domingo, 15 de noviembre de 2015

CHARLES BUKOWSKI

CHARLES BUKOWSKI -

https://es.wikipedia.org/wiki/Charles_Bukowski


DEJE DE MIRARME LAS TETAS,SEÑOR



Big Bart era el tío más salvaje del Oeste. Tenía la pistola más veloz del Oeste,
y se había follado mayor variedad de mujeres que cualquier otro tío en el Oeste.
No era aficionado a bañarse, ni a la mierda de toro, ni a discutir, ni a ser un
segundón. También era guía de una caravana de emigrantes, y no había otro hombre
de su edad que hubiese matado más indios, o follado más mujeres, o matado más
hombres blancos.
Big Bart era un tío grande y él lo sabía y todo el mundo lo sabía. Incluso sus
pedos eran excepcionales, más sonoros que la campana de la cena; y estaba además
muy bien dotado, un gran mango siempre tieso e infernal. Su deber consistía en
llevar las carretas a través de la sabana sanas y salvas, fornicar con las
mujeres, matar a unos cuantos hombres, y entonces volver al Este a por otra
caravana. Tenía una barba negra, unos sucios orificios en la nariz, y unos
radiantes dientes amarillentos.
Acababa de metérsela a la joven esposa de Billy Joe, la estaba sacando los
infiernos a martillazos de polla mientras obligaba a Billy Joe a observarlos.
Obligaba a la chica a hablarle a su marido mientras lo hacían. Le obligaba a
decir:
—¡Ah, Billy Joe, todo este palo, este cuello de pavo me atraviesa desde el coño
hasta la garganta, no puedo respirar, me ahoga! ¡Sálvame, Billy Joe! ¡No, Billy
Joe, no me salves! ¡Aaah!
Luego de que Big Bart se corriera, hizo que Billy Joe le lavara las partes y
entonces salieron todos juntos a disfrutar de una espléndida cena a base de
tocino, judías y galletas.
Al día siguiente se encontraron con una carreta solitaria que atravesaba la
pradera por sus propios medios. Un chico delgaducho, de unos dieciséis años, con
un acné cosa mala, llevaba las riendas. Big Bart se acercó cabalgando.
—¡Eh, chico! —dijo.
El chico no contestó.
—Te estoy hablando, chaval...
—Chúpame el culo —dijo el chico.
—Soy Big Bart.
—Chúpame el culo.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Me llaman «El Niño».
—Mira, Niño, no hay manera de que un hombre atraviese estas praderas con una
sola carreta.
—Yo pienso hacerlo.
—Bueno, son tus pelotas, Niño —dijo Big Bart, y se dispuso a dar la vuelta a su
caballo, cuando se abrieron las cortinas de la carreta y apareció esa mujercita,
con unos pechos increíbles, un culo grande y bonito, y unos ojos como el cielo
después de la lluvia. Dirigió su mirada hacia Big Bart, y el cuello de pavo se
puso duro y chocó contra el torno de la silla de montar.
—Por tu propio bien, Niño, vente con nosotros.
—Que te den por el culo, viejo —dijo el chico—. No hago caso de avisos de viejos
follamadres con los calzoncillos sucios.
—He matado a hombres sólo porque me disgustaba su mirada.
El Niño escupió al suelo. Entonces se incorporó y se rascó los cojones.
—Mira, viejo, me aburres. Ahora desaparece de mi vista o te voy a convertir en
una plasta de queso suizo.
—Niño —dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una teta y
poniendo cachondo al sol—. Niño, creo que este hombre tiene razón. No tenemos
posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No seas
gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.
—Nos uniremos —dijo el Niño.
—¿Cómo se llama tu chica? —preguntó Big Bart.
—Rocío de Miel —dijo el Niño.
—Y deje de mirarme las tetas, señor —dijo Rocío de Miel— o le voy a sacar la
mierda a hostias.
Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en
Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big
Bart le puso una argolla en la nariz...
Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar sus
ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez mirándola se
cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír. Quedó un sólo
cocinero indio.
Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos.
Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia la
carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío de Miel
estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.
—Cristo, nena —dijo Big Bart—. ¡No lo malgastes!
—Lárgate de aquí —dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y apuntando a
Big Bart—. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis cosas!
—¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!
—Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único que ocurre
es que después del período me pongo cachonda.
—Escucha, nena...
—¡Que te den por el culo!
—Escucha, nena, contempla...
Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y basculaba
de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen lubricante
cayeron al suelo.
Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato
dijo:
—¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!
—Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.
—¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!
—¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!
—¡La estoy mirando!
—¿Pero por qué no la deseas?
—Porque estoy enamorada del Niño.
—¿Amor? —dijo Big Bart riéndose—. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira
esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!
—Yo amo al Niño, Big Bart.
—Y también está mi lengua —dijo Big Bart—. ¡La mejor lengua del Oeste!
La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.
—Yo amo al Niño —dijo Rocío de Miel.
—Bueno, pues jódete —dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un
trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel
gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se
vio arrastrado rudamente hacia atrás.
ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.
—Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales
afuera, arreglaremos el resto...
—Soy la pistola más rápida del Oeste —dijo Big Bart.
—Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de
la piel —dijo el Niño—. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero
cenar. Cazar búfalos abre el apetito...
Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa
vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando,
masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una
fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una
confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes.
Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky,
bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.
—Mira, Niño...
—¿Sí, hijoputa...?
—Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?
—¡Te voy a volar las pelotas, viejo!
—¿Pero por qué?
—¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!
—Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de
otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.
—No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!
—Niño...
—¡Aléjate y listo para disparar!
Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste
oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las
carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.
Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.
—Desenfunda tú, mierda seca —dijo el Niño—, desenfunda, viejo de mierda, sucio
rijoso.
Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un
rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.
—Vamos, violador cornudo —dijo el Niño—. ¡DESENFUNDA!
La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el
crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la
carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart
enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.



CHARLES BUKOWSKI - SE BUSCA UNA MUJER



Edna bajaba por la calle con su bolsa de la compra, cuando pasó a la altura del
automóvil. Había algo escrito en la ventanilla lateral:
SE BUSCA UNA MUJER.
Se paró. Era un cartón pegado a la ventanilla, con alguna especie de anuncio. En
su mayor parte estaba escrito a máquina. Edna no podía leerlo desde el lugar de
la acera en que se encontraba. Sólo podía ver las letras grandes:
SE BUSCA UNA MUJER.
Era un coche nuevo y de los caros. Edna cruzó la hierba y se acercó a leer la
parte mecanografiada:
«Hombre de 49 años. Divorciado. Busca una mujer con fines matrimoniales. Que
tenga entre 35 y 44 años. Me gusta la televisión y los films. La buena comida.
Soy contable y tengo el trabajo bien asegurado. Tengo dinero en el banco. Me
gustan las mujeres algo rellenas.
Edna tenía 37 años y estaba algo rellena. Había un número de teléfono. También
había tres fotos del caballero que buscaba una mujer. Parecía rico y elegante,
con su traje y corbata. También parecía algo estúpido y un poco cruel. Y hecho
de madera, pensó Edna, hecho de madera...
Siguió su camino, con una pequeña sonrisa. También sentía una especie de
repulsión. Pero cuando llegó a su apartamento ya se había olvidado por completo
de todo. Fue varias horas más tarde, sentada en la bañera, cuando empezó a
pensar en él otra vez, y esta vez pensó en lo solo, en lo terriblemente solo que
debía encontrarse para haber llegado a hacer una cosa así:
SE BUSCA UNA MUJER.
Se lo imaginó llegando a la casa, encontrándose las facturas del gas y del
teléfono en el buzón, desnudándose, tomando un baño, la televisión encendida.
Después leería el periódico de la tarde. Luego entraría en la cocina a hacerse
la cena. Allí, quieto, mirando como se fríe el pan, en calzoncillos. Luego
cogería la comida y la llevaría a una mesa, se la comería. Le podía ver
bebiéndose su café. Luego más televisión. Y quizás un solitario bote de cerveza
antes de acostarse. Debía haber millones de hombres como él en toda América.
Edna salió de la bañera, se secó, se vistió y salió del apartamento. El coche
seguía allí. Apuntó su nombre, Joe Lighthill, y el número de teléfono. Leyó de
nuevo toda la parte mecanografiada. «Films». Era un término muy culto. La gente
decía «películas» normalmente. Se busca una mujer. El anuncio era bastante
atrevido. Por lo menos había mostrado ser original al escribirlo.
Cuando Edna volvió a casa se tomó tres tazas de café antes de marcar el número.
El teléfono sonó cuatro veces. «¿Hola?» Contestó él.
—¿Señor Lighthill?
—¿Sí?
—Es que vi su anuncio. Su anuncio en el coche...
—Ah, sí.
—Me llamo Edna.
—¿Cómo estás, Edna?
—Oh, muy bien. Pero hace tanto calor. Este tiempo es demasiado.
—Sí, hace la vida difícil.
—Bueno, señor Lighthill...
—Llámame Joe, a secas.
—Bueno, Joe, ja, ja, ja, me siento como una tonta. ¿Sabes por qué he llamado?
—Viste mi anuncio.
—Bueno, quiero decir, ja, ja, ja. ¿Qué es lo que te pasa? ¿No puedes conseguir
una mujer?
—Creo que no. Edna, dime. ¿Dónde están?
—¿Las mujeres?
—Sí.
—Oh, pues en todas partes, ya sabes.
—¿Dónde? Dime. ¿Dónde?
—Bueno, en la iglesia, por ejemplo. Hay mujeres en la iglesia.
—No me gusta la iglesia.
—Oh.
—Escucha. ¿Por qué no te vienes aquí, Edna?
—¿Quieres decir allí, a tu casa?
—Sí. Tengo un buen apartamento. Podemos tomarnos una copa, conversar. Sin
compromiso.
—Es tarde.
—No es tan tarde. Escucha, viste mi anuncio y llamaste. Debes estar interesada.
—Bueno, es que...
—Tienes miedo, eso es lo que te pasa. Tienes miedo.
—No, yo no tengo miedo.
—Entonces vente, Edna.
—Bueno, es que...
—Vamos.
—Bueno, de acuerdo. Estaré allí en quince minutos.
Era en el último piso de un moderno complejo de apartamentos. Apartamento 17. La
piscina reflejaba las luces. Edna llamó. La puerta se abrió y allí estaba el
señor Lighthill. Con una calvicie incipiente; la nariz afilada con pelos
saliéndole de los orificios; la camisa abierta por el cuello.
—Entra, Edna...
Ella pasó y la puerta se cerró detrás. Edna se había puesto un vestido de seda
azul. No se había puesto medias. Iba en sandalias y fumando un cigarrillo.
—Siéntate. Te serviré algo de beber.
Era un sitio bonito. Todo estaba decorado en azul y verde, y además estaba muy
limpio. Pudo oír al señor Lighthill canturreando sordamente mientras preparaba
las bebidas... Parecía relajado y eso la tranquilizó.
El señor Lighthill —Joe— salió con las bebidas. Le alcanzó a Edna la suya y fue
a sentarse a una silla en el lado opuesto de la habitación.
—Sí —dijo él—, hace calor, un calor infernal. Pero yo tengo aire acondicionado.
¿Te has dado cuenta?
—Sí, ya lo noté. Está muy bien.
—Bebe algo.
—Oh, sí.
Edna probó un trago. Estaba bueno, un poco fuerte, pero sabía bien. Vio a Joe
inclinar la cabeza hacia atrás al beber. Tenía una gruesa papada. Y sus
pantalones eran demasiado holgados. Parecían ser varias tallas más grandes. Le
daban a sus piernas un aspecto cómico, ridículo.
—Llevas un vestido muy bonito, Edna.
—¿Te gusta?
—Oh, sí, te cae muy bien. Parece cómodo, muy cómodo.
Edna no dijo nada. Y Joe tampoco. Y allí estaban, sentados, mirándose el uno al
otro, bebiéndose sus vasos.
¿Por qué no habla?, pensó Edna. Se supone que es él quien debe empezar la
conversación. Verdaderamente tenía algo de madera...
Edna terminó su bebida.
—Deja que te sirva otro —dijo Joe.
—No. Me tengo que ir ya.
—Oh, vamos —dijo él—; déjame que te sirva otro trago. Necesitamos beber algo
para soltarnos.
—Está bien, pero después de éste me voy.
Joe se llevó los vasos a la cocina. Esta vez no canturreó. Salió, le dio a Edna
su vaso y volvió a sentarse en la silla al lado opuesto de la habitación. La
bebida era ahora más fuerte.
—Sabes —dijo—, soy bastante bueno en el sexo.
Edna bebió su vaso y no contestó nada.
—¿Qué tal eres tú en la cuestión sexual? —preguntó Joe.
—Nunca lo he hecho.
—Deberías hacerlo, sabes, así te darías cuenta de quién eres y qué eres.
—¿Tú crees que todo eso es verdad? Quiero decir, yo lo he leído en los
periódicos, no sé qué pensar. Yo no lo he hecho nunca pero he visto fotos —dijo
Edna.
—Por supuesto que es verdad, deberías hacerlo.
—Tal vez no sea muy buena para estas cosas —dijo Edna—. Tal vez es por eso que
estoy sola. —Se tomó un buen trago del vaso.
—Cada uno de nosotros, al fin y al cabo, siempre solos —dijo Joe.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que, no importe cómo vaya la cuestión sexual, o el amor, o ambos,
llega un día en que todo se acaba.
—Eso es triste —dijo Edna.
—Sí, claro. Así llega un día en que todo se pasa. Y entonces, o se corta o todo
se convierte en una tregua infernal: Dos personas viviendo juntas sin el menor
sentimiento entre ellas. Creo que es mucho mejor vivir solo que eso.
—¿Tú te divorciaste de tu mujer, Joe?
—No, ella se divorció de mí.
—Y qué es lo que fue mal?
—Las orgías sexuales.
—¿Las orgías sexuales?
—Sí, ya sabes, una orgía es el lugar más solitario del mundo. Esas orgías... Me
sentía desesperado... Esas pollas deslizándose dentro y fuera... Perdóname...
—No pasa nada.
—Bueno, esas pollas deslizándose dentro y fuera, piernas enredadas, los dedos
trabajando, hurgando por todos lados, bocas, todo el mundo babeando, y sudando,
y una ciega determinación a hacerlo... como sea.
—No sé mucho acerca de esas cosas, Joe —dijo Edna.
—Yo creo que, sin amor, el sexo no es nada. Las cosas sólo pueden tener un
significado cuando existe algún sentimiento entre los participantes.
—¿Quieres decir que a cada uno le debe gustar el otro?
—Eso ayuda bastante.
—¿Supón que ambos se casen. Supón que tienen que seguir juntos, por cuestiones
económicas, niños, cualquier cosa?
—Las orgías no arreglarán nada.
—¿Y entonces qué?
—Bueno, no sé. Tal vez el swap.
—¿El swap?
—Sí, ya sabes, cuando dos parejas se conocen muy bien y entonces hacen
intercambio de componentes. Los sentimientos, al fin y al cabo, tienen una
oportunidad. Por ejemplo, digamos que a mí siempre me ha gustado la mujer de
Mike. Me viene gustando desde hace meses. La he visto pasear por la habitación.
Me gustan sus movimientos, llaman mi atención. Me imagino, ya sabes, lo que va
con esos movimientos. La he visto furiosa, la he visto
borracha, la he visto sobria. Y entonces, el swap. Estás en la cama con ella, y
por fin la estás conociendo. Existe la posibilidad de que sea algo real. Por
supuesto, Mike se está tirando a tu mujer en la otra habitación. Muy bien, buena
suerte, Mike, piensas, y espero que seas tan buen amante como yo.
—¿Y funciona bien?
—Bueno, no sé... Los swaps pueden traer problemas... a la larga. Tiene que estar
todo muy hablado... bien hablado y con tiempo. Y aún así puede haber gente que
no sepa bastante, no importa cuánto se haya hablado...
—¿Tú sabes bastante, Joe?
—Bueno, estos swaps... Creo que pueden ser buenos para algunos... Tal vez para
muchos. Pero me temo que conmigo no funcionan. Soy bastante mojigato.
Joe acabó su bebida. Edna se bebió de un trago el resto de la suya y se levantó.
—Escucha, Joe, me tengo que ir...
Joe cruzó la habitación hacia ella. Parecía un elefante mientras se acercaba,
con esos pantalones. Vio sus grandes orejas. Entonces la agarró y comenzó a
besarla. Su mal aliento arrastraba todas las bebidas; era un olor agrio. Parte
de su boca no hacía contacto. Era fuerte pero su fuerza no era real. Ella apartó
su cabeza pero él la siguió agarrando.
SE BUSCA UNA MUJER.
—¡Déjame, Joe! ¡Estás yendo muy de prisa, Joe! ¡Deja que me vaya!
—¿Por qué viniste aquí, zorra?
La intentó besar otra vez y lo consiguió. Era horrible. Edna subió la rodilla
bruscamente. Y le alcanzó de lleno. El se llevó las manos a las partes y cayó al
suelo.
—Dios, Dios... ¿Por qué has tenido que hacerme esto? Me has querido asesinar...
¡Auuggh!
Rodó por el suelo gimiendo.
Su trasero, pensó ella, tiene un trasero tan horrible.
Le dejó tirado en el suelo y bajó corriendo las escaleras. El aire estaba limpio
allá fuera. Mientras bajaba, pudo oír gente hablando, pudo oír sus televisores.
Su casa no estaba muy lejos. Sintió que necesitaba darse otro baño, quitarse su
vestido de seda azul y lavarse bien todo el cuerpo. Hacía calor. Más tarde,
salió de la bañera, se secó y se colocó unos rulos rosados en el pelo. Decidió
no volver a verle más.
CHARLES BUKOWSKI

LA MAQUINA DE FOLLAR

hacía mucho calor aquella noche en el Bar de Tony. ni siquiera pensaba en follar. sólo en beber cerveza fresca. Tony nos puso un par para mí y para Mike el Indio, y Mike sacó el dinero. le dejé pagar la primera ronda. Tony lo echó en la caja registradora, aburrido, y miró alrededor... había otros cinco o seis mirando sus cervezas. imbéciles. así que Tony se sentó con nosotros.
-¿qué hay de nuevo, Tony? -pregunté.
-es una mierda -dijo Tony.
-no hay nada nuevo.
-mierda -dijo Tony.
-ay, mierda -dijo Mike el Indio.
bebimos las cervezas.
-¿qué piensas tú de la Luna? -pregunté a Tony.
-mierda -dijo Tony.
-sí -dijo Mike el Indio-, el que es un carapijo en la Tierra, es un carapijo en la Luna, qué mas da.
-dicen que probablemente no haya vida en Marte -comenté.
-¿y qué coño importa? -preguntó Tony.
-ay, mierda -dije-. dos cervezas más.
Tony las trajo, luego volvió a la caja con su dinero. lo guardó. volvió.
-mierda, vaya calor. me gustaría estar más muerto que los antiguos.
-¿adónde crees tú que van los hombres cuando mueren, Tony?
-¿y qué coño importa?
-¿tú no crees en el Espíritu Humano?
-¡eso son cuentos!
-¿y qué piensas del Che, de Juana de Arco, de Billy el Niño, y de todos esos?
-cuentos, cuentos.
bebimos las cervezas pensando en esto.
-bueno -dije-, voy a echar una meada.
fui al retrete y allí, como siempre, estaba Petey el Búho.
la saqué y empecé a mear.
-vaya polla más pequeña que tienes -me dijo.
-cuando meo y cuando medito sí. pero soy lo que tú llamas un tipo elástico. cuando llega el momento, cada milímetro de ahora se convierte en seis.
-hombre, eso está muy bien, si es que no me engañas. porque ahí veo por lo menos cinco centímetros.
-es sólo el capullo.
-te doy un dólar si me dejas chupártela.
-no es mucho.
-eso es más que el capullo. seguro que no tienes más que eso.
-vete a la mierda, Petey.
-ya volverás cuando no te quede dinero para cerveza.
volví a mi asiento.
-dos cervezas más -pedí.
Tony hizo la operación habitual. luego volvió.
-vaya calor, voy a volverme loco -dijo.
-el calor te hace comprender precisamente cuál es tu verdadero yo -le expliqué a Tony.
-¡corta ya! ¿me estás llamando loco?
-la mayoría lo estamos. pero permanece en secreto.
-sí, claro, suponiendo que tengas razón en esa chorrada, dime, ¿cuántos hombres cuerdos hay en la tierra? ¿hay alguno?
-unos cuantos.
-¿cuántos?
-¿de todos los millones que existen?
-sí, sí.
-bueno, yo diría que cinco o seis.
-¿cinco o seis? -dijo Mike el Indio-. ¡hombre no jodas!
-¿cómo sabes que estoy loco? di -dijo Tony-. ¿cómo podemos funcionar si estamos locos?
-bueno, dado que estamos todos locos, hay sólo unos cuantos para controlarnos, demasiado pocos, así que nos dejan andar por ahí con nuestras locuras. de momento, es todo lo que pueden hacer. yo en tiempos creía que los cuerdos podrían encontrar algún sitio donde vivir en el espacio exterior mientras nos destruían. pero ahora sé que también los locos controlan el espacio.
-¿cómo lo sabes?
-porque ya plantaron la bandera norteamericana en la luna.
-¿y si los rusos hubieran plantado una bandera rusa en la luna?
-sería lo mismo -dije.
-¿entonces tú eres imparcial? -preguntó Tony.
-soy imparcial con todos los tipos de locura.
silencio. seguimos bebiendo. Tony también; empezó a servirse whisky con agua. podía; era el dueño.
-coño, qué calor hace -dijo Tony.
-mierda, sí -dijo Mike el Indio.
entonces Tony empezó a hablar.
-locura -dijo- ¿y si os dijera que ahora mismo está pasando algo de auténtica locura?
-claro -dije.
-no, no, no... ¡quiero decir AQUI, en mi bar!
-¿sí?
-sí. algo tan loco que a veces me da miedo.
-explícame eso, Tony -dije, siempre dispuesto a escuchar los cuentos de los otros.
Tony se acercó más.
-conozco a un tío que ha hecho una máquina de follar. no esas chorradas de las revistas de tías. esas cosas que se ven en los anuncios.
botellas de agua caliente con coños de carne de buey cambiables, todas esas chorradas. este tipo lo ha conseguido de veras. es un científico alemán, lo cogimos nosotros, quiero decir nuestro gobierno. antes de que pudieran agarrarlo los rusos. no lo contéis por ahí.
-claro hombre, no te preocupes...
-von Brashlitz. el gobierno intentó hacerle trabajar en el ESPACIO. no hubo nada que hacer. es un tipo muy listo, pero no tiene en la cabeza más que esa MAQUINA DE FOLLAR. al mismo tiempo, se considera una especie de artista, a veces dice que es Miguel Angel... le dieron una pensión de quinientos dólares al mes para que pudiera seguir lo bastante vivo para no acabar en un manicomio. anduvieron vigilándole un tiempo, luego se aburrieron o se olvidaron de él, pero seguían mandándole los cheques, y de vez en cuando, una vez al mes o así, iba un agente y hablaba con él diez o veinte minutos, mandaba un informe diciendo que aún seguía loco y listo. así que él andaba por ahí de un sitio a otro, con su gran baúl rojo hasta que, por fin, una noche, llega aquí y empieza a beber. me cuenta que es sólo un viejo cansado, que necesita un lugar realmente tranquilo para hacer sus experimentos. y le escondí aquí. aquí vienen muchos locos, ya sabéis.
-sí -dije yo.
-luego, amigos, empezó a beber cada vez más, y acabó contándomelo.
había hecho una mujer mecánica que podía darle a un hombre más gusto que ninguna mujer real de toda la historia... además sin tampax, ni mierdas, ni discusiones.
-llevo toda la vida buscando una mujer así -dije yo.
Tony se echó a reír.
-y quién no. yo creía que estaba chiflado, claro, hasta que una noche después de cerrar subí con él y sacó la MAQUINA DE FOLLAR del baúl rojo.
-¿y?
-fue como ir al cielo antes de morir.
-déjame que imagine el resto -le pedí.
-imagina.
-von Brashlitz y su MAQUINA DE FOLLAR están en este momento arriba, en esta misma casa.
-eso es -dijo Tony.
-¿cuánto?
-veinte billetes por sesión.
-¿veinte billetes por follarse una máquina?
-ese tipo ha superado a lo que nos creó, fuese lo que fuese. ya lo
verás.
-Petey el Búho me la chupa y me da un dólar.
-Petey el Búho no está mal, pero no es un invento que supere a los dioses.
le di mis veinte.
-te advierto, Tony, que si se trata de una chifladura del calor, perderás a tu mejor cliente.
-como dijiste antes, todos estamos locos de todas formas. Puedes subir.
-de acuerdo -dije.
-vale -dijo Mike el Indio-. aquí están mis veinte.
-os advierto que yo sólo me llevo el cincuenta por ciento. el resto es para von Brashlitz. quinientos de pensión no es mucho con la inflación y los impuestos, y von B. bebe cerveza como un loco.
-de acuerdo -dije-. ya tienes los cuarenta. ¿dónde está esa inmortal MAQUINA DE FOLLAR?
Tony levantó una parte del mostrador y dijo:
-pasad por aquí. tenéis que subir por la escalera del fondo. Cuando lleguéis llamáis y decís «nos manda Tony».
-¿en cualquier puerta?
-la puerta 69.
-vale -dije-, ¿qué más?
-listo -dijo Tony-, preparad las pelotas.
encontramos la escalera. subimos.
-Tony es capaz de todo por gastar una broma -dije.
llegamos. allí estaba: puerta 69.
llamé:
-nos manda Tony.
-¡oh, pasen, pasen, caballeros!
allí estaba aquel viejo chiflado con aire de palurdo, vaso de cerveza en la mano, gafas de cristal doble. como en las viejas películas. tenía visita al parecer, una tía joven, casi demasiado, parecía frágil y fuerte al mismo tiempo.
cruzó las piernas, toda resplandeciente: rodillas de nylon, muslos de nylon, y esa zona pequeña donde terminan las largas medias y empieza justo esa chispa de carne. era todo culo y tetas, piernas de nylon, risueños ojos de límpido azul...
-caballeros... mi hija Tanya...
-¿qué?
-sí, ya lo sé, soy tan... viejo... pero igual que existe el mito del negro que está siempre empalmado, existe el de los sucios viejos alemanes que no paran de follar. pueden creer lo que quieran. de todos modos, ésta es mi hija Tanya...
-hola, muchachos -dijo ella sonriendo.
luego todos miramos hacia la puerta en que había ese letrero: SALA DE ALMACENAJE DE LA MAQUINA DE FOLLAR.
terminó su cerveza.
-bueno... supongo, muchachos, que venís a por el mejor POLVO de todos los tiempos...
-¡papaíto! -dijo Tanya-. ¿por qué tienes que ser siempre tan grosero?
Tanya recruzó las piernas, más arriba esta vez, y casi me corro.
luego, el profesor terminó otra cerveza, se levantó y se acercó a la puerta del letrero SALA DE ALMACENAJE DE LA MAQUINA DE FOLLAR. se volvió y nos sonrió. luego, muy despacio, abrió la puerta. entró y salió rodando aquel chisme que parecía una cama de hospital con ruedas.
el chisme estaba DESNUDO, una mesa de metal.
el profesor nos plantó aquel maldito traste delante y empezó a tararear una cancioncilla, probablemente algo alemán.
una masa de metal con aquel agujero en el centro. el profesor tenía una lata de aceite en la mano, la metió en el agujero y empezó a echar sin parar de aquel aceite. sin dejar de tararear aquella insensata canción alemana.
y siguió un rato echando aceite hasta que por fin nos miró por encima del hombro y dijo: «bonita, ¿eh?». luego, volvió a su tarea, a seguir bombeando aceite allí dentro.
Mike el Indio me miró, intentó reírse, dijo:
-maldita sea... ¡han vuelto a tomarnos el pelo!
-si -dije yo-, estoy como si llevara cinco años sin echar un polvo, pero tendría que estar loco para meter el pijo en ese montón de chatarra.
von Brashlitz soltó una carcajada. se acercó al armario de bebidas. sacó otro quinto de cerveza, se sirvió un buen trago y se sentó frente a nosotros.
-cuando empezamos a saber en Alemania que estaba perdida la guerra, y empezó a estrecharse el cerco, hasta la batalla final de Berlín, comprendimos que la guerra había tomado un giro nuevo: la auténtica guerra pasó a ser entonces quién agarraba más científicos alemanes. si Rusia conseguía la mayoría de los científicos o si los conseguía Norteamérica... los que más consiguieran serían los primeros en llegar a la Luna, los primeros en llegar a Marte... los primeros en todo. en fin, el resultado exacto no lo sé... numéricamente o en términos de energía cerebral científica. sólo sé que los norteamericanos me cogieron primero, me agarraron, me metieron en un coche, me dieron un trago, me pusieron una pistola en la sien, hicieron promesas, hablaron y hablaron. yo lo firmé todo...
-todas esas consideraciones históricas me parecen muy bien -dije yo-.
pero no voy a meter la polla, mi pobrecita polla, en ese cacharro de acero o de lo que sea. Hitler debía ser realmente un loco para confiar en usted. ¡ojalá le hubieran echado el guante los rusos! ¡yo lo que quiero es que me devuelvan mis veinte dólares!
von Brashlitz se echó a reír.
-jiii jiii jiii ji... es sólo mi bromita de siempre. jiii jiii jiii ji!
metió otra vez el cacharro en el cuartito. cerró la puerta.
-¡ay, ji jiii ji! -bebió otro trago de schnaps.
luego se sirvió más. lo liquidó.
-caballeros, ¡yo soy un artista y un inventor! mi MAQUINA DE FOLLAR es en realidad mi hija, Tanya...
-¿más chistecitos, von? -pregunté.
-¡no es ningún chiste! ¡Tanya! ¡ponte en el regazo de este caballero!
Tanya soltó una carcajada, se levantó, se acercó, y se sentó en mi regazo.
¿Una MAQUINA DE FOLLAR? ¡no podía serlo! su piel era piel, o lo parecía, y su lengua cuando entró en mi boca al besarnos, no era mecánica... cada movimiento era distinto, y respondía a los míos.
me lancé inmediatamente, le arranqué la blusa, le metí mano en las bragas, hacía años que no estaba tan caliente; luego nos enredamos; de algún modo acabamos de pie... y la entré de pie, tirándole de aquel pelo largo y rubio, echándole la cabeza hacia atrás, luego bajando, separándole las nalgas y acariciándole el ojo del culo mientras le atizaba, y se corrió... la sentí estremecerse, palpitar, y me corrí también.
¡nunca había echado polvo mejor!
Tanya se fue al baño, se limpió y se duchó, y volvió a vestirse para Mike el Indio. supuse.
-el mayor invento de la especie humana -dijo muy serio von Brashlitz.
tenía toda la razón.
por fin Tanya salió y se sentó en mi regazo.
-¡NO! ¡NO! ¡TANYA! ¡AHORA LE TOCA AL OTRO! ¡CON ESE ACABAS DE FOLLAR!
ella parecía no oír, y era extraño, incluso en una MAQUINA DE FOLLAR, porque yo nunca había sido muy buen amante, la verdad.
-¿me amas? -preguntó.
-sí.
-te amo, y soy muy feliz. y... teóricamente no estoy viva. ya lo sabes, ¿verdad?
-te amo, Tanya, eso es lo único que sé.
-¡cago en tal! -chilló el viejo-. ¡esta JODIDA MAQUINA!
se acercó a la caja barnizada en que estaba escrita la palabra TANYA a un lado. salían unos pequeños cables; había marcadores y agujas que temblequeaban, y varios indicadores, luces que se apagaban y se encendían, chismes que tictaqueaban... von B. era el macarra más loco que había visto en mi vida. empezó a hurgar en los marcadores, luego miró a Tanya:
-¡25 AÑOS! ¡toda una vida casi para construirte! ¡tuve que esconderte incluso de HITLER! y ahora... ¡pretendes convertirte en una simple y vulgar puta!
-no tengo veinticinco -dijo Tanya-. tengo veinticuatro.
-¿lo ves? ¿lo ves? ¡como una zorra normal y corriente!
volvió a sus marcadores.
-te has puesto un carmín distinto -dije a Tanya.
-¿te gusta?
-¡oh, sí!
se inclinó y me besó.
von B. seguía con sus marcadores. tenía el presentimiento de que ganaría él.
von Brashlitz se volvió a Mike el Indio:
-no se preocupe, confíe en mí, no es más que una pequeña avería. lo arreglaré en un momento.
-eso espero -dijo Mike el Indio-. se me ha puesto en treinta y cinco centímetros esperando y he pagado veinte dólares.
-te amo -me dijo Tanya-. no volveré a follar con ningún otro hombre.
si puedo tenerte a ti, no quiero a nadie más.
- te perdonaré Tanya, hagas lo que hagas.
el profe estaba corridísimo. seguía con los cables pero nada lograba.
-¡TANYA! ¡AHORA TE TOCA FOLLAR CON EL OTRO! estoy... cansándome ya... tengo que echar otro traguito de aguardiente... dormir un poco... Tanya...
-oh -dijo Tanya- ¡este jodido viejo! ¡tú y tus traguitos, y luego te pasas la noche mordisqueándome las tetas y no puedo dormir! ¡ni siquiera eres capaz de conseguir un empalme decente! ¡eres asqueroso!
-¿COMO?
-¡DIJE «QUE NI SIQUIERA ERES CAPAZ DE CONSEGUIR UN EMPALME DECENTE»!
-¡esto lo pagarás Tanya! ¡eres creación mía, no yo creación tuya!
seguía hurgando en sus mágicos marcadores. quiero decir, en la máquina. estaba fuera de sí, pero se veía claramente que la rabia le daba una clarividencia que le hacía superarse.
-es sólo un momento, caballero -dijo dirigiéndose a Mike-. ¡sólo tengo que ajustar los cuadros electrónicos! ¡un momento! ¡vale! ¡ya está!
entonces se levantó de un salto. aquel tipo al que habían salvado de los rusos.
miró a Mike el Indio.
-¡ya está arreglado! ¡la máquina está en orden! ¡a divertirse caballero!
luego, se acercó a su botella de aguardiente, se sirvió otro pelotazo y se sentó a observar.
Tanya se levantó de mi regazo y se acercó a Mike el Indio. vi que Tanya y Mike el Indio se abrazaban.
Tanya le bajó la cremallera. le sacó la polla, ¡menuda polla tenía el tío! había dicho treinta y cinco centímetros, pero parecían por lo menos cincuenta.
luego Tanya rodeó con las manos la polla de Mike.
él gemía de gozo.
luego la arrancó de cuajo. la tiró a un lado.
vi el chisme rodar por la alfombra como una disparatada salchicha, dejando tristes regueruelos de sangre. fue a dar contra la pared. allí se quedó como algo con cabeza pero sin piernas y sin lugar alguno a donde ir... lo cual era bastante cierto.
luego, allá fueron las BOLAS volando por el aire. una visión saltarina y pesada. simplemente aterrizaron en el centro de la alfombra y no supieron qué hacer más que sangrar.
así que sangraron.
von Brashlitz, el héroe de la invasión rusonorteamericana, miró ásperamente lo que quedaba de Mike el Indio, mi viejo camarada de sople, rojo rojo allá en el suelo, manando por su centro... von B. se dio el piro, escaleras abajo...
la habitación 69 había hecho de todo salvo aquello.
luego le pregunté a ella:
-Tanya, habrá problemas aquí muy pronto. ¿por qué no dedicamos el número de la habitación a nuestro amor?
-¡como quieras, amor mío!
lo hicimos, justo a tiempo; y luego entraron aquellos idiotas.
uno de aquellos enterados declaró entonces muerto a Mike el Indio.
y como von B. era una especie de producto del gobierno norteamericano, en seguida se llenó aquello de gente, varios funcionarios de mierda de diversos tipos, bomberos, periodistas, la pasma, el inventor, la CIA, el FBI y otras diversas formas de basura humana.
Tanya vino y se sentó en mi regazo.
-ahora me matarán. procura no entristecerte, por favor.
no contesté.
luego von Brashlitz se puso a chillar, apuntando a Tanya:
-¡SE LO ASEGURO, CABALLEROS, ELLA NO TIENE NINGUN SENTIMIENTO! ¡CONSEGUI QUE HITLER NO LA AGARRASE! ¡se lo aseguro, no es más que una MAQUINA!
todos se limitaron a quedarse allí mirándole. nadie le creía.
era ni más ni menos la máquina más bella, la mujer por así decirlo, que habían visto en su vida.
-¡maldita sea! ¡majaderos! toda mujer es una máquina de follar, ¿es que no se dan cuenta? ¡apuestan al mejor caballo! ¡EL AMOR NO EXISTE! ¡ES UN ESPEJISMO DE CUENTO DE HADAS COMO LOS REYES MAGOS!
aun así no le creían.
-¡ESTO es sólo una máquina! ¡no tengan ningún MIEDO! ¡MIREN!
von Brashlitz agarró uno de los brazos de Tanya.
lo arrancó de cuajo del cuerpo.
y dentro, dentro del agujero del hombro, se veía claramente, no había más que cables y tubos, cosas enroscadas y entrelazadas, además de cierta sustancia secundaria que recordaba vagamente la sangre.
y yo vi a Tanya allí de pie con aquellos alambres enroscados colgándole del hombro donde antes tenía el brazo. me miró:
-¡por favor, hazlo por mí! recuerda que te pedí que no te pusieras triste.
vi como se echaban sobre ella, como la destrozaban y la violaban y la mutilaban.
no pude evitarlo. apoyé la cabeza en las rodillas y me eché a llorar...
Mike el Indio nunca llegó a cobrarse sus veinte dólares.
pasaron unos meses. no volví al bar. hubo juicio, pero el gobierno eximió de toda culpa a von B. y a su máquina. me trasladé a otra ciudad. lejos. y un día estaba sentado en la peluquería y cogí una revista pornográfica. había un anuncio:
«¡Hinche su propia muñequita! veintinueve dólares noventa y cinco.
goma resistente, muy duradera. cadenas y látigos incluidos en el lote.
un bikini, sostén, bragas, dos pelucas, barra de labios y un tarrito de poción de amor incluidos. von Brashlitz Co.».
envié un pedido. a un apartado de Massachusetts. también él se había trasladado.
el paquete llegó al cabo de unas tres semanas. fue bastante embarazoso porque yo no tenía bomba de bicicleta, y me puse muy caliente cuando saqué todo aquello del paquete. tuve que bajar a la gasolinera de la esquina y utilizar la bomba de aire.
hinchada tenía mejor pinta. grandes tetas, un culo. inmenso.
-¿qué es eso que tiene ahí, amigo? -me preguntó el de la gasolinera.
-oiga, oiga, yo le he pedido prestado un poco de aire. soy un buen cliente, ¿no?
-bueno, bueno, puede coger el aire. pero es que no puedo evitar la curiosidad... ¿qué tiene ahí?
-¡vamos, déjeme en paz! -dije.
-¡DIOS MIO! ¡que TETAS! ¡mire, mire!
-¡ya las veo, imbécil!
le dejé con la lengua fuera, me eché el chisme al hombro y volví a casa. me metí en el dormitorio.
aún estaba por plantearse la gran cuestión...
abrí las piernas buscando algún tipo de abertura.
von B. no lo había hecho mal del todo.
me eché encima y empecé a besar aquella boca de goma. de cuando en cuando echaba mano a una de las gigantescas tetas de goma y la chupaba. le había puesto una peluca amarilla y me había frotado con la poción de amor toda la polla. no hizo falta mucha poción de amor, con la del tarro habría para un año.
la besé apasionadamente detrás de las orejas, le metí el dedo en el culo y le di sin parar. luego la dejé, di un salto, le encadené los brazos a la espalda, con el candadito y la llave, y le azoté el culo de lo lindo con los látigos.
¡dios mío, voy a volverme loco! pensé.
después de azotarla bien, volví a metérsela. follé y follé. era más bien aburrido, la verdad. imaginé perros follando con gatas; imaginé dos personas follando en el aire mientras caían de un rascacielos. imaginé un coño grande como un pulpo, reptando hacia mí, apestoso, anhelante de orgasmo. recordé todas las bragas, rodillas, piernas, tetas y coños que había visto. la goma sudaba; yo sudaba.
-¡te amo, querida! -susurré jadeante en sus oídos de goma.
me fastidia admitirlo, pero me obligué a eyacular en aquella sarnosa masa de goma. no se parecía en nada a Tanya.
cogí una navaja de afeitar y destrocé el artefacto. lo tiré donde las latas vacías de cerveza.
¿cuántos hombres compran esos chismes absurdos en Norteamérica?
¿no pasas ante medio centenar de máquinas de joder si das una vuelta por cualquier calle céntrica de una gran ciudad de Norteamérica? con la única diferencia de que éstas pretenden ser mujeres.
pobre Mike el Indio, con su polla muerta de cincuenta centímetros.
todos los pobres mikes. todos los que escalan el Espacio. todas las putas de Vietnam y Washington.
pobre Tanya, con su vientre que había sido el vientre de un cerdo. sus venas que habían sido las venas de un perro. apenas cagaba o meaba, follar, sólo follaba (corazón, voz y lengua prestados por otros). por entonces, sólo debían haber hecho unos diecisiete transplantes de órganos. von B. iba muy por delante de todos.
pobre Tanya, qué poco había comido la pobre... básicamente queso barato y uvas pasas. nunca había deseado dinero ni propiedades ni grandes coches nuevos, ni casas supercaras. jamás había leído el diario de la tarde. no deseaba en absoluto una televisión en color, ni sombreros nuevos, ni botas de lluvia, ni charlas de patio con mujeres idiotas; jamás había querido un marido médico, o corredor de bolsa, o miembro del Congreso o policía.
y el tipo de la gasolinera sigue preguntándome:
-oiga, ¿qué fue de aquello que trajo a hinchar aquel día?
pero ya no me lo preguntará más. voy a echar gasolina en otro sitio. y no volveré tampoco a la barbería donde vi la revista del anuncio de la muñeca de goma de von B. voy a intentar olvidarlo todo.
¿no harías tu lo mismo?

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