los peones, era el hijo del dueño y se puso a jugar conmigo,
y me pidió la mitad de las milanesas que me había preparado la vieja. Y cuando
lo llamaron a almorzar, la niñera se dio cuenta de que el otro ya estaba
comiendo y me hizo pasar adentro de la casa para que yo me terminara de llenar.
Me habrán visto que no era un negro croto y me pusieron en la mesa, me llevaron
primero a lavarme las manos, y la madre
Bajo el sol del balcón interrumpe la
escritura, hace a un lado la manta, deja la reposera y se dirige a la
habitación número catorce. Es cordialmente recibido. Como de costumbre entrega
el borrador pero interpone una variante: más que corrección de ortografía
solicita ayuda para redactar la carta en cuestión. Su propósito es enviar una
carta de amor muy bien escrita, y tal pedido es acogido con entusiasmo. El
profesor le propone de inmediato componer una carta parangonando la muchacha al
Leteo, y le explica detalladamente que se trata de un río mitológico situado a
la salida del Purgatorio donde las almas purificadas se bañan para borrar los
malos recuerdos antes de emprender el vuelo al Paraíso. El joven ríe
burlonamente y rechaza la propuesta por considerarla «muy novelera». Su
interlocutor se ofende y agrega que es necesario para un enfermo desconfiar de
las promesas de las mujeres, si ellas ofrecen mucho cabe la posibilidad de que
se muevan por lástima y no por amor. El joven baja la vista y pide permiso para
retirarse y descansar en su cuarto mientras se lleva a cabo la nueva redacción
de la carta. Al llegar a la puerta alza la vista y mira al anciano en los ojos.
Éste aprovecha la oportunidad y agrega que es injusto someter a una muchacha a
tal destino. Ya en su cama el joven trata de dormir la siesta prescripta por
los médicos. Obtiene un descanso relativo, su estado nervioso no le permite más
que un sueño agitado por frecuentes pesadillas.
Imágenes y palabras que pasaron por la mente
de Juan Carlos mientras dormía: un horno de
ladrillos, huesos humanos con costras y chorreaduras de grasa, un asador en el
medio del campo, un costillar asándose a fuego lento, paisanos buscando carbón
y ramas secas para alimentar el fuego, un paisano encargado de vigilar el asado
toma una botella de vino entera y se queda dormido dejando que el asado se
queme, la carne se seca, el viento aviva las brasas y las llamas chisporrotean,
un muerto expuesto al fuego clavado en el asador, un hierro vertical le
atraviesa el corazón y se clava en la tierra, otro hierro le atraviesa las
costillas y le sostiene los brazos abiertos, el muerto se mueve y se queja,
está reducido a huesos cubiertos en parte por el pellejo seco y chamuscado,
huesos humanos manchados de grasa negra, un pasillo largo y oscuro, un
calabozo sin ventanas, manos de mujer que llevan un trapo mojado y un jabón,
una taza llena de agua tibia, de espaldas una mujer va al río a buscar más agua
en la taza, Nené frota el trapo entre sus manos y surge espuma muy blanca, lava
con cuidado los huesos caídos entre las cenizas del asador, «piense, Juan
Carlos, qué hermosa la idea de este río Leteo donde se dejan los malos
recuerdos, esas almas avanzan con paso inseguro, todo les recuerda pasados tormentos,
ven el dolor donde no existe, porque lo llevan dentro, y a su paso lo van
volcando, manchándolo todo», una jeringa de aguja gruesa se hunde entre las
costillas de un tórax viril y ancho, el enfermo no sufre debido a la anestesia
y agradece a la enfermera Nené, repentinamente el joven grita de dolor porque
otra mano le está aplicando una inyección en el cuello, Nené arranca costras a
los huesos y alguien se lo agradece, el doctor Aschero arrincona a Nené en el
pasillo del hospital y le levanta las polleras por la fuerza, otro pasillo más
largo está oscuro y hay huesos tirados por el suelo, Nené busca una escoba y
los barre con cuidado para que los huesos no se dañen, Nené es la única que
está viva, «las almas salen de esas negras cavernas expiatorias y ángeles
luminosos les indican un río de aguas cristalinas. Las almas se acercan
temerosas», los huesos están huecos y no pesan, se levanta viento y los
arrastra para arriba, vuelan huesos por el aire, el viento los arrastra con
tierra y hojas y otras basuras, «las almas finalmente se ungen en las aguas,
cegadas por un velo de penas que les ocultaba todo, pero ahora elevan sus
miradas y ven por primera vez la faz del cielo. Arranque Juan Carlos su velo de
penas, puede ocultarle los cielos más claros», llega humo procedente de una
«pierna de basura, el viento fuerte levanta la basura en remolinos y la lleva
lejos, el viento arranca el techo a las casas y voltea árboles de raíz, vuelan
chapas por el aire, hay huesos caídos entre los yuyos, una laguna estancada,
el agua está podrida, alguien pide un vaso de agua a Nené, Nené no oye porque
está lejos, alguien le pide a Nené que por favor traiga un vaso de agua porque
la sed es insoportable, Nené no oye, alguien pide a Nené que cambie la funda de
la almohada, Nené mira las manchas de sangre de la almohada, alguien pregunta a
Nené si eso le da asco, un enfermo asegura a Nené que no estuvo tosiendo y que
la funda está salpicada de tinta colorada, Nené se resiste a creerlo, alguien
dice a Nené que se trata de tinta colorada o salsa de tomate pero no de sangre,
una mujer sofoca la risa pero no es Nené, esa mujer oculta está riéndose del
delantal de enfermera de Nené con grandes manchas de sangre, alguien le pregunta
a Nené si cuando trabajaba como enfermera se le ensuciaba el delantal de
sangre o de tinta colorada o de salsa de tomate, Nené lleva un vaso de agua al
enfermo sediento, el enfermo le promete no bañarse más en el río, el enfermo
promete a su madre afeitarse antes de ir al trabajo y comer todos los platos
que le sirvan, el tren procedente de Buenos Aires llega en una mañana fría a la
estación de Coronel Vallejos, el tren llega pero es de noche, Juan Carlos está
muerto en el ataúd, la madre de Juan Carlos oye los pitos de la locomotora y
cambia una mirada con Celina, Juan Carlos cuenta a su madre que tosiendo se
ahogó en su propia sangre y es por eso que la almohada del ataúd en que yace
está manchada de sangre, la madre y la hermana van al galpón, Juan Carlos
ahogado en sangre trata de gritarles que no maten al tío, que no busquen la
escopeta, el tío golpea a la puerta, Juan Carlos trata de advertirle el peligro
que corre, el tío entra y Juan Carlos nota que es muy parecido al ocupante de
la habitación catorce, Juan Carlos asegura a su tío que se ha corregido mucho y
se afeita de mañana, y que es muy trabajador, el tío tiene algunos documentos
en la mano y Juan Carlos concibe la esperanza de que sean los papeles que lo
harán dueño de las estancias del tío, Juan Carlos oculta al tío lo que piensa y
se ofrece en cambio como administrador, el tío no contesta pero sonríe
bondadoso y se retira a descansar a la habitación número catorce, Juan Carlos
piensa que cuando el tío se despierte le va a contar que su madre y su hermana
han siempre hablado mal de él, el tío vuelve intempestivamente y Juan Carlos le
reprocha haberse alojado en la habitación catorce en vez de permanecer en su
estancia, Juan Carlos oye pasos, su madre y su hermana se acercan con la
escopeta, Juan Carlos en vano trata de advertir a su tío del peligro que
corre, Juan Carlos está muerto en el cajón y no puede hacer nada, el caño de la
escopeta es grueso y la cabeza del ocupante de la habitación catorce queda rota
en pedazos como una cáscara de huevo, las manchas son de sangre, Juan Carlos
piensa que no tendrá necesidad de mentirle a nadie y dirá a todos que son manchas
de sangre y no de tinta colorada o salsa de tomate.
*
Cosquín, 31 de agosto de 1937
Vida mía:
Hoy esperaba tu carta pero no llegó. Lo
mismo me pongo a escribirte porque recibí carta de casa y estoy un poco
embarullado. Parece que voy a tener que volver a Vallejos y después vendría
para acá a completar la cura, cuanto antes. Además la vieja quiere que yo
personalmente me encargue de tratar con los inquilinos de las dos casas para
intentar suvirles el alquiler.
¿Sabés una cosa? el médico dijo que voy
mejor, yo ahora le hago caso en todo.
Te besa muy fuerte,
Juan Carlos
Toma la hoja escrita sin borrador
previo, la coloca en un sobre y se apresura a entregarla al portero antes del
retiro de la bolsa diaria, a las 16:00. La temperatura es alta para la época
del año, no sopla viento. Piensa en el agua tibia del río. Se dirige a la
habitación número catorce para proponer una partida de naipes como pasatiempo
hasta que llegue la hora del té.
*
Cosquín, 9 de septiembre de 1937
Mi vida:
Es posible que yo llegue antes que estas
líneas pero lo mismo necesito hablar un poco con vos. No estoy bien, de ánimo
quiero decir.
Ahora te pido una cosa, y muy en serio,
que por favor no digas a nadie, ni en tu casa, que vuelvo sin completar la
cura. Yo hasta último momento tenía la esperanza de que mi hermana y la vieja
arreglaran las cosas sin necesidad de que yo fuera para allá, pero no hubo
caso. Los de la Intendencia no quieren alargar la licencia, que les hace,
total es sin goce de sueldo.
Pienso que si arreglo todo volveré aquí
lo más pronto posible. Mirá rubia, ya de charlar un poco con vos me siento
mejor ¡cómo será cuando te vea! Hoy fue uno de los peores días de mi vida.
Hasta prontito, te besa y abraza
Juan Carlos
Bajo el sol del balcón junta sus
borradores, hace a un lado la manta, deja la reposera y mira en derredor,
buscando algo nuevo para recrearse la vista. No encuentra nada. Piensa en que
esa noche la joven enfermera Matilde estará de guardia, dispuesta a acudir al
llamado de los pacientes. Desea intensamente un cigarrillo. Observa el cielo.
No hay nubes y no sopla viento. Pese a estar próxima la hora del té decide ir a
bañarse al río, además será una de las últimas oportunidades de nadar, pues su
partida está fijada para tres días más tarde.
Ministerio de Salud Pública de la
Provincia de Buenos Aires
Hospital Regional del Partido de
Coronel Vallejos
Fecha: 11 de junio de 1937
Sala: Clínica General
Médico: Dr. Juan José Malbrán
Paciente: Antonia Josefa Ramírez
Diagnóstico: Embarazo normal
Síntomas: Última menstruación segunda semana de abril, vómitos, mareos, cuadro
clínico general confirmatorio.
Notas: Internación prevista en Sala Maternidad última semana de enero.
Paciente domiciliada en calle Alberti
488, como doméstica del Sr. Antonio Sáenz, soltera, no reveló nombre presunto
padre.
Pasar duplicado ficha a Sala Maternidad
*
Policía de la Provincia de Buenos Aires
Comisaría o Seccional: Coronel Vallejos
Destino de expediente: Archivo Local
Fecha: 29 de julio de 1937
Texto: Por la presente se deja por sentado el embarque en el tren de
pasajeros con destino a la Capital Federal, en el día de la fecha, a las 19:15
horas, de los aspirantes a suboficial que se nombran a continuación: Narciso
Ángel Bermúdez, Francisco Catalino Páez y Federico Cuello. Los acompaña el Cabo
Primero Romualdo Castaños, portador de la documentación requerida tales como
libreta de enrolamiento y legajo de inscripción de cada uno de los aspirantes.
El Cabo Primero Castaños los acompañará en el trasbordo de la Estación Once del
Ferrocarril Oeste a la estación Constitución del Ferrocarril Sur donde se
embarcarán en el primer tren disponible con rumbo a la ciudad de La Plata,
donde de inmediato se presentarán a la División N° 2 de la Policía de la
Provincia. Se prevé la iniciación de los cursos para el día 1° de agosto por
una duración de seis meses.
Benito Jaime García
Sub-Comisario a Cargo
*
Ministerio de Agricultura y Ganadería
de la Provincia de Buenos Aires
La Plata, 12 de setiembre de 1937
Orden administrativo
Interposición de demanda — Copia para archivo
En fecha de hoy fueron presentadas en
mesa 3 el Certificado de Venta y el Acta elevada ante el Comisario de Coronel
Vallejos por denuncia del Sr. Cecil Brough-Croydon, con domicilio en Estancia
«Percival» del Partido de Coronel Vallejos, contra el Sr. Antonio Sáenz,
Martillero, domiciliado en Alberti N° 468, Coronel Vallejos, acusado éste de
haberle vendido al primero ganado con vicios redhibitorios, tales como
garrapata y carbunclo.
*
...el colectivo, el barquinazo, la
polvareda, la ventanilla, el campo, el alambrado, las vacas, el pasto, el
chofer, la gorra, la ventanilla, el caballo, un rancho, el poste del telégrafo,
el poste de la Unión Telefónica, el respaldo del asiento de adelante, las
piernas, la raya del pantalón, el barquinazo, las sentaderas, prohibido fumar
en este vehículo, el chicle, la ventanilla, el campo, las vacas, el pasto, los
choclos, la alfalfa, un sulky, una chacra, un almacén, una casa, Bar-Almacén
«La Criolla», el campo de girasoles, «Club Social-Sede Deportiva», los ranchos,
las casas, la ventanilla, los faroles, la tierra, el asfalto, Martillero
Público Antonio P. Sáenz, Consultorio Dr. Aschero, la vereda de baldosas, las
luces, Tienda «Al Barato Argentino», Banco de la Provincia, Empresa de
Transportes «La Flecha del Oeste», los frenos, las piernas, los calambres, el
sombrero, el poncho, la valija, mi hermana, el abrazo, los cachetes, el
viento, el poncho, el frío, la tos, tres cuadras, la valija, Tienda «Al Barato
Argentino», Consultorio Dr. Aschero, Bar «La Unión», el sudar, los sobacos,
los pies, la ingle, el picor, los vecinos, la vereda, la puerta de calle
abierta, mi madre, la pañoleta negra, el abrazo, las lágrimas, el zaguán, el
vestíbulo, la valija, la tierra, el poncho, la tos, la piel bronceada, cinco
kilos más de peso, Cosquín, la Intendencia, los aumentos de alquiler, la
licencia, el Hostal, el presupuesto, el médico, el diagnóstico, el tratamiento,
la radiografía, la pieza, la cama, la mesa de luz, la estufa a kerosene, el
ropero, el baño, el agua caliente, la bañadera, el lavatorio, el inodoro, la
percha, la toalla, la estufa, el espejo, el tuberculoso, el atleta, el órgano
sexual, la piel bronceada, el sudor, el picor, los calambres, la canilla, el
chorro, el agua caliente, el jabón, la espuma, el perfume, Nené, la enfermera
Matilde, Nené, Mabel, Nené, Nené, Nené, anillo de compromiso, el agua tibia, la
rejilla de madera, las chancletas, las gotas de agua, la toalla, la estufa, las
llamas, el escalofrío, la ropa interior, la navaja, el jabón, la barba, el agua
de colonia, el peine, el jopo, la mesa, mi madre, mi hermana, los platos, la
servilleta, las noticias de Vallejos, el carbunclo, el carbunclo, el escándalo,
Mabel, el inglés, la acusación, la bancarrota, Mabel, la sopa, la cuchara, los
dedalitos, el carbunclo, la estafa, el pan, una cucharada de extracto de carne
en la sopa, el compromiso roto, la estancia, las estancias, el vino, la soda,
el agua, el bife con puré, el pan, el vino, mi madre, la licencia, el sueldo,
el presupuesto, el picnic, Mabel, los quejidos, las lágrimas, el cuchillo, el
tenedor, el bife, el puré, el vino, la bancarrota, el empleo de maestra, la
estafa, la vergüenza, mi hembrita, el picnic, el abrazo, el beso, el dolor, la
sangre, el pasto, los cachetes, los labios, las lágrimas en la boca, el inglés,
la denuncia, la estafa, la bancarrota, la deshonra, la pobreza, el puré, la
manzana asada, el almíbar, mi madre, mi hermana, el café, las nueve y cuarto de
la noche, el frío, el poncho, la vereda, el viento, las calles de tierra, la
esquina, el portón, el ligustro, la rubia, Nené, mi novia, la madre, el padre,
la cocina, la mesa, el hule, Cosquín, el tratamiento, la curación, la
Intendencia, mi empleo, los planes, las intenciones, el padre jardinero, la
vereda, el portón, Nené, el padre, el almácigo, el ligustro, la vereda de
tierra, la casa sin revoque, el empleo de empaquetadora, la piel blanca, los
labios, el frío, el viento, el portón, la luz en la cocina, la madre en la
cocina, las promesas de las mujeres, «¿no estás curado del todo? pero faltará
poco, estoy segura que para fin de año te curás del todo ¿fue muy cansador el
viaje en colectivo?», la habitación número catorce, el viejo, ¿te animás a
casarte con un enfermo? «a mí no me importa nada, pero eso mejor no... sacá esa
mano, Juan Carlos», el doctor Aschero, mi hermana, el chisme, «mejor la noche
de bodas, así nos portamos bien unos meses más y vos ya te curás, pero me da
miedo que nos vean en este portón, ¿y después me vas a seguir queriendo?
esperemos un rato más que se duerman, Juan Carlos, pero acordáte que es porque
vos me lo pediste», ¿me echarán de la Intendencia? ¿la echarán de la escuela?
solos en un ranchito, pan y cebolla frita, no, si no me lo pedís vos yo no te
toco ni las manos, pedímelo vos, Nené, demostráme que me querés para siempre,
que no te importa de nada, «no querido, si yo te lo pido vas a decir que soy
una cualquiera, eso nunca, y pueden aparecerse papá y mamá, y yo tengo miedo,
Juan Carlos ¿por qué los hombres son así? ¿no te conformás con tenerme
abrazada?» el portón, el ligustro, el viento, el frío, «Juan Carlos, no te
vayas enojado!», la esquina, las calles de asfalto, los faroles, las veredas,
las casas, las ventanas cerradas, las puertas cerradas, las esquinas, la
oscuridad, la obra en construcción, la Comisaría nueva, la entrada terminada,
el candado, la cadena, Mabel, Mabel, ¡Mabel! yo tengo ganas de verte, mañana,
cuando sea de día, te voy a decir que me volví... ¡porque ya estoy curado! y
que no me importa que estés en la bancarrota, ¿y no hay mal que por bien no
venga? ¡qué suerte que me volví! el farol, la vereda, el asfalto, el viento, el
frío, la oscuridad, la obra en construcción, la entrada terminada, el candado,
la cadena, no hay mal que por bien no venga.
BOQUITAS AZULES, VIOLÁCEAS,
NEGRAS
NOVENA
ENTREGA
...Si fui flojo, si fui ciego,
sólo quiero que comprendas
el valor que representa
el coraje de querer.
Alfredo Le Pera
RECAPITULACIÓN: A su regreso de Cosquín,
Juan Carlos Etchepare en vano intentó ver a María Mabel Sáenz, pues la joven se
ausentó, no sin antes pedir permiso al Consejo Escolar. La licencia le fue
inmediatamente acordada, con goce de sueldo. Sus padres la despidieron en la
estación ferroviaria y permanecieron en el andén hasta que el tren se perdió de
vista, rumbo a Buenos Aires. Conversaciones entre el Dr. Malbrán y el
Intendente Municipal decidieron poco después la suerte de Juan Carlos: el
joven no estaba en condiciones de volver al trabajo y tampoco se le podía
prolongar la licencia. Sin más fue dejado cesante y este hecho tuvo una rápida
repercusión en el hogar de Nélida Enriqueta Fernández, donde se oyeron entre
otras las siguientes acusaciones: «—¡Yo como padre de Nené tengo derecho a
hacerle esas preguntas!», «—¡Si usted no puede volver a su trabajo es porque no
está bien!», «—¡¿Cómo tiene el coraje de acercarse a mi hija si no está
sano?!», «—¿No tiene conciencia usted? ¿y si me la contagia?» Juan Carlos se
ofendió, convencido de que un jardinero no era quién para increparlo. Pero las
jornadas pasadas en el bar se hacían largas y no animándose a confiar sus
pesares a nadie, echaba de menos a Pancho. Juan Carlos deseaba que su amigo
abandonase el curso dictado en la capital de la provincia, para que volviese a
hacerle compañía, y hablando con el comisario durante un partido de póker
involuntariamente hizo alusión al embarazo de la sirvienta de los Sáenz.
Día 27 de enero de 1938
Haciendo un alto en el trajín del día, a
las 12:48 Nélida Enriqueta Fernández se secó los labios con la servilleta, la
dobló y dejó la mesa con el propósito de dormir una hora de siesta. En su
cuarto se quitó los zapatos y el uniforme azul de algodón. Retiró el cubrecama
y se echó sobre la sábana. La temperatura era de 39 grados a la sombra. Buscó
una posición cómoda, de costado. La almohada le molestó y la empujó a un lado.
Se colocó boca abajo. A pesar de haberse quitado los zapatos los pies seguían doloridos,
con los entrededos irritados y en parte lastimados por el sudor ácido; debajo
del pulgar del pie derecho el ardor de un principio de ampolla empezaba a
ceder. Con una mano reacomodó las horquillas para liberar el cuello del calor
aprisionado en su mata de pelo, llevándola hacia arriba. El cuello estaba
humedecido por una capa de transpiración casi imperceptible, del cuero
cabelludo le bajó una gota redonda de sudor, y luego otra. Los breteles del
corpiño y la enagua, humedecidos también, se hundían en la piel, los corrió
hasta debajo del hombro. Debió juntar los brazos contra el cuerpo para no
forzar las costuras. Las gotas brotadas bajo los hombros se expandieron,
brotaron otras. Volvió los breteles a su lugar y se colocó boca arriba con los
brazos separados del cuerpo. Se había afeitado el vello de las axilas y la piel
estaba enrojecida por la aplicación de líquidos antisudorales. La espalda, en
contacto con la cama, calentaba las sábanas y el colchón. Se corrió hacia el
borde de la cama buscando una franja más fresca de sábana y colchón. Un escozor
incómodo, de piel sudada, le empezó a atacar. La respiración era pesada, el
aire le empujaba el diafragma con lentitud y fuerza hacia abajo. La garganta
tensa registraba ráfagas nerviosas y dejaba pasar la saliva con dificultad. La
opresión del cráneo en las sienes se acentuaba, posiblemente a causa de los
dos vasos de vino con limón y hielo que había tomado durante el almuerzo.
Alrededor de los ojos una vibración interna le inflamaba los párpados, pensó
que toda una carga de lágrimas estaba lista para volcársele por la cara. Algo
le pesaba cada vez más, a modo de una piedra, en el centro del pecho. ¿Cuál era
en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era que
Juan Carlos recuperase el empleo de la Intendencia.
¿Cuál era en ese momento su temor más
grande?
En ese momento su temor más grande era
que alguien se encargase de enterar al joven martillero público llegado poco
antes a Vallejos —con quien tanto había bailado en la kermese navideña— de su
pasada relación equívoca con el Dr. Aschero.
El ya mencionado 27 de enero de 1938,
haciendo un alto en el trajín del día, a las 21:30 Juan Carlos Etchepare se
dispuso a fumar el único cigarrillo diario, sentado en el jardín de su casa.
Antes de la puesta del sol su madre había regado los canteros y los caminos de
pedregullo, un aire fresco se desprendía con olor vigorizante a tierra mojada.
El encendedor dio una llama pequeña, el tabaco se encendió y desprendió humo
blanco caliente. El humo más oscuro que exhaló Juan Carlos formó una montaña
transparente, detrás estaban los canteros con cerco de jacintos rodeando una
palmera, cuatro canteros, cuatro palmeras, al fondo el gallinero y el tapial,
pasado el tapial los eucaliptus de un corralón de hierros viejos, más allá no
se veían sierras. La pampa chata, viento y tierra, detrás de la polvareda
apenas si la había alcanzado a ver de lejos, subía al auto con el padre y la
madre, el auto arrancó levantando a su vez otro remolino de tierra. El cigarrillo
estaba reducido a un pucho, lo arrojó a un cantero. La mano derecha
mecánicamente palpó el paquete en el bolsillo de la camisa. ¿Fumaría otro? Los
sueldos de maestra variaban entre 125 y 200 pesos, una licencia con goce de
sueldo era difícil de conseguir si no mediaba el Intendente Municipal, amigo
del Sr. Sáenz. 250 pesos por mes bastaban para pagar el Hostal y cubrir
pequeños gastos personales ¿ni siquiera una licencia sin goce de sueldo? El
documento de cesantía del empleado Etchepare estaba firmado por el Intendente,
el Pro-Secretario y el Tesorero de la Municipalidad; el humo caliente del
segundo cigarrillo le llenaba el pecho de una agradable sensación.
¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era
conseguir de algún modo el dinero para dejar el pueblo y continuar la cura en
el sanatorio más caro de Cosquín.
¿Cuál era en ese momento su temor más
grande?
En ese momento su temor más grande era
morirse.
El ya mencionado 27 de enero de 1938,
haciendo un alto en el trajín del día, a las 17:30, de vuelta de la peluquería
donde se había sometido a un fatigoso ondulado permanente, María Mabel Sáenz
pidió a la tía el diario de la mañana y se retiró a su cuarto a descansar. Se
quitó la ropa de calle y se cubrió con una fresca bata de casa. Colocó el
ventilador eléctrico en la mesa de luz y entornó las persianas dejando la luz
necesaria para leer la cartelera cinematográfica publicada en el diario. Nada
mejor que elegir una sala con refrigeración para escapar con su tía, también
aficionada al cine, del calor sofocante de la ciudad de Buenos Aires. El mayor
sacrificio consistía en tomar el subterráneo, muy caluroso, que en diez minutos
las depositaría en el centro mismo de la ciudad, donde se levantaban las
principales salas cinematográficas con refrigeración. Buscó la sección
especializada, empezando a abrir el diario por la primera página. En la segunda
página no estaban los cines, tampoco en la tercera, tampoco en la cuarta,
quinta, sexta, séptima, octava, sintió una creciente irritación nerviosa,
decidió empezar a hojear el diario de atrás para adelante pero en la última
página y en la penúltima había sólo avisos inmobiliarios, lo mismo en la
precedente, y en la otra, y en la otra. La irritación hizo crisis, formó una bola
con el diario y la arrojó con fuerza contra el ventilador. Atribuyó su alto
grado de nerviosidad a las largas horas pasadas en la peluquería bajo el
secador. Lloriqueó sin lágrimas, hundió la cara en la almohada y reflexionó.
¿Por qué estaba tan nerviosa, fuera o no a la peluquería? Culpó a los largos
días de ocio y a las noches de insomnio, inerte en su cama. Cuando recobró la
serenidad alisó las hojas del diario y reanudó la búsqueda de la página
consabida. Había refrigeración en el cinematógrafo Ópera: El lancero espía con
George Sanders y Dolores del Río; también refrigeración en el Gran Rex: Entre
bastidores con dos actrices preferidas, Katherine Hepburn y Ginger Rogers
¿pero habría entradas siendo estreno?; en el Monumental Tres argentinos en
París, películas nacionales sólo veía en Vallejos, cuando no había otra
cosa que hacer, con Florencio Parravicini, Irma Córdoba y Hugo del Carril; en
el Gran Cine Florida programa europeo, El secreto de la Pompadour con
Kathe von Nagy y Willy Eicherberg, alemana, y La casta Susana con Henri
Garat y Meg Lemonnier; otro programa doble en el Rose Mane: Saratoga con
Jean Harlow «la rubia platinada en su éxito póstumo» y No se puede tener
todo con Alice Faye, Don Ameche y los Hermanos Ritz. ¿Cuál era el cine que
según su tía atraía la concurrencia más distinguida? El Ambassador:
«refrigeración, Metro-Goldwyn-Mayer presenta una exquisita comedia de
románticos enredos con Luise Rainer, William Powell y Maureen O' Sullivan, Los
candelabros del emperador». ¿No había ningún estreno con Robert Taylor? No.
¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era ver
entrar sigilosamente por la puerta de su cuarto a Robert Taylor, o en su
defecto a Tyrone Power, con un ramo de rosas rojas en la mano y en los ojos un
designio voluptuoso.
¿Cuál era en ese momento su temor más
grande?
En ese momento su temor más grande era
que su padre perdiera el proceso iniciado por su detestado ex prometido Cecil,
lo cual acarrearía daños importantes para la situación económica y social de la
familia Sáenz.
El ya mencionado 27 de enero de 1938,
haciendo un alto en el trajín del día, a las 17:45 horas, Francisco Catalino
Páez se dejó caer en el camastro del cuartel. Los ejercicios de instrucción de
Tiro al Blanco estaban terminados por ese día, se había distinguido
nuevamente, así como en las clases teóricas que tenían lugar de mañana. La
gruesa tela sanforizada de la camisa de fajina estaba pegada al cuerpo mojado
de sudor. Decidió darse un gusto y se dirigió al baño de la cuadra. El agua de
la ducha salía fría pero no tanto como el agua de la bomba al fondo del rancho.
Y no tenía que bombear, el agua salía sola, con sólo abrir una canilla, abundante,
se la podía derrochar. Esa tarde estaba permitido salir, pero no podía perder
la cena del cuartel ni gastar dinero en tranvía, y el centro de la ciudad de
La Plata estaba lejos de allí. De todos modos sacó del armario el flamante
uniforme de Suboficial de Policía y pasó la yema de los dedos por la gabardina
de la chaqueta y los pantalones, por el cuero lustroso de las botas, por los
hilos dorados de las charreteras, por los botones de metal, todos exactamente
iguales, sin defectos de fabricación, bruñidos, cosidos a la gabardina con hilo
doble. Se vistió con lentitud, temiendo desgarrar alguna costura, o rayar la
superficie de las botas. Estaba solo en la cuadra, todos habían salido. Fue al
baño y observó detenidamente al suboficial del espejo. La desaparición del
bigote campero y el corte de pelo militar, rapado en los costados, cambiaba su
fisonomía descubriendo rasgos casi adolescentes. Al ponerse la gorra se
acentuaba en cambio la fuerza de la mirada, ojos de hombre, con alguna arruga:
él solía crispar los párpados al recibir el chorro helado del agua de la bomba,
y al barajar el par de ladrillos que se pasaban de mano en mano los albañiles
descargando un camión, y al hundir el pico o la pala con todas sus fuerzas en
la tosca, y al notar en un espejo ocasional de la calle que los pantalones regalados
además de estar gastados le iban grandes o chicos. Se quitó la gorra de visera
refulgente, se la volvió a poner, probándola más o menos requintada.
¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era dar
una vuelta por las calles principales de Vallejos, con su flamante uniforme.
¿Cuál era en ese momento su temor más
grande?
En ese momento su temor más grande era
que Raba lo denunciase a la Comisaría de Coronel Vallejos como padre de la
criatura por nacer.
El ya mencionado 27 de enero de 1938,
haciendo un alto en el trajín del día, Antonia Josefa Ramírez, a las 23:30,
descansaba en una camilla de la Sala de Partos del Hospital Regional del
Partido de Coronel Vallejos. Había sido trasladada de urgencia una hora antes,
después de caminar atacada de intensos dolores cuatro cuadras desde su rancho
hasta la primera casa con teléfono. Su tía estaba como de costumbre trabajando
como doméstica en una casa céntrica y no volvía hasta tarde. La enfermera
pensaba que era una falsa alarma, pero esperaba que el médico volviera de una
revisación en la sala de primeros auxilios y la observara, antes de decidir
internarla o mandarla de vuelta a la casa. La enfermera entraba y salía,
dejando la puerta abierta. Raba se incorporó y vio en el patio iluminado por
una lamparita tenue, a algunos hombres, seguramente esposos de las muchachas
internadas, y viejas de pelo blanco, seguramente las madres o suegras,
esperando las novedades a producirse de un momento a otro. Pancho estaba lejos,
pero era por el bien de todos: se estaba haciendo Suboficial, al volver ganaría
bien, el 29 de julio se había ido, hacía ya seis meses casi que no lo veía, y
ella había cumplido su promesa, de no decir nada a nadie. Cuando él estuviera
afianzado en su puesto podrían arreglar las cosas ¿pero por qué no había
contestado a sus cartas? ¿se habrían perdido? ¿su letra era tan torpe que los
carteros no la habían entendido? Uno de los muchachos del patio se parecía a
Pancho, tal vez sólo por los bigotes espesos y el pelo rizado largo, estaba
nervioso, se paseaba fumando. Raba deseó intensamente agarrar con fuerza la
mano grande de Pancho, él entonces la besaría con suavidad, Raba sentiría el
roce del bigote espeso y le acariciaría la cabeza, el pelo largo y rizado. La
lamparita del patio era pequeña y debido al calor volaban en torno más bichos
que de costumbre, tábanos, tatadioses y cascarudos.
¿Cuál era en ese momento su mayor deseo?
En ese momento su mayor deseo era que la
criatura naciera sana.
¿Cuál era en ese momento su temor más
grande?
En ese momento su temor más grande era
que Pancho volviera y repudiara a ella y a la criatura.
Buenos Aires, 10 de noviembre de 1938
Querida Mabel:
Cumplo con mi promesa de escribirte, la
carta que tanto me encomendaste, picarona. Ante todo deseo que estas líneas te
encuentren bien, lo mismo tu familia. Creo que fue en sexto grado que nos
hicimos esta promesa, cuando teníamos apenas doce años, y ya no pensábamos más
que en novios. Bueno, me tocó a mí ser la primera en viajar de luna de miel,
así que empiezo yo.
Ante todo muchísimas gracias por el
regalo tan lindo, qué hermoso velador, el tul blanco de la pantalla es una
hermosura, era ése el que yo quería para mi traje de novia, pero no hubo caso
de encontrarlo, debe ser importado. Y también, demás está decirlo, ese regalo
me significó más cosas: que en el fondo nunca habíamos dejado de ser amigas. No
es que una sea materialista, qué sé yo, vos ya me habías parado por la calle
para felicitarme, de todo corazón, y yo me había dado cuenta de que volvíamos a
la amistad como antes, pero el día antes de mi casamiento, cuando llegó el
velador, yo lo miraba y la llamé a mamá para mostrarle que mi compañera de
escuela se había acordado de mí. ¡Y qué bien elegiste! Mil gracias de nuevo.
¿Por dónde empiezo? De la iglesia
volvimos a casa de mamá, brindamos con los poquitos parientes y mis suegros
que habían venido de Trenque Lauquen, y a eso de las nueve y media me cambié,
estrené el traje de saco de que te había hablado, y salimos en el auto, que es
un cascajo pero anda. Yo hasta ahí no me había emocionado, de tantos nervios
que tenía con el vestido largo, y con las valijas sin cerrar, y hasta último
momento peleando con mamá porque insistía que me trajera el vestido de novia a
Buenos Aires para sacarme la foto acá. Bueno, al fin le hice caso, pero todavía
no nos hemos fotografiado, mañana a la mañana voy a salir a pedir precio por
las casas de fotos de la calle Callao, perdón, la avenida Callao, se me enoja
muchísimo Massa cuando me hago esas confusiones de nombres, porque vi casas muy
buenas. Como te decía, toda la ceremonia en la iglesia, y la mañana en el
civil, tan nerviosa con el vestido y el peinado, y la toca de tul que me
quedaba tan mal en las pruebas, yo no sentía nada, nervios nada más, y la boca
seca, muerta de sed, pero cuando me puse el traje de saco ya me empecé a sentir
rara, y al subir al auto y despedirme de mamá me emocioné tanto, tanto, Mabel,
que lloraba como una loca. Me venía desde el pecho, desde el corazón mismo, el
llanto. Cuando arrancó el coche, mi marido me miró la cara y se reía, pero él
también estaba emocionado, porque había visto que la madre de él también
lloraba, pobre señora, parece que es muy buena. Yo me bajé el tul del sombrero
y lo embromé, no quería que me viera toda despintada. Por suerte el camino de
tierra estaba bastante apisonado por la lluvia y a las doce más o menos
llegamos a Lincoln. Ahí pasamos la noche, y después de almorzar al día
siguiente seguimos viaje a Buenos Aires. Ya a eso de las siete de la tarde
entramos en Buenos Aires, por la avenida Rivadavia derecho ¡qué luces! mi
marido me iba indicando los barrios que atravesábamos, Liniers, Flores,
Caballito ¿bonitos nombres, verdad?, Once, hasta este hotel, precioso, de
cuatro pisos, enorme, viejo pero conservado, que está en la avenida Callao,
cerquita de nada menos que el Congreso.
Yo había venido dos veces no más a
Buenos Aires, una vez de chica, y la otra vez cuando internaron en el hospital
a mi abuelita, ya grave. Estábamos de luto y no fuimos a ninguna parte. Lo primero
que hice ahora fue llevarle flores, aunque me costó una discusión con Massa, él
quiere hacer todo a su modo, pero es muy bueno, no me estoy quejando. Bueno, lo
que te quiero decir es que yo no conocía nada, casi. Mirá, el hotel es muy
salado pero vale la pena, y a mi marido le conviene estar acá porque tiene que
recibir a unos hombres de negocios con los que está tratando.
Es por eso que vinimos a Buenos Aires de
luna de miel, porque así él resuelve unas cosas, mirá, a lo mejor trae mala
suerte contar cosas antes de que se hagan, pero no aguanto más. Resulta que a
Massa no le gusta Vallejos ni pizca. Dice que no ha visto un pueblo más
chismoso y asqueroso de envidia que Vallejos, según él Trenque Lauquen progresa
menos pero la gente es más buena. Ahora adonde él se quiere venir a vivir es...
acá. ¡Nada menos! Fijáte qué ambicioso me salió el gordito. Y él acá tiene unos
amigos de su pueblo que les está yendo bien, y por ahí ligamos también
nosotros. Por lo pronto nos decidimos a quedarnos ya una semana más, en vez de
hacer unas compras para la casa que teníamos pensadas, total con los regalos
tenemos preciosos adornos ya, es cuestión de acomodarlos bien.
Vos dirás que te cuento cosas, pero no
las de la luna de miel, realmente. Ante todo, Mabel, es un muchacho muy pero
muy bueno. Con eso no quiero decirte que no tenga su carácter, pero no piensa
más que en el porvenir, y en que vamos a tener todas las comodidades, y piensa
siempre en lo que a mí me gusta para comprarme así no trabajo mucho en la casa,
y cuando él tiene una tarde libre, porque a la mañana siempre sale por sus
cosas, ya te digo de tarde salimos a ver heladeras, una victrola ya la tenemos
elegida, y si lo convenzo una de las primeras cosas que vamos a comprar es un
ventilador que vi, de esos chiquitos que son la última novedad, todos cremita.
Y cuando pienso que no voy a tener que ir más a la tienda, no lo puedo creer,
pellízcame Mabel, así me doy cuenta de que no estoy soñando.
Claro que cuando vuelva a Vallejos me
espera muchísimo trabajo, porque con el casamiento tan apurado, que me imagino
lo que dirán en Vallejos y que la lengua se les caiga a pedazos, como te decía
del apuro ni cortinas nuevas puse en mi pieza. Ay, qué inmundos, las cosas que
dirán, que Massa no tiene dónde caerse muerto, que nos vamos a vivir a casa de
mamá. Ya van a ver, porque si esperan que antes de los nueve meses haya
novedades, claro que les vamos a dar las novedades, que es el traslado a la
capital, y si eso falla, bueno, ya tenemos en vista un chalecito para alquilar
en el pueblo, en una calle de asfalto. Te digo estas intimidades porque como
vos y tu familia han sufrido en carne propia lo que es la maldad de la gente,
en estos meses que tuvieron ese disgusto, por eso te lo digo, porque vos me
podés comprender.
Mi marido me pregunta qué prefiero en
Buenos Aires, si un departamentito en el centro o una casita con patio en las
afueras. Ay, Mabel, estoy tan encantada que quiero quedarme en el centro.
Bueno, te cuento lo que hago a la mañana. El desayuno Massa lo quiere en la
habitación, y ya que estamos, ahí es el momento a que me cuesta más
acostumbrarme: a que me pesque a la mañana con la facha de recién despierta
¡qué rabia me da! Bueno, él se va y yo me coso las cortinas, mirá, si dura poco
la estadía en casa de mamá no importa, le quedarán a ella, buena falta le hace
algo que la alegre un poco, sabrás que papá no está nada bien. Bueno, no hablemos
de cosas tristes. Como te decía estoy haciendo las cortinas para la que era mi
pieza de soltera, encontré un género precioso y nada caro así que lo compré y
me las estoy haciendo. Me arreglo bien para el almuerzo y si consigo que Massa
no duerma la siesta, cuando está libre salimos ya te dije, y si estoy sola me
recorro todos los lugares de la capital que quiero ver. Total es facilísimo, ya
estoy aprendiendo los nombres de las calles, me fui sola hasta el Cabildo, la
Torre de los Ingleses, el rascacielos que está enfrente, la estación Retiro, el
puerto, y subí a un barco militar que se podía visitar. Mañana voy a conocer la
estación de Constitución, y mi marido (che, no me acostumbro todavía a decir mi
marido), bueno, mi marido, me ha prometido llevarme a la Boca, yo sola no voy
porque hay muchos matones. A las siete yo siempre lo estoy esperando en el
hotel, porque viene a veces con algún hombre de negocios y vamos a tomar un
vermouth por ahí. Esta semana por suerte yo me di cuenta de preguntar en el
hotel si nos daban pensión sin cena, así podíamos cenar por ahí, y salí con la
mía. Mirá, fue la mejor idea, porque al tener paga la cena en el hotel, que
sirven tan rica comida, nos llenábamos como animales, y como te imaginás lo que
son los hombres en luna de miel, no quería salir ya.
Bueno, Mabel, ya desde el lunes que
empezamos a comer afuera la cosa cambió, porque si tenés que pagar ya no comés
de puro angurriento como en el hotel, quedás satisfecho pero más liviano.
Bueno, y yo me lo llevo caminando siempre para cerca del obelisco, vamos como
quien no quiere la cosa caminando despacito, y cuando se quiere acordar ya está
en el obelisco el señor Massa. Ahí hay restaurantes para tirar para arriba, ¿y
ahora te das cuenta a lo que voy? Justo terminamos de cenar a eso de las nueve
y media en pleno barrio de los teatros y los cines, y no se me puede negar. El
lunes estaban de descanso las compañías y fuimos al cine, preciosa, Argelia,
con Charles Boyer y una chica nueva que no me acuerdo cómo se llama que es
la mujer más divina que he visto en mi vida, y de paso me conocí el cine Ópera,
que tanto me habías nombrado. Ay, tenías razón, qué lujo de no creer, al entrar
me vi a los lados esos balcones de palacios a todo lujo, con plantas tan
cuidadas, y los vitrales de colores, y encima de la pantalla ese arco iris, me
quedé muda, cuando mi marido me codea y me señala el techo... ahí ya por poco
grito ¡las estrellas brillando y las nubes moviéndose que es un cielo de veras!
La película era buena pero lo mismo yo de vez en cuando miraba para arriba, y
los movimientos de nubes seguían durante toda la función. Con razón cobran tan
caro.
El martes insistí hasta que lo convencí
a Massa de que me llevara a un teatro de revistas, caímos al Maipo, daban Good
bye obelisco, acá tengo el programa, con Pepe Arias, la esposa de él Aída
Olivier que no la conocía porque no trabaja en el cine, es una bailarina muy
buena, Sofía Bozán que es regia, la Alicia Barrié y esa morocha tan bonita que
siempre hace de mala, Victoria Cuenca. ¡Qué raro me parecía verlas en persona!
Pero me arrepentí tanto de haber ido, porque es todo de chistes verdes que no
sabía dónde ponerme. Para colmo por ahí hacían bromas de recién casados, sudé
como una negra. Después el miércoles vimos en el teatro Nacional la compañía de
Muiño-Alippi en La estancia de papá, muy buena, con fiesta campera al
final, en el programa decía 80 personas en escena, me parece que sí. Anoche a
mi marido le habían hablado tanto de los títeres de Podrecca que fuimos, pero
estaban en un teatro de barrio, el Fénix, del barrio de Flores, que queda en el
camino que va a Vallejos. No te cuento, Mabel, la tristeza que me daba de
pensar que dentro de unos días vamos a tomar ese camino... hasta el final. Qué
ingrata dirás vos, toda la vida viviendo en Vallejos y ahora no querés volver.
Pero Mabel ¿qué me dio Vallejos? nada más que desilusiones. De los títeres te
guardé el programa, algo divino, te voy a contar todo cuando vuelva. Y esta
noche si te digo no me lo creés ¿sabés quién debuta en el teatro Smart en una
obra que se llama Mujeres? La Mecha Ortiz, ni más ni menos.
Enseguida me acordé de vos, que es la única artista argentina que tragás. Si
conseguimos entradas vamos esta noche misma, acá en el hotel llamaron por
teléfono y no les quieren reservar, pero si me la pierdo me muero. Dice el
empleado de la portería que van a ir artistas de cine, que es un estreno
importante.
Bueno, Mabel, ojalá la pudiéramos ir a
ver juntas, yo te deseo que estés bien y que tu papá no esté demasiado
preocupado por lo que le pasa, los negocios son los negocios, dice Massa. Él
dice que por eso a la noche hay que divertirse, y olvidarse de todo, claro que
si por él fuera se quedaría a cenar en el hotel y después enseguida a dormir,
pero ya me estoy dando maña para aprovechar la noche viendo tantas cosas que
hay en este Buenos Aires de locura. Mañana Massa quiere ver a Camila Quiroga en
Con las alas rotas, a él le gustan mucho los dramas fuertes. A mí no
tanto, para eso basta con la vida ¿verdad?
Como ves he cumplido, te doy un beso
fuerte, y hasta muy prontito.
Nené
Consulta el reloj pulsera —que le fuera regalado por sus padres el día del
compromiso matrimonial—y comprueba que faltan varias horas hasta que
regrese su marido. Con agrado piensa en todas las cosas que podrá hacer, en
total libertad, sin que nadie la espíe, en una ciudad como Buenos Aires. Busca
el diario para ver la dirección del teatro Smart. En los titulares de la
primera página se detiene sin proponérselo, «ITALIA Y GRAN BRETAÑA NO PUEDEN
AÚN PONERSE DE ACUERDO PARA EL RETIRO DE VOLUNTARIOS DE ESPAÑA — En
Londres se considera insuficiente la partida de 10.000 combatientes dispuesta
por Mussolini. Londres (Reuter). Durante la tarde de ayer... » Piensa que su
padre seguramente leerá esa noticia, cuando el diario llegue a Vallejos, al día
siguiente. Él está enfermo y lee todas las noticias de España. Tal vez la alegría
de saberla bien casada lo ayudará a soportar la enfermedad. Se oyen ruidos en
la cerradura, piensa con agrado que será la mucama —de tan amable
compañía— a cambiarle toallas como acostumbra a esa hora, la única mujer
con quien puede conversar en Buenos Aires, siempre rodeada de hombres. Pero en
cambio ve aparecer a su marido, sonriente y desanudándose la corbata. Lo mira y
al comprobar que él se dispone a desvestirse para dormir una posible siesta,
ella sin perder tiempo le pide dos aspirinas para calmar un fuerte dolor de
cabeza. Él saca del bolsillo la billetera, donde siempre tiene la precaución de
guardar un sobre con aspirinas.
DÉCIMA
ENTREGA
..vos tenés el alma inquieta de un gorrión
sentimental...
Alfredo Le Pera
—Hola...
—¡Es la Raba!
—Hola? ¿Quién habla?
—¡Es la Raba! ¿la señora Nené no está
por ahí?
—Sí ¿pero quién habla?
—¡Es la Raba! la Rabadilla. ¿Habla la
Nené?
—Soy yo, ¿cómo estás, Raba? Son las diez
y media de la noche, me asustaste.
—He venido a Buenos Aires a trabajar ¿te
acordás de mí?
—Cómo no me voy a acordar ¿estás con tu
nene?
—No, se lo dejé a mi tía en Vallejos,
porque ella ya no trabaja más de sirvienta, lava ropa para afuera como hacía yo
y está todo el día en la casa de ella, y me lo tiene al nene.
—¿Qué tiempo tiene ya tu nenito?
—Hace poco tiempo, una semana que no lo
veo, pero no me voy a poder estar sin ver al negrito, señora Nené.
—No, yo te pregunto qué tiempo tiene, si
ya cumplió un año.
—Ah, sí, cuando se cumpla un año que
estoy acá yo voy a verlo...
—No me entendés ¿de dónde hablás?
—Estoy con el teléfono del bar de la
esquina, y andan todos gritoneando.
—Tapáte una oreja con la mano, así vas a
oír mejor, hacé la prueba.
—Sí, yo le hago caso, señora Nené.
—Raba, no me digas señora, sonsa.
—Pero usted ahora está casada.
—Escucháme, ¿qué tiempo tiene ya el
nene?
—Anda para un año y tres meses.
—¿Cómo era que se llamaba?
—Panchito, ¿le parece que hice mal de
ponerle el nombre? Usted sabe porqué...
—Qué sé yo, Raba... ¿Y a él no lo
volviste a ver?
—Se está haciendo la casa ahí mismo
donde tiene el rancho, que se la hace él mismo, vos sabes Nené que el Pancho es
muy trabajador, él lo que quiere antes de casarse o cualquier cosa es hacerse
la casa, todo cinchando como los burros porque después que termina de
suboficial se va al rancho a hacerse la casa.
—¿Y cuando la tenga terminada él te
prometió algo?
—No, nada, él no me quiere dirigir más
la palabra porque dice que yo anduve contando por ahí que él era el padre de la
criaturita. Porque yo le había jurado que no lo iba a decir a nadie hasta que
él se quedara fijo en la Policía.
—¿Y es cierto que vos anduviste
contando?
—Ni yo ni mi tía contamos nada. ¿Y usted
no espera familia?
—Parece que algo hay... pero contáme de
Vallejos ¿no la viste a mi mamá?
—Sí, la vi por la calle, iba con su
papá, que sigue flaco ¿qué tiene que anda caminando tan despacio?
—Está muy enfermo, Raba, parece que se
nos va a ir. Tiene cáncer, pobrecito mi papá. ¿Estaba muy flaco, Raba?
—Sí, pobre señor, la piel y los huesos.
—¿Adónde iban, no sabés?
—Irían al doctor... Y tu mamá me dio el
teléfono tuyo.
—Ah, fue ella.
—Y me pidió que a ver si usted le
contestaba si le iba a mandar la plata o no. Me dijo tu mamá que te compraste
el juego de living y por eso no le querés mandar la plata.
—¿Y a Celina no la viste? ¿con quién
anda?
—No sé si anda con alguno, dicen que a
la noche ella siempre sale a la puerta de la casa, y siempre alguno pasa y se
queda conversando con ella.
—¿Pero se sabe algo seguro?
—Todos dicen que es fácil la Celina,
pero nadie le ha hecho un hijo. Si le hacen un hijo después la gente no la va a
saludar como me hicieron a mí.
—¿Y a Juan Carlos no lo viste?
—Sí, anda siempre vagueando por ahí. No
trabaja en nada. Y dicen que ahora anda de nuevo con la viuda Di Cario. ¿Vos no
sabías?
—¿Quién te lo dijo?
—Y... lo andan diciendo todos. ¿No puedo
ir a tu casa un día de visita?
—Raba, sí, tenés que venir un día a
visitarme, pero no vengas sin llamarme antes.
—Sí, te voy a llamar, si es que no me
van a echar porque me pasó eso.
—¿Qué decís?
—Sí, que no me casé y ya tengo un hijo.
—No seas sonsa, Raba, me enojo si decís
esas cosas. Lo que sí cuando vengas te voy a decir unas cuantas sobre ese
sinvergüenza.
—¿Quién, Juan Carlos? ¿o el doctor
Aschero?
—No, el sinvergüenza que te encajó un
hijo.
—¿Usted cree que lo hizo de malo? ¿no
será que él tiene miedo de que lo echen de la Policía si se casa con una como
yo?
—Ya te voy a abrir los ojos, Raba. Vos
llamáme la semana que viene y vamos a charlar. Hasta uno de estos días Raba,
llámame.
—Sí, señora, yo la llamo.
—Chau, Raba.
—Muchas gracias, señora.
Sentada en la cama, Nené queda un
momento en silencio esperando oír pasos de su esposo, detrás de la puerta
cerrada. El silencio es casi total, el tranvía de la calle corre por sus
rieles. Abre la puerta y lo llama. No hay respuesta. Va hasta la cocina y allí
lo encuentra leyendo el diario. Le reprocha que no le haya contestado. Él a su
vez se queja de que lo moleste siempre que lee el diario.
*
—Hola...
—Es la Raba.
—Sí, qué decís.
—¿Quién habla? ¿la Nené?
—Sí ¿cómo andás? ¿de dónde hablás?
—Del mismo teléfono del bar ¿y su
marido?
—Bien. El otro día hablamos de tantas
cosas y ni me dijiste dónde es que estás trabajando.
—En una fabrica, Nené. No me gusta, yo
quiero volverme a Vallejos.
—¿Dónde vivís?
—En una pieza, con una amiga de mi tía
que fue la que me trajo para acá. Ella ya del año pasado que trabaja en la
fábrica de jabón. ¿Usted no quiere ser patrona mía?
—¿Acá en mi casa querés decir? No,
cuando tenga un chico sí voy a necesitar ayuda, pero ahora no. Mi marido ni
siquiera viene a almorzar los días de trabajo.
—¿Quiere que la vaya a visitar?
—Hoy no, Raba, porque tengo que salir.
Pero un día quiero que vengas, así ves la casa. Lástima que mamá no me puede
ver la casa, con el juego nuevo de comedor y el living, pocos tienen en
Vallejos una casa como la mía, mamá no se la imagina.
—La Teresa hoy domingo se fue por ahí
con otra vieja como ella que no me quiere, me invitaron pero la otra siempre se
ríe de que no sé cruzar la calle, para eso mejor me quedo sola.
—Mi marido se fue a la cancha a ver el
partido, pero después yo voy a ver si me lleva a alguna parte si no te decía
que vinieras.
—¿Y un ratito ahora? ¿A qué hora viene
él?
—Y no, Raba, porque si después te ve
acá, va a pensar que ya me entretuve el domingo con algo y no va a querer
salir.
—¿Adónde te va a llevar?
—Al cine o al teatro, y lo principal es
que no tenga que hacer cena, me aburro de cocinar todas las noches y a dormir
enseguida.
—¿Adónde queda la casa de usted? ¿queda
lejos de donde yo estoy? Si usted quiere venir acá, es la pieza que tiene
delante una maceta grande de espina de Cristo, hay unas plantas de grandes en
el patio... y hacemos un mate. Y le corto un gajo de la Espina de Cristo.
—No, Raba, te agradezco pero mi marido
no quiere que salga sola.
—Y te cuento todo de la niña Mabel...
—¿Qué hizo?
—Nada, que antes de venirme yo se
apareció el novio a visitarla, se fue desde Buenos Aires para verla. Es petiso,
alto igual que la niña Mabel, tiene que andar de taco bajo ella ahora.
—¿Se comprometieron?
—No, si no ya lo hubiese andado
diciendo, porque después del lío de Don Sáenz ya no tienen mucho para darse
corte por ahí. ¿Y querés que te cuente algo del doctor Aschero?
—¡Raba! ya ni me acuerdo de ese
sinvergüenza.
—¿Y tu marido no te dijo nada?
—¿De que?
—Y... de nada.
—Contáme más de Mabel, ¿qué es el novio?
—Cuando la niña Mabel estaba acá en
Buenos Aires la señora me contaba que había conocido a un muchacho que la
pretendía pero que a la niña Mabel no le gustaba, que no tenía carácter.
—¿No te acordás si era maestro el
muchacho?
—Sí, me parece que sí que la Mabel decía
que tenía un trabajo de mujer... Y yo mientras le pude seguir dando la teta al
nene me quedé en Vallejos, mi tía por más que me dijera yo no me iba a venir.
¿Estará bien abrigadito ahora que empieza el frío?
—Claro, cómo no va a estar...
—Nené, yo lo quiero ver al Panchito.
¿Cuándo lo viste vos?
—Cuando tenía un mes.
—Y no viniste más al rancho, ni vos ni
la niña Mabel vinieron más, yo te esperaba siempre y vos nunca más viniste. ¿Y
tu marido adónde te va a llevar?
—No sé, Raba. Además ni siquiera estoy
segura de que vamos a salir, vos llamáme pronto, Raba, otro día ¿eh?
—¿Y le mandaste la plata a tu mamá o no?
Porque yo no te dije nada pero tu mamá me contó todo.
—¿De que?
—Que vos primero le dijiste que le ibas
a mandar plata para hacerle el tratamiento a tu papá en el sanatorio pago, y
ahora tienen que ir al hospital.
—Pero mi mamá me dijo que lo mismo lo
habían atendido bien en el hospital, y yo por más que quiera no puedo porque me
metí en los gastos del living. Y lo mismo después por capricho ella lo pasó de
nuevo al sanatorio, eso vos no lo sabés, y qué tanto, que saque la plata de la
libreta ¿acaso los ahorros no son para eso?, para un caso de necesidad.
—Ella me dijo que vos eras mala con tu
papá, y que te iba a escribir más. ¿Te escribió?
—Sí que me escribió.
—¿Y cuándo te voy a ver?
—Llamáme pronto. Chau, Raba.
—Chau.
Pese al dolor de cabeza y al creciente
malhumor se dispone a hacer la cama, por segunda vez en el día, como todos los
domingos. Su marido deshace la cama después del almuerzo, todos los domingos y
feriados, para acostarse antes de ir al partido de fútbol, hecho que provoca
discusiones no sólo relacionadas con el trastorno de rehacer la cama. Nené
reflexiona y trata de conformarse pensando que afortunadamente sólo domingos y
feriados él viene a almorzar.
*
—Hola...
—¡Es la Raba! ¿sos vos?
—Sí ¿cómo estás? ...ay Raba, cuánto te
agradezco lo que me trajiste, sentí tanto no haber estado esa tarde, de
casualidad había salido, mirá que salgo poco. Pero yo te lo había dicho que me
llamaras antes de venir.
—Yo para darte una sorpresa. ¿Te gustó
el gajo?
—Sí, cuando entré enseguida lo vi.
Después la portera me contó que te había abierto la puerta ella.
—Ella no me quería abrir la puerta, no
quería por nada, pero yo le dije que era un gajo delicado, y si no lo sabés
plantar se seca seguro. ¿Te gusta donde lo puse?
—Sí, y me parece que prendió bien.
—Yo me voy para Vallejos. Me voy mañana.
—¿Por qué? ¿qué pasó? ¡no le vayas a
decir a mamá que me viste la casa!
—Ya junté para el pasaje y hoy fue el
último día que trabajé en la fábrica.
—¿Y por allá qué vas a hacer? ¿de nuevo
a lavar?
—No, que la niña Mabel habló con mi tía
que si yo quería volver me tomaba de nuevo, que ahora no pueden tener mucama y
cocinera, yo y la madre vamos a hacer todo. Y me dan permiso para ir a ver al
Panchito todas las tardes.
—¿Y acá no te habías conseguido ningún
novio?
—No, me da miedo meterme con hombres que
no conozco.
—¿A mamá le vas a contar que viniste a
mi casa?
—Si vos no querés no le cuento nada.
—¿A qué hora sale el tren mañana? Porque
si querés te llevo alguna ropa mía usada.
—A las diez de la mañana sale. Pero
mejor si tenés algo nuevo para el Panchito. Que necesita más que yo.
—Y, mucho tiempo no voy a tener, si
encuentro algo se lo compro. Pero mañana sin falta te veo en la estación. A las
nueve y media ya voy a estar ahí. Vos andá temprano así te encontrás un asiento
bueno.
—No dejes de venir, y si tenés algo
viejo para mí no te olvides tampoco.
—Raba, prometéme que a Mabel tampoco le
vas a contar que me viste la casa.
—Te prometo, ¿y no tendrás una pañoleta
para el Panchito que ahora hace frío?
—Voy a ver. Chau, Raba, tengo que hacer.
—Bueno, hasta mañana.
—Chau, y llegá temprano.
—Chau.
Vuelve a arrepentirse de haber pedido
teléfono blanco, siempre marcado por huellas de dedos sucios. Además necesita
una silla en ese cuarto para no sentarse obligadamente en la cama cada vez que
atiende el teléfono. Decide lustrar los herrajes del juego de dormitorio ese
mismo día. Yendo hacia la cocina atraviesa un cuarto destinado a comedor donde
sólo hay una caja de cartón conteniendo un velador con pantalla de tul blanco.
En el pequeño vestíbulo de entrada, destinado a living, tampoco hay muebles:
mira el espacio vacío preguntándose si jamás reunirá el dinero para comprar
todo al contado, pues ha resuelto evitar el pago adicional de intereses
implícito en una compra a plazos.
—Ya que está ahí ¿no me cortaría unos
higos? cáscara aterciopelada verde, adentro la pulpa de granitos rojos
dulces los reviento con los dientes
—Buenas tardes, no la había visto, el
pie las uñas pintadas asoman de la chancleta, piernas flacas, ancas grandes
—Buenas tardes
—Perdone que ande por este tapial, que
si no ponemos una antena no oímos la radio, y los presos se me van a andar
quejando, los presos no ven nunca a una mujer
—Y usted también querrá escuchar, no
diga que no... negro barato, le brillan el cuello y las orejas, se lava para
blanquearse
—Para qué voy a decir que no... ¿Le saco
los más maduros, nomás, o medio verdes también? mi uniforme de gabardina y
botas que brillan
—No, maduritos nomás, otro día yo vengo
con un palo y volteo los que se hayan puesto más morados, me los como, uno
por uno, y me tiro en el jardín, no me importa que me piquen los bicharracos
del pasto
—Llámeme a mí, pongo la escalera del
otro lado y ya estoy subido al tapial, me trepo, salto, subo, bajo, la toco
—¿Y si tiene que hacer algo? ¿o lo único
que hace es escuchar la radio? una sirvienta tuvo un hijo natural
—Eso no tengo yo la culpa, que no haya
ningún robo por ahí. un balazo, para hacerme saltar la tapa de los sesos
—Entonces voy a ir yo a denunciar que me
roban los pollos, plumas largas blancas, plumas negras y amarillas y
marrones arqueadas brillan las plumas de la cola, otras llenan el colchón,
blandito, se hunde
—No le van a creer.
—¿Por qué?
—Porque está pared por medio con la
Comisaría, bien vigiladito el gallinero, una gallina blanca para el gallo,
no hay un gallo en el corral, a la noche al gallinero se le va a meter un zorro
—Menos mal, verdad... Lástima que no me
pueda meter presas a las hormigas, mire cómo me arruinan los rosales... Suavidad
de terciopelo, pétalos frescos rosados, se abren, un hombre los acaricia, huele
el perfume, corta la rosa
—¿Qué le anda echando?
—Veneno para las hormigas, negras,
chiquitas, malas, negro grandote, con los brazos de albañil ¿la habrá forzado a
la Raba? ¿De Juan Carlos no sabe nada, usted que era amigo de él?
—Sí, me escribió una carta... Juan
Carlos pregunta por una guacha
—Pero también nunca se quiso cuidar, y
usted que le hacía buena compañía, si no me equivoco... ¿cuál de los dos más
hombre? ¿cuál de los dos más forzudo?
—Juan Carlos era mi mejor amigo, y siempre
va a ser igual para mí. El albañil tiene casa de material ¿y hembra maestra
de escuela?
—¿Dónde está? ¿en aquel sanatorio tan
lujoso de antes? los ojos castaño claros los entornaba al besarme
—No, creo que en una pensión, y va al
médico aparte.
—Ese otro sanatorio era carísimo.
—Sí, parece que sí... ¿Arranco éstos que
están acá?
—Esos... sí, ya están bien maduros para
comer, y sírvase usted también, los dientes marrón y amarillo
—Son difíciles de pelar, te pelo,
cáscara verde, pulpa dulce colorada
—Me da miedo que se caiga.
—No me voy a caer, se los alcanzo de a
uno, abaraje... Ahí va... muy bien... ¿se reventó? las gallinas se espantan,
cacarean, aletean contra el tejido de alambre y se machucan las alas, los
zorros se escapan por cualquier agujero del tapial
—Espere que me coma uno....Cuénteme de
dónde se hizo amigo de Juan Carlos, un criollo negro, él era blanco, los
brazos no tan morrudos, la espalda no tan ancha
—Un día cuando éramos pibes lo desafié a
pelear, las zorras tienen la cueva que nunca se sabe dónde, la cueva de la
zorra
—¿Y hace mucho que está en la policía,
usted?
—Entre que fui a la escuela en La Plata
y que llegué acá como un año y medio.
—Y a las chicas les debe gustar el
uniforme ¿no? la Raba vuelve de Buenos Aires ¿el negro salta el tapial para
forzarla otra vez?
—No, es macana eso. ¿A usted quién se lo
dijo? las blancas sí, que las criollas son negras y peludas
—Yo sé que algunas chicas tienen
debilidad por los uniformes. Cuando yo estaba pupila en Buenos Aires mis
compañeras se enamoraban siempre de los cadetes, un cadete, no un negro
suboficial cualquiera
—¿Y usted no? sí, si, sí, sí
—sí, yo también. No, yo me
portaba bien, yo era una santa. Y no se preocupe porque yo tengo novio, y en
serio, buen muchacho, un pigmeo comparado con un negro grandote
—¿Cuál? ¿aquél que vino en el verano de
la capital? a un petiso lo dejo sentado de una piña
—Sí, qué otro quiere que sea...
—Uno medio petiso el hombre... zorra
¿dónde tenés el escondite?
—Me tiene que gustar a mí y no a usted.
—¿Quiere que le corte más higos?
—Bueno, esos que están más arriba, no
te vayas todavía...
—¿y la madre?¿dónde está? Pero no
alcanzo. Tendría que bajar a su patio y subirme por el árbol ¿quiere?
—No, porque si lo ve mi mamá me va a
retar, pero si quiere alguna otra vez que esté en la Comisaría, que no tenga
nada que hacer, puede bajarse y trepar por el árbol, cuando lo vea mi mamá
mejor que no. mi mamá no dice nada, nada, nada, y la Raba llega dentro de
pocos días
—Pero su mamá está siempre ¿o no? a
la zorra la agarro de la cola
—Sí, mi mamá está siempre, no sale casi.
—Entonces... ¿cuándo voy a poder bajar? de
noche, de noche...
—de noche, de noche... No sé, mi
mamá está siempre.
—¿Ella no duerme la siesta?
—No, no duerme la siesta.
—Pero a la noche debe dormir... cuando
salto el tapial no hago ruido, las gallinas no se van a despertar
—Sí, pero de noche no se ve bien para
trepar al árbol, un tipo forzudo se trepa como quiere a una higuera
—Sí que puedo ver...
—Pero no puede ver qué higo está maduro,
y qué higo está verde. vení, vení
—Sí, porque los toco y están más blandos
los maduritos y largan una gotita de miel, me parece que me los voy a comer
todos yo solo, si me vengo esta noche. ¿A qué hora se duerme su mamá? la
agarré y no la suelto
—A eso de las doce ya seguro que está
dormida... ¿la habrá forzado a la Raba? ¿tendrá tanta fuerza para eso? la
Raba llega y me encuentra con un negro orillero
—Entonces a esa hora esta noche vengo
sin falta, la novia del petiso
—¿Y la antena ya la colocó? me muero
por darle un beso a un hombre de verdad, como tu amigo
—Para eso hay tiempo, primero me voy a
comer un higo, voy caminando por la calle delante de la gente, con una
maestra de escuela
UNDÉCIMA
ENTREGA
Se fue en silencio, sin un reproche,
había en su alma tanta ansiedad...
Alfredo Le Pera
Junio de 1939
Los pañuelos blancos, todos los
calzoncillos y las camisetas, las camisas blancas, de este lado. Esta camisa
blanca no, porque es de seda, pero todas las otras de este lado, una enjabonada
y a la palangana, un solo chorro de lavandina. Las sábanas blancas, no tengo
ninguna, la enagua blanca, cuidado que es de seda: se hace pedazos si la meto
en lavandina. Una camisa celeste, los pañuelos de color, las servilletas a
cuadritos, en este fuentón, y primero de todo los calzoncillos y las camisetas
porque no son de color, los pañuelos blancos y este corpiño ¿cómo me voy a
aguantar hoy sin verlo a mi nene? que es por el bien de él, guacha fría que
está el agua. Una enjabonada en la batea, mi tía lavando afuera en el rancho
con el agua de la bomba y se muere de frío pero en este lavadero de la niña
Mabel cerrando la puerta no entra el ventarrón ¡si mañana lo encuentro dormido
yo me lo despierto al Panchito de mamá!... mañana a la tarde hago los mandados
¿y después el tren toda la noche de Buenos Aires hasta Vallejos? ¡qué lejos
estaba Buenos Aires del hijito mío! mañana hago los mandados y las quince
cuadras llego caminando, lo hago jugar con la pelota y al volver le lavo los
platos de la cena a la señora, al señor y a la niña Mabel: el Panchito es
igualito al padre, detrás del tapial está en uniforme el Francisco Catalino
Páez ¿qué hace? le da un rebencazo a un preso y todos se agachan del miedo,
hasta que termina de trabajar, se pone el capote y al doblar la esquina la sorpresa
que le espera. Con este broche una punta de la enagua la tiendo con la otra
punta, otro broche con la camisa blanca de seda que no me toque las servilletas
a cuadritos y mañana ya están secas hará frío en la esquina con el vestido
nuevo? pero la ropa tendida adentro del lavadero no se va a poner negra de
tierra. ¿Cuál es tu nombre? le van a preguntar al Panchito, «yo
me llamo Francisco Ramírez, y voy a estudiar de suboficial» cuando
el padre sea viejo le va a dejar el trabajo de suboficial al hijo. Pero un día
por la calle yo voy con el Panchito que ya camina solo ¿para siempre esas patas
chuecas? yo lo llevo de la mano pero todos los piojitos son chuecos y
después crecen y tienen las patas derechas, al padre lo encuentro de
casualidad y si va por la vereda de enfrente yo me cruzo y se lo muestro
¡claro que le va a gustar! que es igualito a él y así nos casamos un día
cualquiera, sin fiesta ¿para qué gastar tanto? así el Pancho ve que ya volví de
Buenos Aires y a la mañana después de la misa de seis no va nadie a la
iglesia, por la puerta chiquita del fondo entra el Pancho, yo, la madrina y el
padrino, al señor y a la señora les pido que sean padrinos, la niña Mabel a la
mañana trabaja en la escuela, «...y el gaucho extrañado le dijo no llores mi pingo,
que la patroncita ya no volverá...» es un tango triste, porque cuando se muere
la china el gaucho se queda solo con el caballo y no se puede acostumbrar
«...tal vez por buena y por pura Dios del mundo la llevó...» y no dice que le
haya quedado un hijo, al Pancho le quedaría el Panchito si yo me muero ¿en qué
rancho? ¿en el de él o el de mi tía? estamos en la pieza solos y con este broche
cuelgo la camisa celeste de una manga y los pañuelos de color ya están colgados
así me falta nada más que la otra camisa blanca de seda que si me muero al
quedarse solo con el Panchito tan triste no se va a quedar, por lo menos le
dejé un hijo bien sano y bien lindo «...entró al rancho en silencio y dos velas
encendió, al pie de la virgencita que sus ruegos escuchó, decíle que no me
olvide, virgencita del perdón, decíle que su gaucho se quedó sin corazón, tal
vez por buena y por pura Dios del mundo la llevó...» y lo veo que llora y reza
por mí ¡yo le perdono todo! ¿no es cierto virgencita que lo tengo que perdonar?
y la ropa en lavandina cuando vuelvo de la calle la saco y con la última
enjuagada ya está: aunque si me muero él se puede casar con otra, pero por lo
menos él ya habrá cumplido conmigo de casarse, y si me muero no es la culpa de
él, es la voluntad de Dios, qué triste el paisano no le queda más que el pingo,
«...y dos velas encendió, al pie de la virgencita que sus ruegos escuchó...»
por la Nené yo un día voy a rezar que sea feliz y tenga muchos hijos que me fue
a despedir al tren con el corte de género, de sedita linda para el verano, en
la esquina con el escote cuadrado como la niña Mabel ¿llorará el Panchito que
hoy no voy a verlo? es por tu bien, negrito de mamá, mírala a mamá en este
espejo ¿te gusta cómo le queda el vestido nuevo? que «...en un taller feliz yo
trabajaba, nunca sentí deseos de bailar...» las de Buenos Aires en un taller
ganan más y lo mismo se van a embromar, que se rían
de mí «...hasta que un joven que a mí me enamoraba
llevóme un día con él para tanguear...» sería morocho, cuando me aprieta tanto
el Pancho es para no soltarme más... ¿por qué la habrá dejado el novio a esa
chica del taller? esta peineta en el pelo así no me despeina el viento en la
esquina con ese frío me pongo el tapado viejo? «...fue mi obsesión el tango de
aquel día en que mi alma con ansias se rindió, pues al bailar sentí en el
corazón que una dulce ilusión, nació...» cada paso, una cortada, él adelanta la
pierna y empuja la pierna mía, no sé bailar bien el tango, siempre yendo para
atrás, él iba para adelante y a mí me tocaba ir para atrás, las piernas de él
me empujaban a mis piernas para atrás, y cuando se quedaba un poquito quieto
esperando arrancar de nuevo al compás qué suerte no me soltaba porque de golpe
él paraba de bailar y yo me podía caer, pero me tenía agarrada ¡el novio la
dejó a la del taller porque no tenía vestido nuevo! «...era tan dulce la
armonía, de aquella extraña melodía, y llena de gozo yo sentía mi corazón
soñar... mi corazón sangrar...» el corazón sangrándole, se podía morir la del
taller y dejar al hijo solo, ¿llora todas las noches como yo? pero no se muere
y deja al nene solo, llorar no mata a ninguna «...cómo esa música domina, con
su cadencia que fascina, adónde irá mi pobre vida, rodando sin cesar...» del
taller lavan a echar, y se va a ir de sirvienta, «...la culpa fue de aquel
maldito tango, que mi galán enseñóme a bailar, y que después hundiéndome en el
fango, me dio a entender que me iba a abandonar...» las mangas deshilachadas y
la solapa, si me pongo el tapado no se ve que el vestido es nuevo «...y adónde
irá mi pobre vida, rodando sin cesar...» ¡que se embrome por vaga! qué saben
las de las fábricas de Buenos Aires lo que es trabajar, porque son de Buenos
Aires se creen que son más que las sirvientas ¡nunca me voy a ir de la casa de
la niña Mabel! que me da permiso todas las tardes para ver a mi nene y cuando
vuelva de la calle la ropa del balde está blanqueada ¿saldrán bien las manchas
de café? y si no salen las refriego de nuevo con jabón que por suerte me acordé
de esta peineta ¡viento inmundo asqueroso! y a las siete Pancho da vuelta a la
esquina como todos los días y se pone contento de verme después de tanto
tiempo, no digas que fui mala que no te vine a esperar antes, es que quería
estrenar vestido ¡ya hace dos semanas que volví de Buenos Aires! ¿alguien te lo
dijo o no sabías nada? el corte me lo regaló la Nené ¿te acordás de ella? y el
Pancho me pide que le muestre al nene y le digo que no puedo ir hasta lo de mi
tía porque no terminé de enjuagar la ropa blanca pero que él si quiere puede ir
que allá está mi tía con el Panchito ¿le gusta el nombre? le gusta mucho que le
puse el nombre de él y en esta esquina Dios quiera que no me venga una pulmonía
¿y si lo hubiese traído al Panchito? lo envolvía en la pañoleta que me dio la Nené
Fernández y no hubiese tomado frío y así el padre ya lo veía y nos íbamos a la
iglesia porque yo le digo que no está bautizado, entonces el Pancho se cree la
mentira y vamos a la iglesia a bautizarlo, y ahí él ya se decide y nos casamos.
El uniforme, las botas y la gorra, pero es gordo ¡el comisario! ¿ya serán las
siete? ¿vendrá a meterme presa? que tuve un hijo sin casarme, y el corte de
género me lo regalaron ¿se creerá que lo robé? ¡el comisario se mete en la
confitería! y si un día me arresta yo le cuento en todas las casas que trabajé
y que hable con mi patrona y la niña Mabel, ¿por qué tarda tanto en salir el
Pancho? «...desde el día que de paseo vi en un banco a una cieguita, y a su
lado a una viejita que era su guía y su amor...» ¿se me pasa la enagua? ¡la
niña Mabel no me dijo que el vestido está chingado! «...y observé que la
chiquita de ojos grandes y vacíos, escuchaba el griterío de otras nenas al
jugar...» jugaba la Celina, la Mabel, la Nené, siguieron hasta sexto grado, en
el recreo saltando a la cuerda «...y le oí que amargamente en un son que era de
queja preguntábale a la vieja ¿por qué yo no he de jugar?...» los pelos en las
piernas tiene mi tía y los bigotes, si se afeita le salen cada vez más, y las
manos negras, y várices verdes, pero hay una sirvienta, la del Intendente
Municipal, que es blanca, pero el Pancho es también negro como todos los que
viven en los ranchos «...ay cieguita dije yo con gran pesar, ven conmigo,
pobrecita, le di un beso y la cieguita tuvo ya con quien jugar...» ¿y el padre
de la cieguita? un día pasa por la plaza y le hace un desprecio, entonces la
viejita no tiene fuerza porque es muy vieja para clavarle un cuchillo a ese
hombre tan malo, pero la mujer buena vino a ayudarla a la vieja «...y así fue
que diariamente al llegar con la viejita me buscaba la cieguita con tantísimo
interés... qué feliz era la pobre cuando junto a mí llegaba y con sus mimos
lograba que jugásemos los tres...» y ni bien nos casemos el nene que está en
una cuna blanquita y el padre llega cansado a la cama, estuvo de suboficial, y
después hizo un pozo, para empezar la pared, del baño de la casita, se lava con
el agua fría de la bomba, que después ya tendrá la ducha, y el Pancho se tira
a la cama cansado pero bien limpio, y el Panchito en la cuna se para solito y
mira, agarrado a la baranda, ¡qué me importa que el rancho esté sin cocina!
primero que el Pancho se dé el gusto de levantar el baño de material, cuando
pueda hará la cocina y yo me lavo al aire libre los platos, las cacerolas, tiro
si quedan sobras todo para las gallinas, y cuando entro a la pieza qué
cansada, y están los dos jugando, «...pero un día bien me acuerdo no fue más
que la viejita, que me dijo la cieguita está a punto de expirar, fui corriendo
hasta su cuna, y al morirse me decía ¿con quién vas ahora a jugar?...» y esa
mujer tan buena que la hace jugar a la cieguita un día lo ve pasar al padre de
la cieguita y le pregunta por qué no la quiere ¿y el hombre es bueno o malo?
«...¡ay cieguita! yo no te podré olvidar, pues me acuerdo de mi hijita que
también era cieguita... y no podía jugar...» negrito no te enfermes... coméle
toda la papa que te da la tía vieja, negrito come la papa así no te me enfermás
ahora que hace tanto frío... que me quede ciega yo, antes de que mi nene, voy y
me echo en los ojos lavandina pura, quedo ciega y al Pancho le da lástima y se
casa conmigo, mi tía hace la comida «...y eran mis pupilas como dos espejos,
donde se miraba la felicidad...» arde la lavandina cuando salpica los ojos
«...castigó la noche, se quedaron ciegos y quedó en las sombras quebrado el
cristal...» ¿se hacen pedazos las ventanas? la carne de gallina por venirme sin
tapado «...me cubrió los ojos un borrón de niebla, me perdí en las sombras
oyendo tu voz... y en la soledad de mis tinieblas hoy sólo te puedo llorar...»
¿y los ciegos lloran? ¿les salen lágrimas a los que les falta el ojo? ¿y a los
que tienen un ojo de vidrio? «...como cien estrellas que jamás se apagan,
brillan tus recuerdos en mi corazón...» no te voy a dejar, Raba, yo te prometo
que nunca te voy a dejar, soy albañil y soy bueno «...ellas me regalan la
ilusión del alba...» te quiero, Raba, te quiero para siempre «...en la noche
triste de mi ceguedad...» él se aprovecha que soy ciega y trae a otra más
blanca, la sirvienta del Intendente Municipal, y me dice que es una vieja
«...eran mis pupilas como dos espejos donde se miraba la felicidad... castigó
la noche, se quedaron ciegos y quedó en las sombras quebrado el cristal...»
saltan los vidrios rotos, una astilla en punta, y a la chica del taller le sale
sangre: un pedazo grande de vidrio le tajeó como un cuchillo la carne, pasó
entre las costillas ¡y le partió en dos el corazón! y de un cuchillazo le corté
el ala a un pollo pelado, la cabeza, las patas, le saqué el hígado y el
corazón, es chiquito el corazón del pollo, y a una gallina la pelé, le di un
cuchillazo y adentro estaba llena de huevitos, hervidos con aceite y sal le
gustan a la madre de la niña Mabel ¿el corazón de una gallina es más grande que
el corazón de un pollo? y no importa que no me pidas perdón, yo sé que vos
podés pretender más, una chica que no sea sirvienta ¿y si cuando pasa no me
mira? ¿y si se enoja y me escupe? las botas y la gorra... ¡ahí viene! ¡con el
capote nuevo! ¡y mi vestido está chingado! Pancho, miráme lo de arriba nada
más, el escote cuadrado y las mangas cortas, no me mires el ruedo que está
chingado y se me pasa la enagua ¿por qué se cruza a la otra vereda? ¿no me vio?
sí que me vio, ¡Pancho! ¡se metió en la confitería! ¿es amigo del comisario?
¡el hijo nuestro se va a quedar cieguito! y yo agarro la lavandina y me
la tiro encima y me quemo toda, por mala que no lo cuidé a mi nene, sin padre y
cieguito, un día se cayó de la cuna que no sabe dónde poner las patitas chuecas
y se partió la frente, se le abrió en dos la cabecita y se me murió, ¡el
castigo va a ser ese! que el padre se va a arrepentir demasiado tarde, queda
solo y vuelve al rancho, que si hay una vela encendida le reza a la virgen, se
le murió la mujer, y se le murió el hijo ¿ya estará blanqueada la ropa para
sacarla del balde? no, le debe faltar un rato ¡me lo voy a ver al nene? ¡y
después vuelvo corriendo las quince cuadras a sacar la ropa de la lavandina! y
hoy no vamos a tener tiempo de jugar a nada porque me atrasé, piojito, pero
mañana a la tarde mamá te va a abrigar con la pañoleta nueva y te va a llevar
hasta la plaza, que veas pasar los autos, que a vos te gusta mirarlos, un día
te voy a traer que veas los canarios de la jaula de la Mabel, y otro día,
cuando cobre, te compro los zapatitos ¿cierra a las siete y media la zapatería?
y tu papá no me saludó porque estaba apurado ¿se iba a la zapatería para darnos
una sorpresa? de tanto andar sin zapatos tengo miedo que te me quedes chueco
para siempre, aunque todos son chuecos los piojos como vos, hasta que cumplen
dos años ¡Panchito, cuántas cuadras me faltan todavía para poder darte un beso!
¿sos guachito mi piojo? yo te prometo que cuando cobre te compro los zapatitos,
y si nos ve tu papá, que si por ahí pasa y delante de la gente te hace un
desprecio... ¿tendría miedo que le dé un cuchillazo que se cruzó a la
confitería?... con la cuchilla grande corté el ala a un pollo pelado, el
cogote, las patas, le saqué el hígado y el corazón, para hacerlo saltado a la
cacerola, todas las presas hay que echarlas a la cacerola ya cortadas, el
pollo asado no, lo corro por el gallinero, lo agarro, le estiro el cogote y de
un cuchillazo le corto la cabeza, aletea todavía un rato después de cortarle
la cabeza, y el ojo le pestañea, le arranco todas las plumas y con toda la
fuerza le doy otro cuchillazo para abrirle la pechuga, le arranco las
porquerías de adentro que se tiran y lo lavo debajo de la canilla con el chorro
de agua fría...
Junio de 1939
...el higo maduro, la pielcita verde no
tiene gusto, debajo la pulpa roja con las gotas de almíbar, comí todo lo que
quise, al buche, la repisa con todas las muñecas, el pelo natural, los ojos que
se mueven, si quiero les tuerzo los brazos, las piernas, la cabeza, hasta
hacerles doler que a la noche las muñecas no pueden gritar, los tres
banderines, la cruz de madera y el Cristo de bronce, el portarretrato, la
cómoda, el ropero, tiene perfume la funda de la almohada, mi cabeza negra en la
almohada blanca, la sábana está bordada con florcitas que no son de verdad y
una guarda cosida las va enlazando de una punta a la otra de la cama, la
frazada de lana esquilada a alguna ovejita mansa, deja que se le acerque el
carnero: bien abrigada está la muñeca de tamaño natural, la despierto cuando
quiero, en la oscuridad el pelo y la boca negra, las muñecas sentadas en la
repisa, no se mueven, yo las tuerzo y les doy vuelta la cabeza, los brazos, las
piernas, no pueden gritar que viene el padre y me ve: les tuerzo un brazo, les
tuerzo el otro brazo, ya no aguantan más el dolor pero si gritan las descubren
¿la carne negra de criollo te tiznó las sábanas bordadas? te tizna la boca y
las orejas y todo el cuerpo desde las doce de la noche hasta las tres, las
cuatro de la mañana ¿te tizno la conciencia? ¿no tenés remordimientos? estas
medias ya sudadas ¿dónde está la camiseta? meto el trapo en el betún y cuando
sea de día embadurno todo el cuero de la bota, el cepillo ya está seco el betún
las botas mejor lustradas y me lustro el cinturón, ella me lo tendría que
lustrar, vaga, duerme la muñeca, el pelo natural y los ojos que se mueven,
despertáte, ya me voy, tenés que cerrar la ventana después que yo salte, que
hace frío, la luna y las estrellas, el patio, me van a brillar las botas, la
boquita que tenés, con gusto a caramelos surtidos, de limón, de miel, de
eucaliptus, mañana me vas a dar más caramelos, que esta noche se van a
escarchar los sapos en los charcos, se va a congelar el agua de los caños, y se
van a reventar. ¡La luna me hace brillar las botas! los sapos, el charco, la
parra, la sirvienta está durmiendo, los canteros, los rosales, las hormigas, el
rocío, la escarcha, la higuera, la tierra, el pasto, el tapial, esta luna me
hace brillar las charreteras, los botones de metal, un gato, estoy temblando, de
frío, hay un gato... no hay nada... ¿quién pisa las hojas secas?... es de frío
que tiemblo, yo miedo no le tengo a nadie... anda un gato... ¡no te me
acerques!... pensé que eras un gato, que en la mano te brilla algo, ¿uñas
puntudas de gato? la cuchilla de la cocina
Cosquín, 28 de junio de 1939
Querida:
Te va a parecer raro que te contesté tan
pronto. Hoy recibí tu carta con esa mala noticia y no lo podía creer, pobre
muchacho. Fuimos muy amigos aunque en un tiempo no era más que un negro rotoso.
Pero no me das ningún detalle, te pido por favor que a vuelta de correo me
cuentes como pasó todo. Qué rebuelo habrá en el pueblo.
Qué macanudo que apareció ese interesado
en la casa, no lo dejes escapar, vendé así te venís pronto conmigo. Todavía no
empesé a preguntar los precios de las propiedades acá, soy vago y qué se le va
ha hacer, pero seguro que vas a poder comprar bien, y vamos a estar juntos.
Esta pensión de mala muerte me tiene cansado.
Pero vos ves lo que es la vida, ese
pobre muchacho regalaba salud y ahora está muerto. Yo te aseguro que estoy
mucho mejor, hoy dormí como cuatro horas de siesta y me desperté con las
sábanas secas completamente, en vez de haber dormido mal y con sueños malos por
la noticia ésa, que cuanto más nervioso estoy más me vienen los sudores, pero
hoy no. Se ve que me estoy curando.
Gorda, te beso y te abrazo.
Juan Carlos
Deja la lapicera, se pone de pie y abre
la ventana para renovar el aire viciado del cuarto. Se refleja en el vidrio,
sonriendo sin motivo. Consulta su reloj pulsera, son las cinco de la tarde y el
cielo está negro, en la oscuridad no se distinguen las sierras. Piensa en los
muertos y en la posibilidad de que observen cuanto hacen los vivos. Piensa en
el amigo muerto que tal vez lo esté mirando desde un lugar desconocido. Piensa
en la posibilidad de que el amigo muerto note que la noticia del asesinato en
vez de entristecerlo lo ha alegrado.
DUODÉCIMA
ENTREGA
... fue el centinela de mi promesa de amor...
Alfredo Le Pera
Policía
de la Provincia de Buenos Aires
Comisaría o Seccional: Coronel Vallejos
Destino de expediente: Juzgado en Primera Instancia del Ministerio de
Justicia de la Provincia de Buenos Aires y Archivo local
Fecha: 17 de junio de 1939
Acta inicial (Extractos)
A los dieciocho días del mes de junio
del año mil novecientos treinta y nueve, el funcionario que suscribe comisario
Celedonio Gorostiaga, con la actuación del Sub-Comisario Benito Jaime García
que refrenda a los efectos legales hace constar que en este acto se constituye
sumario correspondiente al hecho de sangre en que perdiera la vida el
Sub-oficial de Policía Francisco Catalino Páez, ex-funcionario de esta
Comisaría.
El suceso fue perpetrado en la madrugada
del día diecisiete del presente mes de Junio, como atestiguado por el Cabo de
Guardia Domingo Lonati, quien oyó gritos hallándose en la cocina de la
Comisaría, situada en el patio trasero del edificio. Dichos gritos provenían de
un solar vecino, pero no se pudo precisar en ese mismo momento, porque al salir
el Cabo al patio, ya que tenía las ventanas cerradas debido a la baja
temperatura reinante en todo el Partido de Coronel Vallejos en los últimos
días, pero cuando salió al patio, los gritos habían cesado y se oía apenas un
quejido que también cesó. El cabo se subió al tapial aprovechando que se
encontraba una escalera colocada contra la pared, y miró hacia el patio del
solar ocupado por la vivienda del convecino señor Antonio Sáenz. En dicho patio
hay una gran higuera que le ocultaba la vista total, pero creyó ver bultos en
movimiento junto a la puerta del lavadero de dicha vivienda. El Cabo Lonati
pensó que podría tratarse de una pelea de animales tales como perros y gatos y
pese a la baja temperatura se quedó apostado como vigía en el tapial. A los
pocos minutos vio encenderse luces en el lavadero. Vio movimiento de varias
personas y entonces el Cabo a voz en cuello ofreció su socorro pero nadie le
contestó porque ya la puerta del lavadero estaba evidentemente cerrada. El Cabo
Lonati pensó que lo mejor era volver a la oficina de guardia por si el teléfono
llamaba y en efecto antes de llegar a la oficina ya estaba sonando la
campanilla. Se trataba del Señor Sáenz, convocando la ayuda policial pues el
Suboficial Páez yacía en la vivienda del Sr. Sáenz, ya definitivamente sin vida
como después lo constató el médico forense Dr. Juan José Malbrán. A
continuación el que suscribe, Comisario Celedonio Gorostiaga, residente en el
piso alto del edificio de la Comisaría, fue convocado por el Cabo Lonati y
juntos se dirigieron al domicilio del Sr. Sáenz. Este los esperaba ataviado con
su ropa interior de dormir y una robe de chambre, lo mismo que su esposa, Doña
Agustina Barraza de Sáenz y su hija, señorita María Mabel Sáenz. Durante el
sueño habían sido sacudidos por los gritos del Suboficial Páez, herido en el
jardín por la sirvienta de la casa Antonia Josefa Ramírez, a la que ahora
pasaremos a nombrar como la «imputada».
[...constató que el cuerpo ya estaba sin
vida, y lo declaró occiso a los efectos de la ley. El enfermero con ayuda del
Cabo trasladaron la camilla contenida en la ambulancia hasta el nombrado
jardín. Antes de mover el cadáver, el que suscribe debió imponer su autoridad
porque el médico forense insistía en levantar el cadáver sin antes permitir al
que suscribe tomar todas las precauciones del caso, tales como relevar en
suscintas anotaciones la posición del cadáver en el preciso lugar de su caída
y también tomar nota del estado en que se encontraban las plantas circundantes,
que para el caso eran rosales.
El enfermero Launero, en actitud casi de
desacato a la autoridad, dejó caer la camilla sobre el cantero dañando las
plantas, pero como ya había sido observado por el que suscribe los rosales que
bordeaban el camino a la mano izquierda estaban intactos, antes de la intervención
del enfermero, mientras que los de la derecha estaban dañados por la caída del
occiso. De eso se deduce que no hubo lucha que se diga, el Suboficial fue
atacado de frente pero de sorpresa porque no se explica de otro modo que no
haya alcanzado a sacar el revólver de su cartuchera, aunque su mano derecha
estaba aferrada al mango del revólver, que por causas fortuitas no pudo
alcanzar a desenvainar.]
[...y a esto el Subcomisario que
refrenda el presente sumario desea agregar que eso comprueba que la primera
herida fue la del abdomen, mientras que la del corazón le fue aplicada cuando
ya estaba por tierra...]
[... un corte de cuchilla de cocina de
hoja afilada de veintiocho centímetros de largo, que le penetró entre las
costillas derecho al corazón, golpe este que una mujer no podría haber dado
estando la víctima en posición vertical pero sí en posición horizontal, lo que
permitía a la mujer hundir la cuchilla de arriba para abajo en un cuerpo ya
para entonces indefenso.]
[...y allí estaba tendida en la cama sin
conocimiento. A su vera se hallaba la señorita Sáenz. La imputada estaba
vestida solamente con una enagua y su ropa interior, la enagua presentaba
restos de manchas de sangre lavadas con agua pero según explicó la señorita
Sáenz cuando oyeron los gritos la encontraron a la imputada junto al occiso,
de pie, blandiendo el arma y balbuceando. A renglón seguido se desmayó y fue
conducida a su lecho por la señorita Sáenz quien para entonces ya contaba con
el auxilio de sus señores padres. Colocaron a la imputada en la cama y lavaron
sus manchas de sangre con una esponja. Como estaba fría la taparon con las
cobijas y procedieron inmediatamente a llamar al Médico y luego a la Policía,
después de lo cual...]
[Según declaración de la Srta. Sáenz, la
imputada se le quejó días atrás de que el occiso (quien no le había dirigido la
palabra desde que supo del embarazo) la había interpelado en la calle
ordenándole que dejara la puerta abierta del patio para entrar de noche a
visitarla, a lo cual la imputada reaccionó con desprecio pues debido al
desinterés del occiso por su hijo le había tomado gran rencor. Lo sucedido esa
noche no se podía en cambio detallar porque la imputada fue encontrada en el
jardín en estado de sacudón nervioso y no había explicado nada.
A renglón seguido, requerida su
actuación, el Dr. Malbrán revisó a la imputada y la halló sin rastros de
violencia sexual, pero recomendó no despertarla, para que volviera en sí
naturalmente. Se decidió entonces que quedara en la pieza el Cabo Lonati, mientras
la Srta. Sáenz velaría también por la imputada, sentada junto al lecho.
Fue menester a continuación inspeccionar
la disposición de las habitaciones, de lo que se colacionó que al patio grande
se tiene acceso por una sola puerta, a los lados de la cual hay dos ventanas: a
la derecha la ventana de la habitación de la Srta. Sáenz y a la izquierda la
ventana del lavadero de la casa, ambas ventanas con vista al jardín que después
termina contra el tapial lindante con la Comisaría. Según el Sr. Sáenz dicha
puerta de acceso al patio grande era costumbre dejarla cerrada con pasador pero
en más de una ocasión quedaba abierta, sobre todo desde que había sido
inaugurado el edificio de la Comisaría nueva, lo cual otorgaba sensación de
seguridad a los ocupantes de la vivienda.]
[Recién a las ocho y treinta de la
mañana de ayer, es decir del día dieciséis, la imputada se despertó y fue
atendida por la Srta. Sáenz. A las nueve y cuarenta y cinco el Dr. Malbrán
consideró que la imputada podía responder al cuestionario policial. Del mismo
surgieron las siguientes declaraciones.
Antonia Josefa Ramírez, de veinticuatro
años de edad, confesó haber dado muerte al Suboficial de Policía Francisco
Catalino Páez con una cuchilla de cocina. La confesión fue interrumpida varias
veces por crisis de llanto y a cada rato la Srta. Sáenz debió sujetar a la
imputada en su intento repetido de golpearse la cabeza contra la pared. La
Srta. Sáenz, a quien ya la imputada había referido los sucesos ni bien se
despertara, la ayudó a colmar las lagunas que su memoria presentaba a cada
momento. Los hechos se precipitaron en la madrugada del día dieciséis al ver
entrar la imputada al occiso en su habitación, vistiendo su uniforme de
suboficial. Éste la amenazó con su revólver y dijo que se le entregara allí
mismo, pese a la proximidad de los patrones. La imputada, plena de rencor por
haber sido abandonada con un hijo natural después de haber sido seducida en
base a vanas promesas, se resistió y alegó tener miedo de despertar a los
patrones, y como oportunamente acotó la Srta. Sáenz, era costumbre de la Sra.
Sáenz levantarse en medio de la noche atacada de acidez y dirigirse a la
cocina. Detalle: dicha cocina comunica con el cuarto de la sirvienta sin
puerta, sólo una cortina de género negro las separa, pues dicho cuarto estaba
construido como despensa originariamente. Con ese argumento la imputada
convenció al occiso a salir al patio donde haría lo que él le ordenara. Él no
aceptaba pero la imputada finalmente lo amenazó con gritar. Entonces el
occiso, pese a la borrachera —detalle éste revelado en la autopsia— accedió y
juntos se dirigieron al patio. Pero antes debieron pasar por la cocina y fue
allí que la imputada subrepticiamente tomó de pasada la cuchilla y la ocultó.
El occiso la quería conducir hasta el fondo de la casa, con el propósito de
vejarla una vez más. Cuando la imputada creyó llegado el momento oportuno, ya
en el patio, le mostró la cuchilla para ahuyentarlo, pero Páez, ebrio, no dio
importancia a la amenaza, por el contrario...]
[...se procedió a investigar el acta de
nacimiento del niño Francisco Ramírez, nacido el día 28 de enero de 1938 en el
Hospital Regional de Coronel Vallejos, y en él figura como de padre
desconocido. A renglón seguido fue convocada la tía de la imputada, señorita
Augusta Ramírez, de cuarenta y un años, de profesión lavandera. Ésta bajo
juramento declaró haber recibido dinero de Páez para mantenimiento del niño en
más de una oportunidad, y agregó que en más de una ocasión, es decir siempre
que lo veía al occiso, le llevaba a la criatura para que lo viera bajo la
condición, impuesta por el occiso, de que no dijera nada a la madre del niño
que él lo veía. Según la citada lavandera, el mismo era muy cariñoso con el
hijo pues se le parece mucho, y se encontraban de mañana temprano en zonas
alejadas de la población, puesto que el occiso temía ser visto con el niño.
Dicho occiso amenazaba a la lavandera con no darle más dinero si le contaba a
la imputada que él veía al niño. En una oportunidad el occiso se presentó con
una pelota de goma de regalo para el niño, a condición de que la lavandera
dijese que la había comprado ella con el dinero dado por él, pero la lavandera
prefirió decir a la imputada que la había encontrado por la calle en una
alcantarilla pues la imputada habría visto de mal grado ese gasto.]
[...en casa de vecinos de la lavandera y
fue conducido, junto con la pelota de goma, al edificio de la Comisaría para
ser observado por el Oficial que refrenda y por el que suscribe. Se declaró el
parecido con el occiso como contundente. En cuanto a la pelota, tras urgente
pesquisa, se comprobó que fue adquirida en el Bar-Almacén «La Criolla» por el
occiso en fecha no determinada, entre el mes de diciembre y enero próximo pasados,
tal vez en ocasión del Día de los Reyes Magos, según declaró bajo juramento el
dueño del comercio, Sr. Camilo Pons.
Se procedió a continuación a pedir datos
a ciertos convecinos sobre la moralidad de la imputada, y sus anteriores
patrones, la Maestra Normal señora...]
[En cambio una curiosa observación del
Cabo Lonati arroja dudas sobre la no premeditación del hecho sangriento:
recuerda haber visto al ex-suboficial Páez saltar el tapial en dirección al
solar propiedad del Sr. Sáenz otra noche, pocos días atrás, así como recuerda ciertas
bromas o chistes del ex-Suboficial sobre unas presuntas diversiones secretas en
horas de guardia, bromas que nunca terminaba de aclarar y nadie dilucidaba. De
ello se deduce que el occiso podría haber ya visitado a la imputada otras
veces, lo cual destruiría la coartada de la misma, aunque también se puede
inferir que el occiso saltó el tapial pero se encontró siempre cerrada la
puerta de acceso a los cuartos, hasta que, para su brutal castigo, la encontrara
abierta en la madrugada de ayer.
Tampoco fue posible hallar en las
dependencias de la comisaría el recipiente de la bebida alcohólica ingerida por
el occiso, al cual...]
[Con estos datos consideramos completa
la información recogida referente al caso que nos ocupa. La imputada se halla
actualmente bajo cuidado médico en la Celda N° 8 de esta Comisaría, con
carácter de incomunicada a no ser por las necesarias entradas y salidas del
médico forense.
Juran la presente declaración a los
efectos de la ley,
Celedonio Gorostiaga Benito Jaime García
Comisario Sub-Comisario
*
Policía
de la Provincia de Buenos Aires
Comisaría o Seccional: Coronel Vallejos
Destino de expediente: Archivo local
Fecha: 19 de junio de 1939
Fueron detenidos los menores de edad
Celestino Páez, de diecisiete años, y Romualdo Antonio Páez, de catorce, ambos
hermanos del difunto ex-Suboficial de esta Comisaría Francisco Catalino Páez,
por arrojar piedras contra la acusada de homicidio Antonia Josefa Ramírez en
momentos en que ésta subía al tren con destino a la ciudad de Mercedes, donde
la espera juicio por homicidio, acompañada por el agente Arsenio Linares. La
acusada fue alcanzada por una piedra y herida en la base del cráneo, aunque no
de gravedad, pero fue atendida enseguida por el servicio de primeros auxilios del
mismo tren, el cual partió con atraso debido a haberse escondido los
mencionados menores detrás de uno de los vagones. Tan pronto fueron
aprehendidos partió el tren. Ambos menores quedan a disposición del Juez de Paz
del Partido de Coronel Vallejos.
Benito Jaime García
Sub-Comisario a cargo
—¿Se puede? el estómago se me
revuelve
—Sí, pase por favor. La estaba
esperando, qué arreglada se vino la petisa
—Qué lindas tiene las plantas... pero
la casa da asco
—Es lo único que me daría lástima dejar,
si me voy de Vallejos... ¿qué mirás tanto los mosaicos rotos del piso? se
vino impecable, la lana del tapado es cara, el sombrero de fieltro
—Qué frío hace ¿no? no tiene estufa,
esta orillera
—Sí, perdone que esta casa es tan fría,
venga por acá que pasamos a la sala, vas a encontrar mugre si sos bruja...
fijáte qué limpieza
—Mire, a mí no me importa ir a la
cocina, si está más calentito... no tiene estufa, ya se le cayó la papada,
debe tener cuarenta y cinco, y los ojos bolsudos
—Bueno, si no le importa vamos, está
todo limpito, por suerte, te creías que me agarrabas con todo sucio ¡enana
sos! ¡enana! por más que te pongas sombrero para alargarte
—¿Le traga mucha leña esta cocina? la
debe refregar todo el día, la orillera ésta
—Y, bastante, pero como me la paso acá
todo el día, no importa, sí, soy sencilla ¿y qué te importa?
—¿Recibió carta de su hija? la gorda
—Sí, está lo más bien, gracias, pescó
marido, no como vos
—¿Dónde es que se fue a vivir, a
Charlone? cuatro ranchos perdidos entre la tierra
—Sí, el muchacho tiene el negocio en
Charlone. Tan chiquito Charlone, ¡no! pero casada, casada, no solterita
como quien sabés...
—Usted hace bien en irse de Vallejos
¿qué va a hacer acá, sola? remanyada
—Sí, la hija se me fue, qué voy a hacer
acá sola, cuando se tiene un amor, a qué perder el tiempo sola...
—¿Cuántos años hace que se quedó viuda? ¿qué
le habrá visto mi hermano? es ordinaria, mal vestida
—Van para doce años, ya. La nena tenía
ocho años cuando él murió. Yo he sufrido mucho en la vida, señorita Celina, me
llegó la hora de pasarla bien, que te pensás...
—¿Qué edad tenía usted al morir su
esposo? confesá
—¿ Qué le digo? La nena tenía
ocho... no, no, no, no te voy a dar el gusto
—Mire, señora, como le mandé decir,
tengo algo que hablar con usted muy importante, tenés un corte de pelo a la
garçonne que da asco y esos aros de argolla no le faltan a ninguna chusma
—Sí, hable con toda confianza, ayudame
Dios mío, que ésta es capaz de cualquier cosa
—Mire, ante todo quiero que usted me
prometa no contárselo a nadie, orillera chusma, vas a sufrir sin contárselo
a la vecina
—Se lo juro por lo más sagrado. ¿Dios
no me castigará que estoy jurando?
—¿Por quién? si jurás por mi hermano
te escupo
—por Juan Carlos no me animo Por
la felicidad de mi hija.
—Bueno. Mire, yo recibí carta de mi
hermano contándome lo que usted piensa hacer.
—¿Qué es lo que le cuenta? ¿con qué
se vendrá ésta? ¿me amenazará con contárselo a mi nena?
—¿Para qué quiere que se lo repita? te
embromé
—Y si por ahí le dice algo que no es
todo verdad, no quiero decir que él sea mentiroso, pero por las dudas que no
haya un malentendido, por las dudas
—Dice que usted supo que nosotras, mamá
y yo, no vos, atorranta no podíamos más mandar tanto dinero a Córdoba
para el tratamiento nuevo, y la pensión donde está no es buena, y la mejor
cuesta un ojo de la cara, bueno, que usted le escribió diciéndole que quería
vender esta casa y mudarse a Cosquín, para comprar una casita allá y tomarlo a
él de pensionista, cómo te puede tolerar mi hermano, cascajo, siempre de
taco alto y zoquetes
—Sí, es todo verdad, y si puedo voy a
tomar algún pensionista de veras para que ayude en los gastos.
—Mi mamá está muy molesta con todo esto,
de tratar con orilleras
—¿Por qué? ¿no es por el bien del hijo
acaso? todas las copetudas tienen el corazón de hielo
—Sí, pero sufre al no poder ayudarlo
como quisiera.
—mejor que le mandaras unos pesos, en
vez de tanto tapado y sombrero Y, pero no hay que ser tan orgullosa
tampoco, eso está mal.
—Mi mamá no es orgullosa, eso no está
bien que usted lo diga. Lo que pasa es que mi mamá fue educada para que nunca
le faltara nada, y ahora le duele, ¿es natural, no? ¡abarájate
ésa!¡abarajátela!
—cómo tenés coraje de ofenderme,
perra... Sí, las madres son así.
—Bueno, entonces mi mamá, y yo también,
le queremos pedir una cosa.
—Dígame, ¿me arruinarán todo?
¿perderé a mi amor?
—¿Usted va a vender los muebles, los va
a rematar?
—¿me salvé? No, porque no me dan
nada, y después si tengo que comprar muebles nuevos en Cosquín va a ser
carísimo. Para colmo que ahí no sé si habrá una mueblería ¿se imagina si los
tengo que ir a comprar a la ciudad de Córdoba?
—Mi mamá y yo nos imaginamos que los iba
a mandar de acá.
—Sí, los mando de acá. Y ya tengo oferta
para la casa ¿sabe? nada, nada me va aparar
—Bueno, mi mamá, y yo también, le
pedimos una cosa: usted no va a tener ninguna oposición de nuestra parte, pero
le pedimos que no diga a nadie que se va a Cosquín. caradura, a juntarse
con un muchacho más joven
—No se preocupe, yo tampoco pensaba
decirle a nadie, y a mi hija tampoco todo. Usted sabe la lengua que tienen acá.
Si no fíjese lo que dicen de la Mabel... toma aguantátela, que es amiga tuya
—¿qué querés insinuar vos y la papada
que tenés? Yo no lo creo. Una chica de familia como Mabel no se iba
a meter con ese negro.
—son todas unas atorrantas y vos peor
que ninguna Puede ser que sean inventos. Pero parece que en la declaración
se contradijo
—Estaría nerviosa... En fin, volviendo a
nosotras, aunque usted no diga de Cosquín, la gente se va a dar cuenta si no anda
con más cuidado. Por ejemplo los muebles, no los despache desde acá.
—¿Y cómo voy a hacer?
—Si usted los despacha por la compañía
de mudanzas de acá, enseguida lo va a saber todo el mundo. Mande los muebles de
acá a lo de su hija en Charlone, y de ahí a Cosquín. Y para todo tome las
mismas precauciones.
—a Juan Carlos no me lo quitás ¿Qué
más precauciones?
—Todo. Así nadie se entera de que usted
está allá con mi hermano. Usted tiene que comprender que para nuestra familia
es una vergüenza. te la dije
—no, vergüenza es robar Si Dios
le mandó esa enfermedad a su hermano fue la voluntad de Dios, no gana nada con
tener vergüenza.
—¿Pero me promete hacer eso con los
muebles y con la escritura de la casa? Tiene que dar para todos los trámites la
dirección de su hija en Charlone. ¿Me lo promete?
—Se lo prometo, y vos que te andás
subiendo al auto de los viajantes, enana ¿qué derecho tenés a hablarme en ese
tono?
DECIMOTERCERA ENTREGA
...las horas que pasan ya no vuelven más.
Alfredo Le Pera
Era una tarde de otoño. En esa calle de
Buenos Aires los árboles crecían inclinados. ¿Por qué? Altas casas de
departamentos de ambos lados de la acera ocultaban los rayos del sol, y las
ramas se tendían oblicuas, como suplicando, hacia el centro de la calzada... buscando
la luz. Mabel iba a tomar el té a casa de una amiga, elevó su mirada a las
copas añosas, vio que los troncos fuertes se inclinaban, se humillaban.
Tal vez un vago presagio asió su
garganta con guante de seda, Mabel entre sus brazos estrechó un ramo de rosas y
aspiró el dulce perfume, ¿por qué de repente pensaba que el otoño había llegado
a la ciudad para nunca más dejarla? El frente del edificio de departamentos le
pareció lujoso, mas la ausencia de una alfombra en la entrada la tranquilizó:
el edificio donde ella muy pronto habría de vivir contaba en cambio con ese
elemento decisivo para definir la categoría de una casa. Aunque el ascensor
tenía espejo, sí, y examinó su maquillaje a través del fino velo del tocado en
fieltro negro con garnitura de racimos de guindas, confeccionadas en papel
celofán. Por último emparejó la pelambre de las colas de zorro colocadas en
torno a su cuello.
Tercer piso, departamento «B», con
peinado alto y tanta sombra en los ojos su amiga Nené le pareció algo
avejentada al abrir la puerta.
—¡Mabel, el gusto de verte! —y se dieron
dos besos en cada mejilla.
—¡Nené! ¡ay, qué angelito de Dios, ya
caminando este tesoro! —besaba al niño y descubrió más allá en un corralito al
hijo menor de su amiga— ¡y el chiquito qué carita!
—No... Mabel... no son nada lindos ¿no
te parece que son feúchos? —habló sinceramente la madre.
—No, son ricos, tan gordos, tan ñatitos
¿qué tiempo tiene el más chico?
—El bichito tiene ocho meses, y el
grandulón un año y medio pasados... pero por suerte son varoncitos ¿no?, no
importa tanto que no sean lindos... —Nené se sintió pobre, no tenía para
mostrar más que dos niños poco agraciados.
—Che, pero qué seguiditos son... no
perdiste el tiempo ¿eh?
—Ay, vos sabés que yo tenía miedo que se
te fueran los días sin poder visitarme ¿cómo van los preparativos?
—Mirá, lo que se dice enloquecida ¡y eso
que ni me caso de largo ni hacemos fiesta!... Tenés muy linda la casa —la voz
de Mabel se escuchaba encrespada por la hipocresía.
—¿Te parece?
—¿Cómo no me va a gustar?, ni bien
vuelva de la luna de miel tenés que venir a verme el nidito, eso sí, muy muy
chiquito el departamento mío.
—Será un chiche —replicó Nené colocando
en un florero las fragantes rosas, las cuales admiró— ¿a que te olvidaste de
traerme la foto de tu novio?
Ambas pensaron en el rostro perfecto de
Juan Carlos y evitaron durante algunos segundos mirarse en los ojos.
—No, para qué, es un petiso mal hecho...
—Me muero por conocerlo, por algo te
casarás con él, viva. Será un hombre muy interesante. Mostrame la foto del
petiso... —antes de terminar la última frase Nené ya estaba arrepentida de
haberla pronunciado.
—Son cómodos estos sillones ¡no,
querido, las medias no me toques!
—¡Luisito! mirá que te doy un
chas-chas... quieto ahí que ahora te voy a dar una masita —y Nené se dirigió a
la cocina para calentar el agua del té.
—Vos sos Luisito ¿y tu hermanito cómo se
llama? —sonrió Mabel al niño buscando en su fisonomía algún parecido decisivo
con el marido de Nené.
—Mabel, vení que te muestro la casa.
Al encontrarse las dos en la cocina no
pudieron evitar la irrupción de los recuerdos. Tantas tardes pasadas en aquella
otra cocina de Nené, mientras afuera soplaba el aire polvoriento de la pampa.
—¿Sabés Nené una cosa? me gustaría un
mate, como en los viejos tiempos... ¿cuánto tiempo hará que no tomamos un mate
juntas?
—Añazos, Mabel. Más o menos de la época
que salí Reina de la Primavera,... y estamos en abril del 41...
Ambas callaron.
—Nené, dicen que todo tiempo pasado fue
mejor. ¿Y no es la verdad?
Callaron nuevamente. Las dos encontraron
para ese interrogante una respuesta. La misma: sí, el pasado había sido mejor
porque entonces ambas creían en el amor. Al silencio siguió el silencio. La luz
mortecina del atardecer entraba por la claraboya y teñía las paredes de
violeta. Mabel no era la dueña de casa, pero no soportando más la melancolía,
sin pedir permiso encendió la lamparita que pendía del techo. E inquirió:
—¿Sos feliz?
Nené sintió que un contrincante más
astuto la había atacado de sorpresa. No sabía qué responder, iba a decir «no
puedo quejarme», o «siempre hay un pero», o «sí, tengo estos dos hijitos», mas
prefirió encogerse de hombros y sonreír enigmáticamente.
—Se ve que sos feliz, tenés una familia
que no cualquiera...
—Sí, no puedo quejarme. Lo que yo
querría es un departamento más grande para tomar una sirvienta con cama, pero
para hacerla dormir en el living es más lío que otra cosa. ¿Pero vos sabés el
trabajo que me dan estos chicos? Ahora que se viene el invierno y empiezan con
los resfríos... —Nené prefirió callar sus otras quejas: que no conocía ningún
club nocturno, que no había nunca subido a un avión, que las caricias de su
marido para ella no eran... caricias.
—Pero si son tan sanitos... ¿Salís
mucho?
—No, ¿adónde voy a ir con estos dos que
están siempre llorando? o se hacen pis o caca. Tené hijos, vas a ver lo que es.
—Si no los tuvieras los desearías, no te
quejes —adujo Mabel engañosa, pues tampoco para ella era deseable esa vida
rutinaria de madre y esposa ¿pero era acaso preferible quedarse soltera en un
pueblo y continuar siendo el blanco de la maledicencia?
—Y vos, contame de vos... ¿querés tener
muchos chicos?
—Con Gustavo hemos hecho el trato de no
tener chicos hasta que él se reciba. Le faltan pocas materias pero nunca las da,
también él...
—¿Qué era lo que estudiaba?
—Doctorado en Ciencias Económicas.
Nené pensó en cuánto más importante que
un martillero público sería un doctor en ciencias económicas.
—Contame algo de Vallejos, Mabel.
—Y, noticias frescas no tengo ninguna,
si hace más de un mes que estoy en Buenos Aires, con estos preparativos.
—¿Juan Carlos sigue en Córdoba? —Nené
sintió que el rubor teñía sus mejillas.
—Sí, parece que está mejor —Mabel miró
la llama azul de la hornalla a gas.
—¿Y Celina?
—Más o menos, che. Para qué hablar de
eso, ya te podés imaginar. Tomó un camino malo, sabés que meterse con los
viajantes es fatal. ¿No escuchás ninguna novela a la tarde?
—No, ¿hay alguna linda?
—¡Divina! a las cinco ¿no la escuchás?
—No, nunca —Nené recordó que su amiga
siempre había descubierto antes que ella cuáles eran la mejor película, la
mejor actriz, el mejor galán, la mejor radionovela, ¿por qué se dejaba siempre
ganar?
—Yo me perdí muchos episodios pero
cuando puedo la escucho.
—Qué lástima, hoy te la perdés también
—Nené deseaba hablar largamente con Mabel, rememorar ¿se animaría a sacar
nuevamente el tema de Juan Carlos?
—¿No tenés radio?
—Sí, pero son más de las cinco.
—No, que son las cinco menos diez.
—Entonces la podemos escuchar, si
querés. —Nené recordó que como dueña de casa debía agasajar a la visita.
—¡Sí, regio! ¿no te enojás? Lo mismo
podemos seguir charlando.
—Sí, lo más bien ¿cómo se llama la obra?
—El capitán herido, ya faltan
cuatro días para terminar, y para el mes que viene anuncian La promesa olvidada.
¿Querés que te la cuente desde que empezó?
—Sí, pero después no te olvides de
contarme de la Raba. ¿Cómo anda?
—Lo más bien. Bueno, te cuento cómo es
el principio porque si no ya van a ser las cinco y no vas a entender nada, y
después seguro que la vas a seguir escuchando.
—Pero apurate.
—Mirá, es durante la guerra del catorce,
un capitán del ejército francés, un muchacho joven, de familia muy
aristocrática, que por ahí por la frontera con Alemania cae herido, y cuando
recobra el conocimiento en la trinchera está al lado de un soldado alemán
muerto, y oye que el lugar ha caído en manos de los alemanes, entonces le saca
el uniforme al muerto y se hace pasar por alemán. Y es que toda esa región de
Francia ha caído en manos de los alemanes y marchan hacia una de las aldeas de
por ahí, y pasan por una granja, y piden comida. El granjero es un campesino
bruto y cerrado, pero la mujer es una mujer muy hermosa, que les da todo a los
alemanes con tal de que sigan camino, pero por ahí lo ve a él, y lo reconoce.
Resulta que ella había sido una chica de una aldea cerca del castillo en que
vivía el muchacho, y cuando él recién empezaba su carrera militar y venía de
descanso al castillo siempre se encontraba con ella en los bosques, que era su
verdadero amor de juventud.
—¿Pero qué clase de chica era ella? ¿era
seria o era de hacer programas?
—Bueno, ella se había enamorado de él
desde chica, cuando se escapaba del castillo para ir a bañarse al arroyo y
juntaban flores, y de más grande seguramente ella se le entregó.
—Entonces que se embrome. Si se entregó.
—No, en el fondo él la quiere de veras,
pero como es una aldeana, él se ha dejado llevar por la familia que quiere
hacer un casamiento de conveniencia con otra noble. Pero Nené ¿no íbamos a
tomar mate?
—Ay, con la charla me olvidé, ahora ya
está listo el té ¿querés mate? ¿Y él a la noble la quiere o no?
—Y... es una chica jovencita que también
está enamoradísima de él, y de tipo muy fino, a él le tiene que gustar. Tomamos
el té, dejá...
—Pero de verdad puede querer a una sola.
Mabel prefirió no responder. Nené
encendió la radio, Mabel la observó y ya no a través del velo de su sombrero
sino a través del velo de las apariencias logró ver el corazón de Nené. No
cabía duda: si ésta creía imposible amar a más de un hombre era porque al
marido no había logrado amarlo, pues a Juan Carlos sí lo había amado.
—Y él vuelve con ella por la
conveniencia.
—No, él la quiere a su modo, pero de
veras, Nené.
—¿Cómo a su modo?
—Sí, pero para él primero está la
patria, es un capitán muy condecorado. Y después vino una parte en que el
cuñado de ella, un traidor ¿me entendés? el hermano del marido bruto, que es un
espía de los alemanes, viene a la granja y descubre al muchacho escondido en
el granero que se ve obligado a matar al espía y lo entierra a la noche en la
huerta, y el ¡perro no ladra porque la chica le ha enseñado a quererlo al
prisionero.
«—LR7 de Buenos Aires, su emisora
amiga... presenta... el Radioteatro de la Tarde...»
—Mientras sirvo el té... que los chicos
tienen hambre.
—Sí, pero tenés que escuchar, dejame que
la pongo más fuerte.
Una melodía ejecutada en violín desgranó
sus primeras notas. Enseguida el volumen de la música decreció y dio paso a una
modulada voz de narrador: «Aquella fría madrugada de invierno Pierre divisó
desde su escondite en lo alto del granero, el fuego cruzado de los primeros
disparos. Ambos ejércitos se enfrentaban a pocos kilómetros de la granja. Si
tan sólo pudiera acudir en ayuda de los suyos, pensó. Inesperadamente se oyeron
ruidos en el granero, Pierre permaneció inmóvil en su cubil de heno.
»—Pierre, soy yo, no temas...
»—Marie... tan temprano.
»—Pierre, no temas...
»—Mi único temor es el de estar soñando,
despertar y no verte más... allí... recortada en el marco de esa puerta, detrás
tuyo el aire rosado del alba...»
—Mabel, no me digas que hay algo más
hermoso que estar enamorada.
—¡Chst!
«—Pierre... ¿tienes frío? La campiña
está cubierta de un rocío glacial, pero podemos hablar con calma, él ha ido al
pueblo.
»—¿Por qué tan temprano? ¿acaso no va
siempre a mediodía?
»—Es que teme no poder ir más tarde, si
la batalla se extiende. Por eso he venido a cambiarte la venda ahora.
»—Marie, déjame mirarte... Tienes los
ojos extraños ¿acaso has estado llorando?
»—Qué cosas dices, Pierre. No tengo
tiempo para llorar.
»—¿Y si lo tuvieras?
»—Si lo tuviera... lloraría en silencio.
»—Como lo acabas de hacer hoy.
»—Pierre, déjame cambiarte la venda,
así, eso es, que pueda quitarte el lienzo embebido en hierbas, veremos si esta
burda medicina de campaña te ha hecho bien.
»Marie procedió a quitar la venda que
envolvía el pecho de su amado. Así como en los campos de Francia se libraba una
batalla, también en el corazón de Marie pugnaban dos fuerzas contrarias: ante
todo quería encontrar la herida cicatrizada, como feliz conclusión de sus
cuidados, aunque desconfiaba del poder curativo de esas pobres hierbas
campestres; mas si la herida estaba curada... Pierre abandonaría el lugar, se
alejaría y tal vez para siempre.
»—Cuántas vueltas a tu pecho ha dado este
vendaje ¿sientes dolor mientras te lo quito?
»—No, Marie, tú no puedes hacerme daño,
eres demasiado dulce para ello.
»—¡Qué tonterías dices! Todavía recuerdo
tus chillidos el día que te lavé la herida.
»—Marie... de tus labios en cambio nunca
he oído quejas. Dime ¿qué sentirías si yo muriese en la batalla?
»—Pierre, no hables así, mis manos
tiemblan y te puedo dañar... Tan sólo me resta quitarte el lienzo embebido en
hierbas. No te muevas.
»Y ante los ojos de Marie estaba, sin
vendas, la decisión del Destino.»
Tras una cadenciosa y moderna cortina
musical se oyó un anuncio comercial, correspondiente a cremas dentífricas de
higiénica y duradera acción.
—¿Te gusta, Nené?
—Sí, la novela es linda, pero ella no
trabaja del todo bien. —Nené temió elogiar la labor de la intérprete, recordaba
que a Mabel no le gustaban las actrices argentinas.
—Pero si es buenísima, a mí me gusta
—replicó Mabel recordando que Nené nunca había sabido juzgar sobre cine, teatro
y radio.
—¿Ella se le entregó a él por primera
vez en el granero o ya antes cuando era soltera?
—¡Nené, antes! ¿no ves que es un amor de
muchos años?
—Claro, ella no puede hacerse ilusiones
con él porque ya se le entregó, porque yo pensé que si no se le había entregado
antes cuando eran jovencitos, y en el granero él estaba herido y no podía
suceder nada, entonces él volvería a ella con más ganas.
—Eso no tiene nada que ver, si la quiere
la quiere...
—¿Vos estás segura? ¿Cómo tendría que
hacer ella para que él volviese a buscarla después de la guerra?
—Eso depende del hombre, si es un
caballero de palabra o no... Callate que ya empieza.
«Ante sus ojos estaba, sin vendas,
escrito su destino. Marie vio con alegría, con estupor, con pena... que la
herida había cicatrizado. El ungüento había surtido efecto, y la robusta
naturaleza de Pierre había hecho el resto. Pero si Marie lo decidía... esa
cicatriz podía volver a abrirse, tan sólo le bastaba hundir levemente sus uñas
en la piel nueva y tierna, todavía transparente, que unía ambas márgenes de la
profunda herida.
»—Marie, dime, ¿estoy curado?... ¿por
qué no respondes?
»—Pierre...
»—Sí, dímelo ya ¿puedo ir a unirme a mis
tropas?
»—Pierre... puedes partir, la herida se
ha cerrado.
»—¡Partiré! he de luchar con los míos,
después regresaré y si es preciso lucharé cuerpo a cuerpo con él... para
libertarte.
»—No, eso nunca, él es brutal, una fiera
vil, capaz de atacar por la espalda.»
—Mabel ¿por qué se casó ella con ese
marido tan malo?
—No sé, yo perdí muchos capítulos, será
que no quería quedarse soltera y sola.
—¿Era una chica huérfana?
—Aunque tuviera los padres, ella querría
formar su hogar ¿no? y dejame escuchar.
«—¿Cómo puedes estar tan seguro de que
has de volver?»
Tras una cadenciosa y moderna cortina
melódica se oyó el anuncio comercial, correspondiente a un jabón de tocador
fabricado por la misma firma anunciadora de la crema dentífrica ya elogiada.
—Te mato, Nené, no me dejaste entender,
no... te digo en broma ¡yo me como este cañoncito de crema! me voy a poner como
un barril.
—¿Y la Raba? ¿cómo anda?
—Lo más bien, no quiso volver a trabajar
a casa, a mí ni me miró más, después de todo lo que hice por ella...
—¿Y de qué vive?
—Lava para afuera, en el rancho de ella,
con la tía. Y al vecino se le murió la mujer, que es un quintero con terreno
propio, y ellas le cocinan y le cuidan los hijos, se defienden. Pero es una
desagradecida la Raba, esa gente más hacés por ellos peor es...
El relator describió a continuación el
estado de las tropas francesas. Estaban sitiadas, poco a poco se debilitarían.
Si Pierre llegaba a ellas no haría más que engrosar el número de muertos. Pero
el astuto capitán concibió una maniobra extremadamente osada: vestiría el
uniforme del enemigo y sembraría la confusión entre las líneas alemanas. Marie
entretanto se enfrentaba con su marido.
—¿Vos serías capaz de un sacrificio así,
Mabel?
—No sé, yo creo que le hubiese abierto
la herida, así él no volvía a pelear.
—Claro que si él se daba cuenta la
empezaba a odiar para siempre. Hay veces que una está entre la espada y la
pared ¿no?
—Mirá, Nené, yo creo que todo está
escrito, soy fatalista, te podés romper la cabeza pensando y planeando cosas y
después todo te sale al revés.
—¿Te parece? Yo creo que una tiene que
jugarse el todo por el todo, aunque sea una vez en la vida. Me arrepentiré siempre
de no haber sabido jugarme.
—¿Qué, Nené? ¿de casarte con un enfermo?
—¿Por qué decís eso? ¿por qué sacas ese
tema si yo estaba hablando de otra cosa?
—No te enojes, Nené ¿pero quién iba a
pensar que Juan Carlos terminaría así?
—¿Ahora se cuida más?
—Estás loca. Se pasa la vida buscando
mujeres. Lo que yo no me explico es cómo ellas no tienen miedo de contagiarse.
—Y... algunas no sabrán. Como Juan
Carlos es tan lindo...
—Porque son todas unas viciosas.
—¿Qué querés decir?
—Vos tendrías que saber.
—¿Qué cosa? —Nené presintió que un
abismo pronto se abriría a pocos pasos de allí, el vértigo la hizo tambalear.
—Nada, se ve que vos....
—Ay, Mabel ¿qué querés decir?
—Vos no tuviste con Juan Carlos...
bueno, lo que sabés.
—Sos terrible, Mabel, me vas a hacer
poner colorada, claro que no hubo nada. Pero que yo lo quería no te lo niego,
como novio quiero decir.
—Che, no te pongas así, qué nerviosa
sos.
—Pero vos me querías decir algo. —El
vértigo la dominaba, quería saber qué había en lo hondo de aquellas profundidades
abismales.
—Y, que las mujeres parece que cuando
tienen algo con Juan Carlos ya no lo quieren dejar más.
—Es que él es muy buen mozo, Mabel. Y
muy comprador.
—Ay, vos no querés entender.
«—Si las tropas francesas avanzan,
conviene que nos vayamos de aquí, mujer. Y más rápido con esos atados de heno y
esas hormas de quesillo. Cada día estás más torpe, y hasta tiemblas de miedo,
¡tonta de capirote!
»—¿Hacia dónde iremos?
»—A casa de mi hermano, no comprendo por
qué no ha vuelto por aquí.
»—No, a casa de él, no.
»—No me contradigas, o te descargaré
esta mano sobre el rostro, que ya sabes cuán pesada es.»
—¿Pero ésta se deja pegar? ¡qué
estúpida!
—Y... Mabel, lo hará por los hijos
¿tiene hijos?
—Creo que sí. Yo lo mato al que se anime
a pegarme.
—Qué porquería son los hombres, Mabel...
—No todos, querida.
—Los hombres que pegan, quiero decir.
El relator se despidió de los oyentes
hasta el día siguiente, después de interrumpir la escena llena de violentas
amenazas entre Marie y su esposo. Siguió la cortina musical y por último otro
elogio conjunto a la pasta dentífrica y al jabón ya aludidos.
—Pero, che Mabel ¿qué es lo que yo no
quiero entender que vos decís de Juan Carlos? —Nené seguía jugando con su
propia destrucción.
—Que las mujeres no lo querían dejar...
por las cosas que pasan en la cama.
—Pero, Mabel, yo no estoy de acuerdo.
Las mujeres se enamoran de él porque es muy buen mozo. Eso de la cama, como
decís vos, no. Porque hablando la verdad, una vez que se apaga la luz no se ve
si el marido es lindo o no, son todos iguales.
—¿Todos iguales? Nené, vos no sabés
entonces que no hay dos iguales —Nené pensó en el Dr. Aschero y en su marido,
no pudo establecer comparaciones, los momentos de lujuria con el odiado médico
habían sido fugaces y minados por las incomodidades.
—Mabel, vos qué sabés, una chica
soltera...
—Ay, Nené, todas mis compañeras de
cuando pupila ya están casadas, y con ellas m’hijita tenemos confianza total y
me cuentan todo.
—Pero vos qué sabés de Juan Carlos, no
sabés nada.
—Nené ¿vos no sabés la fama que tenía
Juan Carlos?
—¿Qué fama?
Mabel hizo un movimiento soez con sus
manos indicando una distancia horizontal de aproximadamente treinta
centímetros.
—¡Mabel! me hacés poner colorada de
veras —y Nené sintió todos sus temores violentamente confirmados. Temores que
abrigaba desde su noche de bodas, ¡hubiese pagado por olvidar el ruin ademán
que acababa de ver!
—Y eso parece que tiene mucha
importancia, Nené, para que una mujer sea feliz.
—A mí me dijo mi marido que no.
—A lo mejor te hizo el cuento... Sonsa,
te estoy cachando, no es eso lo que me contaron de Juan Carlos, eso te lo dije
para cacharte no más. Lo que me contaron fue otra cosa.
—¿Qué cosa?
—Perdoname Nené, pero cuando me lo
contaron juré que nunca, pero nunca, lo iba a decir a nadie. Así que no te
puedo contar, perdoname.
—Mabel, eso está muy mal. Ya que
empezaste terminá.
Mabel miraba en otra dirección.
—Perdoname, pero cuando hago un
juramento lo respeto.
Mabel dividía en dos una masa con el
tenedor, Nené vio que el tenedor era un tridente, de la frente de Mabel
crecían los dos cuernos del diablo y debajo de la mesa la cola sinuosa se
enroscaba a una pata de la silla. Nené hizo un esfuerzo y sorbió un trago de
té: la visión literalmente diabólica se desvaneció y la dueña de casa
concibió repentinamente una forma de devolver en parte a su amiga los golpes
asestados durante la reunión y, mirándola fijo en los ojos, sorpresivamente
preguntó:
—Mabel ¿estás realmente enamorada de tu
novio?
Mabel titubeó, los breves segundos que
tardó en replicar traicionaron su juego, la comedia de la felicidad estaba
terminada. Nené con profunda satisfacción comprobó que se hablaban de farsante
a farsante.
—Nené... qué preguntita...
—Ya sé que lo querés, pero de tonta una
a veces pregunta cosas.
—Claro que lo quiero —mas no era así.
Mabel pensó que con el tiempo tal vez aprendería a quererlo ¿pero y si
las caricias de su novio no lograban hacerle olvidar las caricias de otros
hombres? ¿cómo serían las caricias de su novio? para eso debía esperar hasta la
noche de bodas, porque conocerlas antes implicaba demasiados riesgos. Los
hombres...
—Vos Nené ¿lo querés más ahora a tu
marido que cuando eran novios?
El té, sin azúcar. Las masas, con crema.
Nené dijo que gustaba de los boleros y de los cantantes centroamericanos que
estaban introduciéndolos. Mabel hizo oír su aprobación. Nené agregó que la
entusiasmaban, le parecían letras escritas para todas las mujeres y a la vez
para cada una de ellas en particular. Mabel afirmó que eso sucedía porque los boleros
decían muchas verdades.
A las siete de la tarde Mabel debió
partir. Sintió irse sin ver al marido de su amiga —retenido en la oficina por
negocios— y por lo tanto sin apreciar cuánto lo habían desfigurado los muchos
kilos adquiridos. Nené inspeccionó el mantel de la mesa, tan difícil de lavar y
planchar, y lo halló limpio, sin mancha alguna. Después examinó los sillones de
raso, tampoco se habían manchado, y procedió inmediatamente a colocarles sus
respectivas fundas.
Mabel salió a la calle, ya había caído
la noche. Como lo había planeado aprovecharía ese rato libre antes de cenar
para ver las vidrieras de un importante bazar situado en el barrio de Nené, y
comparar precios. Mabel reflexionó, siempre había sido tan organizada, nunca
había perdido el tiempo ¿y acaso qué había logrado con tanto cálculo y tanta
precisión? Tal vez habría sido mejor dejarse llevar por un impulso, tal vez cualquier hombre que se le cruzaba por esa calle
podría brindarle más felicidad que su dudoso novio. ¿Y si tomaba un tren con
rumbo a Córdoba? en las sierras estaba quien la amó una vez, haciéndola vibrar
cual ninguno. En esa calle de Buenos Aires los árboles crecían inclinados,
tanto por el día como por la noche. Qué inútil humillación, era de noche, no
había sol ¿por qué inclinarse? ¿habían olvidado esos árboles toda dignidad y
amor propio?
Nené por su parte terminó de colocar las
fundas a los sillones y levantó la mesa. Al doblar el mantel descubrió que una
chispa del cigarrillo de Mabel, la única fumadora, había agujereado la tela.
—¡Qué descuidada y egoísta! —musitó para
sí Nené, y hubiese querido revolcarse, proferir un alarido desgarrador, pero
delante de sus dos niños sólo pudo llevarse las manos a los oídos para acallar
la voz obsesionante de Mabel Sáenz: «...y eso parece que tiene mucha
importancia, Nené ¿vos no sabías la fama que tenía Juan Carlos? ...sonsa, te
estoy cachando. Lo que me contaron fue otra cosa... pero cuando me lo contaron
juré... juré... juré que nunca nunca se lo iba a decir a nadie. Y eso otro te
lo dije para cacharte nomás, Nené. LO QUE ME CONTARON FUE OTRA COSA».
Árboles que se inclinan por el día y por
la noche, preciosos lienzos bordados que una pequeña chispa de cigarrillo logra
destruir, campesinas que se enamoran un día en bosques de Francia y se enamoran
de quien no deben. Destinos...
DECIMOCUARTA
ENTREGA
...la golondrina un día su vuelo detendrá...
Alfredo Le Pera
Padre, tengo muchos pecados que confesar. Sí, más de
dos años, no me animaba a venir. Porque voy a recibir el sacramento del
matrimonio, eso fue lo que me ayudó a venir. Sí, ayúdeme, Padre, porque con la
vergüenza no consigo nada, Padre, ayúdeme a confesarle todo lo que he hecho. He
mentido, le he mentido a mi futuro marido. Que tuve relaciones con un solo
hombre, con un muchacho que se iba a casar conmigo y después se enfermó, y no
es verdad, lo estoy engañando ¿qué tengo que hacer, Padre? Pero si se lo digo
lo voy a hacer sufrir, sin ningún provecho para nadie. Pero cuando la verdad no
sirve más que para hacer sufrir, ¿hay que decirla lo mismo? Lo haré, Padre,
pero tengo otra mentira muy grande que confesarle, una mentira tan grande...
No, Padre, el pecado de lujuria ya lo había confesado, de ese pecado ya estoy
limpia, otro Padre Cura me absolvió. He mentido ante la Justicia. Ante el
Juzgado de Primera Instancia de la Provincia de Buenos Aires. ¡No! eso no puedo
hacerlo, Padre. No, la verdad no serviría más que para hacerme sufrir más a mí
y a todos. Padre, yo se lo cuento todo, sí, a usted se lo cuento todo. Sí, Padre
¿Por qué, Padre? Yo vivía con mi familia en un pueblo de la provincia, y de
noche entraba a mi habitación un hombre que trabajaba en la Comisaría. No,
Padre, no estaba enamorada de él. Ayúdeme, Padre, no sé por qué lo hacía. Sí,
Padre, era para olvidar a otro. Sí, Padre, al otro lo quería pero estaba
enfermo y lo abandoné, porque tenía miedo de contagiarme. Él ocultaba que
escupía sangre. Le hice un bien, Padre ¿no le parece? ¿A su lado? No sé, Padre.
Sí lo quería pero cuando vi que estaba enfermo no lo quise más. Padre, tengo
que ser sincera ¿si no para qué estoy acá? ¿no le parece? Bueno, yo quería
tener una casa y familia y ser feliz, Padre ¡yo no tengo la culpa si lo dejé de
querer! Sí, Padre, soy débil, y pido perdón. Ese hombre que le dije venía a mi
habitación. No, el enfermo no, el otro, el policía. No, el enfermo no era
policía. Y una noche de calor que dejé la ventana abierta lo vi que me miraba
desde el jardín: se había metido en mi casa. No, no tuve fuerzas para alejarlo
y empezó a venir cuando se le daba la gana, ¿qué tengo que hacer para ser
perdonada, Padre? No, mentí a la Justicia por otra razón. Resulta que ese muchacho
era el padre de un hijo natural de mi sirvienta, que llegó de vuelta de Buenos
Aires cuando yo ya había caído en la tentación con él. No, volvió porque yo la
llamé, mejor dicho mi mamá. No, ella había trabajado con nosotros antes, cuando
quedó embarazada. No, yo no le podía decir nada a él porque en ese tiempo yo
todavía no lo conocía, lo conocí después, cuando él empezó a trabajar en la
Policía. No, durante el proceso no, yo lo conocí antes, porque cuando el
proceso él ya estaba muerto, era el proceso por el asesinato de él. Sí, empiezo
de nuevo. Cuando llegó de vuelta la sirvienta de Buenos Aires, porque mi mamá
la llamó, yo me di cuenta de que corríamos peligro de que ella nos viera. No,
mi mamá no, tenía la pieza lejos, ¡la sirvienta! porque lo odiaba al muchacho.
Entonces le dije a él que yo tenía miedo, pero siguió viniendo a verme. La
sirvienta oyó ruidos una noche pero no se dio cuenta de nada, pero otra noche
oyó los mismos ruidos y salió al patio. Entonces lo alcanzó a ver a él que
saltaba el tapial ya de vuelta para la Comisaría y oyó el ruidito de mi ventana
que se cerraba. Sí, ya para entonces era invierno. Ella se dio cuenta y a la noche siguiente se quedó en el patio, con un
frío terrible, esperando que él saliera de mi pieza. Él se iba antes de aclarar
el día. Aquella noche fatal yo me había quedado dormida, él me despertó cuando
ya estaba listo para saltar de la ventana al jardín, así yo cerraba la ventana.
Fue ese famoso invierno del año 39, que hizo tanto frío. Yo estaba de nuevo
acomodándome para seguir durmiendo cuando oí unos gritos espantosos de dolor.
Me levanté de un salto y abrí la ventana. Ya no se oía más nada, la sirvienta
había tenido el atrevimiento de esperarlo y le había dado dos puñaladas. Sí,
llamé a papá y mamá, yo lógicamente tenía miedo de que la sirvienta viniera y
me matara a mí. Pero vi que papá iba y se le acercaba adonde estaba ella, arrodillada
al lado de él, tirado muerto, con la cuchilla de la cocina clavada en el
corazón. Ella estaba quieta, mi papá se le acercó y le pidió que desclavara la
cuchilla y se la diera. Ella le hizo caso y mi papá sin ensuciarse agarró la
cuchilla por la hoja con dos dedos y a ella la llevó de un brazo para adentro
de la casa. Mi mamá le preguntó qué había hecho y la sirvienta estaba como
idiotizada, no reaccionaba con nada. Mi mamá me pidió que le trajera perfume y
alcohol para hacerle oler. Yo estaba muerta de miedo de que papá y mamá se
dieran cuenta de lo que había pasado. En el baño vi el frasquito de pastillas
para dormir, de «Luminal». Agarré dos pastillas y las llevé escondidas en el
puño. Le dije a mi mamá que yo no encontraba nada, porque en realidad mi mamá
tiene la manía de guardar todo y a veces yo no encuentro las cosas, entonces
fue ella a buscar el perfume y el alcohol. Yo le puse las pastillas en la boca
a la sirvienta y se las hice tragar. Pero estaba atragantada, mi mamá llegó y
le dio un vaso de agua pero no se dio cuenta qué era, y eso que mamá de tonta
no tiene nada. Al ratito la sirvienta se quedó dormida. Cuando la Policía me
preguntó qué había pasado no sé de dónde saqué el coraje... y les mentí. Les
dije que el muchacho había querido abusar de la sirvienta y que ella se había
defendido con la cuchilla. ¡Ay, Padre! todo yo lo había imaginado más de una
vez, yo ya me había imaginado que eso podía pasar, y él no me hacía caso. No,
la sirvienta se despertó recién a la mañana siguiente, yo pasé toda la noche
al lado de ella, y el médico, de tanto que le dije, no dejó que la llevaran a
la Policía, y quedó un Cabo vigilando que se iba a la cocina a comer a cada
rato. Porque usted no sé si habrá visto que los policías y los médicos están
habituados a las desgracias y no se inmutan. Y los curas, perdón, los
sacerdotes también se controlan mucho. Cuando se despertó la pobre le dije que
si contaba la verdad la iban a condenar a cadena perpetua y no iba a ver más
al hijo. Le expliqué hasta que lo entendió que no dijera nada que el muchacho
había estado en mi pieza, que él había saltado el tapial para verla a ella,
para abusarse otra vez, que ya no valía la pena vengarse de mí, lo que tenía
que hacer era salvarse ella para poder darle todos los gustos —un modo de
decir— a su nenito, y le expliqué bien claro todo lo que tenía que poner en la
declaración. Me miraba sin decir nada. Y todo salió bien. Me entendió que
tenía que mentir para que la soltaran. Y todos se creyeron que fue en legítima
defensa. La verdad la supieron nada más que ella, el abogado y yo, y por
supuesto el muchacho muerto. El que murió. ¿Cuál enfermo? No, el que yo dejé no
se ha muerto, todavía vive pobre muchacho, yo digo el otro ¡el que mató la
sirvienta! No, Padre ¿de qué serviría? ¿Pero para qué si la pobre lo hizo de
puro ignorante que es? ¿Usted cree que Dios no la ha perdonado? ¿Y Dios no
tendrá otro modo de castigarla? ¿tiene necesariamente que castigarla la
Justicia? Sí, Padre, tiene razón, la verdad tiene que saberse. Bueno, Padre, se
lo prometo, contaré toda la verdad ¿A quién voy a ver? No me acuerdo del nombre
del Juez. Creo que no murió de la primera puñalada. Es posible que unos
segundos haya vivido. ¿Ya Dios perdona por un solo segundo de arrepentimiento?
Entonces lo haré, Padre, así se acortan sus sufrimientos en el Purgatorio.
Padre ¿Usted cree que él tuvo ese segundo de arrepentimiento? porque si no lo
tuvo habrá ido al infierno y ahí nadie lo puede ayudar, por más que nos la pasemos
rezando los que estamos vivos ¿Qué cosa? ¿Y qué puedo hacer por él? Sí, son muy
pobres. Debe tener tres o cuatro años. Sí, en esos rancheríos se hacen
ladrones, malandrines. Eso cuando esté en edad escolar. Sí, lo prometo. ¿Hasta
cuando pueda? Sí, Padre, le prometo las dos cosas: iré a decir toda la verdad y
me encargaré de la educación de ese pobrecito. Sí, Padre, estoy arrepentida de
todo. Diez Padrenuestros y diez Avemarías, y dos Rosarios todas las noches. Sí,
Padre, me doy cuenta, sé que soy débil. ¿Pero qué culpa tuve yo si no lo quise
más? ¿Me tenía que casar con un muchacho enfermo si no lo quería? ¿no es un
pecado casarse sin querer a un hombre? ¿no es engañarlo? ¿engañarlo no es
pecar? Sí, estoy convencida. Gracias, Padre, lo prometo. En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
El día sábado 18 de abril de 1947, a las
15 horas, Juan Carlos Jacinto Eusebio Etchepare dejó de existir. Junto a él se
encontraban su madre y su hermana, a quienes había venido a visitar en Semana
Santa como todos los años, porque el comienzo del otoño era la época
recomendada por los médicos para sus breves permanencias en Coronel Vallejos.
No había dejado su habitación durante los últimos cuatro días debido a un
profundo agotamiento físico. A mediodía había comido con más apetito que de
costumbre, pero un dolor agudo en el pecho lo despertó de su siesta, llamó a su
madre a gritos y a los pocos instantes dejó de respirar, asfixiado por una
hemorragia pulmonar. El Dr. Malbrán llegó diez minutos después y lo declaró
muerto.
El ya mencionado día sábado 18 de abril
de 1947, a las 15 horas, Nélida Enriqueta Fernández de Massa pasó un trapo
enjabonado por el piso de la cocina de su departamento en la Capital Federal.
Había terminado de lavar los platos y utensilios de cocina correspondientes al
almuerzo y estaba satisfecha de haber hecho su voluntad, pese a la oposición
del marido. Éste se había quejado una vez más de que la mucama no trabajase los
sábados y le había pedido a su esposa que dejara el lavado de los platos para
después de la siesta. Nené había replicado que la grasa fría y endurecida era
mucho más difícil de quitar y él de malhumor había continuado la discusión
aduciendo que más tarde la entrada de ella en el dormitorio lo despertaría y no
podría volver a conciliar el sueño que tanto necesitaba para calmar sus
nervios. Nené había respondido finalmente que para evitar molestias, después de
terminar con la cocina, se acostaría en la cama de uno de los niños.
El ya mencionado día sábado 18 de abril
de 1947, a las 15 horas, María Mabel Sáenz de Catalano, aprovechando la
presencia de su madre en la Capital Federal para celebrar juntas la Semana
Santa, la dejó a cargo del lavado de la cocina y llevó a su hija de dos años a
tomar sol a la plaza. Como ya lo temía, no estaba abierto el negocio de
artículos para hombre, situado en la esquina, donde trabajaba el joven vendedor
con quien tanto simpatizaba.
El ya mencionado día sábado 18 de abril
de 1947, a las 15 horas, los despojos de Francisco Catalino Páez yacían en la
fosa común del cementerio de Coronel Vallejos. Sólo quedaba de él su esqueleto
y se hallaba cubierto por otros cadáveres en diferentes grados de
descomposición, el más reciente de los cuales conservaba todavía el lienzo en
que se los envolvía antes de arrojarlos al pozo por la boca de acceso. Ésta se
encontraba cubierta por una tapa de madera que los visitantes del cementerio,
especialmente los niños, solían quitar para observar el interior. El lienzo se
quemaba poco a poco en contacto con la materia putrefacta y al cabo de un
tiempo quedaban al descubierto los huesos pelados. La fosa común se hallaba al
fondo del cementerio lindando con las más pobres sepulturas de tierra; un
cartel de lata indicaba «Osario» y diferentes clases de yuyos crecían a su
alrededor. El cementerio, muy alejado del pueblo, estaba trazado en forma de
rectángulo y lo bordeaban cipreses en todo su contorno. La higuera más próxima
se encontraba en una chacra situada a poco más de un kilómetro, y dada la época
del año se encontraba cargada de frutos maduros.
El ya mencionado día sábado 18 de abril
de 1947 a las 15 horas, Antonia Josefa Ramírez decidió matar al pollo colorado
del gallinero porque el pollo bataraz que ya había separado, con las patas
atadas en un rincón del corral, estaba un poco flaco y la clienta se lo había
encargado muy carnoso. Le pidió a una niña de siete años, descalza, que lo
corriera y agarrara. Era la hija menor del viudo con quien vivía en
concubinato desde cerca de dos años, vecino del rancho de su tía. Raba no
quería distraer al niño mayor, de doce años, que estaba punteando la tierra en
la huerta, y los otros dos niños intermedios, de once y nueve años, se
encontraban en el pueblo trabajando como mandaderos de un almacén y una fonda
respectivamente. Su propio hijo, Francisco Ramírez, contaba nueve años y se
desempeñaba como repartidor de diarios. Raba por lo tanto debía servirse de la
niña más pequeña, ya que el embarazo avanzado le impedía correr detrás de los
animales del corral.
*
El cajón que contenía los restos de Juan
Carlos Jacinto Eusebio Etchepare fue colocado en uno de los nichos del paredón
blanco levantado para ese uso, meses antes, en el cementerio de Coronel
Vallejos, a pocos pasos de la entrada principal. El paredón contaba con cuatro
hileras horizontales de nichos y el cajón fue colocado en la tercera hilera,
cotizada como la de más precio por estar las inscripciones a la altura de la
vista de quien visitara el lugar. Pocos nichos estaban ocupados.
La lápida de mármol blanco contaba con
el adorno de dos floreros de vidrio sostenidos por sendos brazos de bronce
atornillados al mármol. En bajorrelieve estaba grabada la inscripción
correspondiente al nombre y a las fechas de nacimiento y muerte del difunto y
lucían algo apretadas, debido al poco espacio disponible, cuatro placas
recordatorias en bronce de diferente diseño.
La placa colocada en el ángulo superior
izquierdo tenía forma de libro abierto colocado sobre ramas de muérdago y de
las páginas surgían en altorrelieve las letras onduladas: «¡JUAN CARLOS!
AMISTAD fue el lema de tu vida. A tu última morada vaya este homenaje de
acendrado cariño. Por tu gran camaradería no te borrarás nunca de la memoria de
tus compañeros del Colegio N° 1 y esperamos que la inmensa desdicha de haberte
perdido no nos haga olvidar la dicha de haberte conocido... Tu recuerdo es un
rosario cuyas cuentas comienzan y terminan en el infinito.»
La placa colocada en el ángulo superior
derecho tenía forma rectangular. Junto a una antorcha en relieve aparecía la
inscripción dispuesta en líneas rectas paralelas: «JUAN CARLOS J. E. ETCHEPARE
Q.E.P.D. Falleció el 18-4-1947. Esta vida es un sueño, el verdadero despertar
es la muerte que a todos iguala. Sus superiores, camaradas y amigos de la
Intendencia Municipal, a su memoria.»
La placa colocada en el ángulo inferior
izquierdo era cuadrada y tenía como único adorno una cruz: «RUANCA! con tu
partida no sólo he perdido a mi hermano querido, sino a mi mejor amigo de
ésta, desde ahora, mi pobre existencia. Tu recuerdo inolvidable tiene en mi
corazón un templo que recibirá perennemente el incienso de mis lágrimas...
Eternamente tu alma buena sea desde el más allá la guía de tu hermanita
DIOS LO QUISO CELINA.»
La placa restante, colocada en el ángulo
inferior derecho, consistía en una figura de ángel con los ojos cerrados y los
brazos cruzados sobre el pecho, suspendido en una nube a la que llegaban rayos
desde lo alto. La inscripción decía: «¡Silencio! mi hijito duerme. Mamá.»
*
...él me miraba siempre cuando yo pasaba
por el bar, a casa de vuelta de hacer los mandados... Dios te salve, María,
llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las
mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, amén...
Porque llueva y no se seque el pasto, porque mi abuela se cure, porque no
vuelvan las langostas que se comen todo, porque no haya más plaga de tucura ¡a
los trece años, Santa María Madre de Dios, qué sabía yo lo que eran los
hombres! y desde entonces todos los días pedí que se muriese, y pido perdón de
todo corazón que estoy arrepentida de haberle deseado la muerte a ese pobre
muchacho que se murió ayer, que tanto lo odiaba ¡hace tantos años! el 14 de
setiembre de 1937, ya hizo nueve años, mamá, y hay una cosa que nunca te conté,
pero prometeme que vas a ser buena conmigo después que te lo diga ¡nunca se lo
pude contar a nadie! él me miraba siempre si yo pasaba por el bar, y hoy ante
todo pido salud para mi familia, que a los frutales les caiga lluvia, que
broten las semillas, que la cosecha nos dé este año un poco más que el año
pasado, después de hacer los mandados, sabés mamá, al pasar por el bar si él no
se daba cuenta yo lo miraba pero un día no estaba más y pasaron no sé cuántos
meses y la de al lado lo vio bajar del expreso ¡tostado del sol! ¿adónde estuvo
tanto tiempo?... a las cinco es de noche en invierno, en una calle oscura a una
cuadra del bar ¿será que me está siguiendo? «vos sos de la chacra que está
detrás de la vía ¿verdad? ya sos una señorita» y me empezó a hablar... que
había estado en una estancia paseando, vos sabés mamá, él había llegado el día
antes en el expreso y estaba muy amargado me dijo, porque había tenido una gran
desilusión... en la esquina de casa, todas las cuadras ya por el descampado me
contaba del baile de la Primavera, y él estaba seguro de que yo iba a salir
Reina de la Primavera cuando tuviera quince años, estaba muy amargado esa
noche, se había peleado con la Nené ¿vos te acordás de ella, mamá? era una
empaquetadora de «Al Barato Argentino», hace muchos años que ya no vive más
acá. «Qué amargura tengo» me decía ese muchacho, y no me acuerdo de más nada
¿prendida fuego? ¿borracha? ¿dormida? tenía cara de bueno, mamá ¿vos no te
acordás? yo tenía trece años, cuando entré te enojaste porque había tardado
tanto, yo te pelé las papas lo más rápido que pude, y piqué la cebolla y pelé
el ajo, lo corté en pedacitos, vos me mirabas, mamá ¿no te acordás que yo entré
a casa temblando? porque corrí un poco que era tarde, fue la mentira que le
dije a mi mamá ¿y si mi mamá se pone muy triste cuando yo le cuente todo? ese
muchacho que se murió ayer se aprovechó de mí ¿entendés, mamá? me hizo lo peor
que le puede hacer un muchacho a una chica, me sacó la honra para siempre ¿no
me lo vas a creer? al cielo le pido ante todo salud para toda la familia, y si
me puedo aguantar sin decirle nada a mamá sería mucho mejor ¿a las cinco de la
tarde volví a pasar al otro día? para preguntarle muchas cosas... si ya él
estaba enojado del todo con la Nené... pero no me saludó, no me siguió y nunca
más me volvió a hablar, mamá ¡una sola vez caminó al lado mío! porque se había
sacado las ganas el desgraciado ¡y que se muera!... Ave María purísima, yo le
deseé la muerte ¿y alguien me habrá oído?... quiero quitarme el pecado, él no
tuvo la culpa, fui yo que me dejé tentar ¡que no haya sido por mí que se murió
ese muchacho! mamá, yo no te voy a contar nada ¿para qué? te vas a amargar como
yo, si Dios me ayuda me voy a quedar callada. ¿Qué le pasaba aquel día a ese
muchacho? «qué amargura tengo» me decía caminando al lado mío, pero después de
ese día nunca más me volvió a hablar...
Dios del alma, ayúdame en este momento,
que se me fue mi hijito, y no aguanto más de la pena, me voy a morir yo
también, y te pido que lo tengas en tu reino, porque no se alcanzó a confesar,
y estará cargado de pecados, pero escuchame Dios mío querido, que yo te voy a
rezar hasta que me muera, y a la Santísima Madre de Dios, Virgen María adorada,
que sabe la pena de perder a un hijo joven, y mi hijo no era un santo como el
tuyo, Madre de Jesús, pero no era malo, yo siempre le dije que fuera más a
misa, que comulgara, y lo peor es que era tan... chiquilín, lo que él quería
era divertirse siempre, ir con las chicas, ellas tienen más la culpa que él,
Virgen Santa, nosotras dos somos mujeres y no podemos condenar a un muchacho
porque sea así, los hombres son así ¿no es la verdad? son las malas mujeres las
que tienen la culpa... y yo no lo puedo saber, pero Dios que está en las
alturas y ve todo sabrá la verdad de la plata esa, Virgencita del Carmen, vos
que sos Patrona de esta iglesia, ayudame en este momento, porque tengo miedo de
que mi hijo no esté descansando, que esté sufriendo, por esa plata que sacó de
la porquería de Intendencia, y nunca se confesó después de eso, ojalá en
Córdoba se haya confesado alguna vez, pero yo le pregunté y él... porque es un
chiquilín... me dijo que no. ¿Habrá sido por no dar su brazo a torcer? hay
tantas lindas capillitas en Córdoba me dijo mi nene, en alguna se habrá metido
para rezar y pedir perdón, pero por no darme el gusto me mintió, que a la
iglesia no había entrado nunca más, y yo tengo miedo de que Dios no lo quiera
por ladrón, cuando la verdad es que alguna mala mujer habrá estado tentándolo
para que hiciera eso, total poco a poco la hermana fue devolviendo todo ¿lo que
se roba y se devuelve sigue siendo pecado? Virgencita del Carmen hablale vos a
Nuestro Señor y explicale que mi pobre hijito estaba cegado por la rabia de
que no le dieran la licencia y aprovechó un descuido para llevarse esa plata,
pesos roñosos, que seguro alguna se los estaba pidiendo... Virgencita del
Carmen, no sé si vos habrás sido también madre, como la Virgen María, entonces
sabrás lo que sufro, de pensar que en estos momentos le esté pasando algo malo,
ya sufrió tanto con la tos y el ahogo en este mundo, Virgencita, ¿va a seguir
sufriendo en el otro mundo también?
Dios Padre Todopoderoso, Creador del
Cielo y de la Tierra, rezo por el descanso de mi difunto marido, hace tanto que
me dejó sola en este mundo, y a quien tanto quise, después para sufrir sola
tantos desengaños, Señor, que tan distinta habría sido mi vida si no me hubiese
quedado sola. Pero ésa fue tu voluntad, tal vez para que sufriendo me diera
cuenta de todo lo que había perdido, y ahora sí, lo que es un hombre bueno no
lo paga nadie. Él estará en tu santa gloria, te ruego que también te acuerdes
de hacer de mi hija una buena esposa y madre, que es muy buena y nunca deje de serlo,
y salió buena como el padre, y a mis dos nietitos, que crezcan sanos y buenos,
como te lo pido todos los días. Para mí no pido nada, si la pensión se vende
que se venda, no me importa nada, si va a remate que vaya, total ya estoy
cansada de estar en las sierras, lo único que pido es salud, así puedo trabajar
y no ser una carga para mi hija, que no quiero que se entere que estoy en la
calle... Yo pido salud, y que si me rematan la pensión me quede algo después de
pagar la hipoteca, y se lo doy a mi chica, que algo le corresponde de lo poco
que dejó el padre. Siento vergüenza de pedir otra cosa, para ese pobre
muchacho, que viví en pecado con él, y ahora no está más. Y yo lo perdono, Dios
mío, era un cabeza hueca, yo no quiero tenerle rencor, ya se murió, ya no le
puede hacer mal a nadie, y yo no me quejo de nada, porque me las voy a
aguantar, si hice una macana ya me las voy a aguantar, porque es el castigo que
me merezco. Porque una cosa es tirar a la bartola lo que era mío, pero tirar lo
de mi nena ni yo me lo perdono. Si yo sabía que él no tenía cabeza para la
plata ¿por qué le hice caso de hipotecar lo que era también de la nena? Yo no
pido nada para mí, nada más que salud, que no tenga que ser una carga para mi
yerno, así puedo trabajar, de lo que sea. Pido nada más que para mi hija, que
esté bien, y para los chicos, y para ese pobre muchacho que esté descansando,
porque yo de veras no le tengo ningún rencor.
Padre Nuestro que estás en los cielos,
santificado sea el Tu Nombre, vénganos el Tu reino, hágase tu voluntad así en
la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy, y perdona
nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos
dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, amén. Pero no puedo conformarme,
no puedo, Jesús, porque él no tuvo culpa de nada, fue todo por culpa ajena, mi
hermano era bueno, y ahora estamos solas mamá y yo, y cuando una enfermedad
viene por voluntad del destino es distinto, pero cuando viene porque alguien
lo provoca entonces yo no me puedo conformar: si aquélla no lo hubiese tentado
y tentado... esto no habría sucedido. Jesucristo, yo pido que se haga
justicia, que esa mujer tenga su merecido ¡un muchacho débil, resfriado, y ella
lo hacía quedar en ese portón horas y horas, hasta la madrugada, lo hacía
quedar con sus malas artes! yo pido que pronto esa mujer tenga su merecido,
porque si no no voy a poder seguir viviendo, del odio que le tengo, y también
estoy segura de que fue por ella que él robó en la Intendencia ¡se lo habrá
pedido ella! para escaparse con él, por eso habrán fingido pelearse y que nunca
se me cruce en mi camino porque no respondo de mis actos ¡que el cielo no lo
permita! ¡no quiero saber dónde está, si vive o está muerta! pero que no se me
cruce en mi camino porque la voy a despedazar...
DECIMOQUINTA
ENTREGA
azul, como una ojera de mujer,
como un jirón azul, azul de atardecer
Agustín Lara
Coronel Vallejos, 21 de agosto de 1947
Querida Nené:
Espero que estas líneas te encuentren
con salud. Ante todo te pido perdón por haberme demorado tanto en contestar a
tus cartas, pero te puedes imaginar bien la razón, cuando se trata de alguien
con mis años. Achaques, hijita, que no me dejan hacer todo lo que quiero, cada
vez menos.
Resulta que estuve un poco resfriada y
no podía ir al correo, y no quiero confiarme en nadie, así que recién hace
pocos días retiré tus cartas de la casilla, tengo que cuidarme tanto de Celina,
que no vaya a sospechar. Y cómo me apena saberte a ti también mortificada
porque el inocente se nos ha ido y la culpable está viva, pero yo creo que
debemos dejar que el destino se encargue de darle su merecido a esa mujer
viciosa, no pensemos más en quién pudo haber sido, ¿para qué desenmascararla?
el mal está hecho.
Mejor es que nos escribamos contándonos
nuestras cosas y acercándonos cada vez más. Yo querida qué puedo decirte, mi
vida está terminada, me ayudan nada más las amigas como tú, que son tan buenas
en recordarme, y también en recordar a Juan Carlos, que Dios lo tenga en su
gloria.
En tu carta de fecha más reciente te
noto un poco ofendida, pero ahora verás que si no te escribía era por razones
de salud. Deseo tanto que tu vida matrimonial vaya mejor ¿qué es lo que pasa
entre ustedes dos? A lo mejor yo con mi experiencia puedo aconsejarte. Yo creo
que hasta es posible ser feliz al lado de un hombre al que no se quiere, basta
saberse comprender y perdonar ¿Él tiene algún defecto muy feo? me refiero a
defectos de carácter. A mí también me viene esa tristeza a la tarde ¡qué horas
que no pasan nunca! entre las cuatro y las ocho de la noche, desde que empieza
a oscurecer hasta la hora de cenar, me la paso buscando alguna tontería que
hacer, algún zurcido, alguna costurita liviana. ¿Y tus chicos no te ayudan a
vivir más contenta? ¿te han defraudado en algo?
Perdoname que sea tan entrometida, pero
como te estoy tomando un gran cariño querría saber de tu vida, y poder ayudarte
aunque sea con mis ruegos.
Perdón también por haberte hecho esperar
con mi respuesta. Por fervor escríbeme pronto y recibe todo el cariño de
Leonor Saldívar de Etchepare
Postdata: me olvidaba agradecerte que me
recordaras el deseo de Juan Carlos de ser cremado. Debemos olvidar todo egoísmo
y hacer su voluntad, aunque no esté de acuerdo con nuestras creencias ¿no es
así?
Antes de escribir el sobre mira a su
madre, tejiendo sentada en un sillón a varios metros de distancia. El ritmo del
tejido es sostenido, no denota cansancio, lo cual hace pensar que la anciana
continuará sentada algunos minutos más. Se apresura a escribir el sobre antes
de ser descubierta y sale rumbo al correo después de dejar a su madre que va a
la farmacia.
*
Coronel Vallejos, 10 de setiembre de 1947
Queridísima Nené:
¡Qué alegría recibir tu cartita tan
cariñosa! Me alegro de saber que has perdonado mi demora en escribirte y te
agradezco que me tengas tanta confianza para contarme tus problemas: Yo también
necesito alguien en quien confiarme, Nené, porque mi hija me tiene tan
preocupada. Resulta que ha venido el Dr. Marengo, un médico joven que era de
Buenos Aires, y está acá trabajando en el sanatorio nuevo, un muchacho muy
simpático y de mucho porvenir, y buen mozo que todas las chicas lo persiguen,
bueno, y el otro día vino a pedirme la mano de Celina. Pero es un desconocido,
y yo estoy tan preocupada, que le pedí unos meses, por lo menos los meses de
luto, para decidirme a aceptarlo. Celina es muy obediente y aceptó mis
condiciones. ¿Te parece que hice bien? Ojalá sea un buen muchacho, porque
entonces Celina se casará con uno de los mejores partidos del pueblo.
Te ruego que no sufras por la cremación
de Juan Carlos, eso si se realiza te lo comunicaremos a su debido momento. Fue
su voluntad y habrá que respetarla, pese a quien le pese. Sé que estás pasando
momentos difíciles ¡qué duro es ser madre de varones! Pero no me dices nada de
tu marido, no lo nombras siquiera una vez ¿ocurre algo desagradable? Sabes que
en mí puedes confiar.
En la carta anterior olvidé decirte que
estoy buscando y clasificando todas las cartas de Juan Carlos encontradas, de
modo que puedes estar tranquila: muy pronto te las enviaré.
Ahora te voy a pedir un favor, que me
indiques la dirección de la oficina de tu marido, si eres tan gentil, porque
aquí la señora de Piaggio se va pronto a la Capital y quiere comprar un
terreno, y yo le dije que tu marido era rematador. Para ella será una
tranquilidad tratar con un conocido. Desde ya te lo agradezco.
Sin más que contarte me voy a despedir
de ti hasta la próxima. Necesito mucho tus noticias, sobre todo desde que
pienso que mi hija se me va a ir de casa ¿habré encontrado en ti a otra hija?
Dime también qué piensas del posible casamiento (no quieren saber nada de
compromiso) con ese muchacho, a pesar de que no tienes trato con Celina, sé que
eres buena y te alegrarás ¿no es verdad? ¡casada con un médico! Lo que todas
las chicas sueñan.
Te abraza y besa,
Leonor Saldívar de Etchepare
Escribiendo con el abrigo único del
camisón, su cuerpo se ha enfriado y tirita. Piensa en la enfermedad del
hermano, iniciada con un resfrío. Su madre duerme en la cama vecina. Esconde el
sobre dentro de una de las carpetas de deberes pertenecientes a sus alumnos. Se
acuesta y busca con los pies la bolsa de agua caliente. Al día siguiente,
volviendo de la escuela, pasará por el correo para despachar la carta.
*
Coronel Vallejos, 26 de setiembre de 1947
Señor:
Aquí le mando estas cartas para que se
entere de quién es su esposa. Ella a mí me hizo un gran mal y no voy a dejar
que se lo haga a usted o a quien sea, sin recibir el castigo que merece.
No interesa quién sea yo, aunque le
resultará fácil darse cuenta. Ella se cree que va a salir siempre con la suya,
alguien tiene que cantarle las cuarenta.
Lo saluda con respeto,
Una amiga de verdad
La puerta está cerrada con llave, el
chorro de la canilla del agua fría cubre todos los ruidos. Sentada en el borde
de la bañadera pasa a escribir la dirección en el sobre de tamaño oficio: «Sr.
Donato José Massa, Inmobiliaria B.A.S.I. Sarmiento 873 4to. piso Capital
Federal». Toma dos cartas con dedicatoria «Querida Doña Leonor» y firma «Nené».
De la primera carta subraya el siguiente párrafo:
«A veces con los chicos míos escuchando
todas las tonterías inocentes que dicen una se da cuenta de cosas que nunca
pensó. Mi nene más chico siempre está cargoseando con preguntas, a mí y al
hermano nos pregunta cuál es el animal que nos gusta más, y cuál es la casa que
nos gusta más, y cuál el auto, y la ametralladora o el revólver o el fusil, y
el otro día de golpe me dijo a mí (que estábamos solos porque anda gripe en el
colegio y él está resfriado), de golpe, mami, qué es de todo el mundo la cosa
que más te gustó de todas, y yo enseguida pensé en una cosa, claro que no se la
pude decir: la cara de Juan Carlos. Porque en la vida para mí lo más lindo que
he visto es la cara de Juan Carlos, que en paz descanse. Y mis nenes tan
feúchos que son, de bebitos eran ricos pero ahora tienen los ojos chiquitos,
la nariz carnuda, se parecen cada vez más al padre, y hasta me parece que no
los quiero de verlos tan feos. Por la calle si pasa alguna madre con un chico
lindo me da rabia... Mis nenes cuando van adelante mío mejor, me da vergüenza a
veces que me hayan salido así.»
De la segunda carta subraya lo
siguiente:
«...y ni bien oigo los pasos en el
pasillo ya me quiero morir. Todo lo que yo hago está mal para él ¿y él qué
tiene de tan perfecto? No sé qué le pasa, se debe dar cuenta de que no lo
quiero y por eso está tan malo conmigo... Pero Doña Leonor, yo le juro que hago
lo posible por ocultarle el asco que me da, pero claro que cuando se pone malo
conmigo, y con los chicos, ahí sí que le deseo la muerte. No sé cómo hace Dios
para decidir quiénes son los que se tienen que morir y quiénes van a seguir
viviendo. Cuánto debe sufrir usted, que le tocó que se le muriera el hijo.
»¿Será cierto que cuando uno pide algo
no lo consigue si se lo dice a otro? Lo mismo se lo voy a contar a usted,
porque al final es como si fuera yo misma. Bueno, resulta que los nenes siempre
que ven pasar un caballo blanco dicen "caballito blanco, suerte para
mí" y hacen dos pedidos en voz baja, y ayer venía de la feria y vi un
caballo blanco y pedí dos cosas ¿Dios no me las dará si las digo? Bueno, pedí
primero que si en el otro mundo después del Juicio Final me perdona Dios,
porque a Juan Carlos seguro que lo perdona, entonces que me pueda reunir con él
en la otra vida. Y la segunda cosa que pedí es que mis nenes a medida que vayan
creciendo se pongan más lindos así los puedo querer más, no digo lindos como
Juan Carlos pero no tan feos como el padre. Cuando recién nos casamos no era
tan feo, pero con los años y más gordo no se lo reconoce. Pero nunca se sabe
cómo van a ser los chicos de grandes ¿no? no se puede estar segura.
»Si tan siquiera usted estuviera más
cerca para poder desahogarnos juntas. Lo único que me consuela es que un día
todo se va a terminar porque me voy a morir, porque de eso sí puedo estar
segura ¿no? un buen día todo se va a terminar porque me voy a morir.»
Vuelve a doblar las dos cartas y junto
con la escrita por ella misma las coloca en el sobre de tamaño oficio ya
preparado. Toma otro sobre del mismo tamaño y escribe la dirección: Sra. Nélida
Fernández de Massa, Olleros 4328 2do. B Capital Federal. Toma seis cartas con
dedicatoria «Querida mía», etc. y firmadas «Juan Carlos». Las coloca en el
segundo sobre y considera terminada su tarea. Sale del baño con ambos sobres
escondidos entre su pecho y la salida de baño.
—¿Por qué tardaste tanto?
—Me estaba depilando las cejas. ¿Te
faltan las mangas nada más?
—Sí, prendé la estufa, nena. Tengo frío.
—Ya es primavera, mamá.
—¡Qué me importa el almanaque! Yo tengo
frío.
—Mamá, me dijeron una cosa... que me
puso muy contenta.
—¿Qué cosa?
—Me dijeron que aquella asquerosa de la
Nené está en líos con el marido.
—¿Quién te dijo?
—Se dice el pecado pero no el pecador.
—Nena, no seas así, contame.
—No, me hicieron jurar que no dijera
nada, conformate con que te diga eso.
—¿Y qué será de la vida de ella? ¿sabrá
que falleció Juan Carlos?
—Sí mamá, debe saber.
—Podría haber escrito para darnos el
pésame, Mabel escribió. Será que tiene mucho que hacer con los chicos ¿cuántos
tiene? ¿dos?
—Sí mamá, dos varones.
—Nunca se va a quedar sola, entonces.
Siempre va a tener un hombre en la casa... Yo no la entiendo a la madre de Nené
quedarse acá en Vallejos teniendo esos dos nietos en Buenos Aires. Si vos te
hubieses casado sería distinto...
—Mamá, no empieces de nuevo. Y te voy a
contar una cosa, pero no te enojes.
—No me enojo, decime.
—Nené mandó el pésame, pero yo no te lo
mostré, para que no te acordaras de esas cosas de antes.
—Así que se acordó, pobre.
—Sí mamá, se acordó.
—Ay... si yo tuviese nietos no estaría
como estoy... Al hijo me lo llevó Dios y la hija no vaya a ser que se me quede
sola, si yo me muero vos sabés bien cuál va a ser mi preocupación...
—Mamá...
—Sí, mamá, mamá, tenés que ser más
despierta con los muchachos, tantos que conocés y todos nada más que amigos.
Coqueteales un poco.
—Y si no gustan de mí qué le voy a
hacer...
—¿Y ese doctor Marengo? ¿no me dijiste
que te sacaba mucho a bailar?
—Sí, pero como amigo.
—Nena, a mí me vinieron con el cuento de
que te habían visto en el auto de él ¿por qué no me lo contaste?
—No, era una pavada, unos días antes de
lo de Juan Carlos. Creo que llovía, y a la salida de la novena me acompañó.
—Yo tengo ganas de conocerlo, dicen que
es muy simpático.
—Sí, mamá, pero está comprometido para
casarse, la novia es de Buenos Aires...
—Nena ¿por qué te ponés así?
—Es que me sacás de quicio, mamá.
—Estás muy nerviosa, una chica tan joven
y tan nerviosa.
—No soy tan joven ¡y terminala!
—Vení, nena, no te enojes conmigo... No
te encierres en la pieza otra vez...
—Buenas tardes, a mí me mandan del
«Hostal San Roque» ¿era acá donde vivía el señor Juan Carlos Etchepare?
—Sí, ¿qué deseaba?
—¿Pero a usted yo no la conozco de
alguna parte?
—No sé... ¿Usted quién es?
—La señora de Massa, y mis dos chicos.
—Usted es Nené. ¿No se acuerda de mí?
—No puede ser... Elsa Di Cario...
—Sí, soy yo la dueña de la pensión. ¿Se
van a quedar unos días en Cosquín?
—No sabemos... me parece que no...
dejamos las valijas en la estación de micros.
—Yo tengo una pieza con dos camas, pero
tome asiento, señora. ¿Cómo encontraron la casa?
—Me mandaron del Hostal, fui ahí y
pregunté dónde era que había vivido Juan Carlos estos últimos años.
—Mire, señora, si quiere le pongo otra
camita en esa pieza y pueden estar cómodos los tres ¿su marido no viene con
usted?
—No, se quedó en Buenos Aires. Pero me
parece que seguimos viaje a La Falda, hoy mismo ¿hay micro?
—Sí, pero se van a tener que apurar. Es
dentro de media hora.
—Sí, mejor que lo tome.
—Qué ricos los nenes, veo que a usted no
le falta nada en la vida ¿pero no van al colegio? ¿están por muchos días de
paseo?
—Nenes, vayan un poquito al patio, que
tengo que hablar con la señora.
—Usted sabrá que Juan Carlos murió en
Vallejos. Él se fue de acá a fines de marzo a pasar unos días con la familia, y
no volvió más...
—Sí, ya sé, ya medio año que está
muerto. ¿Y usted hace mucho que está acá?
—Sí, unos años, puse esta pensión y él
se vino para acá. La familia le mandaba muy poco y si le alcanzaba para pagar
una pensión no le alcanzaba para el tratamiento. Por eso puse pensión, pero yo
no me imaginaba en la que me metía. Es algo de nunca terminar el trabajo de
una pensión... Qué raro de vacaciones en octubre, hizo bien, porque hay poca
gente, y no hace ni frío ni calor.
—¿Juan Carlos se acordaba de mí?
—Sí, a veces la nombraba.
—...¿Y él a usted la quería?
—No me haga esas preguntas, Nené.
—Usted sabrá que yo lo quise con toda el
alma ¿no?
—Sí, pero nadie tiene derecho a
preguntarme nada, yo soy una mujer que se gana el pan y no le pide nada a
nadie. Y usted es una señora casada que tiene todo, así que ya sabe. No quiero
hablar de Juan Carlos, que en paz descanse.
—Yo no soy más una señora casada. Me
separé de mi marido, por eso me vine para acá.
—No sabía... ¿y por qué vino para acá?
—Juan Carlos en las cartas me contaba
siempre de Cosquín, quería conocer, y hablar con alguien que me contara cosas
de él.
—Estaba muy delgado, Nené. Y era siempre
el mismo, siempre iba al bar, y al final a mí me dio muchos dolores de cabeza,
aunque esté mal decirlo... Jugaba mucho, al final era lo único que lo distraía,
pero yo no sabe usted lo que tengo que cinchar acá en la pensión, tengo que
estar en todas, Nené, porque si no la cocinera me gasta demasiado, y yo hago la
limpieza y las compras y tengo que estar lo que se dice en todas. El único modo
de que una pensión le dé un poco de ganancia es que la dueña esté en todas. Me
encontrará muy avejentada ¿no es cierto?
—Y, pasaron muchos años.
—Pero cuánto lo siento lo de su
marido... ¿qué pasó? ¿no me puede contar?
—Son cosas que pasan... Fue hace dos
semanas, hace poquito, por eso me vine para acá. Pero el abandono de hogar lo
hizo él, así que yo no tengo por qué preocuparme.
—¿Había otra mujer de por medio?
—No, pero se dio cuenta de que entre los
dos ya se había terminado todo. Ahora él está arrepentido y nos vino a
despedir al tren, pero yo creo que es mejor así. Aunque los chicos pierdan unos
días de clases mejor que me vine para acá porque si no me iba a dar lástima y
por ahí le aflojaba de nuevo.
—¿Y los chicos? ¿no van a sufrir de no
tener al padre?
—Peor es que nos vean perro y gato
peleando todo el día.
—Usted sabrá lo que hace.
—Yo al único hombre que quise en mi vida
fue a Juan Carlos.
—El último año, sobre todo, sufrió
mucho, pobre muchacho... Yo me tenía que levantar de noche a cambiarle las
sábanas empapadas de sudor, y darle una muda limpia, y a cada rato comida, le
venía el hambre a cualquier hora, después me dejaba la mitad en el plato. Pero
acá la lucha más grande es con las sirvientas, porque son tan faltadoras las
cordobesas, y yo sobre todo lo que necesitaba era a la lavandera porque con
tanta ropa que se cambiaba y las sábanas nunca me daba abasto, Nené, y a mí me
parecía no sé qué dejarle las mismas sábanas. Hubo rachas que todos los días le
cambiaba las sábanas. ¿Quiere que le muestre la pieza? Él tenía su pieza
aparte, con la camita turca ¿la quiere ver?
—Bueno...
—Y él la nombraba muchas veces a usted
Nené.
—¿Y a qué otra nombraba?
—A Mabel. También la nombraba mucho a
ella.
-¿Sí?
—Pero no la quería nada, decía que era
una egoísta. Mientras que de usted hablaba siempre bien, que fue con la única
que pensó en casarse, eso se lo digo sin celos de mi parte, Nené, la vida tiene
tantas vueltas ¿verdad?
—¿Y qué más decía de mí?
—Y, eso, que usted era una buena chica,
y que en un momento se iba a casar con usted
—¿Y no sabe si tenía ganas de verme, en
los últimos tiempos? como amiga quiero decir...
—Y mire... la verdad es que yo me
enojaba cuando él hablaba de chicas, así que muchas cosas no me las decía... Y
venga a ver la pieza que ya se tiene que ir para la estación, que va a perder
el micro.
—No sé si irme o quedarme...
—No, mejor es que se vaya, Nené ¿ve qué
linda piecita blanca? ésa era la cama de él ¿no es cierto que mejor no remover
las cosas de antes? No lo tome a mal...
—¿Él se quedaba mucho en la pieza?
—Cuando estaba mal. ¡Don Teodoro, pare
un poquito!... Mire Nené, justo pasa el coche de alquiler ¿lo quiere tomar?
—Sí...
—Qué avejentada me habrá encontrado
¿verdad, Nené?
—No, para todos pasan los años.
—¡Un momentito, Don!
—Chicos, vengan que es tarde.
—Es una suerte, porque acá hay tan
poquitos coches de alquiler.
—Señora... yo tengo ganas de quedarme...
—No, mejor que no, Nené, yo no quiero
hablar más de las cosas del pasado, me lo quiero olvidar todo lo que pasó.
—Yo quería que me contara más cosas...
—No, mire, yo estoy muy amargada ¿y para
qué la voy a amargar a usted?... Un minuto, Don Teodoro, que ya va la señora...
la tiene que llevar rapidito a la estación de micros...
...«—Mientras que de usted hablaba
siempre bien, que fue con la única que pensó en casarse»... Señor que estás en
el cielo, eso Tú lo has de escuchar ¿verdad que Tú no lo olvidas? «A LA FALDA
40 KILÓMETROS» sin rumbo voy ¿hacia dónde? sin rumbo... «—¿Y qué más decía de
mí?......—Y, eso, que usted era una buena chica, y
que en una época se iba a casar con usted»... ¿conmigo? así es, conmigo, que
solamente a él amé en la vida, «GUÍE DESPACIO, CURVA A 50 KILÓMETROS» ¿y al
corazón quién lo guía? porque sin que nada nos lo haga presentir se oirá un
clarín a lo lejos, y cuando aparezcan los ángeles buenos en el cielo azul, de
oro los cabellos y los vestiditos todos de organdí «¿LO MEJOR DE CÓRDOBA? AGUA
MINERAL LA SERRANITA» ¿lo mejor del cielo? muy pronto los ángeles me lo han de
mostrar ¿adónde me llevan? la tierra abajo quedó, eclipse de vida en la tierra,
las almas ya vuelan hacia el sol, eclípsase el sol de repente y es negro el
cielo de Dios. A lo lejos un clarín se oye ¿anuncia que quien mucho ha amado
por su ser más querido no habrá de temer? tinieblas sin fin del espacio, y los
ángeles ya junto a mí no están... «GRAPPA MARZOTTO, LA PREFERIDA EN LA
ARGENTINA» ¿y yo de quién soy la preferida? ¿lo seré en la muerte si no lo fui
en la vida? la gente falleció, los cuerpos tiesos de mis familiares abajo
quedaron, aquel que pellizcarse quisiera para de un posible sueño despertar en
vano intentaría con sus dedos de algodón o de nube la piel tocar ¡pues toda
carne se volatilizó! y en nombre de este amor y por el bien de él propongo un
trueque a Dios, «GUÍE DESPACIO, CURVA A 70 METROS» si yo habré de salvarme
antes ha de salvarse él ¿estará cerca o distante? esas nubes de azabache
entrever dejan un cementerio blanco, creo reconocerlo... es suelo de la
pampa... con florcitas silvestres que otrora recogí ¿por qué mandato extraño
aquí habré llegado? ¿será éste un cementerio cercano al de Vallejos? junto a
una humilde tumba de pie está mi padre, se me acerca y me dice que en nombre de
Juan Carlos y por mi bien me dice adiós, con un beso en la frente ya se apartó
de mí y del brazo de mi madre se alejan paso a paso ¿y es cierto lo que veo?
sus pasos polvo elevan, ¿los muertos recobraron su bagaje carnal? ¿dónde
estoy? ¿quién soy? ¿quién fui? ¿Dios ha absuelto a mi alma de toda culpa y
cargo? yo viví entre espinas herida sin saber de un momento de amor, si Juan
Carlos se acerca y me dice «querida», todavía sangrante me arrancará cual flor.
Juan Carlos, si puedes tú con Dios hablar, que olvidarte no pude te
responderá, ...la vida, con sus platos sucios y pañales y los besos de otro que
debí esquivar ¿pretendió la vida de ese modo tu amor borrar? ja, ja... pero tú,
quién sabe hacia dónde irás, quién sabe a cuál de tus ex novias hoy elegirás
¿esa tipa vieja prefieres a mí? ¿o conviene que sea ella y no otra más bella
que yo? ¡silencio! palidece el mundo porque él caminando con paso seguro por
fin reaparece... y su rostro bello refleja el ansia de buscar... no hallar, va
caminando por calles desiertas ¿a quién buscará? yo me oculto temerosa ¿hacia
dónde sus pasos dirige? avanzan mujeres muy bien arregladas, las mira y las
deja pasar ¿dónde estamos? ¿por qué me ha venido a buscar a la tienda? el
uniforme me queda tan mal, y esto sí que debí esperarlo:... la viuda de negro
le cierra el paso entre dos mostradores... él la mira... le dice muchas gracias
por tus sacrificios... ella no le cede el paso... él con dulzura y firmeza la
hace a un lado... y detrás del mostrador surge la Celina, ¡y detrás de ella
Mabel muy paqueta!... ¿por qué estará Mabel junto a esa víbora? ¡Celina
escondida y por eso los demonios no la encontraban! pero donde pisa ella la
tierra tiembla, se abre y envuelve a las dos negra llamarada ¡desaparecieron!
no me atrevo a mirarlo... tiemblan mis manos, sí, tiemblo yo toda... ¿por qué
elegiste para ponerte hoy esa campera? mi papá se reía de ti... «el
estanciero»... ¿viste qué mal hicimos en preocuparnos tanto? ¿viste cómo al
final jumos estamos? esa enfermedad que tú creíste... una barrera, fue tan sólo
el desvío que hoy nos uniera... tu hermana que me odiaba... hoy ya no cuenta,
tu madre despreciativa quedó alejada... y ese inmundo de Aschero ¿acaso qué
importa? todo quedó atrás... en la otra vida ¿mi marido? no era malo... nunca
lo quise ¿mis hijos? a Dios le cantan... con más ángeles forman dulce coro ¿mi
madre? se fue, y con ella mi padre: dejaron para nosotros esta casita... Dame
tus manos, ven, toma las mías, pronto va a refrescar, se acaba el día...
cortinas nuevas traje yo de Buenos Aires... y tú tienes razón pues el portón
recuerdos trae, pero seamos prudentes y vamos adentro, que todo aquello
empezó... por un resfrío, ¿ya no tenés más ni un poquito de catarro? Mirá, en
este cuartito yo vivía, cuando todavía era soltera... podemos pasar aquí la
vida que nos resta ¿una vida de amor? ¡lo que Dios quiera! Juan Carlos, estamos
ante Dios, esto el Catecismo nos lo anunciaba, se llama Resurrección y es del
Juicio Final la consecuencia ¿no estás contento? con que la llamada
Resurrección de la Carne esto era, ¿pero no será que yo lo estoy soñando? ¿cómo
hacer para del sueño despertar sin sufrimiento? ¿y si me pellizco yo? ¿qué? mis
dedos ya no son de algodón blando, no, basta de tanto miedo que mis dedos tocan
mi carne y no estoy soñando pues el pellizco me despertaría ¡Dios nos devuelve
a la vida en cuerpo y alma! es la voluntad de Dios ¿sientes vergüenza? y hay
fuego en las hornallas, mi mamá cocinando estaría cuando oyó a los ángeles llamarla
con clarines... Juan Carlos! sorpresas tengo... en todos estos años que
separados vivimos... ¡aprendí a cocinar! ¡sí! puedo prepararte lo que más te
plazca, Juan Carlos ¿me pides que junto a ti hoy me acueste? para dormir la más
reparadora de las siestas ¿recuerdas que me pediste en una carta que me
acostara vestida de uniforme? ¿y ese beso qué es? ¿qué significa? ¿estará
permitido que me beses? Juan Carlos! en este momento lo veo claro ¡por fin me
doy cuenta de una cosa!... si Dios te hizo tan lindo es porque Él vio tu alma
buena, y te premió, y ahora de la mano arrodillados miremos a lo alto, por
entre los volados de las cortinas nuevas, junto a esta humilde camita de
soltera ¿nuestro nido? y preguntemos a Dios Nuestro Señor si él nos declara,
por una eternidad, yo tu mujer tú mi marido...
—¡Mami, quiero hacer pis!
—Falta poquito para llegar, aguantá
querido.
—¡Mamá, no puedo más!
—Dentro de un ratito ya llegamos a La
Falda, vas al baño de la estación ni bien bajemos... Aguantá un poco.
—Mami, yo me aburro.
—Miren por la ventanilla, miren qué
linda la sierra ¿ven cuántas cosas lindas que creó Dios?
DECIMOSEXTA
ENTREGA
Sentir,
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en la sombra
te busca y te nombra.
Alfredo Le Pera
Aviso fúnebre
NÉLIDA ENRIQUETA FERNÁNDEZ DE MASSA,
q.e.p.d., falleció el 15 de setiembre de 1968. Su esposo, Donato José Massa,
sus hijos Luis Alberto y Enrique Rubén; su hija política Mónica Susana Schultz
de Massa; su nieta María Mónica; su futura hija política Alicia Caracciolo; su
padre político Luis Massa (ausente), sus hermanos políticos Esteban Francisco
Massa y Clara Massa de Iriarte (ausentes); sobrinos y demás deudos invitan a
acompañar sus restos al cementerio de la Chacarita hoy a las 16 hs.
NÉLIDA ENRIQUETA FERNÁNDEZ DE MASSA,
q.e.p.d., falleció el 15 de setiembre de 1968. La razón social Inmobiliaria
Massa & Cía. invita a acompañar sus restos al cementerio de la Chacarita
hoy a las 16 hs.
El día jueves 15 de setiembre de 1968, a
las 17 horas, Nélida Enriqueta Fernández de Massa dejó de existir, después de
sufrir las alternativas de una grave dolencia. Contaba cincuenta y dos años de
edad. Hacía algunos meses que no dejaba su lecho pero solamente en los últimos
días había vislumbrado su próximo fin. El día anterior a su muerte recibió la
extremaunción, después de lo cual pidió quedar a solas con su esposo.
Salieron de la habitación su hijo mayor,
el doctor en medicina Luis Alberto Massa, y su hija política, la cual atendía a
la enferma desde que los análisis revelaron un tumor canceroso en la columna
vertebral; hijo y nuera acompañaron al sacerdote y su monaguillo hasta la
puerta y después se dirigieron a la cocina donde la nieta de dos años tomaba un
vaso de leche con vainillas bajo la vigilancia de la mucama: ésta les ofreció
café y aceptaron.
Cuando Nené quedó a solas con su esposo,
aliviada por la morfina pero algo aletargada, le explicó con dificultad que en
ocasión de comprar el departamento de propiedad horizontal que ocupaban desde
hacía doce años, al entrevistarse con el escribano para la firma de ciertos
papeles ella le había confiado secretamente un sobre. Éste contenía
indicaciones acerca de su última voluntad y algunas cartas de treinta años atrás.
El documento establecía en primer término que se negaba a ser cremada y después
exigía que en el ataúd, entre la mortaja y su pecho, se colocara el fajo de
cartas ya nombrado.
Pero dicho pedido debía ser cambiado, en
lo que atañía a las cartas. Ahora su deseo era que en el ataúd le colocaran,
dentro de un puño, otros objetos: un mechón de pelo de su única nieta, el
pequeño reloj pulsera infantil que su segundo hijo había recibido como regalo
de ella al tomar la primera comunión, y el anillo de compromiso de su esposo.
Éste le preguntó por qué le quitaba el anillo, ya que sería lo único que le
quedaría de ella. Nené respondió que deseaba llevarse algo de él, y no sabía
por qué le pedía el anillo en particular, pero se lo pedía, por favor. Además
quería que las cartas guardadas por el escribano fueran destruidas y su esposo
mismo debía hacerlo, pues ella temía que alguien joven e insolente un día las
leyera y se burlase. Su marido prometió satisfacer todos los pedidos.
Al poco rato entró en la habitación el
segundo hijo, ingeniero civil Enrique Rubén Massa, con su prometida Alicia
Caracciolo. Nené repitió ante ellos su pedido del reloj pulsera, por temor a
que su marido lo olvidase.
Después fue perdiendo paulatinamente
conciencia y pidió que llamaran a su madre, muerta años atrás. No volvió a
recuperar el conocimiento.
El ya mencionado día jueves 15 de
setiembre de 1968, a las 17 horas, el nicho del cementerio de Coronel Vallejos
donde descansaban los restos de Juan Carlos Etchepare presentaba sus dos floreros
habituales, sin flores. El cuidador había quitado recientemente dos ramos
marchitos. Una nueva placa recordatoria se había agregado a las antiguas,
rectangular, con un dibujo en relieve representando el sol naciente o poniente
a ras del mar y a un lado la siguiente inscripción: «JUAN CARLOS TODO BONDAD.
Hoy veinte años que te fuiste de nosotros. Tu hermana que no te olvida CELINA 18-4-1967.»
Los demás nichos del paredón estaban ocupados y a uno de los lados se habían
levantado dos paredones más; entre otros se leían los siguientes nombres:
Antonio Sáenz, Juan José Malbrán, Leonor Saldívar de Etchepare, Benito Jaime
García, Laura Pozzi de Baños, Celedonio Gorostiaga, etc.
El ya mencionado día jueves 15 de
setiembre de 1968, a las 17 horas, María Mabel Sáenz de Catalano se aprestaba a
recibir en su casa al último alumno del día. Todas las tardes, después de
ejercer como maestra del turno de mañana en un colegio privado del barrio de
Caballito, daba a domicilio clases particulares para niños de los grados
primarios. Sonó el timbre y su hija María Laura Catalano de García Fernández,
de veinticuatro años de edad, abrió la puerta. Entró una niña alumna quien
divisó en un rincón de la sala al nieto de su maestra y pidió permiso para
levantarlo en brazos. Mabel miró a su nieto Marcelo Juan, de dos años de edad,
con las extremidades izquierdas dentro de aparatos ortopédicos, sonriendo en
brazos de la alumna. Había sido atacado de parálisis infantil y Mabel, a pesar
de contar con la jubilación correspondiente a sus treinta años como maestra de
escuela pública, trabajaba todas las horas posibles para ayudar a solventar los
gastos médicos. Su nieto estaba en tratamiento con los mejores especialistas.
El ya mencionado día jueves 15 de
setiembre de 1968, a las 17 horas, los despojos de Francisco Catalino Páez
yacían en la fosa común del cementerio de Coronel Vallejos. Sólo quedaba de él
su esqueleto y se hallaba cubierto por otros cadáveres en diferentes grados de
descomposición, el más reciente de los cuales conservaba aún el lienzo en que
se los envolvía antes de arrojarlos al pozo por la boca de acceso. Ésta se
encontraba cubierta por una tapa de madera que los visitantes del cementerio,
especialmente los niños, solían quitar para observar el interior. El lienzo se
quemaba poco a poco en contacto con la materia putrefacta y al cabo de un
tiempo quedaban al descubierto los huesos pelados. La fosa común se hallaba al
fondo del cementerio lindante con las más pobres sepulturas de tierra; un
cartel de lata indicaba «Osario» y diferentes clases de yuyos crecían a su
alrededor. El cementerio, muy alejado del pueblo, estaba trazado en forma de
rectángulo y lo bordeaban apreses en todo su contorno. La higuera más próxima
se encontraba en una chacra situada a poco más de un kilómetro, y dada la época
del año se encontraba cargada de brotes color verde claro.
El ya mencionado día 15 de setiembre de
1968, a las 17 horas, Antonia Josefa Ramírez viuda de Lodiego se trasladaba en
sulky desde su chacra hasta el centro comercial de Coronel Vallejos, distante
catorce kilómetros. La acompañaba su hija Ana María Lodiego, de veintiún años
de edad. Se dirigían a las tiendas para continuar con las compras del ajuar de
la muchacha, próxima a casarse con un tambero vecino. Raba sentía mucha alegría
de ir al pueblo, donde vivían sus cuatro hijastros, ya padres de once niños que
la llamaban abuela. Pero su mayor satisfacción consistía en visitar a su hijo
Pancho, instalado en un chalet de construcción reciente. Raba preguntó a Ana María
si convendría más comprar las sábanas y toallas en «Casa Palomero» o en «Al
Barato Argentino». Su hija contestó que no compraría lo más económico sino lo
que más le gustase, en sábanas y toallas no quería ahorrar. Raba pensó en Nené
la empaquetadora, a quien no veía desde hacía tanto tiempo, cuando la fue a
despedir a la estación de tren, en Buenos Aires ¿treinta años atrás? Pensó en
que si Nené hubiese estado en Vallejos la habría invitado para el casamiento
de su hija. Después pensó en Panchito y en la bolsa de legumbres y el cajón de
huevos que le llevaba de regalo. Panchito tenía una casa nueva y Ana María
estaba por casarse, pensó con satisfacción Raba. Esa noche cenarían en casa de
Panchito y no sería considerada una carga, porque llevaba buenos regalos. El
sulky se sacudió debido a un pozo del camino. Raba miró el cajón de huevos, su
hija le reprochó haber traído tanta cantidad. Raba pensó que Ana María tenía
envidia de la casa de Panchito: todo había marchado bien desde la entrada del
muchacho en ese taller mecánico. El dueño le había tomado aprecio y la hija del
dueño se había enamorado de él. Claro que Panchito, considerado entre las chicas
del pueblo como muy buen mozo por su físico atlético y sus grandes ojos negros,
podría haber elegido como esposa a una muchacha más linda, pero la hija del
dueño había resultado ser muy buena ama de casa. No era linda, y tenía ese
defecto en la vista, pero ninguno de los tres hermosos niños había nacido bizco
como la madre. La casa de Panchito había sido construida por su suegro en los
fondos del solar donde se levantaba, junto a la acera, el taller mecánico. Como
regalo de bodas había sido escriturada a nombre de la pareja.
De vuelta en su departamento después de
la entrevista con el escribano, Donato José Massa se sentía muy cansado. La
casa estaba a oscuras. La doméstica se había retirado a las tres de la tarde
como de costumbre y su hijo menor no volvería hasta más tarde. Pese a
insistírselo tanto, su hijo mayor no había aceptado permanecer con su esposa e
hija en la casa, como durante los últimos meses de la enfermedad de Nené. Este
primer año era el más difícil de sobrellevar —pensó el señor Massa—, después
su hijo soltero se casaría y traería a su esposa a vivir a ese departamento
demasiado grande para dos hombres solos. Prendió la luz de un viejo velador con
pantalla de tul y se sentó en un sofá de la sala. El juego de sofás tapizado en
raso francés no estaba protegido por las fundas de tela lisa color marrón. Para
evitar el deterioro Nené quitaba las fundas solamente en ocasiones especiales.
Su nuera las había quitado la noche del velorio y no había vuelto a colocarlas.
El señor Massa tenía en la mano un sobre. Lo abrió, adentro había dos grupos de
cartas: uno atado con cinta celeste y otro atado con cinta rosa. Notó en
seguida que el de cinta rosa tenía letra de Nené... Desató el de cinta celeste
y desplegó una de las cartas, pero sólo leyó unas pocas palabras. Pensó que
Nené sin duda desaprobaría esa intromisión. Miró el raso de los sofás, parecía
nuevo y eran casi imperceptibles las manchas de café y licores producidas la
noche del velorio. La casa estaba en silencio. Pensó que Nené había dejado un
vacío en la casa que nadie llenaría. Recordó los dos meses que habían estado
separados a raíz de un incidente penoso, muchos años atrás. No se arrepentía de
haber superado todo orgullo para ir a buscarla a Córdoba, donde ella se había
refugiado con los dos hijos. Frente al incinerador del piso, instalado a un
lado del ascensor, colocó las cartas en el sobre y las arrojó por el tubo
negro.
Las cartas atadas con la cinta rosa
cayeron al fuego y se quemaron sin desparramarse. En cambio el otro grupo de
cartas, sin la cinta celeste que lo uniera, se encrespaba al quemarse y se
desparramaba en el horno incineratorio. Se soltaban las hojas y la llama que
había de ennegrecerlas y destruirlas antes las iluminaba fugazmente . «...ya
mañana termina la semana...» «...que desconfiara de las rubias ¿qué le vas a
consultar a la almohada?...» «...unas lagrimitas de cocodrilo...» «...¿al cine?
¿quién te va a comprar los chocolatines?...» «...nada de malas pasadas porque
me voy a enterar...» «...te besa hasta que le digas basta, Juan Carlos» «...por
ahí me voy a enfermar de veras, de mala sangre que me hago...» «...cuando se
desocupa una cama es porque alguien se murió...» «...Te juro rubia que me voy a
conformar con darte un beso...» «...no digas a nadie, ni en tu casa, que vuelvo
sin completar la cura...» «...yo hoy hago una promesa, y es que me voy a portar
bien de veras...» «...Muñeca, se me termina el papel...» «...porque ahora
siento que te quiero tanto...» «...mirá, rubia, ya de charlar un poco con vos
me siento mejor ¡cómo será cuando te vea...» «...te quiero como no he querido a
nadie...» «...También hay un hospital en Cosquín...» «...ni bien tenga más
noticias te vuelvo a escribir...» «...el agua del río es calentita...» «...vos
también estás lejos...» «...pero cada vez que leo tu carta me vuelve la
confianza...»
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