EVA PERÓN EN LA HOGUERA
Poema de Leónidas Lamborghini
I
por él.
a él.
para él.
al cóndor él si no fuese por él
a él.
brotado ha de lo más íntimo. de mí a él:
de mi razón. de mi vida.
lo que es un cóndor él hasta mí:
un gorrión en una inmensa.
hasta mí: la más. una humilde en la bandada.
un gorrión y me enseñó:
un cóndor él entre las altas. entre las cumbres:
a volar.
si casi y cerca:
a volar.
si casi de:
a volar
en una inmensa. un gorrión.
y me enseñó:
si veo claramente. por eso:
si a veces con mis alas.
si casi cerca de.
si ando entre las altas. si veo.
si casi toco casi:
por él
a él:
todo lo que tengo:
de él.
todo lo que siento:
de él.
todo el amor de mí:
a él.
mi todo a su todo:
a él.
II
no es el azar.
no es de buenas a
que se me ha traído:
el caso que me toca.
no es y
de pronto
yo fanática.
quiero explicarme aquí. el caso.
no el azar:
un sentimiento.
un fundamental.
no es de buenas a
y de pronto
a cosas grandes.
quiero explicarme aquí:
un sentimiento que:
la Causa. quiero explicarme aquí:
la indignación.
un fundamental.
un en mi corazón.
un hallado que domina
desde:
ir a buscar atrás a remontarme. allí dolor.
allí he: frente a la.
cada injusticia he: cada recuerdo.
hoy mismo aquí
de alguna
de cada
guardo: que domina.
no es y de pronto y yo fanática.
quiero explicarme aquí: la Causa.
un fundamental.
un que domina desde.
un desgarrándome.
un en mi corazón
como si me clavase:
íntimamente.
III
revelación:
casi de golpe y que lo supe:
los ricos como árboles los pobres como pasto.
y hay más
y hay más: mi tema único. y hay más hay más:
una tristeza.
los reyes magos no.
los camellos no: una impresión muy.
casi de golpe
y lo sentí.
una tristeza:
y hay más
y hay más: una marca. y reaccionaba. y muy.
yo nunca pude:
los pobres no. una marca. mis palabras.
mis actos muy.
una impresión una tristeza hasta el borde
muy.
y hay más
hay mas y
reaccionaba: casi de golpe
hasta el borde muy: o ruego o maldición
y lo declaro: todo esto.
los pobres como pasto. revelación. una tristeza
y hay más
y hay más.
los camellos no.
los reyes magos no.
los pobres no: como pasto.
y lo declaro
y lo sentí:
todo esto cambiará.
o ruego
o maldición:
o las dos cosas.
IV
un día hay:
un maravilloso:
ese fue.
lo vi desde.
un momento hay:
el encuentro. el comienzo de mí.
en todas las vidas hay:
lo por hacer. la cosa.
un momento: en qué.
el encuentro: en qué.
mi día: fuego. lo vi desde.
ese fue: de mí. en todas las vidas
hay:
lo monótono sin.
el paisaje sin.
lo definitivo que parece sin:
una cree
pero en el fondo
no a aquello: un grito.
no a resignarme. por fin llegó. ese fue:
mi día hay
mi maravilloso.
un camino nuevo: lo por hacer. la cosa por.
la revolución por. ese fue. lo vi desde. fuego: un grito
un día hay.
un momento hay.
un maravilloso hay.
V
pronto pronto desde los bordes.
los comunes pronto pronto los eternos pronto
desde el camino desde los bordes
pronto
pronto
los enemigos de la cosa por: juramentándose.
la cosas por apedreada desde
los bordes: los enemigos los eternos
pronto
pronto
¡yo los he!
las piedras pronto desde los bordes desde las sombras
¡yo los he!
los eternos juramentándose pronto pronto
las piedras pronto pronto:
¡yo los he!
VI
la hora de mi soledad. de puerta en puerta. los puñetazos bajo el cielo.
los golpes.
¡esa es! ¡esa es! mi calvario. aquellos días. mi bautismo.
esto: la hora de nacer. esto: la hora de morir. cada golpe.
el líder él. su palabra: encárgate
encárgate.
el líder él. el ausente. lo tuvieron. el prisionero. él:
aquellos días bajo el cielo.
la semana de.
octubre de. de fiebre. de dolor.
los puñetazos. ¡esa es! ¡esa es! los comunes. los eternos. los pilatos.
aquellos días: anduve
me largué: en ese penoso. en ese incesante: sentía bajo el cielo. arder
en mí: la llama. el cielo. un paisaje que conservo. las luces. las
sombras. una gran luz al lado: el pueblo únicamente.
de allí vino. en ese.
un: el líder él
su palabra. un mensaje: encárgate. encárgate.
la hora. los golpes. las sombras. la llama: arder.
esto: la traición
muchos.
esto: la cobardía
muchos.
esto: una gran luz. la lealtad muchos: que conservo. anduve. me largué:
de puerta en puerta por la gran por la ciudad. bajo el cielo: la llama.
en ese.
arriba: los comunes. los eternos. los pilatos lavándose. los golpes.
descendí: una gran luz que conservo. los corazones: el muestrario.
los humildes que laten generosamente. descendí. sentí arder. una gran que
conservo. una luz: de allí vino. los humildes que laten: el muestrario.
generosamente. de allí vino: en ese.
a medida que: las puertas.
a medida que: el muestrario. bajo el cielo: arder. arder.
aquellos días lo tuvieron: el líder él. su palabra. su mensaje:
los trabajadores: encárgate.
los descamisados: encárgate. encárgate.
el pueblo únicamente: de allí vino. arriba: los pilatos lavándose:
mi calvario. la hora.
arriba: ¡esa es! ¡esa es! mi bautismo: cada.
¡esa es! ¡esa es!
los puñetazos. esto: cada golpe morir.
¡esa es! ¡esa es!
esto: cada golpe
nacer.
VII
no.
no fue el azar: no gobierna.
fue: mi caso.
fue: una providencia. no digo Dios. creo.
perdóneseme.
un destino. creo.
un sol: pero además: hay que mirarlo.
mi alma. un origen
gracias a. no el azar.
fue: mi país. la Causa. mi pueblo.
pero además: perdóneseme.
fue: la presencia. una prueba.
algo más. pero.
una fuerza: un sol. pero además. una fuerza o que ha
sido puesta por. hay que mirarlo. no digo.
perdóneseme.
pero además: algo más: mi alma. mi vida: es. no
el azar: no gobierna.
fue:
la injusticia siempre. por qué:
pobres por qué.
ricos por qué.
algo más. creo.
no: no digo Dios. perdóneseme.
fue: mi caso.
fue: mi vida. es. un destino. mi pueblo. una providencia
un origen. mi país. creo. la presencia. mi alma.
o ha sido puesta por: perdóneseme.
fue: un sol. hay que mirarlo. una prueba.
un sol.
fue: mi vida es.
fue: una fuerza. pero además.
VIII
ese deber
ese trabajo: estrictamente.
no la obra de amor.
no la dama. no la caritativa:
esa "Evita".
de comedias nada.
de lirismo nada: esa "Evita".
ni cuando con los más:
nadie podrá decir.
no la humillación
ni pretexto:
esa "Evita". estrictamente.
ese trabajo
ese deber:
la justicia.
IX
para mí los obreros:
en primer lugar. para mí los que estuvieron. los que cruzaron
viniendo. los que en columnas alegres. los que dispuestos.
los que a todo los que a morir. para mí los que en diagonales
avanzaron. los que hicieron callar. para mí los que todo el día
los que reclamaban. los que a gritos. los que encendieron:
los que hogueras.
para mí en primer lugar: todos los que: aquella noche.
para mí: todos los que antes.
todos los que ahora.
todos los que mañana.
todos los que: hogueras.
para mí los organizados. los obreros: ¡ellos son!
los que sostienen ¡ellos son!
todos los que antes todos los que ahora todos los que mañana.
el amor de mí.
la esperanza de mí.
para mí el pueblo: ¡ellos son!
X
por mi manera.
por mi ser: la justicia más allá. casi siempre:
más cerca de.
más: de los trabajadores. por mi manera:
más allá de camino. de mitad.
la justicia más: una reparación: a los trabajadores.
más cerca
un desagravio a los. más allá.
no
el equilibrio. no en ese punto: por mi manera. casi siempre
no lo niego. más.
soy: no lo niego.
estoy: no lo niego.
soy.
sí: más cerca.
sí: que nadie explote a nadie.
sí: que nadie a nadie.
sí: la clase obrera.
sí: sectaria sí.
XI
los humildes: los he visto. los humildes. la pobreza que: se esconde
los ranchos de.
las casillas de: sepulcros de barro. peores, sepulcros de lata: peores
no basta asomarse: se esconde. el dolor en todo su: se esconde.
la miseria en toda su. no basta para ver: no es tan fácil.
para ver: no por fuera. no basta.
para ver: por dentro. he visto: los hijos de esta tierra. los humildes
peores que:
por dentro: el hijo muerto sin. entre los brazos: no ataúd. sin.
he visto: no hay allí. he visto: los brazos ataúd.
por dentro: la pobreza: de muchos años.
la miseria: de muchos años. de esta tierra: por dentro.
he visto.
por fuera no basta para ver: no es tan fácil. se esconde.
por dentro:
tierra ataúd.
miseria ataúd.
por dentro:
pobreza ataúd.
ranchos sepulcros: sin. casillas sepulcros: he visto. los hijos de
esta tierra sin. los humildes sin. el hijo muerto entre. los hijos
sin. entre:
peores que.
XII
las cartas: la elocuencia tremenda.
todas: del que necesita. cuanto antes cuanto antes.
querida Evita.
las cartas: sus peticiones. del que necesita. la
tremenda. la enorme. la
cantidad: todos los días. las cartas:
angustiosas llamados que son: querida Evita.
cuanto antes.
cuanto antes.
cada mensaje: a mis manos.
cada mensaje: fe.
cada mensaje: amor.
cada mensaje esperanza. la tremenda. la enorme.
los llamados:
cuanto antes cuanto antes.
querida. Evita.
XIII
mi empresa. los comienzos. cuando advertí:
lo imposible: palabra.
cuando advertí. empecé a ver.
por eso:
aquí esto. quiero servir. empecé.
lo imposible: palabra.
XIV
la justicia social: cada tarde. las tardes. las audiencias. las
secretas: son almas destrozadas desfilando. me dicen:
en voz baja.
me dicen: sus casos. los más raros. los más difíciles.
me dicen: qué hacer. sus más íntimos. sus casos. el hambre. la miseria.
me dicen: les han hecho caer. en voz baja. me dicen: el dolor.
hombres y mujeres: les han hecho:
la injusticia.
por ejemplo esa mujer. por ejemplo: arrojada. qué hacer.
cada tarde: casi al oído. cada tarde y casi: llorando. muchas veces.
por eso.
porque yo.
porque conozco: las tragedias. los pobres. hombres y mujeres:
en voz baja. las víctimas. los explotadores. les han hecho: el dolor
por eso:
la justicia inexorablemente. la justicia qué: cueste lo que cueste
qué: caiga quien caiga. porque yo.
cada tarde los pobres: son almas. me dicen: les han hecho la
persecución. por ejemplo: esa mujer arrojada. me dicen. qué hacer.
por eso: veneno y amargura en mis.
por eso: grito hasta. por eso afónica cuando en mis. por eso la
indignación en mis: se me escapa.
cada vez: el veneno más.
cada vez: la amargura más.
cada vez: hombres y mujeres. esa mujer. por eso que mis insultos
latigazos. por eso que mis insultos cachetadas: a los explotadores.
en plena cara. que les hagan. porque yo. porque conozco:
hombres y mujeres: les han hecho el dolor. les han hecho la miseria.
son almas. les han hecho la persecución. les han hecho la injusticia
por eso afónica.
por eso: qué hacer.
por eso qué: cueste lo que cueste.
por eso qué: caiga quien caiga.
XV
contra todo privilegio: mis obras. allí yo pongo.
contra toda oligarquía. allí. mis obras nacen. una gota. un océano:
lo mejor es que vengan.
lo mejor es que vean. mis obras:
una gota cayendo. sobre. contra. cien años de: la injusticia
de un siglo. océano. un. la raza explotadora. contra.
allí mis obras: a mí me ha tocado.
a mí: destruir con mis obras. contra toda. mis obras nacen.
destruir: la limosna. yo se que aún.
destruir: las monedas que dejaban caer. una gota. miserables.
las monedas: frías.
mis obras contra. mis obras nacen. un siglo:
el alma estrecha de. miserables. allí la oligarquía. toda.
los asilos: allí se pinta. cien años. la injusticia que es: un océano.
a mí me ha tocado: destruir. contra. allí yo pongo: mis obras. nacen
las paredes deben ser: nacen.
las mesas deben ser. nacen.
las vajillas deben ser. nacen.
las ropas deben ser. nacen.
los dormitorios deben ser. nacen.
las flores deben ser. nacen.
es mejor que vengan.
es mejor que vean.
allí yo: nacen. una gota cayendo. mis obras contra. yo se que aún.
una gota en un océano: cayendo. allí.
un océano de: que es este mundo. una gota cayendo en: la
injusticia. un océano. mis obras contra. yo sé que aún.
XVI
no funcionario: pájaro. así lo he querido. la libertad:
yo siempre.
la revolución: yo siempre. creo que nací para.
así: pájaro suelto en un bosque. inmenso.
pájaro no encadenado. no a la gran máquina. no al estado.
pájaro: no a sueldo. ningún. no funcionario.
pájaro: siempre me gustó. he querido vivir, creo que nací.
suelto. así lo he: yo siempre. el aire. el libre.
no al estado. no a la gran.
la libertad: yo. pájaro: creo que nací
VXII
pronto
pronto
un sentimiento que:
la Causa como . el caso que me toca, quiero explicarme aquí:
los ricos como árboles los pobres como.
revelación: como si me clavase: íntimamente.
y lo sentí: pronto pronto.
como si.
el caso que me toca: que.
que: una marca. mi día: fuego. un momento hay. un maravilloso hay.
pronto:
pronto
¡esa es! ¡esa es! apedreada. la cosa por. la revolución por.
pronto:
pronto:
desde los bordes. esto: cada golpe. los puñetazos bajo el cielo.
quiero explicarme aquí. esto: cada golpe. aquí esto: los corazones.
el líder él. el cóndor él. aquí esto: un sol que hay que mirarlo.
una fuerza. quiero: para mí os obreros.
para mí los que cruzaron. para mí los que hogueras:
¡ellos son!
¡yo los he!
pronto pronto: y lo declaro. y lo sentí. revelación: mi vida es.
no digo Dios. creo. aquí estoy: una providencia.
un sol: fuego. no funcionario: pájaro. creo que nací. perdóneseme.
quiero explicarme: esto.
los enemigos. los comunes. los eternos. juramentándose. un
sentimiento que.
pronto
pronto.
allí yo pongo: mis obras. las paredes nacen. las mesas.
allí; un océano. la injusticia: allí yo. por mi manera.
allí la esperanza. la enorme. la tremenda. quedida. Evita.
para mí el pueblo. para mí los obreros. mi vida es. fue: una fuerza.
un sol. para mí: ¡yo los he!
para mí los humildes: tierra ataúd. miseria ataúd. sin: peores que.
allí yo fuego. allí yo pongo.
pronto
pronto.
XVIII
Ya: lo que quise decir está.
pero además; darse. el amor es.
darse.
Ya. lo dicho. lo que quise. el amor. la vida es:
dar la vida. darse. ya: hasta el fin.
ya: la razón. ya. la vida. la razón es. la vida es.
la razón de mi: darse. abrirse
la vida de mi: darse. ya. lo que quise. pero además.
la razón de mi vida es. la razón de mi muerte es: la Causa es.
ya: hasta el fin. mi misión: dar.
mi camino: dar. darse. veo. la vida de mí.
mi horizonte: dar. darse.
Ya: lo que quise, mi palabra
está.
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ºLA RAZON DE MI VIDA
ºLA RAZON DE MI VIDA
Eva Perón
UN
CASO DE AZAR
Mucha
gente no se puede explicar el caso que me toca vivir.
Yo
misma, muchas veces, me he quedado pensando en todo esto que ahora es mi vida.
Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar... ¡ esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!
Algunos de mis contemporáneos lo atribuyen todo al azar... ¡ esa cosa rara e inexplicable que no explica tampoco nada!
No.
no es el azar lo que me ha traído a este lugar que ocupo, a esta vida que
llevo.
Claro que todo esto sería absurdo como es el azar si fuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a primeras yo, "una mujer superficial, escasa de preparación, vulgar, ajena a los intereses de mi Patria, extraña a los dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sin nada serio en la cabeza, me hice de pronto fanática en la lucha por la causa del pueblo y que haciendo mía esa causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio".
Claro que todo esto sería absurdo como es el azar si fuese cierto lo que mis supercríticos afirman cuando dicen que de buenas a primeras yo, "una mujer superficial, escasa de preparación, vulgar, ajena a los intereses de mi Patria, extraña a los dolores de mi pueblo, indiferente a la justicia social y sin nada serio en la cabeza, me hice de pronto fanática en la lucha por la causa del pueblo y que haciendo mía esa causa me decidí a vivir una vida de incomprensible sacrificio".
Yo
misma quiero explicarme aquí.
Para
eso he decidido escribir estos apuntes.
Confieso
que no lo hago para contradecir o refutara nadie.
¡Quiero
más bien que los hombres y mujeres de mi pueblo sepan cómo siento y cómo
pienso...!
quiero
que sienta conmigo las cosas grandes que mi corazón experimenta.
Seguramente,
muchas de las cosas que diré son enseñanzas que yo recibí gratuitamente de
Perón y no tengo tampoco derecho a guardar como un secreto.
UN
GRAN SENTIMIENTO
He
tenido que remontarme hacia atrás en el curso de mi vida para hallar la primera
razón de todo lo que ahora me está ocurriendo.
Tal
vez halla dicho mal diciendo "la primera razón"; porque la verdad es
que siempre he actuado en mi vida más bien impulsada y guiada por mis
sentimientos.
Hoy
mismo, en este torrente de cosas que debo realizar, me dejo conducir muchas
veces, casi siempre, más por lo que siento que por otros motivos.
En
mi, la razón tiene que explicar, a menudo, lo que siento; y por eso, para
explicar mi vida de hoy, es decir lo que hago, de acuerdo con lo que mi alma
siente, tuve que ir a buscar, en mis primeros años, los primeros sentimientos
que hacen razonable, o por lo menos explicable, todo lo que es para mis
supercríticos un "incomprensible sacrificio"que para mí, ni es
sacrificio, ni es incomprensible.
He
hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí, en
forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a
la injusticia.
Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente.
Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente.
Recuerdo
muy bien que estuve muchos días tristes cuando me enteré que en el mundo había
pobres y había ricos; y lo extraño es que no me doliese tanto la existencia de
los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos.
LA
CAUSA DEL "SACRIFICIO INCOMPRENSIBLE"
El
tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis
soledades. Creo que nunca lo comenté con otras personas, ni siquiera con mi
madre, pero pensaba en él frecuentemente.
Me
faltaba sin embargo, todavía, dar un paso más en el camino de mis descubrimientos.
Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes.
Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes.
Me
faltaba conocer todavía la tercera dimensión de la injusticia.
Hasta
los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como
había árboles.
Un
día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres
porque los ricos eran demasiados ricos; y aquella revelación me produjo una
impresión muy fuerte.
Relacioné aquella opinión con todas las cosas que había pensado sobre el tema... y casi de golpe me di cuenta que aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento, "sentí", que era verdad.
Relacioné aquella opinión con todas las cosas que había pensado sobre el tema... y casi de golpe me di cuenta que aquel hombre tenía razón. Más que creerlo por un razonamiento, "sentí", que era verdad.
Por
otra parte, ya en aquellos tiempos creía más en lo que decían los pobres que
los ricos porque me parecían más sinceros, más francos y también más buenos.
Con aquel último paso había llegado a conocer la tercera dimensión de la
justicia social.
Este
último paso del descubrimiento de la vida y del problema social lo da
indudablemente mucha gente. La mayoría de los hombres y mujeres saben que hay
pobres porque hay ricos pero lo aprende insensiblemente y tal vez por eso les
parece natural y lógico.
Yo
reconozco que lo supe casi de golpe y que lo supe sufriendo y declaro que nunca
me pareció ni lógico ni natural.
Sentí,
ya entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como
sentimiento de indignación. No comprendía que habiendo pobres hubiese ricos y
que el afán de éstos por la riqueza fuese la causa de la pobreza de tanta
gente.
Nunca
pude pensar, desde entonces, en esa injusticia sin indignarme, y pensar en ella
me produjo siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar
el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar.
Ahora
pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años
de la vida. Hasta los pobres que la miseria que padecen es natural y lógica. Se
acostumbra a verla o sufrirla como es posible acostumbrarse a un veneno
poderoso.
Yo
no pude acostumbrarme al veneno y nunca, desde los once años, me pareció
natural y lógica la injusticia social.
Esto
es tal vez lo único inexplicable de mi vida; lo único que ciertamente aparece
en mí sin causa alguna.
Creo
que así como algunas personas tienen una especial disposición del espíritu para
sentir la belleza como no la sienten todos, más intensamente que los demás, y
son por eso poetas o pintores o músicos, yo tengo, y ha nacido conmigo, una
particular disposición del espíritu que me hace sentir la injusticia de manera
especial, con una rara y dolorosa intensidad.
¿
Puede un pintor decir por qué él ve y siente los colores? ¿ Puede un poeta
explicar por qué es poeta?
Tal
vez por eso yo no pueda decir jamás por qué "siento"la injusticia con
dolor y por qué no terminé nunca de aceptarla como cosa natural, como lo acepta
la mayoría de los hombres.
Pero,
aunque no pueda explicarse a sí mismo, lo cierto es que mi sentimiento de
indignación por la justicia social es la fuerza que me ha llevado de la mano,
desde mis primeros recuerdos, hasta aquí...y que ésa es la causa última que
explica cómo una mujer que apareció alguna vez a la mirada de algunos como
"superficial, vulgar e indiferente", pueda decidirse a realizar una
vida de "incomprensible sacrificio".
ALGÚN
DÍA TODO CAMBIARÁ
Nunca
pensé, sin embargo, que me iba a tocar una participación tan directa en la
lucha de mi pueblo por la justicia social.
Débil
mujer al fin, yo nunca me imaginé que el grave problema de los pobres y de los
ricos iba a golpear un día tan directamente a las puertas de mi corazón
reclamando mi humilde esfuerzo para una solución en mi Patria.
A
medida que avanzaba en la vida, eso sí, el problema me rodeaba cada día más.
Tal vez por eso intenté evadirme de mí misma, olvidarme de mi único tema: y me
entregué intensamente a mi extraña y profunda vocación artística.
Recuerdo
que, siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como si quisiese decir
siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi
corazón.
¡Cuando ahora hablo a los hombres y mujeres de mi pueblo siento que estoy expresando "aquello" que intentaba decir cuando declamaba en las fiestas de mi escuela!.
¡Cuando ahora hablo a los hombres y mujeres de mi pueblo siento que estoy expresando "aquello" que intentaba decir cuando declamaba en las fiestas de mi escuela!.
Mi
vocación artística me hizo conocer otros paisajes: dejé de ver las injusticias
vulgares de todos los días y empecé a vislumbrar primero y a conocer después
las grandes injusticias; y no solamente las vi en la ficción que representaba
sino que también en la realidad de mi nueva vida.
Quería
no ver, no darme cuenta, no mirar la desgracia, el infortunio, la miseria; pero
más quería olvidarme y más me rodeaba la injusticia.
Los
síntomas de la injusticia social en que vivía nuestra Patria se me aparecían
entonces a cada paso; en cada recodo del camino; y me acorralaban en cualquier
parte y todos los días.
Poco
a poco, mi sentimiento fundamental de indignación por la injusticia llenó la
copa de mi alma hasta el borde de mi silencio, y empecé a intervenir en algunos
conflictos...
Personalmente nada me iba en ellos y nada ganaba con meterme a querer tratar de arreglarlos; lo único que conseguía era malquistarme con todos los que, a mi modo de ver, explotaban sin misericordia la debilidad ajena. Es que eso iba resultando progresivamente superior a mis fuerzas, y mis mejores propósitos de callarme y de "no meterme" se me venían abajo en la primera ocasión.
Personalmente nada me iba en ellos y nada ganaba con meterme a querer tratar de arreglarlos; lo único que conseguía era malquistarme con todos los que, a mi modo de ver, explotaban sin misericordia la debilidad ajena. Es que eso iba resultando progresivamente superior a mis fuerzas, y mis mejores propósitos de callarme y de "no meterme" se me venían abajo en la primera ocasión.
Empezaba
a manifestarse así mi rebeldía íntima.
Reconozco
que, algunas veces, mis reacciones no fueron adecuadas y que mis palabras y mis
actos resultaron exagerados en relación con la injusticia provocadora.
¡Pero
es que yo reaccionaba más que contra "esa" injusticia, contra toda
injusticia!
Era mi desahogo, mi liberación, y el desahogo lo mismo que la liberación suelen ser a menudo exagerados, sobre todo cuando es muy grande la fuerza que oprime.
Era mi desahogo, mi liberación, y el desahogo lo mismo que la liberación suelen ser a menudo exagerados, sobre todo cuando es muy grande la fuerza que oprime.
Alguna
vez, en una de esas razones mías, recuerdo haber dicho: -Algún día todo esto
cambiará...- y no sé si eso era ruego o maldición o las dos cosas juntas.
Aunque
la frase es común en toda rebeldía, yo me reconfortaba en ella como creyese
firmemente en lo que decía. Tal vez ya entonces creía de verdad que algún día
todo sería distinto; pero lógicamente no sabía cómo ni cuando; y menos aún que
el destino me daría un lugar, muy humilde pero lugar al fin, en la hazaña
redentora.
En
el lugar donde pasé mi infancia los pobres eran muchos más que los ricos, pero
yo traté de convencerme de que debía de haber otros lugares de mi país y del
mundo en que las cosas ocurriesen de otra manera y fuesen más bien al revés.
Me
figuraba por ejemplo que las grandes ciudades eran lugares maravillosos donde
no se daba otra cosa que la riqueza; y todo lo que oía yo decir a la gente
confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran ciudad como de un paraíso
maravilloso donde todo era lindo y extraordinario y hasta me parecía entender,
de lo que decían, que incluso las personas eran allá "más personas"
que las de mi pueblo.
Un
día -habría cumplido ya los siete años- visité la ciudad por vez primera.
Llegando a ella descubrí que no era cuanto yo había imaginado. De entrada vi
sus barrios de "miseria", y por sus calles y sus casas supe que en la
ciudad también había pobres y que había ricos.
Aquella
comprobación debió dolerme hondamente porque cada vez que regreso de mis viajes
al interior del país llego a la ciudad me acuerdo de aquel primer encuentro con
su grandeza y su miseria; y vuelvo a experimentar la sensación de íntima
tristeza que tuve entonces.
Solamente
una vez en mi vida he tenido una tristeza igual a la de aquella desilusión; fue
cuando supe que los Reyes Magos no pasaban de verdad con sus camellos y con sus
regalos.
Así
mi descubrimiento de que también en la ciudad había pobres y que, por lo tanto,
estaban en todas partes, en todo el mundo, me dejó una marca dolorosa en el
corazón.
Aquel mismo día descubrí también que los pobres eran indudablemente más que los ricos y no sólo en mi pueblo sino en todas partes.
Aquel mismo día descubrí también que los pobres eran indudablemente más que los ricos y no sólo en mi pueblo sino en todas partes.
ME
RESIGNÉ A SER VÍCTIMA
Un
día me asomé, por la curiosidad que derivaba de mi inclinación, a la prensa que
se decía del pueblo.
Buscaba
una compañía... ¿No es acaso verdad que casi siempre, en los libros, en los libros
y diarios que leemos, buscamos más una compañía que un camino para recorrer o
una guía que nos conduzca?
Por
eso tal vez leí la prensa de izquierda de nuestro país; pero no encontré en
ella ni compañía, ni camino y menos quien me guiase.
Los
"diarios del pueblo" condenaban, es verdad, al capital y a
determinados ricos con lenguaje duro y fuerte, señalando los defectos del
régimen social oprobioso que aguantaba el país.
Pero
en los detalles, y aún en el fondo de la prédica que sostenían, se veía fácilmente
la influencia de ideas remotas, muy alejadas de todo lo argentino; sistemas y
fórmulas ajenas de hombres extraños a nuestra tierra y a nuestros sentimientos.
Se
veía bien claro que lo que ellos deseaban para el pueblo argentino no vendría
del mismo pueblo. Y esta comprobación me puso de inmediato en guardia...
Me
repugnaba asimismo otra cosa: que la fórmula para la solución de la injusticia
social fuese un sistema igual y común para todos los países y para todos los
pueblos y yo no podía concebir que para destruir un mal tan grande fuese
necesario atacar y aniquilar algo tan natural y tan grande también como es la
Patria.
Quiero
aclarar aquí que hasta no hace muchos años, en este país, muchos
"dirigentes" sindicales (a sueldo) consideraban que la Patria y sus
símbolos eran prejuicios del capitalismo, lo mismo que la religión.
El
cambio que después hicieron es otra razón que me hizo desconfiar de la
sinceridad de estos "ardientes defensores del pueblo".
La
lectura de la prensa que ellos difundían me llevó, eso sí, a la conclusión de
que la injusticia social de mi Patria sólo podría ser aniquilada por una
revolución; pero me resultaba imposible aceptarla como una revolución
internacional venida desde afuera y creada por hombres extraños a nuestra
manera de ser y de pensar.
Yo
sólo podía concebir soluciones caseras, resolviendo problemas a la vista,
soluciones si9mples y no complicadas teorías económicas; en fin, soluciones
patrióticas, nacionales como el propio pueblo que debían redimir.
¿Para
qué -me decía yo- aumentar, por otra parte, la desgracia de los que padecen la
injusticia quitándoles, de ese mundo que estaban acostumbrados a contemplar, la
visión de la Patria y de la Fe?
Me
decía que era como quitar el cielo de un paisaje.
¿Por
qué, en vez de atacar constantemente a la Patria y a la religión, no trataban
los "dirigentes del pueblo" de poner esas fuerzas morales al servicio
de la causa de la redención del pueblo?
Sospeché
que aquella gente trabajaba más por el bienestar de los obreros, por debilitar
a la nación en sus fuerzas morales.
¡No
me gustó el remedio para la enfermedad!
Yo
sabía poco pero me guiaba mi corazón y mi sentido común y volví a mis
pensamientos de antes y a mis propios pensamientos, convencida de que no tenía
nada que hacer en aquella clase de luchas.
Me
resigné a vivir en la íntima rebeldía de mi indignación.
A
mi natural indignación por la injusticia social se añadió, desde entonces, la
indignación que habían levantado en mi corazón, las soluciones que proponían y
la deslealtad de los presuntos "conductores del pueblo" que acababa
de conocer.
¡Me
resigné a ser víctima!.
MI
DÍA MARAVILLOSO
En
todas las vidas hay un momento que parece definitivo.
Es
el día en que una cree que ha empezado a recorrer un camino monótono, sin
altibajos, sin recodos, sin paisajes nuevos. Una cree que, desde ese momento en
adelante, toda la vida ha de hacer ya siempre las mismas cosas, ha de cumplir
las mismas actividades cotidianas, y que el rumbo del camino está en cierto
modo tomado definitivamente.
Eso,
más o menos, me sucedió en aquel momento de mi vida.
Dije
que me había resignado a ser víctima. Más aún: me había resignada a vivir una
vida común, monótona, que me parecía estéril pero que consideraba inevitable. Y
no veía ninguna esperanza de salir de ella. Por otra parte, aquella vida mía,
agitada dentro de su monotonía, no me daba tiempo para nada.
Pero,
en el fondo de mi alma, no podía resignarme a que aquello fuese definitivo.
Por fin llegó "mi día maravilloso".
Por fin llegó "mi día maravilloso".
Todos,
o casi todos, tenemos en la vida un "día maravilloso".
Para
mí, fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón.
El
encuentro me ha dejado en mi corazón una estampa indeleble; y no puedo dejar de
pintarla porque ella señala el comienzo de mi verdadera vida.
Ahora
sé que los hombres se clasifican en dos grupos: uno, grande, infinitamente
numeroso, es el de los que afanan por las cosas vulgares y comunes; y que no se
mueven sino por caminos conocidos que otros ya han recorrido. Se conforman con
alcanzar un éxito. El otro grupo, pequeño, muy pequeño, es el de los hombres
que conceden un valor extraordinario a todo aquello que es necesario hacer.
Estos no se conforman sino con la gloria. Aspiran ya el aire del siglo
siguiente, que ha de cantar sus glorias y viven casi en la eternidad.
Hombres
para quienes un camino nuevo ejerce siempre una atracción irresistible. Para
Alejandro fue el camino de Persia, para Colón el camino de las Indias, para
Napoleón el que conducía al imperio del mundo, para San Martín el camino
llevaba a la libertad de América.
A esta clase de hombres pertenecía el hombre que yo encontré.
A esta clase de hombres pertenecía el hombre que yo encontré.
En
mi país lo que estaba por hacer era nada menos que una revolución.
Cuando
la "cosa por hacer" es una revolución, entonces el grupo de hombres
capaces de recorrer ese camino hasta el fin se reduce a veces al extremo de
desaparecer.
Muchas
revoluciones han sido iniciadas aquí y en todos los países del mundo. Pero una
revolución es siempre un camino nuevo cuyo recorrido es difícil y no está hecho
sino para quienes sienten la atracción irresistible de las empresas
arriesgadas.
Por
eso fracasaron y fracasan todos los días revoluciones deseadas por el pueblo y
aún realizadas con su apoyo total.
Cuando
la segunda guerra mundial aflojó un poco la influencia de los imperialismos que
protegían a la oligarquía entronizada en el gobierno de nuestro país, un grupo
de hombres decidió hacer la revolución que el pueblo deseaba.
Aquel
grupo de hombres intentaba, pues, el camino nuevo; pero después de los primeros
encuentros con la dura realidad de las dificultades... y "la
Revolución" fue quedando poco a poco en medio de la calle, en el aire del
país, en la esperanza del pueblo como algo que todavía era necesario realizar.
Sin
embargo, entre los gestores de aquel movimiento, un hombre insistía en avanzar
por el camino difícil.
Yo
lo vi aparecer, desde el mirador de mi vieja inquietud interior. Era
evidentemente distinto de todos los demás. Otros gritaban "fuego" y
mandaban avanzar.
Él
gritaba "fuego" y avanzaba él mismo, decidido y tenaz en una sola dirección,
sin titubear ante ningún obstáculo.
En
aquel momento sentí que un grito y su camino eran mi propio grito y mi propio
camino.
Me puse a su lado. Quizás ello le llamó la atención y cuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: Si es, como usted dice, la causa del pueblo su propia causa, por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer.
Me puse a su lado. Quizás ello le llamó la atención y cuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: Si es, como usted dice, la causa del pueblo su propia causa, por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer.
Él
aceptó mi ofrecimiento.
Aquél
fue "mi día maravilloso".
¡SI,
ESTE ES EL HOMBRE DE MI PUEBLO!
Pronto,
desde los bordes del camino, los "hombres comunes" empezaron a
apedrearnos con amenazas, insultos y calumnias.
Los
"hombres comunes" son los eternos enemigos de toda cosa nueva, de
todo progreso, de toda idea extraordinaria y por lo tanto de toda revolución.
Por
eso dijo alguien "el hombre mediocre es el más feroz y más frío enemigo
del hombre de genio".
Todo
lo extraordinario es para ellos locura imperdonable, fanatismo exagerado y
peligroso.
Yo los he visto y los veo todavía mirándome "compasivos" y "misericordiosos" con ese aire de superioridad que los define...
Yo los he visto y los veo todavía mirándome "compasivos" y "misericordiosos" con ese aire de superioridad que los define...
Nunca
entenderán cómo y por qué alguien puede hacer una cosa distinta de la que ellos
piensan ¡y nunca hacen nada que no sea para ellos!
Lo
vieron avanzar a Perón y primero se reían de él creyéndole y aún diciéndole
loco.
Pero
cuando descubrieron que el loco incendiaba y que el incendio se propagaba por
todas partes y ya les tocaba en sus intereses y en sus ambiciones, entonces se
alarmaron y organizándose en la sombra se juramentaron para hacerlo desaparecer.
No
contaron con el pueblo. Nunca se les había ocurrido pensar en el pueblo ni
imaginaron que el pueblo podría alguna vez por sí mismo hacer su voluntad y
decidir su destino.
¿Por
qué los hombres humildes, los obreros de mi país no reaccionaron como los
"hombres comunes" y en cambio comprendieron a Perón y creyeron en él?
La
explicación es una sola: basta verlo a Perón para creer en él, en su
sinceridad, en su lealtad y en su franqueza.
Ellos
lo vieron y creyeron.
Se
repitió aquí el caso de Belén, hace dos mil años; los primeros en creer fueron
los humildes, no los ricos, ni los sabios, ni los poderosos.
Es
que ricos y sabios y poderosos deben tener el alma casi siempre cerrada por el
egoísmo y la avaricia.
En
cambio los pobres, lo mismo que en Belén, viven y duermen al aire libre y las
ventanas de sus almas sencillas están casi siempre abiertas a las cosas
extraordinarias.
Por
eso vieron y creyeron. Vieron también cómo un hombre se lo jugaba todo por
ellos. Yo sé bien cuantas veces él apostó todo a una sola carta por el pueblo.
Felizmente
ganó. De lo contrario hubiese perdido todo, incluso la vida.
Yo,
mientras tanto, cumplía mi promesa de estar a su lado.
Sostenía
la lámpara que iluminaba sus noches; enardeciéndole como pude y como supe,
cubriéndole la espalda con mi amor y con mi fe.
Muchas
veces lo vi, desde un rincón en su despacho en la querida Secretaría de Trabajo
y Previsión, él escuchando a los humildes obreros de mi Patria. Hablando con
ellos de sus problemas, dándoles las soluciones que venían reclamando desde
hacía muchos años.
Nunca
se borrarán de mi memoria aquellos cuadros iniciales de nuestra vida común.
Allí
le conocí franco y cordial, sincero y humilde, generoso e incansable, allí
vislumbré la grandeza de su alma y la intrepidez de su corazón.
Viéndolo
se me ensanchaba el espíritu como si todo aquello fuese cielo y aire puro. La
vieja angustia de mi corazón empezaba a deshacerse en mí como la escarcha y la
nieve bajo el sol. Y me sentía infinitamente feliz. Y me decía a mí misma, cada
vez con más fuerza: Sí, este es el hombre. Es el hombre de mi pueblo. Nadie
puede compararse a él.
Y cuando le veía estrechar las manos callosas y duras de los trabajadores yo no podía dejar de pensar que en él y por él mi pueblo por primera vez, daba la mano con la felicidad.
Y cuando le veía estrechar las manos callosas y duras de los trabajadores yo no podía dejar de pensar que en él y por él mi pueblo por primera vez, daba la mano con la felicidad.
LA
HORA DE MI SOLEDAD
El
incendio seguía avanzando con nosotros. Los "hombres comunes"de la
oligarquía cómoda y tranquila empezaron a pensar que era necesario acabar con
el incendiario. Creían que con eso acabaría el incendio.
Por
fin se decidieron a realizar sus planes.
Esto
sucedió en la última hora de la Argentina oligárquica. ¡ Después, amaneció...!
Durante casi ocho días lo tuvieron a Perón entre sus manos.
Durante casi ocho días lo tuvieron a Perón entre sus manos.
Yo
no estuve en la cárcel con él; pero aquellos ocho días me duelen todavía; y
más, mucho más, que si los hubiese podido pasar en su compañía, compartiendo su
angustia.
Al partir me recomendó que estuviese tranquila. Confieso que nunca lo vi tan magnífico en su serenidad. Recuerdo que un Embajador amigo vino a ofrecerle el amparo de una nación extranjera. En pocas palabras y con un gesto simple decidió quedarse en su Patria, para afrontarlo todo entre los suyos.
Al partir me recomendó que estuviese tranquila. Confieso que nunca lo vi tan magnífico en su serenidad. Recuerdo que un Embajador amigo vino a ofrecerle el amparo de una nación extranjera. En pocas palabras y con un gesto simple decidió quedarse en su Patria, para afrontarlo todo entre los suyos.
Desde
que Perón se fue hasta que el pueblo lo reconquistó para él-¡ y para mí! -mis
días fueron jornadas de dolor y de fiebre.
Me
largué a la calle buscando a los amigos que podían hacer todavía alguna cosa
por él.
Fui así, de puerta en puerta. En ese penoso e incesante caminar sentía arder en mi corazón la llama de su incendio, que quemaba mi absoluta pequeñez.
Fui así, de puerta en puerta. En ese penoso e incesante caminar sentía arder en mi corazón la llama de su incendio, que quemaba mi absoluta pequeñez.
Nunca
me sentí-lo digo de verdad-tan pequeña, tan poca cosa como en aquellos ocho
días memorables.
Anduve
por todos los barrios de la gran ciudad. Desde entonces conozco todo el
muestrario de corazones que laten bajo el cielo de mi Patria.
A
medida que iba descendiendo desde los barrios orgullosos y ricos a los pobres y
humildes las puertas se iban abriendo generosamente, con más cordialidad.
Arriba
conocí únicamente corazones fríos, calculadores, "prudentes"corazones
de "hombres comunes"incapaces de pensar o de hacer nada
extraordinario, corazones cuyo contacto me dio náuseas, asco y vergüenza.
¡
Esto fue lo peor de mi calvario por la gran ciudad. ! La cobardía de los
hombres que pudieron hacer algo y no lo hicieron, lavándose las manos como
Pilatos, me dolió mas que los bárbaros puñetazos que me dieron cuando un grupo
de cobardes me denunció gritando: -¡Esa es Evita!
estos
golpes, en cambio, me hicieron bien.
Por
cada golpe me parecía morir y sin embargo a cada golpe e sentía nacer. Algo
rudo pero al mismo tiempo inefable fue aquel bautismo de dolor que me purificó
de toda duda y de toda cobardía.
¿
Acaso no le había dicho yo a él: -...por muy lejos que haya que ir en el
sacrificio no dejaré de estar a su lado, hasta desfallecer?
Desde
aquel día pienso que no debe ser muy difícil morir por una causa que se ama. O
simplemente: morir por amor.
UNA
GRAN LUZ
Conservo
muchos recuerdos de aquellos días de angustias y amarguras.
Al
lado de las sombras que fueron la traición y la cobardía de muchos aparecen,
entre mis recuerdos, los gestos iluminados de la lealtad y del valor.
Pero
yo no quiero escribir todavía en detalle todo eso.
La
semana de octubre de 1945 es un paisaje de muchas sombras y de muchas luces.
Será mejor que no nos acerquemos demasiado a él... y que más bien lo veamos
otra vez, desde más lejos. Esto no me impide decir sin embargo con absoluta
franqueza, y como un anticipo de cuanto alguna vez he de escribir en detalle,
que la luz vino únicamente desde el pueblo.
En
este libro, que quiere exponer las causas y los objetivos de la misión que me
he propuesto cumplir, no puedo dejar de recordar un episodio que figura en mi
espíritu como una razón fundamental de lo que soy en esta hora de mi Patria, y
que por sus hondas sugerencias contribuyó a conducirme al puesto que ahora
ocupo en el Movimiento Justicialista.
Recuerdo
que en mi soledad y en mi amargura, y mientras recorría la gran ciudad,
esperaba a cada instante recibir algún mensaje del líder ausente y prisionero.
Me imaginaba que de alguna manera él se ingeniaría para hacerme saber cómo
estaba y dónde estaba; y esperaba sus noticias con el alma en un hilo,
torturada por la angustia.
Conservo
de aquellos días varios mensajes manuscritos por él; y en todos ellos aparece,
en su letra clara, firme y decidida, la serenidad con que su espíritu afrontaba
los acontecimientos.
En
todos sus mensajes no hizo otra cosa que recomendarme a sus obreros "que
estuviesen tranquilos, que no se preocupasen por él, que no creasen situaciones
de violencia...".
Yo
-lo confieso honradamente- busqué con afán en todas sus cartas, una palabra que
me dijese su amor.
En
cambio casi no hablaba sino de sus "trabajadores"..., a quienes por
aquellos días la oligarquía, suelta por las calles, empezó a llamar
"descamisados".
Su
rara insistencia me iluminó: ¡aquel "encargarme de sus trabajadores"
era su palabra de amor, su más sentida palabra de amor!
Comprender
aquello fue -y lo es todavía- una gran luz en mi vida.
A
mí, a una humilde y pequeña mujer, me encomendaba el cuidado de sus
trabajadores, lo que él más quería. Y yo me dije a mí misma: -Pudo
encomendárselo a otros, a cualquiera de sus amigos, incluso a algún dirigente
gremial...pero no, quise que fuese yo...¡una mujer que no sabe otra cosa que
quererlo!
Esa
era sin duda la prueba absoluta de su amor. Pero una prueba que exigía
respuesta; y yo se la di.
Se
la di entonces y se la sigo dando. Mientras viva no me olvidaré que él, Perón,
me encomendó a sus descamisados en la hora más difícil de su vida.
¡Mientras
yo viva no me olvidaré que él, cuando quiso probarme su amor, me encargó que
cuidase a sus obreros!
Él
no encontró mejor manera de expresarme su amor y ahora estoy segura que eligió
la más pura y la más grande manera de decírmelo.
Desde
entonces, cuando yo quiero a mi vez expresarle mi amor de mujer -¡y quiero
expresárselo permanentemente!- no encuentro tampoco una manera más pura ni más
grande que la de ofrecerle un poco de mi vida, quemándola por amor a sus
"descamisados".
Esto,
por otra parte, es mi deber de gratitud para con él y para con ellos y yo lo
cumplo alegremente, feliz, como se cumplen todos los deberes que impone el
amor.
VOCACIÓN
Y DESTINO
No,
no fue el azar la causa de todo esto que soy, en mi país y para mi pueblo. Creo
firmemente que he sido forjada para el trabajo que realizo y la vida que llevo.
Cuando
analizo, en la intimidad de mi alma, el caso que me ha tocado vivir, más y más
me convenzo de la mentira que son el azar y la casualidad.
Si
el azar y la casualidad gobernaran el mundo todo sería un grotesco caos; y no podríamos
vivir en un escenario tan variable. No, el azar no gobierna al mundo ni a los
hombres. Por fortuna, gracias a Dios las cosas suceden de otra manera que unos
llaman Destino y otros Providencia y casi todos atribuimos a Dios.
Yo
creo firmemente que, en verdad, existe una fuerza desconocida que prepara a los
hombres y a las mujeres para el cumplimiento de la misión particular que cada
uno debe realizar.
Si
esa fuerza es maravillosamente divina o ha sido puesta por Dios en la
naturaleza de la sociedad o del alma humana, yo no lo sé ni pretendo
averiguarlo, pero creo que existe y que nos conduce sin forzarnos con tal que
nosotros no le neguemos nuestra generosidad.
Lo indudable es que esta solución espiritual es también mas fecunda que a otra del azar: el que se cree hijo de la suerte no se siente obligado a nada, puesto que el azar no tiene personalidad ni puede tener exigencias de ninguna clase: pero el que sabe hijo de un Destino o dela Providencia o de una fuerza desconocida pero de un origen superior a su vida y a su naturaleza, tiene que sentirse responsable de la misión que le ha sido encomendada.
Lo indudable es que esta solución espiritual es también mas fecunda que a otra del azar: el que se cree hijo de la suerte no se siente obligado a nada, puesto que el azar no tiene personalidad ni puede tener exigencias de ninguna clase: pero el que sabe hijo de un Destino o dela Providencia o de una fuerza desconocida pero de un origen superior a su vida y a su naturaleza, tiene que sentirse responsable de la misión que le ha sido encomendada.
Perdónense
estas explicaciones que, sin quererlo, casi han venido a dar con cierto tono de
filosofía que no entiendo y no deseo hacer.
Sin
embargo pienso que debí decir todo cuanto he dicho en primer lugar porque así
lo siento y en segundo lugar porque me parece una cosa de simple sentido común.
Mi vida es una prueba de todo lo que he dicho. Si no hubiese llegado a ser lo que soy, toda mi vida hubiese quedado sin explicación.
Mi vida es una prueba de todo lo que he dicho. Si no hubiese llegado a ser lo que soy, toda mi vida hubiese quedado sin explicación.
¿
Por qué yo he sufrido siempre ante la injusticia? ¿Por qué yo no me resigné
jamás a ver pobres y ricos como una cosa natural y lógica? ¿ Por qué siempre
sentí indignación ante los dueños del poder y del dinero que explotaban a los
humildes y a los pobres?
¿ Por qué no pude librarme nunca de aquella angustia íntima que me ahogaba?
¿ Por qué hasta "mi día maravilloso"me sentí sola, desconcertada, como si mi vida no tuviese sentido, ni razón?
¿ Por qué no pude librarme nunca de aquella angustia íntima que me ahogaba?
¿ Por qué hasta "mi día maravilloso"me sentí sola, desconcertada, como si mi vida no tuviese sentido, ni razón?
Demasiadas
preguntas hubiesen quedado sin respuesta si no hubiese encontrado a Perón en mi
camino, y en él, la causa de mi pueblo.
No,
no es el azar lo que pone a los hombres y a las mujeres al frente de las
grandes causas.
Por
el contrario, parece como que las grandes causas preparasen el alma de sus
hombres y de sus mujeres. Esto en parte puede ser vocación, pero además hay
evidentemente otra cuya explicación no está en nosotros, ni está librada a la
suerte del azar.
Por
eso yo me permito insistir todavía en este tema con dos palabras más, que quisieran
ser de humilde consejo.
Creo
que alguien se ve, de pronto, llevado a un puesto de responsabilidad en la
lucha por una gran causa, debe buscar, en su vida y en sus recuerdos, la
explicación de su caso; y la hallará sin duda.
Así
sentirá todo el peso de su responsabilidad y trabajará lealmente por la causa
que sirve.
Y pienso también que los que sean espectadores de un hecho tal no deben atribuirlo sin más trámite al azar. ¿ No sería más sensato aceptar la presencia de algo más?
Y conste que yo no digo que sea directamente Dios quien determine todas estas cosas, pero sí que en su magnífico ordenamiento de todas las leyes y de todas las fuerzas habrá creado alguna ley o alguna fuerza que conduce a quienes libremente y generosamente quieran dejarse conducir.
Y pienso también que los que sean espectadores de un hecho tal no deben atribuirlo sin más trámite al azar. ¿ No sería más sensato aceptar la presencia de algo más?
Y conste que yo no digo que sea directamente Dios quien determine todas estas cosas, pero sí que en su magnífico ordenamiento de todas las leyes y de todas las fuerzas habrá creado alguna ley o alguna fuerza que conduce a quienes libremente y generosamente quieran dejarse conducir.
Esta
es la humilde explicación que yo doy de mi vida y de mi caso.
Guardo
entre los manuscritos de Perón uno que escribió sobre un tema parecido poco
tiempo después de asumir la Presidencia.
En
este borrador, él abordó, con su franqueza habitual, este rato asunto de la
vocación y del destino.
Nada
me ha parecido mejor que reproducirlo tal como él lo escribió; y como allí
aparece toda su alma, en su sencillez y en su grandeza o sea en su genialidad,
yo me ahorro el grave compromiso de presentarlo...cosa que lo confieso sería
tarea imposible para mí.
Para saber cómo es el sol no basta ni su descripción ni su pintura, y nadie, si no es loco, intenta ni pintarlo ni describirlo. Para saber cómo es, hay que salir a mirarlo y aun mirándolo no se le puede ver sin deslumbrarse.
Para saber cómo es el sol no basta ni su descripción ni su pintura, y nadie, si no es loco, intenta ni pintarlo ni describirlo. Para saber cómo es, hay que salir a mirarlo y aun mirándolo no se le puede ver sin deslumbrarse.
Aquí
están sus palabras y su pensamiento, su alma y su corazón.
¡
Yo me limito a invitar que salgamos a verlo!
SOBRE
MI ELECCIÓN (De las memorias del General Perón)
En
la vida de los pueblos, como en la vida de los hombres, no todo lo hace el
destino.
Es necesario que los pueblos, como los hombres, ayuden a su destino.
Es necesario que los pueblos, como los hombres, ayuden a su destino.
En
mi vida, lo mismo que en la vida de mi pueblo, esto se cumple al pie de la
letra.
Yo estoy al frente de mi pueblo no sólo por decreto del destino. Estoy porque, sin saberlo tal vez, me preparé para esto como si hubiese sabido que algún día iba a tocarme esta responsabilidad y este privilegio.
Yo estoy al frente de mi pueblo no sólo por decreto del destino. Estoy porque, sin saberlo tal vez, me preparé para esto como si hubiese sabido que algún día iba a tocarme esta responsabilidad y este privilegio.
Y
puedo afirmar y demostrar también que mi pueblo se preparó paciente, aunque
inconscientemente, también para esta hora de su destino.
Lo
que hace la providencia es poner las circunstancias necesarias para que las
cosas sucedan luego de una manera y no de otra. Pero las cosas suceden casi
siempre por "culpa" nuestra.
Muchas
veces pienso que si hubiese nacido en cualquier otra parte de mi país tal vez
no sería hoy Presidente de la República.
Porque
naciendo en otra parte, el medio me hubiese dado otras inclinaciones... no
hubiese elegido ser militar, no hubiese aprendido allí las cosas que aprendí,
nunca me hubiese visto obligado a hacer una revolución... ¡Esas son las cosas
que están en manos de la providencia!.
Ella
combina las infinitas circunstancias y no creo que pueda averiguarse por qué ni
explicarse nada de su mecanismo.
¡Todo
lo demás lo hacemos nosotros!
Así
fue como un día me vi en una circunstancia que decidió mi destino.
El
país estaba solo. Marchaba a la deriva sin conducción y sin rumbo. Todo había
sido entregado al extranjero. El pueblo sin justicia, oprimido y negado. Países
extraños y fuerzas internacionales lo sometían a un dominio que no era muy
distinto a la opresión colonial.
Me
di cuenta de que todo eso podía remediarse.
Poco
a poco advertí que yo era quien podía remediarlo.
En
ese momento, el problema de mi país pasó a ser un problema de mi conciencia.
Lo
resolví decidiéndome por la revolución.
Esta
decisión fue "mi ayuda al destino".
Dos
años y medio después todo parecía perdido.
Había
luchado intensamente en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
El
pueblo me había comprendido. Los trabajadores de mi país conocían ya lo que era
la justicia social y me seguían casi como si yo fuese una bandera.
Lo
único que yo había hecho era decirles la verdad y darles lo que todos hasta
entonces les habían negado.
Pero
las fuerzas conjuradas de la oligarquía y de los poderes internacionales
pudieron en un momento más que el pueblo y que mi voluntad.
Fue
en octubre de 1945.
Esa
es historia conocida.
Durante
ocho días conocí todos los matices de la soledad, el abandono y la amargura.
Así
como yo había pensado un día que era necesario hacer una revolución, el pueblo
sintió -¡el pueblo siente!- que había legado un momento crucial de su historia.
Se
dio cuenta de que todo estaba perdido, pero que todo podía salvarse.
Por
suerte advirtió que eso dependería de su decisión.
Y
se decidió.
Todo
lo demás lo hizo la providencia... pero la decisión la puso el pueblo... su
decisión fue "la ayuda que el pueblo le prestó al destino".
Allí
están las razones de mi elección.
Dos
decisiones en dos momentos providenciales.
Pero
para que haya una decisión en un momento providencial es necesario estar ya
preparado para eso.
A
mí me preparó la vida misma: mi hogar paterno, mi niñez en la Patagonia bravía,
mi carrera militar, mi vida en la montaña, mis viajes por Europa... Todo eso me
acostumbró a vencer. Vencer a la naturaleza es más difícil que conducir y
dominar a los hombres, y a mí me tocó muchas veces luchar con las fuerzas
naturales y vencerlas.
Todo
eso me preparó para que empezara a sentir profundamente la suerte de mi pueblo.
Esto
me preparó para el momento de la decisión.
Para
que el pueblo, a su vez, tomara en octubre de 1945 la decisión de salvarme y
darme luego la conducción de sus destinos también fue necesario realizar una
tarea de preparación.
Esta
tarea consistió en algo así como un despertar.
Desde
1943 a
1945 el pueblo fue despertado de un viejo letargo que ya duraba más de un
siglo. Pero durante ese siglo había vivido de sus viejas glorias. No pudo
olvidar la hazaña de sus granaderos por medio continente. No pudo olvidar su
vocación por la libertad y la justicia. Por eso me resultó fácil desertarlo. Me
bastó insistir en los viejos temas de la hora inicial de su vida: la justicia,
la libertad, la independencia y la soberanía.
Mi
elección no es evidentemente una cosa del azar. La providencia hizo su parte,
indudablemente, y de eso siempre doy gracias a Dios.
Pero
el pueblo y yo lo ayudamos.
La
clase del porvenir reside en cuidar precisamente que eso no deje de ocurrir
entre nosotros.
DEMASIADO
PERONISTA
Ahora
ya pude comprender quien haya leído el capítulo precedente que siendo así Perón
en su grandeza, que unida a su sencillez lo hacen genial, sea yo como soy:
fervorosa y fanáticamente peronista.
A
veces me suele decir cariñosamente el mismo Líder que soy "demasiado
peronista".
Recuerdo que una tarde después de haberle estado hablando durante largo rato de... ¿ de qué iba a hablarle sino de él, de sus sueños, de sus realizaciones, de su doctrina, de sus conquistas? Me interrumpió para decirme:
Recuerdo que una tarde después de haberle estado hablando durante largo rato de... ¿ de qué iba a hablarle sino de él, de sus sueños, de sus realizaciones, de su doctrina, de sus conquistas? Me interrumpió para decirme:
-¡
Tanto me hablabas de Perón que voy a terminar por odiarle! -No se extrañe pues
quien buscando en estas páginas mi retrato encuentre más bien la figura de
Perón.
Es que -lo reconozco -yo he dejado de existir en mí misma y es él quien vive en mi alma, dueño de todas mis palabras y de mis sentimientos, señor absoluto de mi corazón y de mi vida.
Es que -lo reconozco -yo he dejado de existir en mí misma y es él quien vive en mi alma, dueño de todas mis palabras y de mis sentimientos, señor absoluto de mi corazón y de mi vida.
Por
otra parte, esto es un viejo milagro, un antiguo milagro del amor que a fuerza
de repetirse en el mundo ya ni siquiera nos parece milagro.
Un
día me dijeron que era demasiado peronista para que pudiese encabezar un movimiento
de las mujeres de mi Patria. Pensé muchas veces en eso y aunque de inmediato
"sentí" que no era verdad, traté durante algún tiempo de llegar a
saber por qué no era ni lógico ni razonable.
Ahora
creo que puedo dar mis conclusiones.
Si,
soy peronista, fanáticamente peronista.
Demasiado
no, demasiado sería si el peronismo no fuese como es, la causa de un hombre que
por identificarse con la causa de todo un pueblo tiene un valor infinito. Y
ante una cosa infinita no puede levantarse la palabra demasiado.
Perón
dice que soy demasiado peronista porque él no puede medir su propia grandeza
con la vara de la humildad.
Los
otros, los que piensan, sin decírmelo, que soy demasiado peronista, ésos
pertenecen a la categoría de lo "hombres comunes". ¡Y no merecen respuesta!
¿
Que por ser peronista no puedo encabezar el movimiento femenino de mi Patria?
Esto si merece una explicación.
-¿
Cómo va usted -me decían- a dirigir un movimiento feminista si usted está
fanáticamente enamorada de la causa de un hombre?
¿No,
no lo es. Yo lo "sentía". Ahora lo sé.
La
verdad, lo lógico, lo razonable es que el feminismo no se aparte de la
naturaleza misma de la mujer.
Y
lo natural en la mujer es darse, entregarse por amor, que en esa entrega está
su gloria, su salvación, su eternidad.
¿El
mejor movimiento feminista del mundo será tal vez entonces el que se entrega
por amor a la causa y a la doctrina de un hombre que ha demostrado serlo en
toda la extensión de la palabra?
De
la misma manera que una mujer alcanza su eternidad y su gloria y se salva de la
soledad y de la muerte dándose por amor a un hombre, yo pienso que tal vez
ningún movimiento feminista alcanzará en el mundo gloria y eternidad si no se
entrega a la causa de un hombre.
¡Lo
importante es que la causa y el hombre sean dignos de recibir esa entrega
total!
Yo
creo que Perón y su causa son suficientemente grandes y dignos como para
recibir el ofrecimiento total del movimiento feminista de mi Patria. Y aun más,
todas las mujeres del mundo pueden brindarse a su Justicialismo; que con ello,
entregándose por amor a una causa que ya es de la humanidad, crecerán como
mujeres.
Y
si bien es cierto que la causa misma se glorificará recibiéndolas, no es menos
cierto que ellas se glorificarán en la entrega.
Por
eso soy y seré peronista hasta mi último día, porque la causa de Perón me
glorifica y, dándome la fecundidad de su vida, me prolongará en la eternidad de
las obras que por él realizó y que seguirán viviendo como hijas mías, después
que yo me vaya.
Pero
no solamente soy peronista por la causa de Perón. Soy peronista por su persona
misma y no sabría decir por cuál de las dos razones más.
Ya
he dicho cómo y en que medida soy peronista por su causa.
¿Puedo
decir cómo y en qué medida soy peronista por él, por su persona?
Aquí
tal vez sea conveniente que den vuelta la página quienes piensan que entre
Perón y yo pudo darse un "matrimonio político".
Quienes
lo crean así no verán en esta página sino literatura o propaganda.
Nos
casamos porque nos quisimos y nos quisimos porque queríamos la misma cosa. De
distinta manera los dos habíamos deseado hacer lo mismo: él sabiendo bien lo
que quería hacer, yo, por sólo resentirlo; él, con la inteligencia; yo, con el
corazón; él, preparado para la lucha; yo, dispuesta a todo sin saber nada; él
culto y yo sencilla; él, enorme, y yo, pequeña; él, maestro, y yo, alumna. El,
la figura y yo la sombra.
¡El,
seguro de sí mismo, y yo, únicamente segura de él!
Por
eso nos casamos, aun antes de la batalla decisiva por la libertad de nuestro
pueblo con la absoluta certeza de que ni el triunfo ni la derrota, ni la gloria
ni el fracaso, podrían destruir la unidad de nuestros corazones.
¡Si,
yo estaba segura de él!
Sabía
que el poder no lo deslumbraría ni lo haría distinto.
Que
seguiría siendo lo que era: sobrio, llano, madrugador, insaciable en su sed de
justicia, sencillo y humilde; que nunca sería sino tal como o conocí: dando
generosamente y francamente su mano grande y tibia a los hombres de mi pueblo.
Sabía
que los salones estarían demás para él porque en ellos se miente demasiado como
para que eso pudiese ser soportado por un hombre de sus quilates.
Yo
tampoco ignoraba cuál tendría que ser mi conducta para que resultase armónica
con la suya.
Sabía
que para armonizar con él necesitaba subir a cumbres muy altas pero conocía
como era maravillosa su humildad descendiendo hasta mí.
Me
atrevo a decir que me propuse formalmente que él viese cada día en mí un
defecto menos hasta que no me quedase ninguno.
¿Cómo
podía desear y hacer otra cosa conociendo como conocía sus proyectos y sus
planes?
Porque
él no me conquistó con palabras bonitas y elegantes, ni con promesas formales y
risueñas. No me prometió ni gloria ni grandeza, ni honores. Nada maravilloso.
Más:
¡creo que nunca me prometió nada! Hablando del porvenir me habló siempre
únicamente de su pueblo y yo terminé por convencerme que su promesa de amor
estaba allí, en su pueblo, en mi pueblo. ¡En nuestro pueblo!
Es
muy simple todo esto.
Es
el camino que hacemos todas las mujeres cuando amamos al hombre de una causa.
Primero la causa es "su causa". Después empezamos a decirle "mi causa". Y cuando el amor alcanza su perfección definitiva, el sentimiento de admiración que nos hacía decir "su causa"y el sentimiento egoísta que no hacía decir "mi causa"son sustituidos por el sentimiento de la unidad total y decimos "nuestra causa".
Primero la causa es "su causa". Después empezamos a decirle "mi causa". Y cuando el amor alcanza su perfección definitiva, el sentimiento de admiración que nos hacía decir "su causa"y el sentimiento egoísta que no hacía decir "mi causa"son sustituidos por el sentimiento de la unidad total y decimos "nuestra causa".
Cuando
llega este momento no se puede decir ya si el amor por la causa es mayor o
menor que el amor por el hombre de esa causa. Yo pienso que los dos son una
sola cosa.
Por
eso digo ahora: ¡ Si, soy peronista, fanáticamente peronista pero no sabría
decir que amo más : si a Perón o a su causa; que para mi, todo es una sola
cosa, todo es un solo amor; y cuando digo en mis discursos y en mis
conversaciones que la causa de Perón es la causa del pueblo, y que Perón es la
Patria y es el pueblo, no hago sino dar prueba de que todo, en mi vida, está
sellado por un solo amor.
EL
APRENDIZAJE
¿Puedo
seguir hablando de Perón?
Aunque
alguien diga-¡ y vaya si se ha dicho!-que eso no es elegante ni es inteligente,
tengo que seguir haciendo el elogio de mi Líder.
¿Quién
si no podrá hacerlo bien? Yo le conozco como mujer y como peronista; le conozco
en su misión de Presidente y en su vida hogareña; sé cómo trabaja y cómo
descansa, cómo habla y cómo calla, cómo goza y cómo sufre. Conozco sus pequeños
gestos que sólo pueden nacer de las grandes almas.
Yo
sería desleal con mi pueblo si no hablase de él. Por otra parte nadie puede
pensar que mi elogio tenga algún interés.
Ya
de él he recibido todo cuanto podría pretender; mucho más de lo que yo merecía.
Y no es por gratitud tampoco que siempre hablo de él, en todas partes, en todos mis discursos y en todas mis conversaciones sin ninguna excepción. Hablo de él simplemente por necesidad, por la misma razón que los poetas hacen versos y las rosas florecen.
Y no es por gratitud tampoco que siempre hablo de él, en todas partes, en todos mis discursos y en todas mis conversaciones sin ninguna excepción. Hablo de él simplemente por necesidad, por la misma razón que los poetas hacen versos y las rosas florecen.
Recuerdo
como él, por ejemplo, fue enseñándome su doctrina, mostrándome sus planes,
haciéndome conocer los grandes problemas de la vida nacional; y cómo me hizo
distinguir lo posible de lo imposible, lo ideal de lo práctico.
Cada
conversación que sostengo con él es una lección maravillosa que nunca parece
lección.
Esto
no solamente lo digo yo, su más constante discípula. Lo dicen también todos los
que se acercan a él por cualquier motivo.
Sabe
hablar sencillamente de las cosas más simples y de las más complicadas. Para él
nada hay que no se pueda explicar de alguna manera, incluso a los que saben
menos, y él lo consigue siempre. Nadie se aburre ni se fatiga con él, nadie se
siente incómodo. Mucha gente entra a su despacho con cierto lógico temor, en
cuanto él dice las primeras palabras, el primer saludo, ya no ven en él al
Presidente, líder de millones de hombres y mujeres; y aparece ante ellos un
amigo, amable y cordial.
Así,
amablemente y cordial es siempre en todos los actos de su vida.
Así,
amable y cordial, haciéndome casi creer que yo le estaba enseñando a él, me
hizo conocer todo cuanto era necesario saber para cumplir la misión que yo
tenía que cumplir.
De
él he aprendido por ejemplo a dejar de lado todo lo que es negativo, y a buscar
siempre las cosas por hacer, los caminos que nadie recorre.
Muy
frecuentemente me ha sucedido esto: concibo una idea siendo que es fecunda y
útil y que, realizada, dará beneficio a la causa del pueblo. Cuando lo expongo,
primero a algunas personas, por lo general amigos, casi todos aprueban aunque
no todos crean tal vez que eso es lo mejor, pero no faltan nunca quienes
lealmente intentan persuadirme de que no me conviene y así me entero de que
todos o la gran mayoría piensa que tal vez no convenga. A veces tienen razón,
pero cuando yo estoy absolutamente convencida, cuando
"siento"claramente que la idea tiene que salir bien, me lanzo a
realizarla a pesar de todos los augurios; ¡y son las mejores realidades de mi
vida!
Así
nació la Fundación. Así surgió el movimiento peronista femenino.
Aprendí
de Perón a ver los caminos que nadie recorre, que nadie se anima a recorrer.
De
él también aprendí a realizar. El siempre es constructivo. En su conversación
lo mismo que en su conducta.
Siempre
suele decirme:
-No hay que olvidar que lo mejor es enemigo de lo bueno. Y él que siempre habla tan fervorosamente de su doctrina, nunca se olvida de añadir: De nada vale una gran doctrina sino tiene sus realizadores.
-No hay que olvidar que lo mejor es enemigo de lo bueno. Y él que siempre habla tan fervorosamente de su doctrina, nunca se olvida de añadir: De nada vale una gran doctrina sino tiene sus realizadores.
Confieso
que padezco casi de fiebre permanentemente de realizar, y que es una fiebre de
contagio.
El
me ha enseñado que para realizar no es necesario, como cree la mayor parte de
la gente, hacer grandes planes. Si los planes existen, mejor; pero si no, lo
importante es comenzar las obras y luego hacer los planes.
Para
que no piensen mal sin embargo quienes crean que esto es un pecado contra el
arte de gobernar, me apresuro a decirles que Perón es el primer argentino que
ha gobernado al país, según un plan premeditado.
De
Perón aprendí a tratar con los hombres.
Pero
en esto reconozco que en mí subsisten algunos defectos.
¡Aunque
tampoco estoy convencida de que lo sean!
El
nunca espera demasiado de los hombres y se satisface con muy poca cosa. Confía
siempre en ellos, sin excepción, mientras no tenga pruebas de la falsía de sus
procederes. Por eso, el defecto que más desprecia y que más le duele de sus
amigos o de sus colaboradores es la mentira.
Yo,
en cambio, exijo mucho más de quienes son mis amigos o mis colaboradores
inmediatos.
Ante
todo confieso que no puedo tener a mi lado, trabajando conmigo, sino aquellos
en quienes creo y confío plenamente. Y en esto pocas veces me he equivocado.
Recuerdo que alguien en una oportunidad me preguntó:
Recuerdo que alguien en una oportunidad me preguntó:
-¿Por
qué confió usted en mí la primera vez que habló conmigo?
Yo
no supe darle una respuesta lógica. Si le hubiera dicho la verdad debí
responderle:
-Porque "sentía"que en usted era posible confiar.
-Porque "sentía"que en usted era posible confiar.
Muchas
veces ocurre lo contrario, desgraciadamente, y desconfiar se hace a veces
demasiado frecuente, máxime cuando una parte de mi gran deber consiste en
cuidar las espaldas de un hombre y de su causa.
En
esto de conocer a los hombres hay mucho más de intuición. Y como el tema lo
merece y además me gusta, quiero brindarle un capítulo aparte.
¿INTUICIÓN?
Esto
de la intuición me tienta porque muchas veces he oído decir alabanzas de la
mía; y auque pocas veces me detengo a pensar en un elogio, tan frecuentemente
se ha hecho el de mi intuición, que alguna vez he meditado en el tema.
Aquí
están mis reflexiones que no intentan siquiera exponer un problema Psicológico
-que no doy para tanto- sino más bien decir lo que pienso con Yo creo que no es
un sexto sentido, como dicen algunos, ni una facultad casi misteriosa de las
mujeres, como dicen otros.
No;
es simplemente una manera de ser de la inteligencia. Cada uno de los hombres
tiene una manera de ser de su inteligencia, que es distinta en todos. En unos
actúa rápidamente, en otros es lenta.
Cada
uno ve las cosas según sea lo que quiere conocer en ellas. Yo siempre recuerdo
aquel viejo refrán que dice: "las cosas son del color del cristal con que
se miran".
Cuando la gente suele atribuir "intuición"a las mujeres como virtud misteriosa, no se acuerda que nosotras tenemos que ver las cosas, las personas y la vida de una manera especial.
Cuando la gente suele atribuir "intuición"a las mujeres como virtud misteriosa, no se acuerda que nosotras tenemos que ver las cosas, las personas y la vida de una manera especial.
Nosotras
sentimos y sufrimos más el amor que los hombres.
En
nosotras la inteligencia se desarrolla a la sombra del corazón y por eso la
inteligencia no se ve sino a través de los cristales del amor.
Y
el amor, cuyo misterio sí que es infinito, le hace ver a la inteligencia cosas
que ella sola nunca podría conocer por hábil que fuese.
Los
hombres no sienten ni sufren tanto el amor como nosotras las mujeres. Esto no
necesita demostración.
En
ellos entonces la inteligencia libremente.
Y
por eso en todo a través de u razonamiento frío, casi matemático, tanto más
frío y tanto más matemático cuando menos hayan sentido o sufrido el amor.
Cuando
algunos elogian mi "intuición" se refieren siempre al rápido
conocimiento que tengo de las personas con que trato.
A
veces he confiado en quienes muchos desconfiaban y otras he desconfiado de
quienes todos creían.
Casi
siempre el tiempo me ha dado la razón.
¿Esto
es una virtud misteriosa? Yo creo que no. por el contrario, todo me parece muy
simple. Yo he mirado siempre a las personas de una manera distinta que no es la
que sirve a la inteligencia de los demás: yo miro a través de un cristal muy
fino: el amor de Perón y de su causa.
El
amor alarga la mirada de la inteligencia.
Si
no fuese así, ¿Podría yo "intuir"tanta cosas que a veces no entiendo
del todo?
Recuerdo que una noche me acosté muy tarde y no pude dormir.
Recuerdo que una noche me acosté muy tarde y no pude dormir.
Me
preocupaba un problema nacional cuya solución había sido propuesta ya al
Presidente por los técnicos del Gobierno.
No
había conversado de esto con nadie y no sabía otra cosa que lo que los diarios
publicaban.
Era
un serio y difícil problema que nunca había intentado ni siquiera entender.
¡Pero la solución no me gustaba!
Lo
peor era que no sabía exactamente por qué.
Evidentemente
yo podría decir al día siguiente que no me gustaba la solución, pero debería
dar mis razones. ¡Y no las podía encontrar!
Ni
las encontré; pero me decidí a confiarle al Presidente mis sentimientos; y
acerté, porque él, que también había estado pensando, preocupado por el
problema, estaba ya dispuesto a revisar la solución propuesta por sus
colaboradores.
¿Extraño?
¿Misterioso? No, es la maravilla del amor iluminando una inteligencia igual que
la de todos.
Nada
tiene de raro, pues, que esa virtud o sentido extraordinario esté presente en los
actos de Perón y sea admirada por quienes lo conocen y lo tratan.
El,
que ama entrañablemente a su pueblo, ve todas las cosas a través de ese gran
amor y por lo tanto, según está también demostrado, tiene que verlo todo de una
manera especial, distinta de la orienta la mirada de los demás.
El
ve por su pueblo y para su pueblo.
¿Qué
tiene de raro, pues, que iluminado por ese gran amor "intuya" dónde
está la felicidad de los argentinos y la grandeza nacional?
Y
yo sí que puedo dar fe que esa virtud, existe en él en una forma maravillosa.
Conoce a los hombres de una sola mirada y aunque intenten muchas veces
disfrazarle ante él. Muchas veces lo he visto también resolver graves problemas
de una manera distinta a la que aconsejaban los técnicos y los especialistas, y
más de una vez, ante mi pregunta extrañada, le he oído decir:
-Es
cuestión de sentido común.
"Ellos
ven el problema desde el punto de vista técnico, que es limitado, como el campo
de un microscopio. Yo tengo que verlo con lentes planares; yo tengo que verlo
como lo ve y como lo siente el pueblo".
Después
de meditar esa explicación, he pensado también que el "sentido
común"y la "intuición" son dos virtudes todavía no bien
definidas y tal vez sean la misma cosa, pero creo que están en todos los hombres
y en todas las mujeres presentes en mayor o en menor cantidad y que solamente
crecen y se hacen extraordinarias cuando un gran amor las vivifica con la
maravillosa fuerza de su infinito poder.
Lo
que también puedo asegurar es que en ningún "hombre común"puede hacer
o pensar nada con intuición; porque los hombres mediocres pertenecen a la clase
de los que desprecian el amor como cosa exagerada.
EL
CAMINO QUE YO ELEGÍ
Llegado
Perón a la Presidencia, poco a poco fue convenciéndose de que las
responsabilidades y tareas a su cargo eran casi incompatibles con su deseo de
mantener estrecho contacto con el pueblo.
Ese
contacto, que era y sigue siendo absolutamente necesario, debe ser realizado en
forma permanente.
Nuestro
pueblo ha vivido más de un siglo, de gobiernos oligarcas cuya principal tarea
no fue atender al pueblo sino más bien a los intereses de una minoría
privilegiada, tal vez refinada y culta, pero sórdidamente egoísta.
Después
de este siglo, solamente interrumpido por alguno que otro intento de gobierno
para el pueblo, o, mejor dicho, por alguno que otro "gesto"nunca
convertido en realidad, Perón durante tres años de incendio revolucionario
llegó al pueblo como gobernante y como conductor. Y el pueblo sabía ya lo que
ese contacto había dado de bien para todos.
Durante tres años consecutivos, hombres y mujeres, agrupaciones gremiales, económicas y políticas, el pueblo entero, había desfilado con sus viejos problemas y sus viejas esperanzas, ante la presencia realizadora del conductor y todos sus problemas y todas sus esperanzas habían sido cumplidamente satisfechas por él en la medida de sus posibilidades, y un poco más todavía.
Durante tres años consecutivos, hombres y mujeres, agrupaciones gremiales, económicas y políticas, el pueblo entero, había desfilado con sus viejos problemas y sus viejas esperanzas, ante la presencia realizadora del conductor y todos sus problemas y todas sus esperanzas habían sido cumplidamente satisfechas por él en la medida de sus posibilidades, y un poco más todavía.
¿
Con Perón en la Presidencia, con la plenitud de un poder que en la República
Argentina, es extraordinario, cómo ni iban a redoblarse las esperanzas y las
ilusiones de la gente que ya había conocido el gusto de lo que es un gobierno
del pueblo y para el pueblo?
Pero, precisamente la plenitud del poder era lo que impediría al Líder su permanencia en contacto con el pueblo. Mientras estaba en la Secretaría de Trabajo y Previsión no tenía otros problemas que resolver sino los viejos y urgentes problemas que afectaban directamente al pueblo. Pero en la Presidencia los viejos y urgentes problemas eran otros cuya solución era indispensable para que no se derrumbase todo lo que había construido en tres años de reforma social.
Pero, precisamente la plenitud del poder era lo que impediría al Líder su permanencia en contacto con el pueblo. Mientras estaba en la Secretaría de Trabajo y Previsión no tenía otros problemas que resolver sino los viejos y urgentes problemas que afectaban directamente al pueblo. Pero en la Presidencia los viejos y urgentes problemas eran otros cuya solución era indispensable para que no se derrumbase todo lo que había construido en tres años de reforma social.
¿
De qué hubiesen valido tres años de Revolución si al término de la guerra
hubiésemos caído de nuevo en los brazos de nuestros tradicionales explotadores
imperialistas?
¿Nos hubiese valido acaso la reforma social en un país sin riqueza y sin trabajo, entregado con las manos atadas a la voluntad extraña del capitalismo internacional?
¿Nos hubiese valido acaso la reforma social en un país sin riqueza y sin trabajo, entregado con las manos atadas a la voluntad extraña del capitalismo internacional?
Todo
eso vio Perón con más claridad que nunca desde el día que fue Presidente; y para
que eso no sucediese era necesario que él, personalmente él, se pusiese en
forma total a hacer lo que hizo, y que era nada menos que la Independencia
Económica de la Nación.
En cuatro meses elaboró su plan de gobierno para cinco años.
En cuatro meses elaboró su plan de gobierno para cinco años.
En
dos años realizó la independencia económica. Pero, no quiero yo decir cuánto
hizo el General como Presidente, aunque gustosa escribiría infinita cantidad de
páginas sobre este tema inagotable.
Lo
cierto es que todo ese inmenso trabajo que debía empezar con la organización
del mismo gobierno y cuya primera etapa culminó con la reforma constitucional,
no podía dejarle sino muy escaso tiempo para mantener contacto con el pueblo.
Y
si no hubiésemos buscado juntos una solución, y la hubiésemos hallado, la voz
del pueblo - la de nuestros "descamisados"-hubiese llegado a la torre
de gobierno cada vez más apagada y tal vez hubiese terminado por callar.
Por
otra parte era necesario mantener encendido en el pueblo su fervor
revolucionario. La revolución apenas había sido puesta en marcha y debía Perón
cumplir todas las etapas desde el gobierno mismo. Esto podía hacerse pero a
condición de que el pueblo mantuviese su fervor revolucionario y no fuese
ganado por la prédica de los "hombres comunes"para quienes todo acto
revolucionario aparece como una imprudencia imperdonable.
Entre
el decreto o la ley revolucionaria y cumplimiento, o sea entre el gobierno y el
pueblo, existen siempre infinitas barreras que no se ven siempre desde el
gobierno, pero sí, y claramente, desde el pueblo. El contacto de Perón con el
pueblo era necesario también por esta razón fundamental.
Además
había urgentes pero modestos trabajos que cumplir en relación con las
necesidades diarias de la gente humilde. Entre las esperanzas de los
descamisados había muchas pequeñas ilusiones que depositaban en Perón como los
hijos piden a sus padres.
En todas las familias los pedidos y las exigencias varían mucho: los mayores quieren cosas de importancia, los menores piden juguetes. En la familia grande que es la Patria también los pedidos que se presentan al Presidente, que es el padre común, son infinitos.
En todas las familias los pedidos y las exigencias varían mucho: los mayores quieren cosas de importancia, los menores piden juguetes. En la familia grande que es la Patria también los pedidos que se presentan al Presidente, que es el padre común, son infinitos.
Comprobamos
esto ya cuando Perón era Presidente electo: las esperanzas del pueblo se
concretaban en peticiones lo más variadas, desde una obra de gobierno
extraordinaria y aun fantástica que solicitaba toda una ciudad hasta la pelota
de football que quería un "changuito"del norte o la muñeca que
deseaba una "coyita".
También
atender todo esto- lo grande y lo pequeño -era necesario para que el pueblo no
dejase de ver en Perón a su conductor.
Yo
elegí la humilde tarea de atender los pequeños pedidos.
Yo
elegí mi puesto en el pueblo para ver allí las barreras que podrían haber
impedido la marcha de la Revolución.
Yo
elegí ser "Evita"para que por mi intermedio el pueblo y sobre todos
los trabajadores, encontrasen siempre libre el camino de su Líder.
La
solución no pudo ser mejor ni más práctica.
Los
problemas de gobierno llegan a Perón todos los días a través de sus ministros,
de los funcionarios o de los mismos interesados; pero cada uno de ellos no
puede disponer sino de escasos minutos de la jornada agotadora de un Presidente
como Perón.
En
cambio los problemas del pueblo llegan al conductor todos los días, durante el
almuerzo o la cena, en las tardes apacibles de los sábados, en los domingos
largos y tranquilos y llegan por mi voz leal y franca en circunstancias
propicias, cuando el ánimo del General está libre de toda inquietud
apremiante...
Así,
el pueblo puede estar seguro de que entre él y su gobierno no habrá divorcio
posible. Porque, en este caso argentino, para divorciarse de su pueblo, el jefe
del gobierno deberá empezar por divorciarse ¡de su propia mujer!
EVA
PERÓN Y EVITA
Nada
hay en mi destino de extraordinario y menos de juego de azar.
No
puedo decir que creo lógico y razonable todo lo que me ha sucedido, pero no
sería leal ni sincera si no dijese que todo me parece lo menos natural.
He
dicho ya cuáles son las grandes causas de la misión que me toca cumplir en mi
Patria, pero no sería completa mi explicación si no dijese también algo acerca
de los motivos circunstanciales que me decidieron a iniciarme en la
colaboración estrecha con el General Perón después que fue presidente de los
argentinos.
Antes
de entrar en el tema es conveniente recordar que Perón no es sólo presidente de
la República; es, además, conductor de su pueblo.
Esta
es una circunstancia fundamental y se relaciona directamente con mi decisión de
ser una esposa del Presidente de la República distinta del modelo antiguo.
Yo
"pude" ser ese modelo. Esto lo digo bien claro porque también se ha
querido justificar mi "incomprensible sacrificio" arguyendo que los
salones de la oligarquía me hubiesen rechazado.
Nada
más alejado que esto de toda realidad, ni más ausente de todo sentido común.
Puede ser una mujer de Presidente como lo fueron otras.
Puede ser una mujer de Presidente como lo fueron otras.
Es
un papel sencillo y agradable: trabajo de los días de fiesta, trabajo de
recibir honores, de engalanarse para representar según un protocolo que es casi
lo mismo que pude hacer antes, y creo que más o menos bien, en el teatro o en
el cine.
En
cuanto a la hostilidad oligárquica no puedo menos que reírme.
Y
me pregunto: ¿Por qué hubiese podido rechazarme la oligarquía?
¿Pero
acaso alguna vez esa clase de gente tuvo en cuenta aquí, o en cualquier parte
del mundo, estas cosas, tratándose de la mujer de un Presidente?
Nunca
la oligarquía fue hostil con nadie que pudiera serle útil. El poder y el dinero
no tuvieron nunca malos antecedentes para un oligarca genuino.
La
verdad es otra: yo, que había aprendido de Perón a elegir caminos poco
frecuentados, no quise seguir el antiguo modelo de esposa de Presidente.
Además,
quien me conozca un poco, no digo de ahora, sino desde antes, desde que yo era
una "simple" chica argentina, sabe que no hubiese podido jamás
representar la fría comedia de los salones oligarcas.
No
nací para eso. Por el contrario, siempre hubo en mi alma un franco repudio para
con "esa clase de teatro".
Pero
además, yo no era solamente la esposa del Presidente de la República, era
también la mujer del conductor de los argentinos.
A
la doble personalidad de Perón debía corresponder una doble personalidad en mí:
una, la de Eva Perón, mujer del Presidente, cuyo trabajo es sencillo y
agradable, trabajo de los días de fiesta, de recibir honores, de funciones de
gala; y otra, la de Evita, mujer del Líder de un pueblo que ha depositado en él
toda su fe, toda su esperanza y todo su amor.
Unos pocos días al año represento el papel de Eva Perón; y en ese papel creo que me desempeño cada vez mejor, pues no me parece difícil ni desagradable.
Unos pocos días al año represento el papel de Eva Perón; y en ese papel creo que me desempeño cada vez mejor, pues no me parece difícil ni desagradable.
La
inmensa mayoría de los días soy en cambio Evita, puente tendido entre las
esperanzas del pueblo y las manos realizadoras de Perón, primera peronista
argentina, y éste sí que me resulta papel difícil, y en el que nunca estoy
totalmente contenta de mí.
De
Eva Perón no interesa que hablemos.
Lo
que ella hace aparece demasiado profusamente en los diarios y revistas de todas
partes.
En
cambio, sí interesa que hablemos de "Evita"; y no porque sienta
ninguna vanidad en serlo sino porque quien comprenda a "Evita" tal
vez encuentre luego fácilmente comprensible a sus "descamisados", el
pueblo mismo, y eso nunca se sentirá más de lo que es... ¡nunca se convertirá
por lo tanto en oligarca, que es lo peor que puede sucederle a una peronista!
EVITA
Cuando
elegí ser "Evita" sé que elegí el camino de mi pueblo.
Ahora,
a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente
fue así.
Nadie
sino el pueblo me llama "Evita". Solamente aprendieron a llamarme así
los "descamisados". Los hombres de gobierno, los dirigentes
políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales,
intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme "Señora"; y
algunos incluso me dicen públicamente "Excelentísima o Dignísima
Señora" y aun, a veces, "Señora Presidenta".
Ellos
no ven en mí más que a Eva Perón.
Los
descamisados, en cambio, no me conocen sino como "Evita".
Yo
me les presenté así, por otra parte, el día que salí al encuentro de los
humildes de mi tierra diciéndoles "que prefería ser Evita a ser la esposa
del presidente si esa Evita servía pata mitigar algún dolor o enjuagar una
lágrima".
Y,
cosa rara, si los hombres de gobierno, los dirigentes, los políticos, los
embajadores, los que me llaman "Señora" me llamasen "Evita"
me resultaría tal vez tan raro y fuera de lugar como que un pibe, un obrero una
persona humilde del pueblo me llamara "Señora".
Pero
creo que aún más raro e ineficaz habría de parecerles a ellos mismos.
Ahora
si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir de mí: me
gusta más mi nombre de pueblo.
Cuando
un pibe me nombra "Evita" me siento madre de todos los pibes y de
todos los débiles y humildes de mi tierra.
Cuando
un obrero me llama "Evita" me siento con gusto "compañera"
de todos los hombres que trabajan en mi país y aun en el mundo entero.
Cuando
una mujer de mi Patria me dice "Evita" yo me imagino ser hermana de
ella y de todas las mujeres de la humanidad.
Y
así, sin casi darme cuenta, he clasificado, con tres ejemplos, las actividades
principales de "Evita" en relación con los humildes, los trabajadores
y la mujer.
La
verdad es que, sin ningún esfuerzo artificial, sin que me cueste íntimamente
nada, tal como si hubiese nacido para todo esto, me siento responsable de los
humildes como si fuese la madre de todos; lucho codo a codo con los obreros
como si fuese de ellos una compañera más de taller o de fábrica; frente a las
mujeres que confían en mí me considero algo así como una hermana mayor, en
cierta medida responsable del destino de todas ellas que han depositado en mí
sus esperanzas.
Y
conste que no asumo así un honor sino una responsabilidad.
Creo
que cada uno de los hombres y mujeres que componen la humanidad debiera por lo
menos sentirse un poco responsable de todos los demás ¡tal vez seríamos todos
un poco más felices!
De
los obreros atiendo sus problemas gremiales.
De
los humildes recibo sus quejas y sus necesidades remediándolas en cuanto no
correspondan al Estado, aunque a veces en este caso hago también de
colaboradora oficiosa del gobierno. Al fin de cuentas siempre se trata de agua
que va para el molino del "Líder" común.
De
la mujer atiendo el problema en sus múltiples aspectos sociales, culturales y
políticos.
Si alguien me preguntase cuál es mi actividad preferida no sabría responder exactamente y de forma decidida y definitiva.
Si alguien me preguntase cuál es mi actividad preferida no sabría responder exactamente y de forma decidida y definitiva.
Si
me hicieran mi pregunta estando en mi actividad gremial mi voto sería por ella.
Si estuviese atendiendo a mis "descamisados" o a las mujeres tal vez
votaría por la actividad que estuviese desempeñando en ese preciso momento. Y
no lo haría ni por "diplomacia" ni por "política", ¡no!
Sino porque cuando trabajo, lo que estoy haciendo me parece lo mejor, lo más
adecuado a mis gustos, a mi vocación y a mis inclinaciones.
Reconozco,
eso sí, que en el fondo lo que me gusta es estar con el pueblo, mezclada en sus
formas más puras: los obreros, los humildes, la mujer.
Con
ellos no necesito adoptar ninguna pose de las que me veo obligada a tomar a
veces, cuando hago de "Eva Perón". Hablo y siento como ellos, con
sencillez y con franqueza llana y a veces dura, pero siempre leal.
Nunca
dejamos de entendernos. En cambio, a veces, "Eva Perón" no suele
entenderse con la gente que asiste a las funciones que debe representar.
No
vaya a creerse por esto que digo que la tarea de Evita me resulta fácil. Más
bien me resulta en cambio siempre difícil y nunca me he sentido del todo
contenta con esa actuación. En cambio el papel de Eva Perón me parece fácil. Y
no es extraño. ¿Acaso no resulta siempre más fácil representar un papel en el
teatro que vivirlo en la realidad?
Y en mi caso lo cierto es que como "Eva Perón" represento un viejo papel que otras mujeres en todos los tiempos han vivido ya; pero como Evita vivo una realidad que tal vez ninguna mujer haya vivido en la historia de la humanidad.
Y en mi caso lo cierto es que como "Eva Perón" represento un viejo papel que otras mujeres en todos los tiempos han vivido ya; pero como Evita vivo una realidad que tal vez ninguna mujer haya vivido en la historia de la humanidad.
He
dicho que no me guía ninguna ambición personal. Y quizás no sea del todo
cierto.
Sí. Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi Patria.
Sí. Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi Patria.
Quisiera
que de ella se diga, aunque no fuese más que en una pequeña nota, al pie del
capítulo maravilloso que la historia ciertamente dedicará a Perón, algo que
fuese más o menos esto:
"Hubo
al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al Presidente las esperanzas
del pueblo, que luego Perón convertía en realidades".
Y
me sentiría debidamente, sobradamente compensada si la nota terminase de esta
manera:
"De
aquella mujer sólo sabemos que el pueblo la llamaba, cariñosamente,
Evita".
PEQUEÑOS
DETALLES
Todo
lo que yo debo hacer entre el pueblo y su Líder exige una condición que he
debido cumplir con un cuidado casi infinito; y esa condición es no meterme en
las cosas del gobierno.
No
lo toleraría tampoco el Presidente que por su formación militar tiene sus
conceptos de las responsabilidades y jurisdicciones.
Pero,
muchas veces, sin embargo, tengo que decir al pueblo cara a cara lo que le
diría su Líder, y, como consecuencia de eso, tengo también que hablar al Líder
de lo que el pueblo quiere hacer llegar a sus oídos.
Y
esta función me lleva a veces a tocar, con el General, temas que son propios
del gobierno. En estos casos nunca me olvido de que he elegido estar en la
vereda del pueblo.
Sin duda los hombres de gobierno deben bastar a Perón para cumplir su tarea, pero no es inútil, pienso yo, que la voz de una persona identificada con él y con su causa le llegue diariamente con las noticias frescas de un pueblo que él quiere con entrañable amor.
Tal vez cumpliendo así mi humilde misión yo lo único que haga de bueno sea alegrarle el alma con las palabras y los amores de su pueblo que yo deposito en su corazón mientras él descansa de sus fatigas.
Sin duda los hombres de gobierno deben bastar a Perón para cumplir su tarea, pero no es inútil, pienso yo, que la voz de una persona identificada con él y con su causa le llegue diariamente con las noticias frescas de un pueblo que él quiere con entrañable amor.
Tal vez cumpliendo así mi humilde misión yo lo único que haga de bueno sea alegrarle el alma con las palabras y los amores de su pueblo que yo deposito en su corazón mientras él descansa de sus fatigas.
En
cuanto a la falta de precedentes, no me preocupa. Por el contrario, me alegra y
me reconforta. Y mientras los "hombres comunes", los de mediocridad
siempre despreciable, venenosa y estéril, sólo buscan las cosas nuevas para el
ataque, nuestro movimiento les ofrece diariamente algo sin precedentes, algo
original que nos pertenece con exclusividad.
Yo sé que cuando ellos me critican a mí en el movimiento lo que en el fondo les duele es la Revolución.
Yo sé que cuando ellos me critican a mí en el movimiento lo que en el fondo les duele es la Revolución.
Les
duele mi contacto con el pueblo. Saben que mientras ese contacto no se rompa
-¡y no se romperá por mí!- el pueblo podrá llegar a Perón y Perón cumplirá con
su pueblo.
Mientras eso pueda ocurrir, ellos no volverán.
Mientras eso pueda ocurrir, ellos no volverán.
Por
eso tratan de destruirme.
Saben
también que no trabajo para mí, no me verán jamás buscando una ventaja personal
y eso los excita.
Desearían
verme caer en el egoísmo y en la ambición, para demostrar así al pueblo que en el
pueblo me busqué a mí misma.
Saben
que así podrían separarme del pueblo. No entienden que yo en mis afanes no
busco otra cosa que el triunfo de Perón y de su causa por ser el triunfo del
pueblo mismo.
Ni siquiera cuando me acerco a los que trabajan o a los que sufren lo hago buscando una satisfacción egoísta de quien hace algún sacrificio personal.
Ni siquiera cuando me acerco a los que trabajan o a los que sufren lo hago buscando una satisfacción egoísta de quien hace algún sacrificio personal.
Yo
me esfuerzo todos los días por eliminar de mi alma toda actitud sentimental
frente a los que me piden.
No
quiero tener vergüenza de mí ante ellos. Voy a mi trabajo cumpliendo mi deber y
a dar satisfacción a la justicia.
Nada
de lirismo ni de charlatanerías, ni de comedias, nada de poses ni de romances.
Ni cuando entro en contacto con los más necesitados podrá decir nadie que juego a la dama caritativa que abandona su bienestar por un momento para figurarse que cumple una obra de misericordia.
Ni cuando entro en contacto con los más necesitados podrá decir nadie que juego a la dama caritativa que abandona su bienestar por un momento para figurarse que cumple una obra de misericordia.
Del
mismo Perón, que siempre suele decir: "el amor es lo único que
construye", he aprendido lo que es una obra de amor y cómo debe cumplirse.
El
amor no es -según la lección que yo aprendí- ni sentimentalería romántica, ni
pretexto literario.
El
amor es darse, y "darse" es dar la propia vida.
Mientras
no se da la propia vida cualquier cosa que uno dé es justicia. Cuando se
empieza a dar la propia vida entonces recién se está haciendo una obra de amor.
Yo
no pretendo por eso realizar obras de amor que me parecen demasiado cerca de
Dios; y me conformo con ayudar a que se cumpla la justicia social. Por eso a mi
labor fraternal de auxilio a los pobres he dado el nombre de ayuda social y
creo que es profundamente justicialista.
En
ella no hay por eso lugar para los excesos del corazón. Por ser obra de
justicia sé que debo cumplirla en la misma actitud del juez que la administra:
como quien cumple una misión que le ha sido encomendada y nada más.
Con
amabilidad, eso sí, pero no con aspavientos.
Es
un detalle solamente, pero estoy segura de que con eso he ahorrado muchas
humillaciones inútiles.
Y
a nadie se hace feliz cambiándole aún toda la riqueza del mundo por una
humillación que afecte a la dignidad, que es el tesoro tal vez más precioso y
cada vez más preciado por los hombres.
LA
SECRETARÍA
Casi
toda mi labor social se desarrolla en la Secretaría de Trabajo y Previsión, de
la que ocupo un pequeño sector; y atiendo mi trabajo en el mismo despacho que
tuvo el Coronel Perón desde 1943
a 1945.
Todo
esto tiene un significado muy especial.
Aun
cuando la Constitución Justicialista convirtió a la Secretaría en Ministerio de
Trabajo y Previsión los obreros la siguen llamando como en los tiempos del
Coronel: la "Secretaría". Y yo nunca la llamo tampoco Ministerio.
Este
simple detalle indica que el pueblo siente allí todavía la presencia de Perón.
Allí
entró en contacto con el pueblo su personalidad vigorosa de conductor. Allí
convenció a los primeros discípulos. Allí gozó de los primeros éxitos. ¡Allí
confirmó su decisión irrevocable de servir al pueblo con todas sus energías y
por sobre todo sacrificio!
Para todos nosotros él está siempre en la vieja "Secretaría" como en las horas de sus más intensas luchas.
Para todos nosotros él está siempre en la vieja "Secretaría" como en las horas de sus más intensas luchas.
No
fue por sensiblería romántica que elegí trabajar allí.
Fui
a la Secretaría de Trabajo y Previsión porque en ella podía encontrarme más
fácilmente con el pueblo y con sus problemas; porque el Ministro de Trabajo y
Previsión es un obrero, y con él "Evita" se entiende francamente y
sin rodeos burocráticos; y porque además allí se me brindaron los elementos
necesarios para iniciar mi trabajo.
Allí
recibo a los obreros, a los humildes, a quienes me necesitan por cualquier
problema personal o colectivo.
Los
funcionarios de la casa colaboran conmigo en la solución de los problemas
gremiales, reuniendo todos los antecedentes, examinándolos en sí mismos y en
sus repercusiones económicas y sociales.
En
cuanto a mis trabajos de ayuda social los cumplo también en la Secretaría, pero
en esta actividad el personal de la casa interviene solamente en algunos
detalles relacionados con los pedidos de audiencia.
Los
problemas del movimiento político femenino no ocupan mi tiempo en la
Secretaría, ya que prefiero atenderlos en la sede central del Partido Peronista
Femenino o en nuestra residencia privada.
La
atención de los obreros me lleva casi todo el tiempo de mis audiencias y de mi
trabajo en la Secretaría. Esto resulta una exigencia propia del movimiento
Peronista, cuya historia y cuya realización han sido cumplidas gracias al apoyo
total de los trabajadores organizados de mi país.
Suelo
oírle decir al Presidente que los gobiernos y los Estados van pasando de la
época en que todo se decidió en función de organizaciones políticas a la época
en que todo se decide en función de las organizaciones sociales.
Y
el gobierno peronista, inspirado por su conductor, trata de adelantarse al
tiempo y se apoya cada vez más en las organizaciones sindicales.
Yo
pienso, inspirándome en ese concepto visionario de Perón, que el pueblo está
casi siempre más representado hoy por sus organizaciones gremiales que por sus
partidos políticos.
Los
partidos políticos caen frecuentemente en poder de círculos cerrados de
dirigentes que se sostienen en sus cargos gracias a negociaciones y componendas
no siempre claras. Esto no ocurre en las organizaciones sindicales cuyos
dirigentes deben vivir en contacto con la masa que representan si no quieren
desaparecer del escenario directivo.
En mi experiencia de cuatro años yo puedo decir, con toda franqueza, que los dirigentes gremiales conocen mejor la realidad popular que los dirigentes políticos.
En mi experiencia de cuatro años yo puedo decir, con toda franqueza, que los dirigentes gremiales conocen mejor la realidad popular que los dirigentes políticos.
Y,
en honor a la verdad, debo decir también que los dirigentes políticos superan a
los gremiales solamente cuando saben mantener contacto honrado con las
organizaciones sindicales. Y al hablar de contacto honrado me refiero al que
mantienen aquellos dirigentes políticos que trabajan lealmente por la causa de
los trabajadores sin la oculta o manifiesta intención de utilizarlos como un
medio de sus ambiciones personales.
En
la Secretaría he aprendido todo cuanto sé de sindicalismo y de problemas de
trabajo.
Allí encontré todo en marcha; un estilo y una técnica para tratar y resolver los problemas gremiales: el estilo y la técnica del Coronel Perón. Yo no he hecho otra cosa que seguir sus huellas guiada por su ejemplo y muchas veces he recurrido a su consejo de maestro y conductor.
Allí encontré todo en marcha; un estilo y una técnica para tratar y resolver los problemas gremiales: el estilo y la técnica del Coronel Perón. Yo no he hecho otra cosa que seguir sus huellas guiada por su ejemplo y muchas veces he recurrido a su consejo de maestro y conductor.
Así
solamente me ha sido posible conseguir que la Secretaría siga siendo la casa de
los trabajadores argentinos como la concibió y la realizó el Coronel Perón en
los primeros días de su lucha.
UNA
PRESENCIA SUPERIOR
Desde
el mirador de la Secretaría se ve todo el panorama sindical argentino. Yo, que
lo he visto en 1944 y en 1945 desde un rincón del mismo despacho que hay
presido, cuando el Coronel Perón solía permitirme que le viese trabajar, yo
solamente puedo decir tal vez cómo ha cambiado todo en este sector de mi
Patria.
Hasta
1943 las reivindicaciones obreras en la Argentina tenían una doctrina y una
técnica que no se diferenciaban para nada de la doctrina y la técnica de los
demás países del mundo.
La
doctrina y la técnica eran pues internacionales, vale decir extranjeras en
todas las Patrias y para todos los pueblos, porque cuando una cosa es
internacional pierde incluso el derecho de tener Patria aun en su país de
origen.
Los
dirigentes de las reivindicaciones obreras argentinas habían sido formadas en
aquella doctrina y les había sido enseñada solamente aquella técnica.
No
diré que fueron en general malos dirigentes, ni caeré en el error de pensar
siquiera que no representaron legítimamente a sus compañeros. Por el contrario,
creo que cumplieron honradamente lo mejor que pudieron con la masa que en ellos
depositó su confianza. ¡O su desesperación! Porque, frente al egoísmo brutal de
la oligarquía capitalista y despiadada ¿qué otra cosa que desesperación podía
tener la masa obrera al elegir sus dirigentes? Por eso, muchas veces prefirió
elegir a quines proponían soluciones teóricamente más radicales y extremas en
vez de otorgar un mandato a quienes hubiesen podido exigir y alcanzar algún
beneficio práctico e inmediato, aunque fuese mínimo.
Así
se explica que, elegidos por la desesperación de una masa obrera sufriente y
exaltada por el oído, aquellos dirigentes gremiales, impotentes para dar
satisfacción a sus representados, se viesen obligados a desviar la atención de
la masa hacia problemas de política internacional en propaganda lírica de
doctrinas ajenas a las necesidades apremiantes y reales del pueblo.
Pero
el gran defecto de aquellos dirigentes no fue esto que al fin de cuentas casi
se vieron obligados a hacer. El gran pecado fue que muchas veces pensaron,
hablaron y actuaron en un idioma extranjero frente a sus compañeros, dando la
espalda a la realidad casera. No se dieron cuenta -porque no creo que obrasen
de mala fe, por lo menos en su mayor parte- que el problema de los obreros
argentinos no tenía sino muy poco que ver con el problema de los trabajadores
de los viejos países del mundo, superpoblados, sin ninguna clase de reservas
económicas.
No
midieron bien la realidad argentina.
Algunos,
tal vez los más altos dirigentes de aquellos tiempos, no procedían sin embargo
de buena fe.
Así
como reconozco que la mayoría actuaba con un alto espíritu sindical, debo decir
también que algunos eran traidores de la masa obrera.
Y
al decir esto no creo que diga nada nuevo para los trabajadores argentinos.
Todos
ellos recuerdan cómo esos supuestos líderes obreros se aliaron, en oscuro
maridaje, con la más rancia oligarquía, y al amparo de la prensa conservadora y
del capitalismo conjurado contra los argentinos intentaron la destrucción del
Líder en 1946.
Con
esto demostraron que era mentira la enemistad que frente al capitalismo aparentaban
los dirigentes comunistas y socialistas que se llamaron tanto tiempo y a sí
mismos dirigentes "del pueblo".
Así
se explica también por qué durante tantos años los trabajadores argentinos no
vieron avanzar a sus organizaciones sino a pequeños pasos y esto, muy de vez en
cuando, y con sangrientos y dolorosos sacrificios.
Pero
no es de aquellos falsos dirigentes obreros, que ahora están definitivamente
aliados con la oligarquía, de los que quiero hablar. Es de los otros, de los de
buena fe y verdadero espíritu sindical de quienes quiero escribir una página
más.
Ya
he dicho que hasta 1943 vivían una doctrina y una técnica de lucha. Ellos
creían firmemente que "eso" era el mejor y aun el único camino para
llegar al bienestar soñado. Solamente cuando Perón, desde la Secretaría de
Trabajo y Previsión, les habló de otra técnica empezaron a darse cuenta del
error en que habían perdido muchos años y tantos esfuerzos.
Al
principio al Coronel les desconcertó.
Cincuenta
años habían estado oyendo hablar a los altos líderes en contra de la Patria, y
como consecuencia en contra del Ejército. ¡Y ahora un militar, un "oscuro
coronel" -dijo la oligarquía- pretendía enseñarles cuál era el camino de
la justicia y de la felicidad.
Para
colmo, el nuevo Líder les hablaba del espíritu y de sus valores, no les
predicaba la lucha entre el capital y el trabajo sino la cooperación, y aun les
decía que era necesario poner en la práctica los viejos principios olvidados
del cristianismo.
¡Cómo
no se iban a desconcertar!
Pero,
poco a poco, fueron creyendo en el "Coronel". Muchos creyeron con
sólo oírle. Otros, cuando pudieron verle.
La
mayoría creyó cuando sus promesas empezaron a cumplirse.
Así,
los dirigentes honrados del sindicalismo argentino se aliaron con Perón. En la
vereda de enfrente quedaron los que no quisieron oír las promesas ni quisieron
ver las realidades. Ellos habían ya vendido, por anticipado, su posición a la
oligarquía y la capitalismo. Pero a cambio de eso ganaron el olvido de los
trabajadores; el olvido, que es la manera que el pueblo tiene de despreciar a
quines lo traicionan.
La
técnica de Perón se impuso en dos años de ardorosa lucha. Una vez en la
presidencia, sin embargo, podía darse el peligro de que algunos despechados
"especialistas" del sindicalismo tratasen de agrupar a los
trabajadores con la vieja retórica y las viejas ideas tan bien estudiadas por
ellos en la cátedra extranjera que los formó... y les pagó; y que para eso,
intentasen presentar a la Secretaría como una oficina más del gobierno, fría y
burocrática según el viejo Departamento Nacional del Trabajo que en 1943 había
alcanzado el total y absoluto desprecio de los obreros argentinos.
También
había podido sucedes que, ausente de la Secretaría el creador genial de la
nueva doctrina y de la nueva técnica de las reivindicaciones obreras, los
mismos dirigentes, aun los peronistas, volviesen a la vieja doctrina y a los
viejos métodos, dominados inconscientemente o infiltrados por los otros.
La
presencia de un viejo dirigente gremial al frente del Ministerio de Trabajo y
Previsión fue el primer paso para evitar que sucediese aquellos. Pero no era
suficiente todavía, puesto que aquella presencia infundía solamente confianza:
la confianza del compañero y del amigo. Para evitar el peligro era necesario
algo más. Y creo que ese algo más fue y sigue siendo mi presencia, no tanto por
lo que pueda valer ni hacer yo, sino porque yo estoy demasiado cerca del Líder,
como para que donde yo esté no me acompañe un poco su magnífica presencia.
Cuando
vemos la sombra de alguien sentimos que está cerca.
Así,
como la sombra del Líder, es mi presencia en la Secretaría. Y a su sombra, yo
intento seguir el camino que él inició. Sé que hay una gran diferencia. Donde
él daba una lección magistral, yo apenas balbuceo. Donde él solucionaba un
problema con cuatro palabras, yo me quedo a veces una semana entera. Donde él
decidía, yo apenas sugiero. Donde él veía, yo apenas vislumbro. Es que él es el
conductor. Yo soy solamente una sombra de su presencia superior.
LOS
OBREROS Y YO
Mi
trabajo con los obreros es de una técnica muy simple, aunque a veces los
problemas que me presentan suelen ser complicados, y de difícil solución.
Ya
he dicho que, sin embargo, me siento cómoda entre ellos y que siempre
terminamos por entendernos.
A
veces, la gente me pregunta qué soy yo para los obreros de mi país. Yo prefiero
explicar primero qué son los obreros para mí.
Para
mí los hombres y las mujeres de trabajo son siempre, y ante todo, descamisados.
Y ¿qué son, para mí, los descamisados? No puedo hablar de ellos sin que vengan a mi memoria los días de mi soledad en octubre de 1945.
Y ¿qué son, para mí, los descamisados? No puedo hablar de ellos sin que vengan a mi memoria los días de mi soledad en octubre de 1945.
Definir
lo que es un descamisado sin volver a aquellos días es imposible, como tal vez
no pueda explicarse lo que es la luz sin pensar en el sol.
Descamisados
fueron todos los que estuvieron en la Plaza de Mayo el 17 de Octubre de 1945;
los que cruzaron a nado el Riachuelo viniendo de Avellaneda, de la Boca y de la
Provincia de Buenos Aires, los que en columnas alegres pero dispuestos a todo,
incluso morir, desfilaron aquel día inolvidable por la Avenida de Mayo y por
las diagonales que conducen a la Casa de Gobierno; hicieron callar a la
oligarquía y a aquél que dijo "yo no soy Perón"; los que todo el día
reclamaron a gritos la presencia del Líder ausente y prisionero; los que
encendieron hogueras con los diarios de la prensa que se había vendido a un
embajador extranjero por treinta dineros ¡o tal vez menos!
¡Todos
los que estuvieron aquella noche en la Plaza de Mayo son descamisados!
Aun si hubo allí alguien que no lo fuese, materialmente hablando, un descamisado, ése se ganó el título por haber sentido y sufrido aquella noche con todos los auténticos descamisados; y para mí, ése fue y será siempre un descamisado auténtico.
Aun si hubo allí alguien que no lo fuese, materialmente hablando, un descamisado, ése se ganó el título por haber sentido y sufrido aquella noche con todos los auténticos descamisados; y para mí, ése fue y será siempre un descamisado auténtico.
Y
son descamisados todos los que entonces, de estar aquí, hubiesen ido a la Plaza
de Mayo; y todos los que ahora o mañana harían lo mismo que hicieron los
primeros descamisados de aquel primer 17 de Octubre.
Para
mí por eso descamisado es el que se siente pueblo. Lo importante es eso; que se
sienta pueblo y ame y sufra y goce como pueblo, aunque no vista como pueblo,
que esto es lo accidental.
Un
oligarca venido a menos podrá ser materialmente descamisado pero no será
descamisado auténtico.
Aquí
también me declaro enemiga de las formas según lo establece la doctrina
peronista.
Para mí, los obreros son por eso, en primer lugar, descamisados: ellos estuvieron todos en la Plaza de Mayo aquella noche. Muchos estuvieron materialmente; todos estuvieron espiritualmente presentes.
Para mí, los obreros son por eso, en primer lugar, descamisados: ellos estuvieron todos en la Plaza de Mayo aquella noche. Muchos estuvieron materialmente; todos estuvieron espiritualmente presentes.
No
todos los descamisados son obreros, pero, para mí, todo obrero es un
descamisado; y yo no olvidaré jamás que a cada descamisado le debo un poco de
la vida de Perón.
En segundo lugar, ellos son parte integrante del pueblo; de ese pueblo cuya causa ganó mi corazón desde hace muchos años.
En segundo lugar, ellos son parte integrante del pueblo; de ese pueblo cuya causa ganó mi corazón desde hace muchos años.
Y
en tercer lugar, son las fuerzas poderosas que sostienen el andamiaje sobre
cuyo esqueleto se levanta el edificio mismo de la Revolución.
El
Movimiento Peronista no podría definirse sin ellos.
El
General Perón ha dicho que no sería posible el Justicialismo sin el
sindicalismo. Y eso es verdad, primero, porque lo ha dicho el General Perón y
segundo, porque efectivamente es verdad.
En
la realidad de mi país el sindicalismo es actualmente la fuerza organizada más
poderosa que apoya el movimiento Peronista.
Más
de 4 amillones de obreros agrupa solamente la Confederación General del
Trabajo, que es la Central Obrera, y todos unidos se han definido a favor de la
Doctrina Justicialista de Perón.
Por
eso cada obrero es además para mí un peronista auténtico: el mejor de todos los
peronistas, porque además es pueblo y además es descamisado.
Todo
eso son para mí los obreros que llegan a mi despacho con sus esperanzas, con
sus ilusiones y con sus problemas.
Cuando
me encuentro con ellos ¿qué voy a ser entonces sino una compañera o una amiga?
; una compañera cuya gratitud infinita no puede expresarse sino de una sola
manera: ¡con absoluta y profunda lealtad!
Y
ellos lo saben bien; saben que yo no soy el Estado, ni mucho menos el patrón.
Por eso suelen decir: -Evita es vasca, pero es leal.
Por eso suelen decir: -Evita es vasca, pero es leal.
Saben
que yo no tengo sino un precio que es el amor de mi pueblo. Por el amor de mi
pueblo -¡y ellos son pueblo!- yo vendería todo cuanto tengo y creo que incluso
daría mi vida.
Saben
que cuando yo les aconsejo "aflojar" lo hago por el bien de ellos, lo
mismo que cuando los incito a la lucha.
A
medida que avanza el tiempo en nuestro movimiento común esa confianza se va
consolidando pues todos los días les doy pruebas de mi lealtad. Y en ellos cada
vez es mayor la confianza que me tienen, a tal punto que suelen esperar de mí
incluso cuando todo está perdido.
Muchas
veces sucede que un problema gremial mal conducido, o por dificultades
económicas insolubles, no puede tener solución adecuada, satisfactoria para los
obreros. Entonces es cuando mi trabajo, de simple y sencillo, se vuelve
difícil. Entonces es cuando más empeño en buscar la solución y mi más grande
alegría es encontrarla y ofrecerla a los obreros.
¿Acaso
ellos no encontraron la solución de un problema que estaba perdido cuando reconquistaron
a Perón para ellos y para mí, el 17 de octubre de 1945?
Y cuando de mis recursos no queda ya ninguno, entonces acudimos al supremo recurso que es la plenipotencia de Perón, en cuyas manos toda esperanza se convierte en realidad aunque sea una esperanza ya desesperada.
Y cuando de mis recursos no queda ya ninguno, entonces acudimos al supremo recurso que es la plenipotencia de Perón, en cuyas manos toda esperanza se convierte en realidad aunque sea una esperanza ya desesperada.
UNA
SOLA CLASE DE HOMBRES
Aquí
tengo que repetir una lección que muchas veces he oído del General.
Es
la que se refiere al concepto justicialista del trabajo y del capital que a mí
me sirve de fundamento para mis tareas de carácter gremial.
El
objeto fundamental del Justicialismo en relación con el movimiento obrero es
hacer desaparecer la lucha de clases y sustituirla por la cooperación entre
capital y trabajo.
El
capitalismo, para darle todo al capital, explota a los trabajadores.
El
comunismo, para solucionar el problema, ideó un sistema de lucha que no
terminará sino cuando haya una sola clase social; pero a esto se llega por la
destrucción, que es efecto de una lucha larga, y sin cuartel, entre capital y
trabajo.
El
Justicialismo en cambio quiere también llegar a una sola clase de hombres: la
de los que trabajan. Esta es una de las verdades fundamentales del Peronismo.
Pero no quiere llegar por la lucha sino por la cooperación.
No
queremos una sola clase proletaria sino una sola clase de hombres
desproletarizados que vivan y trabajen dignamente.
Que
los obreros ganen para vivir honradamente como personas humanas y que los
patrones se conformen con ganar también como para mantener la industria,
progresar y vivir dignamente. ¡Dignamente, pero no principescamente!
No
queremos que nadie explote a nadie y nada más. Esto es lo que Perón ha querido
asegurar para su pueblo y ha quedado bien asentado en la nueva Constitución.
Yo,
sin embargo, por mi manera de ser, no siempre estoy en ese justo punto de
equilibrio. Lo reconozco. Casi siempre para mí la justicia está un poco más
allá de la mitad del camino... ¡Más cerca de los trabajadores que de los
patrones!
Es
que para llegar a la única clase de argentinos que quiere Perón, los obreros
deben subir todavía un poco más, pero los patrones tienen mucho que bajar.
Lo
cierto es que yo, que veo en cada obrero a un descamisado y a un peronista, no
puedo ver lo mismo, si no está bien probado, en un patrón.
Soy
sectaria, sí. No lo niego; y ya lo he dicho. Pero ¿podrá negarme alguien ese
derecho? ¿Podrá negarse a los trabajadores el humilde privilegio de que yo esté
más con ellos que con sus patrones?
¿Si
cuando yo busqué amparo en mi amargo calvario de 1945, ellos, solamente ellos,
me abrieron las puertas y me tendieron una mano amiga?
Mi
sectarismo es además un desagravio y una reparación. Durante un siglo los
privilegiados fueron los explotadores de la clase obrera. ¡Hace falta que eso
sea equilibrado con otro siglo en que los privilegiados sean los trabajadores!
Cuando
pase este siglo creo que recién habrá llegado el momento de tratar con la misma
medida a los obreros que a los patrones, aunque sospecho que ya para entonces
el Justicialismo habrá conseguido su ideal de una sola clase de hombres: los que
trabajan.
No
tengo aspiraciones de profeta; pero estoy firmemente convencida de que, cuando
el siglo se cumpla, los hombres recordarán con cariño el nombre de Perón; y lo
bendecirán por haberles enseñado a vivir.
DESCENDER
Algunas
suelen pensar -y aun me lo han dicho ingenuamente- que al tratar con los
obreros realizó un sacrificio demasiado grande y demasiado generoso.
Más
de una vez, sobre todo al principio de mi trabajo, cuando los visitantes no
conocían "mis respuestas", fue pronunciada en mi presencia la palabra
"descender".
-Desciende
generosamente hasta los obreros- decían.
O
en forma de consejo:
-Tal
vez no sea conveniente que usted haga el gran sacrificio de descender hasta
ellos.
Sé
que a veces bastó por toda respuesta la indignación de una mirada.
Otras
veces la indignación llegó hasta las palabras mismas y reconozco que fui dura
en esto, incluso con algunos amigos que no me comprendían.
Ni
me sacrifico, ni desciendo.
Nada
del trato con los obreros me resulta desagradable.
Son
hombres sencillos, sí. Dicen las cosas crudamente, estoy de acuerdo. No andan
con muchos rodeos para decir lo que piensan, pues no aprendieron todavía a
mentir. Cuando yo no he cumplido alguna vez, incluso me lo han dicho y han
sabido decírmelo sin que me sintiera ofendida.
Yo
nunca he seleccionado a los obreros que me visitan. Sé que a veces han venido a
verme aun algunos comunistas infiltrados entre los peronistas. Pero nunca he
sido ofendida por una sola palabra.
Hemos
discutido a veces en forma enérgica y durante largo rato sobre problemas de
mucha gravedad; pero nunca he tenido que "descender" a recoger una
baja expresión torpe o indigna.
La
gente oligárquica, que cree que "desciendo" por tratar con los
obreros, aprendería mucho de ellos y tal vez -aunque esto lo digo sin ninguna
esperanza-, tal vez "subiría" un poco en honradez y en dignidad.
En
los círculos oligárquicos precisamente suele hablarse de las exageradas
pretensiones de los trabajadores.
Yo
puedo asegurar que nunca, sino por excepción, exigen más que lo justo y cuando
piden más de lo razonable se debe a un error de cálculo que pronto reconocen o
al consejo de malos amigos infiltrados entre ellos, o a veces, a los mismos
patrones, para quienes un aumento de salarios es pretexto que les sirve para
aumentar los precios diez veces más de lo que el incremento de salarios
justifica.
Son
tan sensatos nuestros obreros en su manera de reclamar mejoras que muchas veces
yo les he podido dar la "sorpresa" de obtenerles más de cuanto habían
solicitado los más optimistas.
En
mi despacho nunca faltan obreros. Yo los veo muchas veces conversar con los
ministros, con altos funcionarios, embajadores, visitantes ilustres y aun
famosos.
Me
gusta ver cómo los obreros no temen el trato de nadie y se sienten iguales y
¿por qué no? Creo que a veces, en mi despacho, se "sienten más que los
otros" porque allí ellos tienen un privilegio.
Los
demás pueden aspirar al derecho de mi amistad, los obreros saben que tienen ya
derecho a un poco más que mi amistad, y es mi cariño.
Viendo
cómo los obreros tratan y aprecian a los demás he aprendido mucho.
Sé
ahora que los hombres que saben ganarse el afecto de los obreros son por lo
general dignos del movimiento Peronista; y que no sirven para nuestra lucha
quienes no saben o no pueden conquistar aquel afecto.
Es
que los obreros sólo dan la amistad y su afecto a quienes honrada y lealmente
ofrecen amistad. Y tienen una fina sensibilidad que les permite descubrir a
quien únicamente desea utilizar la amistad como puente de sus ambiciones
personales.
Yo
podría escribir días enteros acerca de los mil ínfimos detalles de mi labor
sindical.
Pero
he querido señalar solamente lo fundamental, lo que hará comprender un poco, a
mucha gente, el sentido del trabajo que cumplo como un deber irrenunciable de
gratitud y amor.
Pero
nadie tendrá una idea exacta de todo esto si no ha tenido oportunidad de
conocer el alma generosa y noble de los hombres a quines el trabajo ha hecho
dignos como no pueden serlo sino quienes trabajan.
A
esa dignidad no se puede "descender". Es tan absurdo como si alguien
dijese: voy a descender al Aconcagua.
A
esa dignidad sólo puede ascenderse, y mi principal ambición es subir cada día
un poco más.
LA
TARDE DE LOS MIÉRCOLES
Todos
los miércoles a la tarde el General Perón atiende exclusivamente a los
trabajadores agremiados.
La
Casa de Gobierno, en esas tardes, adquiere un aspecto especial.
Porque
habitualmente las audiencias del Presidente de la República son concedidas
individualmente, aunque no faltan nunca las visitas de núcleos más o menos
numerosos de personas.
Pero
en la tarde de los miércoles las audiencias son siempre numerosas, tanto como
por la cantidad de las mismas como por la cantidad de obreros de cada
delegación.
Es,
por otra parte, la única tarde de la semana en que mi trabajo se desarrolla
cerca del General.
Tal
vez convenga que mis lectores conozcan algunos detalles de este trabajo mío y
en que consiste.
La
tarde de los miércoles es para mí algo así como una tarde de cosecha.
Todo
el trabajo de mi semana da sus frutos mejores en las cinco o seis horas que en
este país paso en la Casa de Gobierno.
Durante
la semana recibo de los gremios sus pedidos de audiencia.
Por
supuesto que todos desearían estar siempre de visita en la Presidencia y en
esto reside un poco también la dificultad de mi pale de "Evita".
En
esta parte de mi trabajo es donde puede verse con más claridad la verdad de ese
papel humilde pero tal vez útil para mi pueblo.
Por
lo menos así lo creo yo.
No
todos los gremios pueden verlo todos los miércoles al Líder; pero todos tienen
iguales derechos.
Yo
parto de este principio muy simple:
Trato
de que cada gremio esté por lo menos una o dos veces al año con el General.
Por
supuesto que sólo tienen un privilegio los dirigentes superiores a quines
muchas veces suelen agregarse los compañeros de las filiales del Sindicato en
el interior del país. Esto sucede por lo general una vez que un gremio se reúne
en asamblea nacional.
Cada
audiencia lógicamente debe tener un motivo de excepción, ya que utilizar el
tiempo del Presidente de la República debe ser también algo excepcional.
El
motivo extraordinario siempre se da en la vida de las organizaciones obreras.
A
veces, es un problema que solamente puede solucionar Perón en su doble calidad
de conductor del país y del movimiento.
Nadie
sino él tiene en el país esa doble investidura y esa doble plenipotencia.
Siempre
existen problemas gremiales cuya solución debe consultar no sólo los intereses
de los trabajadores sino también los de todo el pueblo y aun de la nación
misma.
En
estos casos solamente el Líder de los trabajadores, conductor del pueblo y de
la Nación, puede ver el panorama en forma total.
Él
solamente puede hacer ver a los trabajadores hacia dónde y hasta dónde el
problema puede y debe ser solucionado.
Algunas
veces suelo asistir también a estas audiencias y me siento feliz comprobando
cómo el Líder recibe directamente de los trabajadores las inquietudes del
pueblo; y el pueblo conoce directamente lo que piensa, lo que quiere hacer y lo
que hace su conductor.
Pienso
que no deben ser muchos los pueblos a los que así, tan sencillamente, sin
fórmula ninguna, pueden estar en contacto con la autoridad suprema del país.
Más...
pienso que en esto reside una gran parte del secreto del éxito con que gobierna
Perón los destinos del pueblo.
Porque,
en estas audiencias, no es obligación hablar solamente del problema que
motivara la entrevista.
El
mismo General pregunta a sus visitantes acerca de cualquiera de los problemas
que preocupan su atención de gobernante y de conductor en esos momentos.
A
veces, se habla del costo de la vida, o de los salarios en general o de
política internacional...
Tal
vez por eso, en cierto momento, ante una inquietud internacional que se cernía
sobre el país, Perón pudo decir a los argentinos:
-Yo
no haré sino lo que el pueblo quiera.
Y
bastó eso para que todo el país se tranquilizara.
¡El
pueblo sabe muy bien que Perón conoce lo que quiere su pueblo!
Otras
veces, las audiencias gremiales tienen como motivo hacer pasar al Presidente el
estado de las actividades de la organización.
Todo
el año los gremios trabajan por su propio mejoramiento.
Así,
por ejemplo, además de sus esfuerzos por el aumento de sus salarios y
condiciones de trabajo, construyen sus sanatorios, policlínicos, organizan sus
cooperativas y mutualidades, sus escuelas de capacitación sindical, sus
bibliotecas, sus clubes, etc., y se sienten felices cuando pueden llevar a
quien les ha señalado el camino, los resultados de haber escuchado sus consejos
de amigo y de Líder.
En
otras ocasiones, la audiencia tiene por objeto llevar al Presidente las
conclusiones de una asamblea nacional del gremio.
En
estos casos por lo general asisten delegados de todo el país y entonces yo
suelo estar también en la entrevista.
En
estas circunstancias oímos primero a los dirigentes del gremio, quienes le
hacen conocer al Presidente de la Nación -que para ellos es siempre "el
querido Coronel" de la Secretaría de Trabajo y Previsión y además
"primer trabajador argentino"- todo lo que la asamblea nacional ha
resuelto.
Después
Perón suele hablarles largamente sobre los temas del momento nacional
haciéndoles saber sí "cómo van las cosas".
Esto
es muy útil para todos porque cada delegado obrero lleva así a un rincón
distinto del país la palabra del Líder, en una versión directa. Muchas veces
incluso el General habla a los trabajadores de temas que solamente pueden ser
tratados en una conversación directa y privada.
De
esta manera el pueblo sabe todo cuanto su conductor piensa acerca de todos sus
problemas, incluso de aquellos sobre los cuales nadie, excepto el Presidente,
podría decir una sola palabra autorizada.
Con
excepción de estas audiencias numerosas, a las que asisto sólo cuando el
presidente me invita, yo no estoy presente en las visitas que los gremios hacen
al Líder en la tarde de los miércoles.
Y
no vaya a creerse que no sean mis deseos estar con ellos.
Pero
ya lo he dicho otra vez: mis funciones terminan donde empiezan las del
Presidente de la República.
Además
hay otra razón más: quiero que los obreros hablen siempre con Perón a solas
porque ni yo mismo quiero aparecer alguna vez como un obstáculo entre el pueblo
y su Líder.
La
gran desgracia de muchos pueblos y de muchos países consiste en que los
gobernantes por ellos elegidos "se dejan rodear".
Bien
o mal rodeado, ¡un gobernante que se deja rodear establece un obstáculo entre
él y su pueblo!
Si
hay un deseo y un propósito firmísimo en Perón es precisamente que entre él y
su pueblo nada ni nadie se interponga.
Por
eso yo misma sólo conduzco a él.
Soy
algo así como un camino por donde el pueblo humilde, ¡el pueblo trabajador!
Llega a su presencia.
Y
aun tengo mucho cuidado en no ser yo tampoco el único camino porque ¡eso
también sería una valla entre el pueblo y Perón!
Una
vez los obreros en presencia del Líder, yo me retiro, y aun cuando permanezca
en la Casa de Gobierno, atiende otros problemas, que nunca faltan en los
gremios que esperan el turno de su audiencia.
Quizás
en muchos detalles como éste, resida el secreto de mi éxito.
Detalles
que no tiene aparente importancia, pero cuidarlos es fácil y es provechoso.
No
me sería posible terminar este capítulo sin decir que las tardes de los
miércoles son en general, tardes felices para nosotros.
Al
término de la jornada regresamos juntos, el Líder y yo, a nuestra residencia
privada y yo me gozo viéndole satisfecho y alegre; al contacto con sus
descamisados, con los "grasas" -como los mismos obreros suelen
llamarse a sí mismos-, le reconforta.
Muchas
veces suele decirme al final de estas jornadas:
-Vamos bien. ¡Los "muchachos" están contentos!
-Vamos bien. ¡Los "muchachos" están contentos!
Y
amí me alegra verlo a él satisfecho y me emociona siempre pensar que un hombre
como él, en el más alto pedestal del país, se siente feliz simplemente por
eso... porque un humilde jornalero tal vez, le haya dicho que "está
contento con su Presidente".
LOS
GRANDES DÍAS
Pero
cuando la felicidad de Perón llega a su más alto grado es en los días en que
celebramos nuestras grandes fechas.
27
de noviembre: Día de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
17
de octubre: Día de la Lealtad.
1
de mayo: Día del trabajo.
En
las dos últimas fechas el pueblo se reúne en cantidad extraordinaria; y en el
escenario mismo de nuestras mayores glorias: en Plaza de Mayo.
El
gran acto público es organizado siempre por la Confederación General del
Trabajo y a él asisten, en masa, los obreros de la Capital y delegaciones del
interior del país.
Confieso
que los días que preceden a estas fiestas cumbres de nuestro movimiento son de
grandes trabajos para mí.
No
porque me toque intervenir para nada en la organización sino porque tratándose
de fiestas populares me esfuerzo para que todos los trabajadores puedan
celebrarlas con la mayor alegría.
Reviso
entonces todos los problemas pendientes y para ello recibo a las organizaciones
gremiales a fin de arreglar todos sus problemas pendientes. De esta manera la
alegría es mayor y la fiesta es total.
Me
causaría pena ver desde los balcones de la Casa de Gobierno, en esos días
solemnes, a alguna organización cuyos problemas mayores no hayan tenido
solución pudiendo haberla tenido.
No
es porque tema la ausencia de algún sector, no.
Por
el contrario, aun en circunstancias más difíciles para algunos sindicatos,
siempre han estado presentes como para certificar que el Líder es para ellos
siempre Líder y como ellos dicen: "¡en las buenas y en las malas!".
El
27 de noviembre conmemoramos el Día de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Aunque
no es fiesta nacional, ya que todo el país, empezando por la administración
pública, trabaja en este día como en los demás días laborales del año, los
obreros no se olvidan de celebrarlo dignamente con un acto popular que se
realiza ante el edificio de la Secretaría.
La
fecha tiene un significado extraordinario: aquel día, en 1943, primer año de la
revolución, Perón convirtió el viejo e inútil Departamento Nacional del Trabajo
en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Ya
he dicho en estos apuntes que aquel día empezó realmente la revolución.
Para
Perón fue aquel un día de triunfo.
Para
los obreros el primer día de sol después de una larga noche de angustias y
zozobras y de explotación oligárquicas.
El
1 de mayo, que en otros tiempos fue triste celebración de los trabajadores
oprimidos, es ahora una de nuestras dos fiestas mayores.
Alguna
vez visitantes extranjeros nos han preguntado por qué mantiene el gobierno una
fecha que tiene, en todo el mundo, un sentido de revolución y de rebeldía y que
es aprovechada en todas partes por los comunistas en contra de lo que los
mismos visitantes llaman "el orden legalmente constituido".
Siempre
les he aclarado, respecto de esto, varias cosas y pienso que estos apuntes,
destinados a tantas preguntas silenciosas, deben contener las mismas
contestaciones que yo he dado a quines me han hecho las preguntas en forma
personal.
En
primer lugar, creo que el gobierno no podría "suprimir" la
celebración.
¡Es
cosa del pueblo!
Y
Perón ha dicho muchas veces que no hará sino lo que quiera su pueblo.
El
pueblo que antes sufrió en cada 1 de mayo la angustia de la opresión, y aun de
la muerte, no puede menos que recordar la fecha con alegría.
Antes
de Perón, el 1 de mayo se reunían los trabajadores en las plazas y en las
calles de todas las ciudades del país y sus dirigentes aprovechaban la
oportunidad para hablarles.
Los
buenos dirigentes, por lo general, tenían muy poco que decir en realidad: ¡más
que hablar de esperanza, las realidades eran muy pocas, entonces!
Los
malos dirigentes, los falsos dirigentes, los que habían aprendido la lección en
libros extraños o en tierras extrañas no desperdiciaban la ocasión de agitar a
sus compañeros.
Ante
las escasas realidades que podían ofrecer y ante la larga espera de las
promesas no cumplidas, el camino más fácil era incitar a la rebelión y a la
anarquía.
Los
gobiernos, fríos e inaccesibles a todo clamor y a todo dolor, respondían a
aquellos actos con el silencio o -las más de las veces- con la policía.
Y
el 1 de mayo casi siempre se vestía de rojo -¡porque era el día de verterse
sangre humilde, que nunca es azul...! ¡siempre roja...porque siempre es pura!-.
El
pueblo argentino no olvida aquellas jornadas de angustia y de muerte.
¡Por
qué no va a celebrar la fecha ahora que puede hacerlo sin temores y sin
inquietudes?
En
vez de gritos con los puños crispados frente a las puertas cerradas de la Casa
de Gobierno, el pueblo trabajador argentino celebra ahora cada 1 de mayo con
una fiesta magnífica que presiden desde los balcones de la Casa de Gobierno su
conductor en su calidad de "primer trabajador argentino", título sin
duda el más preciado por Perón.
Y
lo maravilloso es que en vez de temer a la muerte en este día, el pueblo suele
ofrecer su vida gritando un estribillo que siempre me toca el alma: "¡la
vida por Perón!".
El
17 de octubre es otra cosa.
Pero
el pueblo es lo mismo, y el lugar, como siempre desde 1945, en la Plaza de
Mayo.
Es
nuestro "Día de la Lealtad".
Desde
1945, todos los años los descamisados de mi país se dan cita en este lugar.
Como
en aquella primera noche memorable cada año quiere ver y escuchar a Perón.
Este
es para mí un día de grandes emociones.
Aunque
siempre me propongo ser fuerte hasta el fin, nunca lo consigo del todo.
Es
demasiado fuerte para mi corazón contemplar al mismo tiempo la felicidad del
pueblo y la de Perón.
Desde
el balcón que preside la fiesta me es posible ver las caras de los descamisados
y la cara del Líder.
Es
magnífico siempre el espectáculo, pero se vuelve indescriptible cuando habla
Perón.
Cada
año él pregunta a su pueblo si está satisfecho con el gobierno. Cuando millares
y millares de voces responden que sí, se estremece toda la Plaza de Mayo y
puedo afirmar que ese estremecimiento, que viene desde tantas almas, sacude
violentamente mi corazón.
Lo
que ocurre en el alma de Perón tal vez me resulte muy difícil describirlo.
Cuando
quise presentar en estos apuntes la figura del Líder dije que era mejor salir a
verlo, como quien invita a conocer una cosa indescriptible como el sol.
Decir
lo que pasa en el alma de Perón cada 17 de octubre es una cosa parecida a eso.
Yo
no creo que sea verdad aquello de influjo magnético de la multitud sobre su
conductor y del conductor sobre la multitud.
En
cambio creo que es más bien un problema de sensibilidad.
Pienso
que muchos hombres reunidos, en vez de ser millares y millares de almas
separadas son más bien una sola alma.
Para
que esa alma se manifiesta es necesario que el conductor tenga la sensibilidad
suficiente como para poder oír las voces del alma gigantesca de la multitud.
Es
necesario por eso poseer un alma extraordinaria para ser conductor.
Y
allí está el secreto de Perón: ¡en su alma!
Y
eso -su alma- es precisamente lo que no se puede describir, lo mismo que el
sol. Ni siquiera es posible mirarlo. Hay que conformarse con sentirlo
calentando la piel, iluminando el camino.
Y
eso es lo que "siente" el pueblo cada 17 de octubre; eso es lo que
siento yo en mi pequeñez infinita frente a cada encuentro de Perón con su
pueblo.
Sentimos
que el sol nos calienta la piel y nos inyecta su calor en la sangre, dándonos
vida.
Sentimos
que el sol ilumina todos nuestros caminos.
Y
cuando termina la jornada sabemos que nos hemos hecho mutuamente felices.
El
Líder ha dejado contento y tranquilo a su pueblo.
El
pueblo se siente feliz sabiendo que Perón sigue siendo el mismo de 1945.
Y
Perón se queda contento con su pueblo.
La
fiesta termina cuando el pueblo recuerda que el 18 de octubre de 1945 hizo un
día de huelga y empieza a gritar: ¡Mañana es San Perón!
Y
entonces el Líder, como en 1945, dispone otra vez esa "huelga" de un
día, pacífica y alegre, la única huelga del mundo que no se hace contra nada ni
contra nadie porque, lo mismo que en 1945, los trabajadores dejan sus tareas
diarias para celebrar el regreso de Perón.
Por
eso no pueden dejar de celebrar el aniversario.
Por
lo general en las noches del 17 de octubre se me hace difícil conciliar el
sueño.
Porque
el cariño del pueblo es un hermoso sueño, ante cuya belleza incomparable no se
puede soñar nada mejor.
Y
me gusta prolongarlo recordándolo porque así se olvida todo lo que cuesta vivir
en esta lucha diaria.
Y
se retoman las fuerzas necesarias para poder seguir al día siguiente como todos
los días.
DONDE
QUIERA QUE ESTE LIBRO SE LEA
Cuando
empecé estos apuntes solamente me guiaba el propósito de explicar los motivos,
las causas y algunos aspectos de la misión que me toca cumplir en la nueva
Argentina de Perón. Quería explicar por qué estoy en este camino.
Pero
a esta altura del trabajo pienso que ya me he detenido muchas veces - demasiado
quizás- en describir más bien el paisaje que bordea mi camino.
No
me arrepiento sin embargo.
¡Al
fin y al cabo, por qué vivo, cómo vivo o por qué soy lo que soy, no ha de
interesar tanto al mundo, como saber cómo viven y cómo son un pueblo que se
siente feliz y un hombre que ha podido ser causa de una felicidad tan grande!
Porque,
en realidad, hasta ahora, aparte de mis primeros capítulos casi todo lo demás
ha sido describir el maravilloso paisaje que acompaña mi camino: ¡Perón y su
pueblo!
Me
pregunto si tal vez en lo más secreto de mi corazón, en mi subconciencia no
tendría ya, al iniciar estos apuntes, el propósito de buscar otro pretexto más
para hablar de ellos precisamente: de Perón y de su pueblo.
Y
eso lo digo aquí porque no quiero engañar a nadie.
¡Quizás
en eso consista mañana mi única gloria: en haber sabido decir toda la verdad
acerca de los grandes amores de mi vida, tal como yo los vivo, los siento y los
sirvo!
Porque
el amor no se entiende ni se completa sino se lo sirve.
Para
mí, amar es servir.
Por
eso toda mi vida tiene para mí una explicación tan fácil.
Todo
el "secreto" consiste en que he decidido servir a mi pueblo, a mi
Patria y a Perón.
Y
sirvo porque amo.
Sirvo
al pueblo porque primero el pueblo ganó mi corazón. Y porque Perón me enseñó a
conocerlo más y por lo tanto a quererlo mejor.
Y
sirvo a la causa de Perón y a Perón mismo como puedo y donde puedo, aunque
reconozco que servir a Perón es lo mismo que servir al pueblo. Y lo reconozco
con alegría. ¿Acaso en eso no está la "clave", la explicación de mi
propia vida?
He
dicho ya cómo sirvo a los obreros.
Ahora
quiero explicar cómo sirvo a los "humildes".
Pero
antes, como un saludo de despedida para los trabajadores, dos palabras más por
ellos.
Dos
palabras de gratitud.
Aspiro
a que donde quiera se lea este libro se conozcan a los sentimientos de mi
corazón agradecido.
Porque
ellos fueron los primeros que tuvieron fe en Perón.
Porque
ellos creyeron aun antes de ver.
Porque
no lo abandonaron jamás.
Porque
lo rescataron de su prisión el 17 de octubre de 1945.
Porque
lo hicieron Presidente de los argentinos el 24 de febrero de 1946.
Y
sobre todo les agradezco una cosa: ¡que lo quieran así como lo quieran!
¡Y
que esto se sepa donde quiera que este libro se lea!
ADEMÁS
DE LA JUSTICIA
Entre
mis lectores habrá indudablemente dos clases de almas, como en todos los
rincones del mundo.
La
clase de almas estrechas que no conciben como cosas reales, ni la generosidad,
ni el amor, ni la fe, ni siquiera la esperanza.
Si
este libro cae entre las manos de un alma así, yo le ruego que no siga
adelante.
¡No
vale la pena! Todo le parecerá inútil, o simple propaganda.
Ahora
empiezan los capítulos que no podrán entender más que las almas que todavía
creen en la sinceridad, en la fe, en el amor, en la esperanza.
A
éstas sí las invito a que sigan un poco más adelante.
A
ellas, como a los visitantes de mis obras de ayuda social les iré mostrando al
mismo tiempo, juntos, cómo van por la vida, el dolor y el amor.
Les
mostraré primero el amor de mi pueblo, y no estará demás que nos detengamos a
verlo, tal como desde el mirador de mi vida lo he visto yo, cada vez mejor y de
más cerca.
¡Les
mostraré luego lo que hace el amor para que el dolor sonría y sonriendo se
atenúe, o se aleje o se vaya!
Desde
el día que me acerqué a Perón advertí que su lucha por la justicia social sería
larga y difícil.
Cuando
él fue explicándome sus propósitos (y sus propósitos eran nada menos que
invertir todo un sistema económico capitalista en uno más digno y más humano y
por lo tanto más justo) se confirmaron mis presentimientos: ¡la lucha sería
larga y difícil!
Veía
yo el espectáculo de muchos millones de argentinos esperando justicia; y frente
a ellos, a Perón queriendo dar a todos lo que a cada uno se debía dar.
Y
al mismo tiempo luchando contra las fuerzas conjuradas de la antipatria y de
las potencias extrañas a la Nación, decididas a seguir explotando la buena fe y
la generosidad de nuestro pueblo.
Por
más que yo creía en Perón, tal vez más de lo que él mismo creía en sus propias
fuerzas, nunca me pude imaginar que la mayor parte de sus sueños -¡y vayan si
eran sueños!- se realizaría tan pronto en mi país.
Su
razonamiento era simple. Tal vez demasiado simple como para que le creyeran los
hombres comunes, que, como suele decir Perón, "andan en bandadas como los
gorriones y vuelan bajo".
Solía
decirme en 1945:
-
"La justicia social exige una redistribución de todos los bienes del país para
que haya así menos ricos y menos pobres".
"Pero
¿cómo podrá redistribuir los bienes del país un gobierno que no tenga en sus
manos el poder económico?"
"¡Por
eso es necesario que yo dedique todos mis esfuerzos para asegurar la
independencia económica del país! Habrá que nacionalizar todo lo que sea un
medio de dependencia económica; y todo lo que importe una salida innecesaria de
riqueza nacional. ¡Así habrá más bienes para el pueblo!"
"¡Así
el pueblo tendrá lo que necesita o por lo menos todo lo que a él le
pertenece!"
"Todo
eso, claro está llevará tiempo...Y muchos argentinos morirán todavía sin poder
ver la hora de la justicia!"
Esto
último me hizo pensar que "mientras tanto" era necesario hacer alguna
otra cosa.
Cuando
Perón llegó a la presidencia de la Nación me pareció que había llegado el
momento de hacer esa "otra cosa".
Yo
sabía, por el mismo Perón, que la justicia no se realizaría en todo el país de
un día para otro. Y los argentinos, sin embargo, los "descamisados",
los humildes, creían tanto y tan ciegamente en su Líder que todo lo esperaban
de él, y todo "rápidamente", incluso aquellas cosas que sólo pueden
arreglarse con milagros cuya escasez por otra parte es notoria en estos
tiempos.
Era
indudable que mientras Perón se disponía a trabajar con alma y vida en su
empresa justicialista había que hacer algo más.
Yo
sentía que ese algo más me tocaba a mí, pero francamente no sabía cómo hacerlo.
Por
fin un día me animé... me animé a hacer... ¡una corazonada!
Me
asomé a la calle y empecé a decir más o menos esto:
-
Aquí estoy. Soy la mujer del presidente. Quiero servir a mi pueblo para algo.
Los
descamisados que me oyeron fueron pasándose la noticia unos a otros.
Empezaron a llegar hasta mí; unos, personalmente y otros, por carta.
Empezaron a llegar hasta mí; unos, personalmente y otros, por carta.
En
aquellas cartas ya empezaron a llamarme "Evita".
Entonces
le dije:
-
Prefiero ser Evita a ser la mujer del presidente de la República, si es
"Evita" sirve para algo a los descamisados de mi Patria.
Así
empezó mi obra de ayuda social.
No
puedo decir que nació de mí.
En
cambio me parece más exacto decir que nació de un entendimiento mutuo y
simultáneo entre mi corazón, el de Perón y el alma grande de nuestro pueblo.
Es
una obra común.
Y
así la sentimos: obra de todos y para todos.
EL
DOLOR DE LOS HUMILDES
Me
quedó pendiente del capítulo anterior una invitación que vengo a cumplir en
este: como a los visitantes de mis obras de ayuda social quiero ahora ir
haciendo conocer a mis lectores un poco del amor y del dolor de mi pueblo.
Un
poco del dolor, primero.
Aquí
también, como en todo el mundo, la injusticia social de muchos años ha dejado
en todos los rincones del país dolorosos recuerdos de su pasado.
Cuando
Perón tomó la bandera de la justicia social, los argentinos sumergidos eran
infinitamente más que los pocos privilegiados que emergían.
Pocos
ricos y muchos pobres.
El
trigo de nuestra tierra, por ejemplo, servía para saciar el hambre de muchos
"privilegiados también" en tierras extrañas; y los "peones"
que sembraban y cosechaban aquí ese trigo no tenían pan para sus hijos.
Lo
mismo sucedía con todos los demás bienes: la carne, las frutas, la leche.
Nuestra
riqueza era una vieja mentira para los hijos de esta tierra.
Cien
años así fueron sembrando de pobreza y de miseria los campos y las ciudades
argentinas.
Recuerdo
haber mencionado en uno de mis primeros capítulos el espectáculo de miseria que
rodeaba a nuestra gran capital cuando me fue dado verla por primera vez.
Después
de cinco años de lucha interna en el gobierno y con todo el esfuerzo de la
ayuda social puesta en marcha intensamente, todavía el cuadro no ha
desaparecido del todo, aunque va quedando poco de él, como para triste recuerdo
de la Argentina que encontró Perón.
Para
cuando incluso ese recuerdo desaparezca, yo quiero describir un poco el
paisaje, pero no por fuera como un pintor sino por dentro, tal como yo lo he
visto. ¡Tal, como yo lo he sufrido, viéndolo!
Para
ver la pobreza y la miseria no basta con asomarse y mirarla. La pobreza y la
miseria no se dejan ver así tan fácilmente en toda la magnitud de su dolor
porque aun en la más triste situación de necesidad el hombre y más todavía la
mujer saben imaginárselas para disimular, un poco al menos, su propio
espectáculo.
Por
eso cuando los ricos se acercan a esas colmenas de arquitectura baja que son
los barrios pobres con que las grandes ciudades se derraman en el campo por lo
general, no ven bien...
Un
poco es la subconsciencia culpable que no los quiere dejar ver bien y a fondo
la realidad total.
Y
otro poco es por aquello que dije de la misma pobreza que se esconde.
Los
desprevenidos visitantes que pasean por allí verán ranchos de paja y barro,
casillas de latón, algunas macetas de flores y algunas plantas, oirán algún
canto más o menos alegre, el bullicio de los chicos jugando en los baldíos... y
acaso se les ocurrirá pensar que todo eso es poético y tal vez romántico.
Por
lo menos frecuentemente he oído decir que se trata de barrios
"pintorescos".
Y
esto me ha parecido la expresión más sórdida y perversa del egoísmo de los
ricos.
¡Pintoresco
es para ellos que hombres y mujeres, ancianos y niños, familias enteras deban
habitar unas viviendas peores que los sepulcros de cualquier rico, medianamente
rico!
Ellos
no ven jamás, por ejemplo, qué ocurre allí cuando llega la noche.
Allí
donde cuando hay cama no suele haber colchones, o viceversa; o ¡donde
simplemente hay una sola cama para todos...! ¡y todos suelen ser siete u ocho o
más personas: padres, hijos, abuelos...!
Los
pisos de los ranchos, casillas y conventillos suelen ser de tierra limpia.
¡Por
los techos suelen filtrarse la lluvia y el frío...! ¡No solamente la luz de las
estrellas, que esto sería lo poético y lo romántico!
Allí
nacen los hijos y con ellos se agrega a la familia un problema que empieza a
crecer.
Los
ricos todavía creen que cada hijo trae, según un viejo proverbio, su pan debajo
del brazo; y que donde comen tres bocas hay también para cuatro. ¡Cómo se ve
que nunca han visto de cerca de la pobreza!
Y
todo eso todavía es felicidad cuando nadie en la familia está enfermo; que
cuando esto ocurre entonces el calvario llega a los más amargos extremos.
Entonces
la angustia de los padres, si el enfermo es un hijo, por ejemplo, no tiene
límites.
Yo
los he visto andar por las calles, cargando con el hijo en los brazos, buscando
médico, farmacia, hospital, cualquier cosa; porque si los servicios de la
asistencia pública se atrevían a meterse en esos laberintos de covachas que son
los barrios "pintorescos".
Yo
también los he visto volver a casa con el hijo muerto entre los brazos para
dejarlo allí sobre una mesa y salir luego a buscar un ataúd como antes buscaron
médico y remedios: desesperadamente.
Los
ricos suelen decir:
-
No tienen sensibilidad, ¿no ve que ni siquiera lloran cuando se les muere un
hijo?
Y
no se dan cuenta que tal vez ellos, los ricos, los que todo lo tienen, les han
quitado a los pobres hasta el derecho de llorar.
¡No...!
Yo no podré evidentemente describir lo que es la vida en cualquiera de esos
barrios "pintorescos".
Y
me resigno a desistir de mi intento.
Pero
una cosa quiero repetir aquí, antes de seguir adelante.
Es
mentira de los ricos eso de que los pobres no tienen sensibilidad.
Yo
he oído muchas veces en boca de "gente bien", como ellos suelen
llamarse a sí mismos, cosas como estas:
-
No se aflija tanto por sus "descamisados". Esa "clase de
gente" no tiene nuestra sensibilidad. No se dan cuenta de lo que les pasa.
¡Y tal vez no convenga del todo que se den cuenta!
Yo
no encuentro ningún argumento razonable para refutar esa mentira injusta.
No
puedo hacer otra cosa que decirles:
-
Es mentira. Mentiras que inventaron ustedes los ricos para quedarse tranquilos.
¡Pero es mentira!
Si
me preguntasen por qué, yo tendría solamente algo que decirles, muy poca cosa.
Sería esto:
¡Yo
he visto llorar a los humildes y no de dolor, que de dolor lloran hasta los
animales! ¡Y los he visto llorar por agradecimiento!
¡Y
por agradecimiento, por agradecimiento sí que no saben llorar los ricos!
LOS
COMIENZOS
El
espectáculo que he intentado vanamente describir, era, a los comienzos del
movimiento justicialista, una cosa habitual en todas las ciudades del país.
Pero
además lo mismo sucedía en los pueblos y cuanto más pequeños con mayor
intensidad.
Y
cosa parecida ocurría en los campos donde los arrendatarios, medieros y peones
habían sufrido durante muchas décadas los efectos de la opresión oligárquica.
Es cierto que una de las primeras medidas justicieras de Perón fue precisamente establecer nuevas condiciones de salarios y de trabajo para los trabajadores rurales.
Es cierto que una de las primeras medidas justicieras de Perón fue precisamente establecer nuevas condiciones de salarios y de trabajo para los trabajadores rurales.
Y
eso era lo fundamental.
Pero
antes que el salario justo y las condiciones dignas de trabajo diesen sus
frutos de bienestar, era necesario remediar también tanto dolor de muchos años.
En
todas partes hacía falta vivienda, vestidos, salud.
Para
eso había salido yo a decir por las calles:
-
Aquí estoy. Quiero servir de algo para mi pueblo.
Cuando
advertí que mi voz todavía tímida había sido escuchada por los descamisados de
mi país, cuando empecé a ver que llegaban cartas, y hombres y mujeres, jóvenes
y niños y ancianos empezaban a golpear a las puertas de nuestra residencia
privada, recién me di cuenta de lo que iba a significar mi
"corazonada".
Aunque
ya había previsto antes, que aquella era una empresa casi imposible, me
convencí de eso cuando esa tarea se me presentó en toda su realidad.
Sin
embargo, Perón ya me había enseñado muchas cosas y entre ellas a suprimir de mi
diccionario la palabra imposible.
Él,
que volaba "alto y solo como los cóndores" -(le tomo la palabra que
él mismo suele aplicar a los genios que admira: San Martín, Alejandro, Napoleón)-,
me había tomado a mí de la "bandada de gorriones" y me había dado sus
primeras lecciones.
Una,
la primera tal vez, fue hacerme olvidar de la palabra imposible.
Y
empezamos. Poco a poco. No podría decir exactamente qué día fue. Lo cierto es
que primero atendí personalmente todo. Luego tuve que pedir auxilio. Y por fin
me vi obligada a organizar el trabajo que en pocas semanas se hizo
extraordinario.
Cierto
es que desde el primer día conté con el apoyo moral y material del Presidente,
pero tampoco era cuestión de apoyarse demasiado en él, que tenía otros
problemas mucho más graves que los míos.
Recuerdo
que alguna vez pensamos si era o no conveniente que fuese yo quien realizase la
tarea o mejor tal vez algún organismo del Estado.
Y
fue el mismo Perón quien me dijo:
"Los
pueblos muy castigados por la injusticia tienen más confianza en las personas
que en las instituciones".
"En
esto, más que en todo lo demás, le tengo miedo a la burocracia".
"En
el gobierno es necesario tener mucha paciencia y saber esperar para que todo
marche. Pero en las obras de ayuda social no se puede hacer esperar a
nadie".
Aquel
razonamiento lógico y simple como todos los de Perón me confirmó en el puesto
que él, los descamisados y yo habíamos elegido juntos para mí.
LAS
CARTAS
Todos
los días el correo deja en nuestra residencia privada millares de cartas.
Todas
en sobres humildes.
En
forma sencilla y elocuente, los descamisados de aquí -y también los
descamisados de otros pueblos- suelen hacerme así sus peticiones.
Cada
uno me escribe como puede. Muy poca veces se ve que la carta ha sido escrita
por otra persona... tal vez porque el propio interesado no sabe escribir o no
se anima a hacerlo, creyendo, quizás, que si la carta está mejor escrita tendrá
más éxito.
Y
en esto muchas veces sucede lo contrario porque ni la mejor prosa literaria
puede sustituir a la elocuencia tremenda del que necesita ropa o vivienda o
medicamentos o trabajo o... cualquiera de las cosas que necesitan los que me
escriben.
Me
escriben muchas cartas las madres de familia.
Cuando
lega Navidad o el Día de Reyes recibo infinitas cartas de los niños.
También
muchos ancianos suelen mandarme sus peticiones.
Una
pequeña parte de la correspondencia carece de sentido y contiene raros pedidos,
imposibles de satisfacer...
Pero
la inmensa mayoría sabe bien lo que quiere y pide sencilla y razonablemente con
pocas palabras aunque siempre con una elocuencia que es maravillosa.
¡Para
mí lo importante es que esas cartas huelen a pueblo porque oliendo a pueblo
huelen a verdad!
Un
día dijo sabiamente Perón que él había recorrido todo el país de extremo a
extremo, y que habiendo conocido todas sus bellezas y maravillas al fin vino a
dar con su mayor y más alta belleza: el pueblo.
Si
alguien dudara de esa verdad peronista que dice: "Lo mejor que tenemos es
el pueblo", yo lo invitaría a que leyese mis cartas, solamente las cartas
que en un solo día llegan a mí desde todos los rincones del país.
Después
de una larga experiencia ahora sé positivamente que no engaña más una carta que
una cara.
Claro
que en este tipo de correspondencia nadie sino por excepción pretende engañar.
El
que pide vivienda o ropa o una máquina de coser, o trabajo o medicamentos o
cualquiera de las cosas que puede pedir un descamisado, no ha de querer
engañarnos porque, si lo que pide le llega, cuando llegue quedará descubierta
su mentira.
Yo,
con todo gusto, dejaría que mis eternos críticos leyeran alguna vez toda esa
cantidad de angustiosos llamados que son las cartas de los humildes.
Únicamente
así tal vez comprenderían -si es que les queda algo de inteligencia y un poco
de alma- todo el daño que han hecho al país cien años de opresión oligárquica y
capitalista.
Únicamente
así tal vez entenderían que la ayuda social es indispensable y es urgente.
Y
tal vez únicamente así me perdonarían -aunque no aspiro a que jamás me
perdonen- las palabras con las que he condenado, los condeno y los seguiré
condenando cada vez que sea necesario, porque ellos estuvieron presentes, como
causantes o por lo menos como testigos silenciosos, de la explotación opresora
que regía como ley a la Argentina que Perón está curando de sus viejas y
dolorosas heridas.
Pero,
la indignación -¡siempre mi vieja indignación!- me ha hecho desviar un poco del
tema.
Toda
la correspondencia que me llega es clasificada de inmediato por un centenar de
mis colaboradores.
Para
este trabajo he elegido a hombres y mujeres humildes.
No
podría ser de otra manera. "Solamente los humildes salvarán a los
humildes" dice siempre Perón.
Y
es verdad. Así como un rico ve un pasaje pintoresco en los barrios suburbanos
de ranchos y de conventillo y solamente los pobres saben ver más allá de la
pintura; en el caso de las cartas un rico no vería sino literatura... Y frente
a ese enorme espectáculo de angustia y de dolor no vería toda la fe y el amor y
la esperanza que cada mensaje trae a mis manos y no se le ocurriría acaso nada
mejor que decir:
- ¡De todo eso cuántas mentiras le dirán!
- ¡De todo eso cuántas mentiras le dirán!
Y
lo transcribo porque muchas veces he "sentido" que lo han pasado
alguno de ellos que circunstancialmente ha contemplado la montaña de mi
correspondencia diaria.
A
lo sumo tal vez se les ocurrirá -y esto me lo han dicho de viva voz- que allí
habría abundante material para un estudio de psicología...
Después
dicen que los pobres no tienen "nuestra" sensibilidad.
Esto
es lo que a veces me hace estallar en arranques de incontenible indignación:
¡el injusto contraste de los ricos, insensibles al dolor humano, acusando de
insensibilidad a los que precisamente están sufriendo por culpa de la
abundancia de los ricos!
Por
eso, hombres y mujeres que han sufrido mucho son los que yo he elegido para que
hagan el trabajo que yo no puedo ya materializar: leer las cartas que me
llegan, clasificarlas y resolver cuanto se pueda.
Una
vez clasificado todo, procedo cada día a considerar lo que tiene pronta
solución y también aquello que no teniéndola a primera vista parezca ser de
gran urgencia para el solicitante.
En
los casos especiales indico que se cite a los interesados para una audiencia en
la Secretaría de Trabajo y Previsión.
De
estas audiencia hablaré después.
Claro
está que entre cinco, seis y aun a veces diez y quince mil cartas que alcanzan
a llegar en un día muchos casos quedarán sin solución.
Sobre
todo cuando lo que se pide es vivienda o empleo no siempre la solución está al
alcance rápido e inmediato de mis manos.
Pero
aun en muchos casos muchas veces el que ha escrito ya cree que su carta no me
ha llegado o me he olvidado de él, le hacemos el presente de lo que ha pedido.
En
general trato de que los problemas se solucionen cuanto antes.
Solamente
cuando no es posible dar una solución inmediata queda reservada la carta hasta
que se pueda hacer algo.
Debe
ser que el sistema de las cartas da resultado porque cada vez son más las que
llegan y por otra parte ya no puedo salir a ninguna parte sin que me esperen
con una carta en su mano hombres y mujeres y niños, a tal punto, que cuando
salgo siempre tengo que prever que ocurrirá eso y llevar conmigo una cartera de
buen tamaño o ¡quien me sirva de cartero!
Nosotros
repetios siempre una frase de Perón que dice: "En la nueva Argentina los
únicos privilegiados son los niños".
Y
esta verdad trato yo de cumplirla también con mis cartas.
Las
cartas de los niños tienen siempre un especial privilegio.
¡Me
gusta leerlas cuando quiero descansar un poco, o tal vez reconfortarme de
alguna desilusión en los otros aspectos de mi lucha!
Son
tan puros y tan ingenuos.
Como
cuando por ejemplo una descamisadita de ocho años me escribe diciéndome
textualmente: "Querida Evita: yo quiero para los Reyes cualquier cosa con
tal de tener un recuerdo suyo. Pero no tengo ninguna bicicleta".
Toda
la carta es eso; pero, ¿quién se niega a mandarle un "recuerdo"?
MIS
TARDES DE AYUDA SOCIAL
Las
audiencias de los pobres son mis descansos en la mitad de muchas jornadas
agotadoras.
Dos
veces a la semana, por lo menos, dedico la tarde a esta misión de intermediaria
entre los humildes y Perón, porque aunque la Fundación soluciona en gran parte
los problemas de esta gente, nada sería y nada haría sin Perón, la causa y el
alma de mi ayuda social.
¡Bueno,
Perón es el alma de todo lo que yo he hecho, de lo que hago y de lo que haré de
bueno y de bien en mi vida!
Lo
que hago en mis audiencias con los más humildes descamisados de mi pueblo: los
pobres, es muy sencillo.
Los
recibo por lo general en la Secretaría, aunque a veces, cuando no me alcanza el
tiempo y hay muchas cuestiones urgentes que arreglarles, les doy cita en la
Residencia. Pero con preferencia los atiendo en la Secretaría, como un homenaje
a Perón que la creó y ¿por qué lo he de ocultar? Con la secreta intención de
que la "casa de los trabajadores" como la llamó el Líder, tenga cada
día todavía un poco más del cariño de los descamisados.
En
una sala contigua a mi despacho, en el mismo lugar en donde atiendo a los
gremios, allí van pasando por turno ante mi mesa, las familias o las personas
que me traen sus problemas grandes y pequeños.
Hay
de todo en esas tardes de "ayuda social": problemas de vivienda,
desalojo, enfermedad, de empleo; pero al mismo tiempo que esos problemas
materiales muchos me traen sus casos íntimos, los más raros y los más difíciles
de arreglar, porque para eso no tengo, muchas veces, más que buenas palabras y
consejos.
Llegan
por ejemplo, con el pretexto de pedir mi ayuda material, hombres y mujeres que
no saben ya qué hacer con sus vidas... yo no sé por qué ni para qué vienen a
verme a mí, ni que esperan que yo les dé. Son almas destrozadas por el dolor y
la injusticia. El hambre, la persecución, la miseria, las han hecho caer en
todos los errores y llega un momento en que no saben ya qué camino seguir...
Estas
son las audiencias "secretas".
Porque
la mayoría de la gente me expone sus problemas en voz alta, pero casi siempre
en cada audiencia, hay un poco de "secreto". Entonces me dicen las
cosas en voz baja, casi al oído, y muchas veces, llorando.
Por
eso, porque yo conozco las tragedias íntimas de los pobres, de las víctimas que
han hecho los ricos y los poderosos explotadores del pueblo, por eso mis
discursos tienen muchas veces veneno y amargura. Ante una mujer, por ejemplo,
arrojada a la calle por un oligarca soberbio y egoísta que la ha engañado con
sus imbéciles palabras de amor ¿qué poco me parece todavía gritar con toda mi
alma lo que tantas veces he gritado: que la justicia se cumplirá
inexorablemente, cueste lo que cueste y caiga quien caiga?
Y
como este caso, cada tarde de ayuda social desfilan ante mí centenares de almas
destrozadas por el egoísmo de los hombres.
Sé
que muchos no entenderán nunca todo esto.
Cuando
lean estas páginas las comentarán sonriendo con suficiencia, pensando que
"esto es demasiado melodramático".
Yo
quisiera gritarles:
¡Sí, claro que es "melodrama"! Todo en la vida de los humildes es melodrama. El dolor de los pobres no es dolor de teatro, sino dolor de la vida y, bien amargo. Por eso es melodrama, melodrama cursi, barato y ridículo para los hombres mediocres y egoístas. ¡Porque los pobres no inventan el dolor...! ¡ellos lo aguantan!
¡Sí, claro que es "melodrama"! Todo en la vida de los humildes es melodrama. El dolor de los pobres no es dolor de teatro, sino dolor de la vida y, bien amargo. Por eso es melodrama, melodrama cursi, barato y ridículo para los hombres mediocres y egoístas. ¡Porque los pobres no inventan el dolor...! ¡ellos lo aguantan!
Por
eso grito muchas veces hasta enronquecerme y quedar afónica, cuando en mis
discursos se me escapa la indignación que llevo, cada vez más viva, casi como
una herida en mi corazón.
Muchas
veces he deseado que mis insultos fuesen cachetadas o latigazos para que
dándoles a muchos en plena cara les hiciesen ver aunque no fuese más que por un
momento lo que yo veo todos los días en mis audiencias de ayuda social.
Y
cuando digo que la justicia ha de cumplirse inexorablemente, cueste lo que
cueste y caiga quien caiga, estoy segura de que a mí, Dios me perdonará
haberlos insultado porque los he insultado por amor ¡por amor a mi pueblo! Pero
a ellos les va a hacer pagar todo lo que sufrieron los pobres ¡hasta la última
gota de sangre que les quede!
LIMOSNA,
CARIDAD O BENEFICENCIA
Tal
vez porque mi más profundo sentimiento es el de la indignación ante la
injusticia, yo he conseguido hacer mi trabajo de ayuda social sin caer en lo
sentimental ni dejarme llevar por la sensiblería.
Por
otra parte Perón me ha enseñado, que lo que yo hago a favor de los humildes de
mi Patria, no es más que justicia.
En
la vereda de enfrente, algunos mediocres han discutido y creo que deben seguir
discutiendo -¡ya no me queda tiempo que perder en oírlos!- sobre mi obra. No me
importan lo que piensen de mí, ni de lo que hago. Me basta saber que hago lo
mejor que sé y lo mejor que puedo. Pero me causa gracia la discusión, cuando no
se ponen de acuerdo ni siquiera en el trabajo que yo hago.
No.
No es filantropía, ni es caridad, ni es limosna, ni es caridad social, ni es
beneficencia. Ni siquiera es ayuda social, aunque por darle un nombre
aproximado yo le he puesto ése.
Para
mí es estrictamente justicia. Lo que más me indignaba al principio de la ayuda
social, era que me calificasen de limosna o de beneficencia.
Porque
la limosna fue siempre para mí un placer de los ricos: el placer desalmado de
excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para
que la limosna fuese aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia
y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse
alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la
beneficencia son para mí ostentación de riqueza y de poder para humillar a los
humildes.
Y
muchas veces todavía, en el colmo de la hipocresía, los ricos y los poderosos
decían que eso era caridad porque daban -eso creían ellos- por amor a Dios.
¡Yo
creo que Dios muchas veces se ha avergonzado de lo que los pobres reciben en su
nombre!
Mi
obra no quiere ser de "esa" caridad. Yo nunca he dicho, ni diré
jamás, que doy nada en nombre de Dios.
Lo
único que se puede dar en nombre de Dios es lo que deja alegres y contentos s
los humildes; no lo que se da por compromiso ni por placer sino lo que se da
por amor.
No
sé dónde he leído que el amor no es solamente querer a los demás, sino también
hacerse amable. Bueno: eso es lo que yo quiero que sea mi obra.
Que
nadie se sienta menos de lo que es, recibiendo la ayuda que le presto. Que
todos se vayan contentos son tener que humillarse dándome las gracias.
Por
eso inventé un argumento que me resultó felizmente Bien:
- Si lo que yo doy no es mío, ¿por qué me lo agradecen?
- Si lo que yo doy no es mío, ¿por qué me lo agradecen?
Lo
que yo doy es de los mismos que se lo llevan.
Yo
no hago otra cosa que devolver a los pobres lo que todos los demás les debemos,
porque se lo habíamos quitado injustamente.
Yo
soy nada más que un camino que eligió la justicia para cumplirse como debe
cumplirse: inexorablemente.
Por
eso trabajo en público. Yo no pretendo hacer otra cosa que justicia y la
justicia se debe administrar públicamente. Eso lo he dicho ya tantas veces en
mis cinco años de luchas que a nadie le parece ahora denigrante llegarse hasta
mi mesa de trabajo.
Por
eso yo no espero nunca el agradecimiento, que es una manera de humillación,
aunque me emociona la gratitud de los humildes como ninguna otra cosa. Sobre
todo porque se expresa tan sinceramente.
Me
acuerdo la carta de una mujer a quien había mandado una máquina de coser. De
los primeros trabajos que cobró me mandó cinco pesos. Lamento no tener aquella
carta a mano para transcribirla aquí íntegramente, porque no tenía desperdicio.
En cada línea se vería, cómo es de pura y de limpia, el alma grande de los
pobres. Todas las cartas tienen algo de esa grandeza. Un oligarca diría que los
pobres también saben mentir. No niego que sepan ¡pero estoy segura que mienten
mucho menos que los ricos! Y si mienten, al fin y al cabo, es por necesidad,
mientras que ellos, los ricos, ¡mienten por placer!
Todo
esto me parece que se va convirtiendo en una charla demasiado larga.
Con
razón a veces el General Perón me dice que hablo mucho.
Pero
todas estas cosas las escribo a medida que brotan de mi corazón. Tengo miedo de
olvidarme de algo que pueda hacer comprender a mis lectores cómo es mi misión
en la Nueva Argentina de Perón.
No
porque yo tenga necesidad de ser comprendida.
No.
Pero me interesa que mis amigos comprendan un poco más a Perón y a mi pueblo...
a sus descamisados.
Por
eso me esfuerzo en tantas explicaciones.
Dios
quiera que sirvan para algo; y yo seré feliz.
UNA
DEUDA DE CARIÑO
Todas
estas cosas me las han oído decir públicamente y en todas partes los
descamisados que se acercan a pedirme lo que necesitan.
Por
eso llegan hasta mí sin sentirse humillados y muchos se alegran en mi
presencia.
Yo
he deseado que fuese así. Y aun más, yo he tratado de que así sucediese. Que se
presenten hasta mí como si pidiesen justicia, como se exige un derecho.
Además
no me piden a mí. Lo que solicitan es aquello que se les negó siempre y que
Perón les prometió: un poco de bienestar, un poco de felicidad.
En
realidad, analizando bien, ellos vienen a pedir el cumplimiento de la palabra
empeñada por Perón. Por eso, allí yo me siento como una empleada más de él, sin
otro sueldo que su cariño y el de mi pueblo... ¡nadie gana tanto en este mundo
como yo!
Lo
que interesa es que la palabra de Perón se cumpla. Los que me piden algo a mí,
lo piden a Perón; y pedir a Perón no es humillante para nadie ni aun para los
más encumbrados. Menos para un descamisado que ve en él a un padre o a un
amigo.
Esto
es real, absolutamente real.
Cuando
salimos en nuestros paseos por la ciudad o viajamos por el país me gusta oír
los gritos con que l agente lo saluda a Perón.
Son
saludos "descamisados".
-
Adiós "viejo" -le gritan.
-
Adiós, "Peroncito".
-
¡Ojalá no te mueras nunca , Perón!
-
Adiós, Juancito.
A
los viejos políticos oligarcas, señores de cuello duro y de ilustres apellidos,
todo eso les parece ridículo y demagógico.
Ellos
no se mezclaron nunca con el pueblo. Porque les daba repugnancia estar con el
pueblo. Porque no se sentían cómodos entre la "chusma". Y cuando
alguno de ellos, más ambicioso, vencía la repugnancia y la incomodidad para
escalar alguna posición utilizando al pueblo como trampolín, entonces el pueblo
lo trataba como a gente de otra clase.
Y
si no era doctor lo "doctoreaba" para demostrarle así que no lo
sentía como de la casa.
Con
Perón ocurre lo contrario: el pueblo lo saluda y lo trata como a uno de los
suyos; como si fuese de la familia.
Y
yo me alegro.
Eso
es cariño puro como ninguna otra cosa de la tierra: cariño sin interés y sin
medida: cariño limpio de pueblo que no se puede pagar sino con obras de amor.
Por
eso cuando doy cualquier cosa, por más pequeña que sea, siento que estoy
pagando no sólo una deuda social... o una deuda de la Patria para con sus hijos
más humildes. ¡Siento que estoy pagando una deuda de cariño!
Por
eso muchas veces he dicho que he de seguir luchando hasta dar la vida si fuese
necesario: porque una deuda de cariño como la que yo tengo con el pueblo no se
termina de pagar sino con la vida.
FINALES
DE JORNADA
Casi
siempre me acompañan en mis audiencias de ayuda social, visitantes extranjeros,
altos funcionarios del gobierno y amigos del gobierno Peronista. Y eso no me
disgusta. Por el contrario, me alegra.
En
cuanto a los extranjeros, porque así ven personalmente que no es verdad tanta
mentira como anda por el mundo.
Los
funcionarios y amigos del movimiento me acompañan y también me gusta verlos a
mi lado. Es bueno que sientan un poco, de vez en cuando, el clamor del pueblo y
el dolor del pueblo. ¡Así no se volverán oligarcas!
Yo
he comprobado que cuando a uno de los nuestros s le empieza a subir los humos a
la cabeza, deja de gustarle ese contacto con la masa; con los descamisados. Y
si no reacciona pronto, está perdido.
Yo
sé que amigos, funcionarios y visitantes extranjeros, vienen a ver mi trabajo
por mí misma y no por los pobres que atiendo y que aun muchos vienen solo por
curiosidad; y, sin embargo, les agradezco mucho más una visita en mis tardes de
ayuda social que cien en la Residencia. Sobre todo esto vale para los
colaboradores más cercanos del Presidente, porque alguna cosa temo es que los
hombres que tienen una responsabilidad en el Gobierno, absorbidos por el
trabajo, pierdan contacto con el pueblo, aun en contra de su propia voluntad.
Además
los ministros me ayudan mucho en mis tareas. Y más me ayudan cuanto más me
visitan y ven lo que hago.
También
me gusta que estén presentes en mis tardes de ayuda social, los gremios que
después tendrán audiencia conmigo. Como casi todo el dinero de mis obras me
viene de ellos es justo que vean cómo y en qué lo gasto. Al fin y al cabo yo no
soy allí sino administradora de bienes comunes.
Termino
siempre tarde mi trabajo en estos días de ayuda social. Muchas veces ya no
circulan subterráneos, ni trenes, ni ciertas líneas de tranvías o de ómnibus.
Entonces las familias que he atendido y que viven lejos de la Secretaría
tendrían serios inconvenientes para retirarse a sus domicilios si no contase yo
con los coches de mis visitantes.
Lo
gracioso es que a veces se terminan todos los coches y entonces debo utilizar
también el mío y más de una vez he tenido que tomar un taxímetro para volver a
la residencia. No vaya a creerse que esto me resulta un gran sacrificio. No.
Creo que lo hago por cierto espíritu de aventura que llevo en el alma. Me
encanta ver la sorpresa del taximetrista cuando me reconoce. Si es peronista se
alegra mucho. Y si no lo es -(bueno, creo que esto no me ha pasado nunca)-, por
lo menos no podrá decir que es mentira eso de que trabajo hasta tan tarde.
Por
lo general, cuando termino mi trabajo, ceno con algunos amigos de los que me
han acompañado.
A
veces cenamos en la Residencia, otras en el Hogar de la Empleada. Durante la
cena muchas veces resuelvo con mis colaboradores algún problema que nos va quedando
atrás o que se nos ha presentado durante el día.
Cuando
la cena es en el Hogar de la Empleada, una de las obras de la Fundación, me
acompaña siempre un grupo más numeroso de amigos.
Estas
cenas se convierten en algo así como una peña; una peña peronista por supuesto.
El
que es poeta puede allí lucirse lo mismo que el que tiene facilidades de
orador.
¡La
única condición es que nadie puede decir una palabra que no se refiera el Líder
común!
Conservo
en mi corazón un grato recuerdo de esta clase de reuniones que espontáneamente
se convierten en homenajes cálidos y sinceros a Perón, que muchas veces a esa
hora ya está de pie, iniciando su jornada nueva.
Frecuentemente
llego a la Residencia cuando Perón se dispone a salir para la Casa de Gobierno.
El
General suele enojarse un poco conmigo por estas exageraciones de mi
desordenada manera de trabajar.
Pero...
no puedo con mi genio. Él es militar y por eso es amigo del orden y trabaja
siempre con método y disciplina.
Yo
no puedo hacer eso aunque me lo propusiese, tal vez porque estoy en el frente
mismo de la lucha, y él, en el comando supremo.
Lo
peor es que muchas veces para que el Presidente se duerma tranquilo le he
prometido terminar pronto el trabajo y llegar temprano a casa.
Ahora
ya no me cree. Sabe que cuando tengo "ayuda social" y
"gremios" no iré a cenar con él y que me acostaré cuando él está por
levantarse o aun después. Cuando se enoja, suelo decirle que así como para él
sería un deshonor llegar tarde a cualquier parte, para mí el deshonor sería
cumplir un horario puntualmente.
Y
con el aplomo de mi declaración, se va convencido ya de que sou "un caso
sin remedio".
Algunos
creen que el desorden de mi trabajo es una cosa estudiada... con efectos de
propaganda y de exhibición.
Me
gustaría que mis supercríticos se dedicasen alguna vez a esta clase de
"propaganda". Sería mucho mejor el mundo si hubiese más propaganda de
este tipo. ¿No sé si me explico?
Lo
que pasa es una cosa muy simple: los pedidos me asedian y todos son urgentes.
El que sufre no puede esperar. Todos quieren verme. Y yo no puedo atender a
todos.
Muchas
veces, sin embargo, viéndome fatigada la gente que me espera se va para verme
otro día.
Ninguno
que se vaya sin estar conmigo podrá decir que no halló buena voluntad para
recibirlo, puesto que me ha visto trabajando hasta cansarme.
Si
no hiciese esto, muchos se quedarían descontentos pensando que no deseo
recibirlos... Así, en cambio, todos saben que no me alcanza ni el tiempo ni mis
fuerzas para que todos se vayan contentos; y es lo único que deseo.
AMIGOS
EN DESGRACIA
Yo
quiero que la Secretaría sea siempre algo así como la casa paterna de todos los
peronistas de mi Patria.
Allí
nació para los descamisados el nombre de Perón.
Allí
él nos enseñó el camino de la felicidad y de la grandeza. Allí conocimos la
magnífica y extraordinaria grandeza de su alma.
Por
eso me gusta que, aun cuando no esté en ella Perón mismo, se lleguen hasta la
Secretaría los hombres y las mujeres que forman los cuadros del Movimiento
Peronista.
Yo
los recibo siempre con cariño; y aunque no siempre me es posible atenderlos
largo rato, ellos saben que cuando me necesitan siempre me encuentran allí, es
decir lo encontrarán a Perón, porque yo nunca he de querer ser en la vieja
Secretaría nada más que la sombra de él... ¡del Líder y conductor de los
argentinos!
El
Movimiento Peronista, como todas las grandes revoluciones, no se ha hecho sin
el sacrificio de algunos hombres que lo llevaron adelante.
Si
alguien no se preocupase por recoger a estaos hombres que quedan al borde del
camino, todos irían a formar un núcleo de resentidos y amargados, y éstos
serían por lo menos una sombra para un movimiento que quiere abrazar al pueblo
con el amor y la justicia.
A
veces son hombres que han cometido graves errores, otras veces, han tomado
caminos demasiado difíciles para sus fuerzas, o se han envanecido y el mareo
les ha hecho caer desde las alturas o cualquier otra causa los han eliminado de
los primeros puestos del movimiento y han tenido que ir de nuevo al llano.
Esto
ocurre frecuentemente en nuestras luchas porque Perón quema las etapas de la
marcha con un ímpetu extraordinario... tan extraordinario que mucha gente se
queda atrás y es necesario reemplazarlas por fuerzas nuevas.
Esa
misma marcha vertiginosa de Perón no le permite detenerse para consolar a los
caídos y a los desplazados.
Otras
veces, se trata de hombres que caen injustamente en las pequeñas luchas que
nunca faltan en los sectores del partido mismo.
A
todos los recibo también en mi despacho.
No
son obreros ni son pobres y no tienen nada que ver en el movimiento femenino...
pero son peronistas en desgracia ¡y eso me basta!
Yo
siempre recuerdo lo que dice una de las verdades peronistas que más me gusta:
"para un peronista no hay nada mejor que otro peronista".
Yo
le añadiría una frasecita más y quedaría en mi gusto.
Yo
diría: "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista y con mayor
razón si está en desgracia".
Muchas
veces he recibido a amigos peronistas que nadie recibía ya: ni ministros, ni
dirigentes del partido, y que incluso no debían ser recibidos por ellos.
Al
principio tuve que soportar algunas críticas amargas.
Me
acuerdo por ejemplo del caso de un ministro que hubo de separar a un alto
funcionario y que me interpeló porque a las pocas horas yo lo recibí cordialmente
en mi despacho.
Esas
corazonadas me costaron algún dolor de cabeza pero me expliqué lo mejor que
pude.
-
Me acuerdo que llegue a explicárselo a Perón, más o menos así:
Se trata de hombres del Movimiento que no podemos dejar tirados al borde del camino. Si a pesar del fracaso o del error que se castiga en ellos siguen sintiéndose peronistas de corazón, eso es un mérito mayor que quienes nunca han sufrido ninguna derrota.
Se trata de hombres del Movimiento que no podemos dejar tirados al borde del camino. Si a pesar del fracaso o del error que se castiga en ellos siguen sintiéndose peronistas de corazón, eso es un mérito mayor que quienes nunca han sufrido ninguna derrota.
El
General aprobó mi razonamiento.
Por
eso sigo atendiendo a los peronistas caídos, desplazados y a los peronistas en
desgracia.
Y
muchas veces he encontrado en ellos condiciones para otra cosa, los he
orientado por otro camino y han triunfado.
Me
he acordado de esta rara misión mía en medio de estos capítulos, destinados a
la ayuda social, porque si bien esta tarea de atender a los amigos en desgracia
no es de ayuda social, tiene, sin embargo, el mismo sentido de justicia y de
amor que tiene aquélla.
Los
otros, los que nunca hayan sufrido una derrota, o un mal momento, o un fracaso
a pesar de las buenas intenciones, no se imaginan lo duro que son esos
momentos.
Todo
el mundo se aleja del que ve vencido.
Todo
el mundo se olvida voluntariamente de él. En esto los hombres deberían ser más
buenos. Todos. También nosotros, los peronistas.
Nos
olvidamos de la verdad peronista que dice: "para un peronista no hay nada
mejor que otro peronista".
La
he dicho ya antes, pero es necesario repetirla muchas veces hasta que nadie se
olvide de ella y todos la cumplamos bien.
En
esto debemos diferenciarnos también de la oligarquía.
Ellos
se hicieron ricos y poderosos a fuerza de destruir a los demás, a fuerza de la
desgracia ajena.
Nosotros
no podemos ser como ellos.
Por
eso tengo cuidado de atender a los amigos caídos.
Para
no sentirme con alma de oligarca: egoísta, sórdida, incapaz de nada generoso.
Con
esta explicación sé que me comprenderán ahora un poco mejor los que alguna vez
no comprendieron esas "corazonadas".
Además,
por si les quedara alguna duda yo me permito pedirles que se acuerden de una
sola cosa: en cada peronista caído yo siento mi desolación de aquel octubre de
1945... cuando todas las puertas se me cerraban. ¡Y todas las almas!
MI
MAYOR GLORIA
En
realidad estos apuntes me están saliendo como me sale uno cualquiera de mis
días en lo que todo se mezcla vertiginosamente: audiencias gremiales, o de
ayuda social, actos oficiales, visitas protocolares, política, atención de las
obras en marcha... ¡y qué sé yo cuántas cosas más que no sé en qué casillero
podrían ubicarse!
Es
que un trabajo realizado exige otro y no hay más remedio que seguir adelante.
Yo, desde ahora me lamento ya de que la vida, por más larga que sea, sea tan
corta, porque hay demasiado que hacer para tan poco tiempo.
Pero
menos mal por otra parte que es así. ¡Dios sabe lo aburrido que me resultaría
vivir con tiempo de sobra!
Las
audiencias de ayuda social, por ejemplo, me han obligado a abrir otros caminos
de actividad en mi vida.
En
cuanto empecé a atender a los pobres me di cuenta que la cuestión no era sólo
atenderlos. Más importante que atenderlos era cumplir con ellos.
Ellos
pide, Y piden porque les hemos dicho que tienen derecho a pedir lo que no
tienen por culpa de un siglo miserable de explotación y de injusticia.
Tenemos
por eso obligación de darles lo que es justo que pidan.
Para
eso tuve que organizar mi ayuda.
Para
darles ropa, utensilios, camas, colchas, máquinas de coser, materiales de
construcción, etc. Tuve que crear grandes depósitos que son ahora mi mayor
orgullo.
Para
darles vivienda tuve que construirlas y para construirlas hubo que organizar
equipos de técnicos y de obreros y lanzarlos después a trabajar en todo el
país.
Para
atender a la necesidad apremiante de techo que muchas veces tienen los pobres
por muchas circunstancias extrañas e imprevistas, y mientras llega la solución
definitiva, tuve que construir los "hogares de tránsito" donde se
alojan las mujeres y los niños de esas familias en desgracia.
Para
atender a los ancianos desvalidos hubo que construir hogares de ancianos.
Los
pedidos de juguetes de los chicos me hicieron pensar que era mejor si el regalo
les llegaba en un día apropiado y por eso, todos los años, para el día de
Reyes, la Fundación cumple con los niños, que son, en la Nueva Argentina de
Perón, "los únicos privilegiados".
Lo
mismo sucedió con la sidra y el pan dulce que para Navidad llegó a todos los
hogares humildes de la Patria, más bien como un símbolo del amor que Perón
tiene por su pueblo.
Para
poder alojar a los niños huérfanos o abandonados hubo que organizar la
construcción de los hogares-escuela y sembrarlos por todo el país, porque en
todas partes la miseria había hechos sus víctimas contra los niños.
Así
fue naciendo poco a poco, todo lo que ahora ya es una realidad; y así fue
creciendo, casi por fuerza de las circunstancias.
Todo
tiene su primera causa en aquella "patriada" mía de 1946 cuando salí
a la calle ofreciéndole a mi pueblo mi corazón de Evita.
¡Y
no me arrepiento!
El
trabajo es grande pero está lleno de pequeñas y grandes alegrías. A veces, en
mi afán de construir, con la fiebre de hacer cosas grandes que Perón me ha
contagiado, se me complican los planes... y aparecen grandes inconvenientes.
Ahora,
para decir la verdad, los inconvenientes me preocupan a mí menos que a mis
colaboradores. Yo me he acostumbrado a ver cómo se arreglan los problemas más
insolubles, y ninguno me preocupa demasiado.
Dios
es más Dios de los pobres que de los ricos... y además -como suele decir Perón-
a Dios hay que ayudarlo... para que nos ayude.
¡Y
yo creo que en la Fundación lo hacemos bastante!
El
trabajo que dan las obras se compensa con la alegría de inaugurarlas, de verlas
sirviendo a los humildes, llenas de niños, de ancianos, de descamisados un poco
más felices que antes.
Nunca
gozo tanto del fruto de mis trabajos como cuando el General visita mis obras...
muchas veces visitamos juntos la ciudad infantil, los hogares de ancianos y de
menores, el Hogar de la Empleada, los barrios de vivienda.
Yo
me alegro mucho viendo la cara de felicidad que pone Perón en sus visitas, que
son para él un descanso y un aliento y de agradecimiento. Suele decirme muchas
veces:
- El gobierno no podría hacer nada de esto. El Estado todavía no tiene "alma", no tiene "mística". Y esto no se puede hacer sin amor.
- El gobierno no podría hacer nada de esto. El Estado todavía no tiene "alma", no tiene "mística". Y esto no se puede hacer sin amor.
Y,
aunque muchos crean que yo debiera haberme acostumbrado a los elogios del
General, lo cierto es que ninguna condecoración, ningún premio me parecen mejor
que sus palabras.
Cuando
inauguramos nuestras obras siempre asiste Perón a los actos que hacemos en cada
caso. Él es el invitado de honor por supuesto, el primer invitado.
Los
actos de esta clase son muy sencillos.
Digo
yo primero algunas palabras ofreciéndole la obra.
Luego
le ofrecen su trabajo los obreros que la levantaron siempre con mucho amor y a
veces con gran sacrificio.
¡Y
luego Perón nos da las gracias...!
Muchas
veces al terminar mi pequeño discurso suele premiarme con un beso en la frente.
Nadie
puede imaginarse lo que su prueba de agradecimiento es para mí.
Ninguna
gloria del mundo debe ser más grande, ni más pura que mi gloria de esos días
jubilosos para mi corazón.
NUESTRAS
OBRAS
¿Puedo
seguir hablando un poco más de nuestras obras?
Aquí
me doy cuenta de que algunas veces he escrito mis obras y otras veces, como
ahora, las llamo nuestras obras.
No
quiero corregir sin embargo ninguna de las dos formas.
Son
mías en cierto modo; y en cierto modo son nuestras.
Son
mías porque allí pongo todo mi corazón.
Los
ingenieros y arquitectos de la Fundación proyectan sobre mis grandes planes...
pero después yo pongo en cada obra todo eso que ellos no vieron.
Sobre
todo al principio me costaba hacerles entender que los hogares de la Fundación
no eran asilos... que los hospitales no eran antesalas de la vida... que las
viviendas no debían ser lugares para dormir sino para vivir alegremente...
No
era culpa de ellos que no me comprendiesen de primera intención.
Durante
cien años el alma estrecha de los ricos, para acallar la voz de la conciencia,
no concibió nada mejor que tratar a los pobres con migajas de limosna.
Limosna
eran no solamente las monedas miserables y frías que los ricos dejaban caer
sobre las manos extendidas de los pobres. Limosna eran también los asilos
escasos que construyeron con las sobras de alguna herencia multimillonaria.
Todo
en la "obra social" del siglo que nos precedió fue así: frío,
sórdido, mezquino y egoísta...
En
cada asilo de la oligarquía se pinta de cuerpo entero el alma explotadora de
una raza humana que felizmente morirá este siglo, víctima de su propio orgullo,
de su propio egoísmo.
Los
niños que "ellos" intentaron "salvar", no olvidarán jamás
que "ellos" fueron sus verdugos.
"Ellos"
los hicieron "comunistas" poniéndoles un uniforme gris, dándoles de
comer un solo plato, cerrándoles todas las puertas de la dicha humana, de la
simple dicha que es tener un hogar o una imitación del hogar por lo menos.
Ellos
crearon el "comunismo" el día que englobaron a todos los pobres del
mundo bajo el rótulo común de chusma.
Ahora
se dan cuenta del error. Pero es tarde.
Con
sangre o sin sangre la raza de los oligarcas exploradores del hombre morirá sin
duda en este siglo...
Y
morirán también todos los conceptos que ellos crearon en la estrechez del alma
que llevaban dentro ¡si es que tuvieron alma!
A
mí me ha tocado el honor de destruir con mi obra algunos de esos viejos
conceptos.
Por
eso mis "hogares" son generosamente ricos... más aún, quiero
excederme en esto. Quiero que sean lujosos. Precisamente porque un siglo de
asilos miserables no se puede borrar sino con otro siglo de hogares
"excesivamente lujosos".
Sí.
Excesivamente lujosos. No me importa que algunas "visitas de
compromiso" se rasguen las vestiduras y aun con buenas palabras me digan:
- ¿Por qué tanto lujo?
- ¿Por qué tanto lujo?
O
me pregunten casi ingenuamente:
- ¿No tiene miedo de que al salir de aquí estos "descamisados" se conviertan en "inadaptados sociales"?
- ¿No tiene miedo de que al salir de aquí estos "descamisados" se conviertan en "inadaptados sociales"?
-
¿No tiene miedo que se acostumbren a vivir con ricos?
No,
no tengo miedo. Por el contrario; yo deseo que se acostumbren a vivir como
ricos... que se sientan dignos de vivir en la mayor riqueza... al fin de
cuentas todos tienen derecho a ser ricos en esta tierra argentina... y en
cualquier parte del mundo.
El
mundo tiene riqueza disponible como para que todos los hombres sean ricos.
Cuando
se haga justicia no habrá ningún pobre, por lo menos entre quienes no quieren
serlo...
¡Por
eso soy justicialista!
Por
eso no tengo miedo de que los niños de mis hogares se acostumbren a vivir como
ricos, con tal de que conserven el alma que trajeron: ¡alma de pobres, humilde
y limpia, sencilla y alegre...!
En
lo que las obras son mías es en el sello de indignación ante la injusticia de
un siglo amargo para los pobres.
Dicen
por eso que soy una "resentida social".
Y
tienen razón mis "supercríticos". Soy una resentida social. Pero mi
resentimiento no es el que ellos creen.
Ellos
creen que se llega al resentimiento únicamente por el camino del odio... Yo he
llegado a ese mismo lugar por el camino del amor.
Y
no es un juego de palabras. No.
Yo
lucho contra todo privilegio de poder o de dinero. Vale decir contra toda
oligarquía, no porque la oligarquía me haya tratado mal alguna vez.
¡por
el contrario! Hasta llegar al lugar que ocupo el Movimiento Peronista yo no le
debía más que "atenciones". Incluso algún grupo representativo de
damas oligarcas me invitó a integrar sus altos círculos.
Mi
"resentimiento social" no me viene de ningún odio. Sino del amor: del
amor por mi pueblo cuyo dolor ha abierto para siempre las puertas de mi
corazón.
Pero
en todo lo demás las obras de la Fundación son "nuestras". Y
llamándolas nuestras entiendo decir mejor la verdad que llamándolas mías.
Porque
la inspiración y el aliento me lo dio y me lo sigue dando el alma gigantesca de
Perón.
Porque
el pueblo, todo el pueblo trabajador de mi Patria me ayuda con su aporte moral
y material para construir todo lo que la Fundación construye.
Y
porque todos los argentinos tenemos derecho a gozar de sus beneficios.
Mi
ambición sería por ejemplo pasar los últimos años de mi vida en cualquiera de
mis "Hogares para Ancianos", y cada vez que los visito me alegro
pensando que en ellos me sentiría cómoda y feliz.
Muchas
veces el general me ha dicho lo mismo.
¡Es
el mejor elogio que he oído decir de mis obras!
NOCHEBUENA
Y NAVIDAD
Hoy
es Navidad. Navidad de 1950.
Anoche,
en cinco millones de hogares argentinos se brindó con la sidra y se comió el
pan dulce de "Perón y Evita".
También
esto han criticado violentamente nuestros adversarios.
Nos
han dicho que tirábamos migajas sobre la mesa de los argentinos y que
comprábamos así la voluntad del pueblo.
Nosotros
seguimos haciendo lo mismo de la misma manera, todos los años.
"¿Ladran?
¡Señal que cabalgamos!"
Pero
no son migajas. Yo sé que en vez de una botella de sidra sería mejor una docena
de botellas de "champagne"... y en vez de un pan dulce, un canasto
lleno de regalos.
No
se dan cuenta los mediocres que nuestra sidra y nuestro pan dulce son nada más
que un símbolo de nuestra unión con el pueblo.
Es
nuestro corazón (el de Perón y el mío) que quiere reunir en la nochebuena a
todos los corazones descamisados de la Patria, en un abrazo inmenso, fraternal
y cariñoso.
De
alguna manera queremos estar en la mesa familiar de los argentinos.
Hemos
elegido esa manera porque nos ha parecido la más cordial y la más digna.
Un
regalo, por más rico que sea, a veces ofende.
Pero
un recuerdo cuando más sencillo parece que lleva más amor.
Esto
es lo que queremos llevar a cada hogar argentino con nuestra sidra y nuestro
pan dulce.
Anoche,
como todos los años, al promediar la nochebuena, hablé a los descamisados en un
mensaje radial.
Les
dije que para mí la nochebuena les pertenece con derecho de propiedad
exclusivo.
La
nochebuena es de los pobres, de los humildes, de los descamisados desde que
Cristo, despreciado por los ricos que le cerraron todas las puertas, fue a
nacer en un estable... y ¿acaso los ángeles no llamaron a los pastores, a los
hombres más humildes y pobres de Belén... y únicamente, a ellos le comunicaron
la buena nueva que venía a alegrar el mundo?
Únicamente
a los pastores, a los humildes, a los pobres les fue anunciada la "paz de
buena voluntad...".
¿Qué
tiene de raro que Perón sólo luche por la felicidad de los descamisados?
¡Los
otros, los demás, ya tienen la felicidad que ellos mismos se pueden construir!
El
tema y el día me hacen seguir hablando de Dios y de los pobres.
Muchas
veces cuando pienso en mi destino, en la misión que debo cumplir, en la lucha
que esa misión me exige, me siento débil.
¡Es
tan grande la lucha y son tan pocas mis fuerzas!
En
"esos momentos" creo que siento necesidad de Dios...
Yo
no lo invoco a Dios a cada rato.
Recuerdo
que un día alguien me rogó que fuese más "cristiana", y que invocase
más frecuentemente a Dios en mis discursos y en mi actividad pública.
-
Quiero dejar aquí en estos apuntes la respuesta que le di, porque me he
prometido ser sincera en todo... también en esto:
Es cierto lo que Ud. dice. Yo no invoco a Dios muy frecuentemente. La verdad es que no lo quiero complicar a Dios en el bochinche "de mis cosas". Además, casi nunca lo molesto a Dios pidiéndole que me recuerde, y nunca reclamo nada para mí. Pero lo quiero a Cristo mucho más de lo que Ud. cree: yo lo quiero en los descamisados. ¿Acaso no dijo Él que estaría en los pobres, en los enfermos, en los que tuviesen hambre y en los que tuviesen sed?
Es cierto lo que Ud. dice. Yo no invoco a Dios muy frecuentemente. La verdad es que no lo quiero complicar a Dios en el bochinche "de mis cosas". Además, casi nunca lo molesto a Dios pidiéndole que me recuerde, y nunca reclamo nada para mí. Pero lo quiero a Cristo mucho más de lo que Ud. cree: yo lo quiero en los descamisados. ¿Acaso no dijo Él que estaría en los pobres, en los enfermos, en los que tuviesen hambre y en los que tuviesen sed?
Yo
no creo que Dios necesite que lo tengamos siempre en los labios. Perón me ha
enseñado que más vale llevarlo en el corazón. Yo soy cristiana por ser
católica, practico mi religión como puedo y creo firmemente que el primer
mandamiento es el del amor. El mismo Cristo dijo que... "nadie ama más que
el que da la vida por sus amigos".
Si
alguna vez lo molesto a Dios con algún pedido mío es para eso: para que me
ayude a dar la vida por mis descamisados.
MIS
OBRAS Y LA POLÍTICA
Cuando
yo concebí mi obra de ayuda social no pensé ni remotamente que tendría
necesidad de hacer todo lo que después me he visto obligada a realizar.
A
mí me obligó la necesidad de los pobres.
En
esto se diferencia mi obra de la que realizaron las decadentes sociedades de
"damas de beneficencia".
Ellas
construyeron por necesidad propia: lo que necesitaban eran reconciliarse con la
propia conciencia cuyo borroso cristianismo les solía recordar, de vez en
cuando, que las puertas del cielo son muy estrechas para todos los ricos.
¡Estrechas como el ojo de una aguja!
Las
obras de la Fundación en cambio surgen de la necesidad de los descamisados de
mi Patria.
Las
obras de asistencia social que las "damas" construyeron en la vieja
Argentina estaban pensadas por gentes que ignoraron siempre lo que es la
necesidad de los pobres.
En
la Nueva Argentina nuestras obras nacen del conocimiento cada vez más profundo
de esa necesidad.
Además
el dinero de nuestras obras viene del mismo pueblo... no es dinero que sobra en
el bolsillo de nadie ¡muchas veces es dinero que llega a mis manos gracias al
sacrificio de muchos obreros juntos!
"Aquel"
era dinero sobrante, tal vez dinero "robado", porque todo dinero que
sobra en un bolsillo siempre es en cierto modo dinero de los demás.
El
dinero de mis obras es sagrado, porque es de los mismos descamisados que me lo
dan para que lo distribuya lo más equitativamente que pueda.
Por
eso, dice Perón que eso es "un milagro único en el mundo".
Yo
pienso que ese milagro solamente es posible cuando un pueblo tiene la
generosidad de los trabajadores argentinos.
Por
eso las obras de la Fundación están distribuidas por todo el país. Un
hogar-escuela para niños no sirve para nada si no se completa la obra
encadenando a los otros hogares que ahora se levantan en todas las provincias y
territorios argentinos.
Lo
mismo los hogares de ancianos, los hospitales.
Tampoco
la obra de ayuda social puede tener intenciones políticas.
Yo
no niego que mis obras ayuden a consolidar el enorme prestigio político del
General, pero nunca he subordinado el amor al interés... y menos tratándose del
amor de mi pueblo.
Y
de esto tengo mil pruebas, muchas de mis obras se levantan en sitios casi
desolados donde no hay "votos que ganar".
¿Qué
interés político puede tener construir un Hogar en Tierra del Fuego?
Además,
Perón ya no necesita más votos. Lo único que yo puedo buscar con mis obras es
que sus votos por Perón tengan una razón más: ¡la del agradecimiento!
Y
eso, claro está que si puedo conseguirlo, no dejaré de hacerlo.
LA
LECCIÓN EUROPEA
Cuando
decidí visitar Europa me llevaba un afán: ver lo que Europa había realizado en
materia de obras sociales.
Yo
todavía no me había lanzado sino tímidamente a construir. Quería aprender de la
experiencia de las viejas naciones de la tierra.
Cada
vez que se me presentó la ocasión o aun buscándola secreta o públicamente,
visité cuanta obra social me fue posible. Hoy, a tres años de ese viaje cuyas
crónicas dejaré para otra vez, puedo ya decir que, salvo algunas excepciones,
en aquellas visitas de aprendizaje conocí todo lo que no debía ser en nuestra
tierra una obra de ayuda social. Los pueblos y gobiernos que visité me
perdonarán esta franqueza mía tan clara, pero tan honrada.
Por
otra parte ellos -pueblo y gobierno- no tienen la culpa. El siglo que precedió
a Perón en la Argentina es el mismo siglo que los precedió a ellos.
La
única ventaja nuestra es que aquí no hemos tenido la desgracia de sufrir los
horrores de dos guerras desastrosas, y en cambio hemos tenido el privilegio de
que Dios nos haya dado un conductor de los quilates de Perón.
Aquí
ya estamos en pleno día; allá recién empieza a irse la noche.
Las
obras sociales de Europa son, en su inmensa mayoría, frías y pobres. Muchas
obras han sido construidas con criterios de ricos... y el rico, cuando piensa
para el pobre, piensa en pobre. Otras han sido hechas con criterio de Estado; y
el Estado sólo construye burocráticamente, vale decir con frialdad en la que el
gran ausente es el amor.
Volviendo
de Europa vine pensando que el cristianismo había pasado ya por ella, y que
dejaba en toda su extensión grandes y numerosos recuerdos. ¡Pero solamente
recuerdos!
Y
en el barco que me traía pensé muchas veces en los ideales de Perón... sobre
todo en aquel principio inicial de su doctrina que dice: "nuestra doctrina
es profundamente cristiana y humanista".
Incluso
desde el mar escribí al General esas meditaciones de las cuales me permito
transcribir algunos párrafos:
"Nuestra
doctrina tiene que ser cristiana y humanista pero de un modo nuevo; de una
manera que todavía no creo haya conocido el mundo. El Cristianismo de nuestro
movimiento, tal como sueñas realizarlo, no es el que yo vi en los países de
Europa que visité".
"Yo
te ayudaré con mis obras. Desde ya reclamo tu ayuda..."
Más
adelante le decía:
"En
Europa todo parece historia, nosotros en la Argentina vemos todo como si
estuviese por venir. Los europeos en cambio no miran ya para adelante, sino
para atrás".
"Mientras
ellos me decían por ejemplo: -Vea esta Catedral del siglo X- yo pensaba en los
hogares-escuela que iniciaré en cuanto llegue a Buenos Aires. Mientras ellos me
mostraban un viejo tomo de historia, yo pensaba que nosotros estamos en el
principio de otro tomo que empieza en nuestra Patria... y con tu nombre".
A
tres años de aquellas cartas, me admiro yo misma viendo como lo que entonces
soñaba se ha venido realizando.
Sobre
todo en las obras construidas, yo veo claramente que aprendí bien la lección de
Europa.
En
cada una de ellas, yo he querido hacer ver, a los que vengan detrás nuestro,
que era verdad luminosa el cristianismo humanista de la doctrina de Perón.
Por
eso cada hogar, sea de "tránsito", de niños, o de ancianos, está
hecho como si fuese para el más rico y exigentes de los hombres.
¿Acaso
aquí pueda verse todavía aquella ingenua idea de mi infancia, cuando yo creía
que todos eran ricos en el mundo?
Yo
creo que al dolor de los que sufren es inhumano agregar otro dolor, por pequeño
que sea. Por eso mis hospitales quieren ser alegres: sus paredes decoradas con
arte, sin camas blancas, sus ventanales son amplios y sus cortinados
hogareños.... ¡Como para que ningún enfermo se sienta en un hospital!
Cuando
una obra se proyecta y se construye siempre elijo un dormitorio cualquiera para
mí.
¿Quién
podrá afirmar que nunca me veré obligada a alojarme en un hogar de tránsito, o
de ancianos, o en un hospital?
Si
el lugar me satisface entonces me quedo contenta; la obra podrá habilitarse y
nadie se sentirá humillado, ni ofendido en su dignidad.
Mientras
escribía estas líneas le he preguntado al General:
- ¿Cumplí con la promesa que te hice al regreso de Europa, cuando te ofrecí ayudarte para que se realizase en la obra social, el cristianismo de tu doctrina?
- ¿Cumplí con la promesa que te hice al regreso de Europa, cuando te ofrecí ayudarte para que se realizase en la obra social, el cristianismo de tu doctrina?
Su
respuesta ha sido demasiado generosa:
- Sin tu ayuda no hubiese podido hacer nada, ¡nos has enseñado a construir con amor!
- Sin tu ayuda no hubiese podido hacer nada, ¡nos has enseñado a construir con amor!
Esto
para mí ya no es un premio sino la misma gloria.
LA
MEDIDA DE MIS OBRAS
Yo
no podré quizás describir cómo son las obras de la Fundación en sus formas
exteriores, en la arquitectura, en la disposición interna de sus secciones, ni
siquiera en el orden de su funcionamiento.
Pero
quiero referirme a los detalles que pueden hacer conocer el
"espíritu" que he querido darle.
Son
detalles tal vez sin importancia aparente.
Se
necesita haber sufrido el problema de los pobres para darles importancia.
En
mis "hogares" ningún descamisado debe sentirse pobre.
Por
eso no hay uniformes denigrantes. Todo debe ser familiar, hogareño, amable: los
patios, los comedores, los dormitorios...
He
suprimido las mesas corridas y largas, las paredes frías y desnudas, la vajilla
de mendigos... todas estas cosas tienen el mismo color y la misma forma que en
una casa de familia que vive cómodamente.
Las
mesas del comedor tienen manteles alegres y cordiales, y no pueden faltar las
flores; que nunca faltan en cualquier hogar donde hay una madre, o una esposa
más o menos cariñosa con los suyos.
Las
paredes deben ser también así, familiares y alegres: pinturas agradables y
evocadoras, cuadros luminosos...
La
vajilla es digna...
Así
mis descamisados pueden decirme cuando los visito en mis hogares, lo que tantas
veces yo les he oído:
- Evita: me siento mejor que en mi casa.
- Evita: me siento mejor que en mi casa.
Los
niños de mis hogares no usan ninguna clase de uniformes.
Cada
uno tiene su ropa del color que le gusta, aunque solamente puede elegir de lo
bueno... ¡no vaya a ser que acostumbrados a su pobreza elijan lo peor! Aunque
esto es muy raro... ¡El buen gusto es lo último que se pierde en la pobreza!
No he querido que los pibes de los hogares se aíslen dentro del mundo. Por eso los chicos van a las escuelas oficiales, como todos los demás; y mezclados con los niños que tienen padres y hogar, nadie podrá ya distinguirlos. ¡A no ser que se los distinga por estar mejor vestidos y alimentados que los otros!
No he querido que los pibes de los hogares se aíslen dentro del mundo. Por eso los chicos van a las escuelas oficiales, como todos los demás; y mezclados con los niños que tienen padres y hogar, nadie podrá ya distinguirlos. ¡A no ser que se los distinga por estar mejor vestidos y alimentados que los otros!
Dentro
del hogar-escuela los chicos viven con la mayor libertad posible; y más
todavía, los ancianos en sus hogares respectivos.
Pueden
tener, y si no tienen, les damos algún dinero; que así se sienten más libres.
Cultivamos
las inclinaciones naturales de cada uno, sobre todo en lo que se refiere al
arte y al trabajo.
En
fin, todo es más hogar que escuela.
Los
dormitorios son lo menos amplios que se puede... a fin de que los internados no
se sientan como en un cuartel.
Y
en todas las dependencias de la casa cortinados alegres y amables que invitan a
la felicidad.
Muchos
otros detalles dejo de lado porque sería interminable mencionarlos.
Lo
mejor será que quienes puedan, vengan y vean...
Todo
está abierto a la mirada de los amigos. ¡Y aun de los que no comprenden!
Es
mejor que vean. Yo sé que aun así habrá quienes no comprendan. Pero quienes
vean con los ojos limpios, sin prejuicios personales, no se irán sin creer que
la obra social que realizamos es pura, tiene buena intención, y señala tal vez
un nuevo rumbo a la generosidad de los hombres.
Por
supuesto que toda mi obra no está hecha según la medida de los hombres
comunes...cuya mediocridad es como una telaraña para los ojos.
No
es posible olvidar que yo he tratado siempre de pensar y de sentir como piensa
y siente Perón.
Y
su alma es demasiado grande para ser comprendida por los mediocres.
En
mi obra ha quedado sin duda un poco de la grandeza maravillosa de su alma y eso
solamente se comprende con generosidad y no con mediocres egoísmos.
UNA
SEMANA DE AMARGURA
También
el papel de Evita es a veces amargo. Toda esta semana pasada, por ejemplo, me
ha resultado amarga.
Ha
habido una huelga y ésta tuvo que ser declarado ilegal por injusta.
Yo
sé que malos dirigentes -los viejos dirigentes del anarco sindicalismo y del
socialismo y los infiltrados comunistas- han dirigido todo esto.
Sé
que la mayor parte del gremio, y que todo el pueblo ha repudiado el proceder de
esos ingratos, indignos de vivir en esta Nueva Argentina de Perón.
Sé
todo eso y sin embargo toda la semana he vivido amargada. Solamente me consolé
cuando decidí salir a recorrer los lugares de trabajo y conversar con los
mismos obreros en huelga.
Quise
hacer esta salida sin guardias ni escoltas que nunca uso y menos en esta
ocasión en que iba a ver qué ocurría con los obreros en huelga.
Iba
pues como amiga, y como amiga no podía presentarme ante ellos con miedo. ¡Ni
siquiera con precaución!
Además
creo que el miedo se me ha ido ya definitivamente.
En
cada lugar hablé con los obreros. Ellos nunca se imaginaron por supuesto verme
llegar, y menos a la hora que llegué: el recorrido duró desde las 12 de la
noche hasta las 4 y media de la mañana.
Así
pude comprobar que la huelga era inconsulta e injusta desde que los mismos
obraros no sabían cuáles eran las razones del paro.
Así
pude informarle al Presidente toda la verdad, la verdad de la calle que para un
gobernante es fundamental si quiere llamarse democrático, es decir gobierno del
pueblo y para el pueblo.
No
niego que mi emoción fue muy grande, al encontrarme en cada sitio de trabajo,
con hombres leales y abnegados que estaban dispuestos a todo, antes que hacer
lo que ellos presentían como una traición al Líder, único e indiscutido de las
masas obreras argentinas.
Pero
esa emoción no me pudo quitar la amargura del alma.
Es
que yo no concibo que pueda haber en mi país, un solo obrero que no haya
comprendido ya, lo que es Perón, y todo lo que ha hecho Perón por los
trabajadores argentinos.
Aunque
los huelguistas sean muy pocos me duele lo mismo que si fueran todos...
¡No
lo puedo entender!
Por
eso salí antes de ayer a la calle.
Quería
saber si los obreros "sabían" lo que estaban haciendo.
Pero
cuando me di cuenta de que no sabían, tampoco me alegré: pensé que aun quedaba
mucho por hacer, hasta que la masa obrera argentina tenga plena conciencia de
la responsabilidad de su misión histórica, que es nada menos que enseñarle al
mundo a vivir feliz; a la sombra del Justicialismo de Perón.
Este
capítulo no es un reproche.
Si
este libro estuviera dirigido a hacer propaganda tal vez no debiera haber
escrito estas páginas un poco tristes.
Pero
nosotros -dice siempre Perón- venceremos con la verdad.
No
diremos nunca, que vivimos sin problemas ni preocupaciones. Eso sería mentira y
nadie nos creería.
No.
Tenemos problemas. Tenemos preocupaciones. Sufrimos también nuestras amarguras.
Pero
salimos de ellas cada vez más unidos, y cada vez un poco más felices; porque
nuestro pueblo no deja de seguirnos con lealtad y con cariño. Por el contrario,
cada problema que Perón salva y soluciona, con energía, sin violencias, y
consultando siempre de alguna manera al pueblo, nos acerca más a todos los
argentinos.
Algún
día habrán de convencerse los enemigos del Justicialismo, que contra la verdad
no pueden hacer nada, porque la verdad siempre se impone, sobre todo si el que
defiende la verdad, tiene la inteligencia y el corazón de un hombre de los
quilates extraordinarios de Perón.
Este
capítulo tal vez desentone en la mitad de estos apuntes destinados a explicar
mi misión.
Pero
quienes quieran conocer bien todo el cuadro que es la vida mía, no sólo deberán
ver las luces... También será útil que conozcan los dolores.
Que
mi misión en este mundo arrebatado por la guerra, el odio, la angustia y la
desesperación, aunque sea una misión de amor y de justicia, tiene que tener sus
horas amargas.
¡Precisamente
por eso!
UNA
GOTA DE AMOR
Yo
sé que mi trabajo de ayuda social no es una solución definitiva de ningún
problema.
La
solución será solamente la justicia social. Cuando cada uno tenga lo que en
justicia le corresponde entonces la ayuda social no será necesaria. Mi mayor
aspiración es que algún día nadie me necesite... Me sentiría feliz,
inmensamente feliz, si dejaran de llegarme tantos pedidos de auxilio... porque
ellos indican que todavía sigue reinando en algún rincón de mi Patria, la
injusticia de un siglo amargo para los desposeídos.
Yo
no me olvido sin embargo de aquello que un día me dijo Perón:
- La justicia no podrá completar su obra en seguida. Pasarán tal vez muchos años.
- La justicia no podrá completar su obra en seguida. Pasarán tal vez muchos años.
Sí.
Yo sé que hay todavía mucho dolor que ni siquiera he podido atender. Son
infinitas las llamadas de auxilio que me llegan, y yo sé que no podré acudir
siempre con mi ayuda. A los miles de cartas que me escriben los descamisados de
mi Patria, se agregan ahora todos los días millares y millares que me mandan
con sus pedidos, y sus esperanzas, muchos descamisados del mundo entero.
Es
imposible que yo cumpla con todo, por más dinero y por mejor organización que
tenga.
Pero...
me conformo con mostrar a todos mi buena voluntad. Yo sé que mi obra es como
una gota de agua en medio del mar. Mejor dicho: es una gota de amor cayendo
sobre un inmenso océano de barro, que es este mundo lleno de odios y de luchas.
Pero
es una gota de amor. Yo sé que el mundo necesita una lluvia de justicia. Por
eso un día abrazará el Justicialismo de Perón y será feliz.
Mientras
tanto yo me conformo con ser simplemente eso: una gota de amor.
Algunas
veces me confundo u poco.. digo que mi obra de ayuda social es solamente de
justicia, y luego siento que en realidad es una obra de amor.
Y
tengo razón en los dos casos.
Sí.
Es de justicia porque no alcanzo nunca a dar más de lo que pertenece a los
descamisados. Estoy pagando lo que les fue quitado durante un siglo de traición
y de privilegios oligarcas.
Y
es también de amor, porque en mi obra está en mi corazón, mi pobre corazón de
humilde mujer que todo, sí, lo hace por amor.
Por
el amor a Perón.
Por
el amor de los descamisados de su pueblo... y ¿por qué no he de decirlo? De
todos los descamisados del mundo.
COMO
ME PAGAN EL PUEBLO Y PERÓN
Pero
el amor en mi obra no quiere ser sentimentalismo, que yo siempre creí ridículo
y torpe.
En
esto no me olvido que mi obra es de estricta justicia.
Voy
a mi trabajo de cada día pensando que voy a un empleo cualquiera, como si me
pagasen por hacer lo que hago.
Yo
no tengo ningún sueldo. No soy funcionario del gobierno bajo ningún aspecto.
Soy libre, absolutamente libre.
Así
lo he querido yo. Muchas veces el mismo General ha querido añadirme a su
gobierno como colaboradora oficial.
Quiero
seguir siendo libre y creo que es lo mejor; para él, para todos y también para
mí.
Si
yo fuese funcionario dejaría de ser "pueblo", no podría ser lo que
soy, ni hacer lo que hago.
Además
yo he sido siempre desordenada en mi manera de hacer las cosas; me gusta el
"desorden" como si el desorden fuese mi medio normal de vida. Creo
que nací para la Revolución. He vivido siempre en libertad. Como los p{ajaros,
siempre me gustó el aire libre del bosque. Ni siquiera he podido tolerar esa
cierta esclavitud que es la vida en la casa paterna, o l vida en el pueblo
natal... Muy temprano en la vida dejé mi hogar y mi pueblo, y desde entonces
siempre he sido libre. He querido vivir por mi cuenta y he vivido por mi
cuenta.
Por
eso no podré ser jamás funcionario, que es atarse a un sistema, encadenarse a
la gran máquina del Estado y cumplir allí todos los días una función
determinada.
No.
Yo quiero seguir siendo pájaro suelto en el bosque inmenso.
Me
gusta la libertad como le gusta al pueblo, y en eso como en ninguna otra cosa
me reconozco pueblo.
Aunque
no sea funcionario del gobierno ni cobre sueldo, sin embargo voy a mi trabajo
como si lo fuese, pensando que me pagan para eso.
Y
en realidad, no es dinero pero sí, en otras cosas que valen más del dinero me
pagan, ¡y vaya si me pagan!
Me
paga el pueblo con su cariño.
Yo
he dicho que mi trabajo en realidad es pago de una deuda. ¡No me olvidaré nunca
del 17 de octubre de 1945!
Aquel
día recibí el pago anticipado de todo esto que ahora estoy haciendo.
Anoche,
entre mis descamisados, una mujer lloraba agradeciéndome no sé que cosa.
Me
dijo que el 17 de octubre de 1945, ella había estado en la Plaza de Mayo.
No
sabrá nunca esa pobre mujer los deseos que tuve de hacer con ella lo que ella
hizo conmigo: arrodillarme y darle a ella las gracias con mis lágrimas,
besándole las manos.
¡Vaya
si me pagan!
Me
paga también Perón con su cariño y con su confianza.
Yo
sé que por culpa de mi trabajo, muchas veces le ocasiono algún disgusto.
Porque
llego tarde: casi cuando él se levanta.
Porque
cree que voy a enfermarme a raíz de mi desorden en el trabajo.
Porque
estoy poco tiempo con él.
Porque
a veces creyendo serle útil, hago alguna cosa rara que me sale mal.
Pero
sabe perdonarme siempre.
Él
ha sabido conciliar en mí la "esclavitud" con la libertad.
Como
mujer le pertenezco totalmente, soy en cierto modo su "esclava", pero
nunca como ahora me he sentido tan libre.
No
daría un paso sin saber que él está de acuerdo en que debo darlo; y sin embargo
me siento libre como siempre he querido serlo. Ciertamente no sé cuál puede ser
la explicación de este raro misterio, pero pienso que con esto tiene mucho que
ver la grandeza extraordinaria de su alma.
Un
día leí un libro de León Bloy, acerca de Napoleón, que él no podía concebir el
cielo sin su Emperador.
A
mí me gustó y en un discurso dije que tampoco yo concebía el cielo sin Perón.
Algunos
creyeron que eso era casi una herejía.
Sin
embargo, cada vez que lo recuerdo, me parece más lógico.
Yo
sé que Dios llena el cielo por sí mismo.
Pero
Dios, que no pudo concebir el cielo sin su madre, a quien tanto quería, me
perdonará que mi corazón no lo conciba sin Perón.
MI
GRATITUD
Yo
sé que muchos detalles y aun algunos aspectos importantes de mis trabajos de
ayuda social no podrán ser conocidos por quien lea estos desordenados apuntes
míos.
Quisiera
hablar de todo. Pero esto dejaría de ser lo que yo quise que fuera: una simple explicación
de lo que a mucha gente le parece inexplicable, y se convertiría en una
descripción de cosas que en realidad no se pueden conocer bien si no se las ve.
Por
eso yo me permito aquí invitar a los incrédulos que vean lo que hemos hecho en
la Fundación, poniendo en cada esfuerzo, aun en lo más pequeño, todo el amor y
toda la justicia que nos ha sido posible.
Por
supuesto que sólo invito a los incrédulos que tengan buena voluntad... a los
incrédulos que quieran creer... porque yo sé que a los otros es inútil
mostrarles nada; pertenecen a una raza muy antigua de la humanidad, a la de los
que viendo, no creyeron en nada superior a la mediocridad.
¡Para
esta clase de gente no tengo "margaritas"...!
Esta
parte de mis apuntes, escrita así como es mi trabajo, desordenadamente pero con
mucho cariño, no puede callar tampoco una palabra de gratitud.
Cuando
pienso un momento en todo lo que tengo que agradecer, me doy cuenta claramente
que yo en mi obra soy... prácticamente nada...
La
obra comenzó porque me la inspiró el General y porque la exigían nuestros
descamisados.
Sus
fondos me los da el pueblo de una o de otra manera.
Para
levantar sus construcciones trabajan para mí millares de obreros que rinden
como en ningún otro trabajo, y terminan sus obras en tiempos extraordinarios,
dirigidos por centenares de técnicos, a quienes hay que imponerles el descanso
como una obligación.
En
todas partes encuentro corazones abiertos para colaborar conmigo sin ninguna
reserva.
Las
mujeres que trabajan conmigo, asistentas sociales, visitadoras, enfermeras, no
saben lo que es el cansancio ni el sacrificio. Algunas han caído ya en el
cumplimiento de su deber, como cuando acudieron al Ecuador llevando ayuda a los
hermanos de aquel país afectados por el terremoto.
Los
obreros de toda mi Patria saben que la Fundación es cosa de ellos y yo sé que
muchas veces, con sacrificios que nunca serán bien recompensados por mi obra,
me hacen llegar sus aportes generosos.
Yo
cuido de esos aportes más que de mi propia vida... y he prometido que la
Fundación manejará sus fondos en caja de cristal, a fin de que jamás se empañe
con la más leve sombra, ese dinero limpio -¡el único dinero limpio que yo
conozco!- que viene de las manos honradas de los obreros.
Todo
eso tengo que agradecer.
Y
aun tengo que darles las gracias a quienes piden y reciben mi ayuda, porque a
veces deben armarse de paciencia, para verme y aun para escribirme. Lo que yo
les doy no es una gracia, lo que yo les doy es el pago de una vieja deuda que
la Patria tenía con ellos... ¡y, siendo así, no deberían pedirme nada!
Es
cierto que yo trato de ir a ellos con mis "células mínimas", pero en
la práctica sucede que siempre son más los que reciben porque han pedido, que
los que reciben sin pedir.
Tanto
a los que reciben la ayuda por haberla solicitado, como a los que reciben sin
pedirla, yo les debo agradecer que se conformen con eso, con tan poca cosa,
mientras Perón lucha incansablemente para que nadie tenga ya en esta tierra
necesidad de la ayuda social, que aun realizada así como nosotros lo hemos
querido, con dignidad de justicia, no deja de ser ayuda... ¡Y nosotros pensamos
que cuando el mundo sea justicialista, la ayuda social será también un amargo
recuerdo!
Todos
los hombres tendrán lo suyo.
Un
día dije esto mismo en un discurso, y cuando acabé mis palabras, alguien, cerca
de mí, comentó:
-
Tal vez el día que todos tengan lo suyo y desaparezcan obras como la suya... el
amor será una cosa olvidada entre los hombres.
Recuerdo
haber contestado más o menos esto:
No.
Si ese día llegase alguna vez... yo creo que no llegará nunca en forma total...
pero si llegase, entonces el mundo sería un paraíso de amor... y si no vea...
aquí, en nuestra tierra, donde los hombres se están haciendo justicialistas,
vea cómo el amor triunfa sobre el egoísmo... Perón hizo justicia con los
obreros, y vea cómo los obreros me regalan parte de sus jornales y de sus
aumentos para que yo ayude a los más sumergidos... Yo estoy segura que la
justicia es algo así como la puerta del amor...
Cuando
el mundo sea justicialista reinará el amor... y reinará la paz.
Eso
me lo enseñó Perón.
Fue
tal vez su primera enseñanza.
Yo
me pregunto muchas veces por qué la humanidad no querrá aprender también esa
lección maravillosa... y me dan ganas de salir por el mundo a predicar el Justicialismo
de Perón. De todas maneras nadie pensará que tengo aspiraciones de
"emperatriz"... aunque muchos, los mediocres, los hombres comunes,
los eternos incrédulos, dirán que me ha poseído una rara forma de locura.
Pero...
ya los "cuerdos" han hecho demasiado en la historia. Y... por lo
visto no nos han dado un mundo muy agradable que digamos.
Tal
vez haya llegado el turno de los "idealistas".
¡Sería
interesante que la humanidad nos diese una ocasión!
UN
IDEALISTA
Más
idealista que yo, infinitamente más que yo, es el mismo Perón.
El
idealismo mío es... el que yo aprendí de él en sus lecciones.
Muy
bien fui yo siempre demasiado práctica.
El
idealismo de Perón en cambio es puro como es todo en él.
Yo
a veces lo comparo... es decir quiero compararlo con alguien que se le parezca.
Con
Perón he leído las vidas paralelas de Plutarco.
Al
General Perón le gusta la vida de Alejandro. Yo pensé que de todas las vidas
paralelas, sería tal vez por eso mismo, porque a él le gusta la más aproximada
a Perón en grandeza y en virtud.
Por
eso leí la vida de Alejandro con más pasión que odas las demás.
Después,
entusiasmada por la lectura de las grandes vidas, he leído muchas otras
biografías célebres.
Quedará
tal vez mal que yo diga francamente la verdad... pero debo decir lo que
siento... y lo que siento es muy fácil de decir aunque no todos me crean
ahora... en este momento, aunque me creerán después, tal vez mucho tiempo
después que nos hayamos ido: Perón no se parece a ningún genio militar ni
político de la historia.
Los
genios militares y políticos que consiguieron un poco de gloria y que
iluminaron un siglo... ganaron sus laureles con dolor y sacrificio del pueblo.
Yo no pretendo desmerecerlos para nada, pero ¡cuántas vidas costó la gloria de
Alejandro! ¡Y cuánta sangre del pueblo costó la gloria de Napoleón!
Además
nadie, absolutamente nadie en la historia, ha recibido de un pueblo tanto
cariño delirante y fanático como el que recibe Perón... y si alguien lo ha
recibido, nadie ha sabido utilizarlo mejor que él, por la misma felicidad del
pueblo.
Yo
creo que Perón se parece más bien a otra clase de genios, a los que crearon
nuevas filosofías o nuevas religiones.
No
he de cometer la herejía de compararlo con Cristo... pero estoy segura de que,
imitándolo a Cristo, Perón siente un profundo amor por la humanidad y que eso
más que ninguna otra cosa lo hace grande, magníficamente grande.
Pero
es grande también porque él ha sabido darle forma práctica a su amor creando
una doctrina para que los hombres sean felices, y realizándola en nuestra
tierra.
Yo
dije que el General Perón es idealista, profundamente idealista. Pero es genial
también, y por eso su idealismo no es quijotesco, idealismo de escritorio o de
soñador.
Es
idealismo humano, natural y realista.
Yo
no sé cómo él sabe armonizar todas estas cosas.
Lo
veo a veces concebir una idea que me parece estar demasiado cerca de las nubes
para ser realizada... y después veo cómo esa misma idea va tomando formas... y
poco a poco sus manos maravillosas las van convirtiendo en una magnífica
realidad. Es idealista y práctico a la vez. Por eso yo creo firmemente que es
un genio y que este siglo será iluminado por él. Lo veo marchar en medio de un
mundo sin fe y sin esperanzas y me parece en algunos momentos que él es la
única cosa de la tierra en la que todavía se puede tener un poco de fe y un
poco de esperanza.
Entre
los que lean esto, sé que muchos sonreirán incrédulamente... Otros pensarán que
es propaganda y darán vuelta la página o cerrarán el libro... pero algunos
quedarán pensando que tal vez sea verdad lo que yo digo.
Pensarán
que, en estos momentos tan tristes y tan difíciles para el hombre, el mundo se
presenta como un inmenso campo de batalla: dos pequeñas minorías imperialistas,
armadas como nunca lo ha estado ninguna nación de la historia, se disputan el
derecho de mandar sobre una inmensa humanidad que está entre dos fuegos sin
saber qué hacer... no quiere ser comunista, ni quiere vivir en el viejo y
fracasado mundo capitalista.
Y...
nadie, sino Perón, le dice a la humanidad una palabra distinta...
Nadie
más que Perón le muestra a la humanidad un nuevo camino, dándole una nueva
esperanza. La humanidad cree que todo le ha salido mal y que ya no hay ninguna
solución para sus males. Incluso cree que el mismo cristianismo ha fracasado...
y Perón le dice francamente:
No.
Lo que ha fracasado no es el cristianismo. Son los hombres los que han fallado
aplicándolo mal. El Cristianismo no ha sido todavía bien probado por los
hombres porque nunca el mundo fue justo... El Cristianismo será verdad cuando
reine el amor entre los hombres y entre los pueblos; pero el amor llegará
solamente cuando los hombres y los pueblos sean justicialistas.
Sí.
Esto es tal vez demasiado idealismo.
Pero...
al mundo le hace falta una esperanza... ¡Y una esperanza siempre es así: una
idea lejana... que misteriosamente Dios convierte en realidad!
LAS
MUJERES Y MI MISIÓN
Mi
trabajo en el movimiento femenino nació y creció, lo mismo que mi obra de ayuda
social y que mi actividad sindical: poco a poco y más bien por fuerza de las
circunstancias que por decisión mía.
No
será esto lo que muchos se imaginan que ocurrió... pero es la verdad.
Más
romántico o más poético o más literario y novelesco sería que yo dijese por
ejemplo que todo lo que hago ahora lo intuía... como una vocación o como un
destino especial.
¡Pero
no es así!
Lo
único que traje al campo de estas luchas como preparación fueron sentimientos
como aquellos que me hacían pensar en el problema de los pobres y de los ricos.
Pero
nada más.
Nunca
imaginé que me iba a tocar algún día encabezar un movimiento femenino en mi
país y menos aun un movimiento político.
Las
circunstancias me abrieron el camino.
¡Ah!
Pero yo no me quedé en mi cómodo lugar de Eva Perón. Camino que se abrió entre
mis ojos fue camino que tomé, si andar por él podía ayudar un poco a la causa
de Perón, que es la causa del pueblo.
Yo
me imagino que muchas otras mujeres han visto antes que yo los caminos que
recorro.
La
única diferencia entre ellas y yo es que ellas se quedaron y yo me largué. En
realidad yo debo confesar que si me animé a la lucha no fue por mí sino por
él... ¡por Perón!
Él
me animó a subir.
¡Me
sacó de la "bandada de gorriones"!
Me
enseñó mis primeros pasos de todas mis andanzas.
Después,
no me faltó nunca el estímulo poderoso y extraordinario de su amor.
Reconozco,
ante todo, que empecé trabajando en el movimiento femenino porque así lo exigía
la causa de Perón.
Todo
comenzó poco a poco.
Cuando
me di cuenta presidía ya un movimiento político femenino... y, sobre la marcha,
tuve que aceptar la conducción espiritual de las mujeres de mi Patria.
Esto
me exigió meditar los problemas de la mujer. Y más que meditarlos me exigió
sentirlos y sentirlos a la luz de la doctrina con la que Perón empezaba a
construir una Nueva Argentina.
Recuerdo
con qué extraordinario cariño de amigo y de maestro fue el General Perón
mostrándome los infinitos problemas de la mujer en mi Patria y en el mundo.
En
esas conversaciones advertí una vez más lo genial de su figura.
Millones
de hombres han pasado como él frente al problema cada vez más agudo de la mujer
en la humanidad de este siglo angustiado, y creo que muy pocos se han detenido
y lo han penetrado como él, como Perón, hasta lo más íntimo.
Él
me enseñó en esto, como en todas las cosas, el camino.
Las
feministas del mundo dirán que empezar así un movimiento femenino es poco
femenino... ¡empezar reconociendo en cierto modo la superioridad de un hombre!
No
me interesa sin embargo la crítica.
Además,
reconocer la superioridad de Perón es una cosa distinta.
¡Además...
me he propuesto escribir la verdad!
EL
PASO DE LO SUBLIME A LO RIDÍCULO
Confieso
que el día que me vi ante la posibilidad del camino "feminista" me
dio un poco de miedo.
¿Qué
podía hacer yo , humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más
preparadas que yo, habían fracasado rotundamente?
¿Caer
en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el
hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas?
Ni
era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un
puesto así... que, por lo general, en el mundo, desde las feministas inglesas
hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo...
mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres.
¡Y
así orientaron los movimientos que ellas condujeron!
Parecían
estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el
orgullo de ser mujeres.
Creían
entonces que era una desgracia ser mujeres... Resentidas con las mujeres porque
no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban
ser como ellos, las "feministas", la inmensa mayoría de las
feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de
mujeres... ¡que no me pareció nunca mujer!
Y
yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.
Un
día el General me dio la explicación que yo necesitaba.
"-
¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres. Es como para
salvar a los obreros yo los hubiese querido ser oligarcas. Me hubiese quedado
sin obreros. Y creo que no hubiese podido mejorar en nada a la oligarquía. No
ves que esa clase de "feministas" reniega de la mujer. Algunas ni
siquiera se pintan... porque eso, según ellas es propio de mujeres. ¿No ves que
quieren ser hombres? Y si lo que necesita el mundo es un movimiento político y
social de mujeres... ¡qué poco va a ganar el mundo si las mujeres quieren
salvarlo imitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos, demasiadas
cosas raras y hemos embrollado todo, de tal manera, que no sé si se podrá
arreglar de nuevo al mundo. Tal vez la mujer pueda salvarnos a condición de que
no nos imite."
Yo
recuerdo bien aquella lección del General.
Nunca
me pareció tan claro y tan luminoso su pensamiento.
Eso
era lo que yo sentía.
Sentía
que el movimiento femenino en mi país y en todo el mundo tenía que cumplir una
función sublime... y todo cuanto yo conocía del feminismo me parecía ridículo.
Es que, no conducido por mujeres sino por "eso" que aspirando a ser
hombre dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismo había dado el paso que
va de lo sublime a lo ridículo.
¡Y
ese es el paso que trato de no dar jamás!
QUISIERA
MOSTRARLES UN CAMINO
Lo
primero que tuve que hacer en el movimiento femenino de mi Patria, fue resolver
el viejo problema de los derechos políticos de la mujer.
Durante
un siglo -el siglo oscuro y doloroso de la oligarquía egoísta y vendepatria-
políticos de todos los partidos prometieron muchas veces dar el voto a la
mujer. Promesas que nunca cumplieron, como todas las que ellos hicieron al
pueblo.
Tal
vez fue eso una suerte.
Si
las mujeres hubiésemos empezado a votar en los tiempos de la oligarquía, el
desengaño hubiese sido demasiado grande... ¡Tan grande como el engaño mismo de
aquellas elecciones en la que todo desmán, todo fraude y toda mentira eran
normales!
Mejor
que no hayamos tenido entonces ningún derecho. Ahora tenemos una ventaja sobre
los hombres: ¡No hemos sido burladas...! ¡No hemos entrado en ninguna rara
confabulación política! No nos ha manoseado todavía la lucha de ambiciones...
Y, sobre todo, nacemos a la vida cívica bajo la bandera de Perón, cuyas elecciones son modelo de pureza y honradez, tal como lo reconocen incluso sus más enconados adversarios, que sólo se rinden a la verdad cuando no es posible inventar ya una sola mentira.
Y, sobre todo, nacemos a la vida cívica bajo la bandera de Perón, cuyas elecciones son modelo de pureza y honradez, tal como lo reconocen incluso sus más enconados adversarios, que sólo se rinden a la verdad cuando no es posible inventar ya una sola mentira.
Hoy
la mujer argentina puede votar y... yo no voy a repetir la frase de un político
que al ofrecer a sus conciudadanos una ley electoral dijo demasiado
solemnemente:
"- Sepa el pueblo votar."
"- Sepa el pueblo votar."
No.
Yo creo que el pueblo siempre supo votar. Lo malo es que no siempre le fue
posible votar. Con la mujer sucede lo mismo.
Y
sabrá votar. Aunque no es fundamental en el movimiento femenino, el voto es su
instrumento poderoso y con él las mujeres del mundo tenemos que conquistar
todos nuestros derechos... o mejor dicho el gran derecho de ser simplemente
mujeres y poder cumplir así, en forma total y absoluta, la misión que como
mujeres debemos cumplir en la humanidad.
Lo
que yo creo que no podemos olvidar jamás es una cosa que siempre repite Perón a
los hombres...: que el voto, vale decir la "política", no es un fin
sino u medio...
Yo
creo que los hombres, en su gran mayoría, sobre todo en los grandes partidos
políticos, no entendieron nunca bien esto. Nuestro destino de mujeres depende de
que no hagamos lo mismo.
Pero...
yo no quiero detenerme tanto en este asunto de los derechos políticos de la
mujer.
Más
que eso me interesa ahora la mujer misma.
Siento
que necesita salvarse.
Yo
quisiera mostrarle un camino.
EL
HOGAR O LA FÁBRICA
Todos
los días millares de mujeres abandonan el campo femenino y empiezan a vivir
como hombres.
Trabajan
casi como ellos. Prefieren, como ellos, la calle a la casa. No se resignan a
ser ni madres, ni esposas.
Sustituyen
al hombre en todas partes.
¿Eso
es "feminismo"? Yo pienso que debe ser más bien masculinización de
nuestro sexo.
Y
me pregunto si todo este cambio ha solucionado nuestro problema.
Pero
no. Todos los males argentinos siguen en pie y aun aparecen otros nuevos. Cada
día es mayor el número de mujeres jóvenes convencidas de que el peor negocio
para ellas es formar un hogar.
Y
sin embargo para eso nacimos.
Allí
está nuestro más grave problema.
Nos
sentimos nacidas para el hogar y el hogar nos resulta demasiada carga para
nuestros hombros.
Renunciamos
al hogar entonces... salimos a la calle en busca de una solución... sentimos
que la solución es independizarnos económicamente y trabajamos en cualquier
parte... pero ese trabajo nos iguala a los hombres y... ¡no! No somos como
ellos... ellos pueden vivir solos... nosotros no... nosotros sentimos necesidad
de compañía, de una compañía total... sentimos la necesidad de darnos más que
de recibir... ¡No podemos trabajar nada más que para ganar un sueldo como los
hombres!
Y
por otra parte, si renunciamos al trabajo que nos independiza para formar un
hogar... quemamos allí mismo nuestras naves definitivamente.
Ninguna
profesión en el mundo tiene menos posibilidades de retorno como nuestra
profesión de mujeres.
Aun
si nos elige un hombre bueno... nuestro hogar no siempre será lo que hemos
soñado cuando solteras.
En
las puertas del hogar termina la nación entera y comienzan otras leyes y otros
derechos... la ley y el derecho del hombre... que muchas veces sólo es un amo y
a veces también... dictador.
Y
allí nadie puede intervenir.
La
madre de familia está al margen de todas las previsiones. Es el único
trabajador del mundo que no conoce salario, ni garantía de respeto, ni límites
de jornadas, ni domingo, ni vacaciones, ni descanso alguno, ni indemnización
por despido, ni huelgas de ninguna clase... Todo es -así lo hemos aprendido
desde "chicas"- pertenece a la esfera del amor... ¡y lo malo es que
el amor muchas veces desaparece pronto en el hogar... y entonces todo pasa a
ser "trabajo forzado"... obligaciones sin ningún derecho...!
¡Servicio gratuito a cambio de dolor y sacrificios!
Yo
no digo que siempre sea sí. No tendría yo derecho a decir nada, desde que mi
hogar es feliz... si no viera todos los días el dolor de tantas mujeres que
viven así... sin ningún horizonte, sin ningún derecho, sin ninguna esperanza.
Por
eso cada día hay menos mujeres para formar hogares...
¡Hogares
verdaderos, unidos y felices! Y cada día el mundo necesita en realidad más
hogares y, para eso, más mujeres dispuestas a cumplir bien su destino y su
misión. Por eso el primer objetivo de un movimiento femenino que quiera hacer
bien a la mujer... que no aspire a cambiarlas en hombres, debe ser el hogar.
Nacimos
para constituir hogares. No para la calle. La solución nos la está indicando el
sentido común. ¡Tenemos que tener en el hogar lo que salimos a buscar en la
calle: nuestra pequeña independencia económica... que nos libere de ser pobres
mujeres sin ningún horizonte, sin ningún derecho y sin ninguna esperanza!
UNA
IDEA
Porque
en realidad con las mujeres debe suceder lo mismo que con los hombres, las
familias o las naciones: mientras no son económicamente libres, nadie les
asigna ningún dinero.
Me
imagino que mucha gente verá en esta opinión mía, muy personal y muy mía, un
concepto demasiado materialista.
Y
no es así. Yo creo en los valores espirituales. Por otra parte, eso es lo que
nos enseña la doctrina justicialista de Perón. Por eso mismo, porque creo en el
espíritu, considero que es urgente conciliar en la mujer su necesidad de ser
esposa y madre con esa otra necesidad de derechos que como persona humana digna
lleva también en lo más íntimo de su corazón.
Y
un principio de solución pienso yo que será aquella pequeña independencia
económica de la que he hablado.
Si
no hallamos una solución a nuestro dilema, pronto sucederá en el mundo una cosa
inconcebible: sólo aceptarán constituir un hogar verdadero (no medio hogar o
medio matrimonio) las mujeres menos capaces... las que no encuentren fuera del
matrimonio o del hogar otra solución "económica" que sustente sus
derechos mínimos.
Descenderá
entonces la jerarquía de madre de familia al nivel de lo ridículo. Se dirá -y
ya se está diciendo- que sólo las tontas queman las naves casándose, creando un
hogar, cargándose de hijos.
¡Y
eso no puede suceder en el mundo!
Son
los valores morales los que han quebrado en esta actualidad desastrosa: y no
serán los hombres quienes los restituyan a su antiguo prestigio... y no serán
tampoco las mujeres masculinizadas. No. ¡Serán otra vez las madres!
Esto
no sé como probarlo, pero lo siento como una verdad absoluta.
Pero
¿cómo conciliar todas las cosas?
Para
mí sería muy sencillo y no sé si por demasiado sencillo me parece demasiado
fácil y a lo mejor... impracticable; aunque muchas veces he visto cómo las
cosas que todos estiman demasiado simples son la clave del éxito, el secreto de
la victoria.
Pienso
que habría que empezar por señalar para cada mujer que se casa una asignación
mensual desde el día de su matrimonio.
Un
sueldo que pague a las madres toda la nación y que provenga de los ingresos de
todos los que trabajan en el país, incluidas las mujeres.
Nadie
dirá que no es justo que paguemos un trabajo que, aunque no se vea, requiere
cada día el esfuerzo de millones y millones de mujeres cuyo tiempo, cuya vida
se gasta en esa monótona pero pesada tarea de limpiar la casa, cuidar la ropa,
servir la mesa, criar los hijos..., etc.
Aquella
asignación podría ser inicialmente la mitad del salario medio nacional y así la
mujer ama de casa, señora del hogar, tendría un ingreso propio ajeno a la
voluntad del hombre.
Luego
podrían añadirse a ese sueldo básico los aumentos por cada hijo, mejoras en
caso de viudez, pérdida por ingreso a las filas del trabajo, en una palabra
todas las modalidades que se consideren útiles a fin de que no se desvirtúen
los propósitos iniciales.
Yo
solamente lanzo la idea. Será necesario darle forma y convertirla, se conviene,
en realidad.
Yo
sé que para nosotros, las mujeres de mi Patria, el problema no es grave ni
urgente.
Por
eso no quiero llevar todavía esta idea al terreno de las realizaciones. Será
mejor que la idea sea meditada por todas. Cuando llegue el momento la idea
estará madura.
La
solución que yo aporto es para que no se sienta menos la mujer que funda un
hogar que la mujer que gana su vida en una fábrica o en una oficina.
Pero
no es toda la solución del viejo problema. Hay que añadir a ella una mejor
utilización del progreso y de la técnica al servicio del hogar.
Y
es necesario elevar la cultura general de la mujer para que todo eso: independencia
económica y progreso técnico sepa usarlo en beneficio de sus derechos y de su
libertad sin que pierda de vista su maravillosa condición de mujer; lo único
que no puede y que no debe perder jamás si no quiere perderlo todo.
Todo
esto me recuerda un poco aquello que fue el programa básico de Perón en su
lucha por la liberación de los obreros.
Él
decía que era menester elevar la cultura social, dignificar el trabajo y
humanizar el capital.
Yo,
imitándolo siempre, me permito decir que para salvar a la mujer y por lo tanto
al hogar es necesario también elevar la cultura femenina, dignificar el trabajo
y humanizar su economía dándole cierta independencia individual mínima.
Solamente
así, la mujer podrá prepararse para ser esposa y madre tal como se prepara para
ser una dactilógrafa...
Así
se salvarán muchas mujeres de la delincuencia y la prostitución que son fruto
de su esclavitud económica.
Así
se salvará el hogar del desprestigio y le dará verdadera jerarquía de piedra
fundamental de la humanidad.
Sé
que mi solución es más bien una puerta que un camino. Veo que es todavía poco
lo que ella significa y que es incompleta. Creo que es necesario hacer mucho
más todavía que eso.
Porque
no se trata de devolver al hogar un prestigio que nunca tuvo sino de darle el
que nunca conoció.
Yo
he tenido que crear muchos institutos donde se cuida a los niños, queriendo
sustituir una cosa que es insustituible: una madre y un hogar. Pero sueño
siempre con el día en que no sean ya necesarios... cuando la mujer sea lo que
debe ser; reina y señora de una familia digna, libre de toda necesidad
económica apremiante.
Para
que ese día llegue es necesario que el movimiento femenino de cada país y del
mundo entero se una en el esfuerzo que tiende a realizar el gran objetivo; y
que el Justicialismo sea una realidad en todas partes. De nada nos valdría un
movimiento femenino organizado en un mundo sin justicia social.
Sería
como un gran movimiento obrero en un mundo sin trabajo. ¡No serviría para nada!
LA
GRAN AUSENCIA
Yo
creo que el movimiento femenino organizado como fuerza en cada país y en todo
el mundo debe hacerle y le haría un gran bien a toda la humanidad.
No
sé en donde he leído alguna vez que en este mundo nuestro, el gran ausente es
el amor.
Yo,
aunque sea un poco de plagio, diré más bien que el mundo actual padece de una
gran ausencia: la de la mujer.
Todo,
absolutamente todo en este mundo contemporáneo, ha sido hecho según la medida
del hombre.
Nosotros
estamos ausentes en los gobiernos.
Estamos
ausentes en los Parlamentos.
En
las organizaciones internacionales.
No
estamos ni en el Vaticano ni en el Kremlin.
Ni
en los Estados Mayores de los imperialismos.
Ni
en las "comisiones de la energía atómica".
Ni
en los grandes consorcios.
Ni
en la masonería, ni en las sociedades secretas.
No
estamos en ninguno de los grandes centros que constituyen un poder en el mundo.
Y
sin embargo estuvimos siempre en la hora de la agonía y en todas las horas
amargas de la humanidad.
Parece
como si nuestra vocación no fuese sustancialmente la de crear sino la del
sacrificio.
Nuestro
símbolo debería ser el de la madre de Cristo al pie de la cruz.
Y
sin embargo nuestra más alta misión no es esa sino crear.
Y
no me explico pues por qué no estamos allí donde se quiere crear la felicidad
del hombre.
¿Acaso
no tenemos con el hombre un destino común? ¿Acaso no debemos hacer juntos la
felicidad de la familia?
Tal
vez por no habernos invitado a sus grandes organizaciones sociales el hombre ha
fracasado y no ha podido hacer feliz a la humanidad.
El
hombre ha creado, para solucionar los grandes problemas del mundo, una serie
casi infinita de doctrinas.
Ha
creado una doctrina para cada siglo.
Y
luego de probarla, vencido, ha intentado otra y así sucesivamente.
Se
ha apasionado por cada doctrina como si fuese definitiva solución. Le ha
importado más la doctrina que el hombre y que la humanidad.
Y
eso se explica: el hombre no tiene una cuestión personal con la humanidad como
nosotras.
Para
el hombre la humanidad es un problema social, económico y político.
Para
nosotros la humanidad es un problema de creación... como que cada mujer y cada
hombre representa nuestro dolor y nuestro sacrificio.
El
hombre acepta demasiado fácilmente la destrucción de otro hombre o de una
mujer, de un anciano o de un niño.
¡No
sabe lo que cuesta crearlos!
¡Nosotras
sí!
Por
eso nosotras, mujeres de toda la tierra, tenemos, además de nuestra vocación
creadora, otra, de conservación instintiva: la sublime vocación de la paz.
No
quiero decir con esto que debamos preferir la paz a todo.
No.
Sabemos que hay causas mayores que la paz, pero son menos para nosotras que
para los hombres.
No
entendemos que pueda hacerse la guerra por un imperialismo, menos por un
predominio económico, no comprendemos la guerra en son de conquista.
Aunque
sabemos, sí, que hay guerras de justicia, pensamos que hasta hoy en el mundo
todavía los hombres no han peleado sino muy poco por aquella justicia.
Cuando
el hombre nos dé un lugar en sus decisiones trascendentales habrá llegado la
hora de hacer valer nuestra opinión tal vez menos del cerebro que del corazón.
Pero
¿acaso no es nuestro corazón el que debe sufrir las consecuencias de los
errores "cerebrales" del hombre?
Yo
no desprecio al hombre ni desprecio su inteligencia, pero si en muchos lugares
del mundo hemos creados juntos hogares felices, ¿por qué no podemos hacer
juntos una humanidad feliz?
Ese
debe ser nuestro objetivo.
Nada
más que ganar el derecho de crear, junto al hombre, una humanidad mejor.
EL
PARTIDO PERONISTA FEMENINO
El
partido femenino que yo dirijo en mi país está vinculado lógicamente al
movimiento Peronista pero es independiente como partido del que integran los
hombres.
Esto
lo he dispuesto precisamente para que las mujeres no se masculinicen en su afán
político.
Así
como los obreros sólo pudieron salvarse por sí mismos y así como siempre he
dicho, repitiéndolo a Perón, que "solamente los humildes salvarán a los
humildes", también pienso que únicamente las mujeres serán la salvación de
las mujeres.
Allí
está la causa de mi decisión de organizar el partido femenino fuera de la
organización política de los hombres peronistas.
Nos
une totalmente el Líder, único e indiscutido para todos.
Nos
unen los grandes objetivos de la doctrina y del movimiento Peronista.
Pero
nos separa una sola cosa: nosotras tenemos un objetivo nuestro que es redimir a
la mujer.
Este
objetivo está en la doctrina justicialista de Perón pero nos toca a nosotras,
mujeres, alcanzarlo.
Para
ello incluso deberemos ganar previamente la colaboración efectiva de los
hombres.
En
esto soy optimista. Los hombres del peronismo que nos dieron el derecho de
votar, no han de quedarse ahora atrás...
La
organización del partido femenino ha sido para mí una de las empresas más
difíciles que me ha tocado realizar.
Sin
ningún precedente en el país -creo que ésta ha sido mi suerte- y sin otro
recurso que mucho corazón puesto al servicio de una gran cause, llamé un día a
un grupo pequeño de mujeres.
Eran
apenas treinta.
Todas
muy jóvenes. Yo las había conocido como colaboradoras mías infatigables en l
ayuda social, como fervientes peronistas de todas las horas, como fanáticas de
la causa de Perón.
Tenía
que exigirles grandes sacrificios: abandonar al hogar, el trabajo, dejar
prácticamente una vida para empezar otra distinta, intensa y dura.
Para
eso necesitaba mujeres así, infatigables, fervientes fanáticas.
Era
indispensable ante todo "censar" a todas las mujeres que a lo largo y
a lo ancho del país sentían nuestra fe peronista.
Esa
empresa requería mujeres intrépidas dispuestas a trabajar día y noche.
De
aquellas treinta mujeres sin otra ambición que la de servir a la causa
justicialista sólo muy pocas me fallaron...
Quiere
decir que eligiéndolas por su amor a la causa más que por otras razones, elegí
bien.
Todas
están hoy todavía trabajando como el primer día.
Me
encanta seguir desde cerca la marcha de todo el movimiento. Lo importante es
que conservan intacto el sello femenino que yo quise infundirles.
Esto
me acarreó algunas dificultades iniciales.
En
zonas apartadas del país hubo algunos "caudillos" políticos -muy
pocos felizmente quedan ya en el Movimiento Peronista; la mayoría está en los
viejos partidos opositores- que creyeron hacer del movimiento femenino cosa
propia que debía responder a sus directivas e insinuaciones.
Mis
"muchachas" se portaron magníficamente cuidando la independencia de
criterio y de acción.
En
eso me di cuenta de que mis largas conversaciones con aquel grupo inicial
habían sido bien aprendidas.
Y
que el movimiento femenino en su actividad política nacía bien y empezaba a
marchar solo.
Hoy,
en todo el país, miles y miles de mujeres trabajan activamente en la
organización.
Con
la plenipotencia que me otorgó la Primera Asamblea Nacional, yo puedo dirigir
libremente todos los trabajos de la organización.
Eso
me cuesta muchas horas de paciente trabajo, de reuniones, de conversaciones
personales con las delegadas censistas, algunos disgustos, muchas dificultades
pero... todo se compensa con la alegría que tengo cuando, en las fechas
nuestras, puede llegar al Líder con mis mujeres para darle cuenta de nuestros
progresos y de nuestras victorias.
Los
centros políticos del partido femenino se llaman "unidades básicas".
En
esto hemos querido imitar a los hombres.
Pero
mucho me temo que nuestras unidades básicas estén más cerca de lo que Perón
soñó que fueran cuando las aconsejó como elementos fundamentales de la
organización política de los hombres.
El
General quiso que los hombres de su partido político no constituyesen ya los
antiguos y desprestigiados "comités" que, en las organizaciones políticas
oligárquicas que soportó el país, eran antros del vicio que cada elección abría
en todos los barrios y en todos los pueblos.
Perón
quiso que los nuestros -los centros políticos del peronismo- fuesen focos de
cultura y de acción útil para los argentinos.
Mis
centros, mis unidades básicas cumplen aquel deseo de Perón.
En
las unidades se organizan bibliotecas, se dan conferencias culturales, y sin
que yo lo haya establecido expresamente pronto se han convertido en centros de
ayuda y de acción social.
Los
"descamisados" no distinguen todavía lo que es la organización
política que yo presido de lo que es mi Fundación...
Las
unidades básicas son para ellos algo de "Evita". Y allí van buscando
lo que esperan que pueda darles Evita.
Ellos
mismos, mis descamisados, son los que han creado en mis unidades básicas una
nueva función: informar a la Fundación acerca de las necesidades de los
humildes de todo el país. La Fundación atiende estos pedidos haciéndoles llegar
directamente su ayuda.
Esto
me ha sido duramente criticado. Mis eternos supercríticos consideran que así yo
utilizo mi Fundación con finalidades políticas...
¡Y... tal vez tengan razón! Lo que al final aparece como consecuencia de mi trabajo es de repercusión política... la gente ve, en mi obra, la mano de Perón que llega hasta el último rincón de mi Patria... y eso no le puede gustar a sus enemigos...
¡Y... tal vez tengan razón! Lo que al final aparece como consecuencia de mi trabajo es de repercusión política... la gente ve, en mi obra, la mano de Perón que llega hasta el último rincón de mi Patria... y eso no le puede gustar a sus enemigos...
Pero...
¿puedo yo desoír el clamor de los humildes, cualquiera sea el conducto por el
cual me llegue?
Si
alguna vez los partidos que se oponen a Perón me enviasen algún pedido de algún
descamisado también la Fundación acudiría allí donde fuese necesario.
¿Acaso
alguna vez la Fundación ha preguntado el nombre, la raza, la religión y el
partido de alguien para ayudarlo?
Pero
estoy segura que ningún oligarca me hará jamás un pedido semejante.
¡Ellos
no nacieron para pedir...!
¡Y
menos para pedir por el dolor de los humildes!
Para
ellos eso es melodrama... melodrama de la "chusma" que ellos
despreciaron "desde sus balcones" con el insulto que es nuestra
gloria: "¡descamisados!".
NO
IMPORTAN QUE LADREN
No
importa que ladren.
Cada
vez que ellos ladran nosotros triunfamos.
¡Lo
malo sería que nos aplaudiesen! En esto muchas veces se ve todavía que algunos
de los nuestros conservan viejos prejuicios.
Suelen
decir por ejemplo:
- ¡Hasta la "oposición" estuvo de acuerdo!
- ¡Hasta la "oposición" estuvo de acuerdo!
No
se dan cuenta de que aquí, en nuestro país, decir "oposición"
significa todavía decir "oligarquía"... Y eso vale como si dijésemos
"enemigos del pueblo".
Desearía
que cada peronista se grabase este concepto en lo más íntimo del alma; porque
eso es fundamental para el movimiento.
¡Nada
de la oligarquía puede ser bueno!
No
digo que pueda haber algún oligarca que haga alguna cosa buena... Es difícil
que eso ocurra, pero si ocurriera creo que sería por equivocación. ¡Convendría
avisarle que se está haciendo peronista!
Y
conste que cuando hablo de oligarquía me refiero a todos los que en 1946 se
opusieron a Perón: conservadores, radicales, socialistas y comunistas. Todos
votaron por la Argentina del viejo régimen oligárquico, entregador y
vendepatria.
De
ese pecado no se redimirán jamás.
Mucha
gente del extranjero no entiende a veces que Perón sea tan absoluto en su
decisión irrevocable de trabajar con su propio partido y que ataque siempre y
aun a veces duramente a sus adversarios.
Acostumbrados
a la política de "colaboración" (¿) que en otros países es casi una
costumbre, no se entiende nuestra división rotunda y terminante.
Muchos
ignoran cuántas veces Perón invitó a sus enemigos a colaborar honradamente.
Yo
sé que los llamó sinceramente.
Pero
yo también sé que los llamó sin ninguna esperanza.
Él
los conoce antes que yo y aun más que yo.
Son
incapaces para la generosidad. No piensan más que en sí mismos.
La
Patria para ellos fue siempre un nombre ¡el nombre de una mercadería que se
vende al que pague más!
Por
eso el General gobierna como si ellos no existiesen. Si se acuerda de ellos y
los ataca es solamente para que el pueblo no se olvide de que siempre son los
mismos que en 1946 se entregaron a un embajador extranjero.
Por
suerte para los argentinos pertenecen a una raza de hombres que se acabará en
este siglo... con la generación que ellos componen.
¡No
los querrán recordar ni siquiera sus hijos!
LAS
MUJERES Y LA ACCIÓN
Yo
creo firmemente que la mujer -al revés de lo que es opinión común entre los
hombres- vive mejor en la acción que en la inactividad.
Lo
veo todos los días en mi trabajo de acción política y de acción social.
La
razón en muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para sí mismo. La mujer
no.
Si
una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede decirse
viva... Por eso le tengo miedo a la "masculinización" de las mujeres.
Cuando
llegan a eso, entonces se hacen egoístas aun más que los hombres, porque las
mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres.
Un
hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la
que triunfa para los demás... ¿no es ésta una gran diferencia?
La
felicidad de una mujer no es su felicidad sino la de otros.
Por
eso cuando yo pensé en mi movimiento femenino no quise sacar a la mujer de lo
que es tan suyo. En política, los hombres buscan su propio triunfo.
Las
mujeres, si hiciesen eso, dejarían de ser mujeres.
Yo
he querido que, en el partido femenino, las mujeres no se buscase a sí
mismas..., que allí mismo sirviesen a los demás en alguna forma fraternal y
generosa.
El
problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema
del hogar.
Es
su gran destino. Su irremediable destino.
Necesita
tener un hogar, cuando no pueda construirlo con su carne lo hará con su alma ¡o
no es mujer!
Bueno,
por eso mismo yo he querido que mi partido sea un hogar... que cada unidad
básica sea algo así como una familia... con sus grandes amores y sus pequeñas
desavenencias, con su fecundidad excelsa y su laboriosidad interminable.
Sé
que en muchas partes lo he conseguido ya.
¡Sobre
todo donde las mujeres que he designado sin más mujeres...!
Más
que una acción política, el movimiento femenino tiene que desenvolver una
acción social. ¡Precisamente porque la acción social es algo que las mujeres
llevamos en la sangre!
Servir
a todos en nuestro destino y nuestra vocación y eso es acción social...
No
aquello otro de "vida social"... ¡que eso es todo lo contrario de la
acción...!
LA
VIDA SOCIAL
¿Puedo
decir dos palabras sobre la "vida social"?
¡Peores
cosas he dicho ya en mi vida!
Creo,
como que hay sol, que la "vida social", así como la sociedad
aristocrática y burguesa que la vive son dos cosas que se van... ¡Este siglo acabará
con ellos!
Nunca
entendí a las mujeres de esa clase de vivir vacío y fácil... ni creo que ellas
entiendan jamás lo que es otra clase de vida.
Ellas
pertenecen a otra raza de mujeres. Decir que se acercan a los hombres sería un
insulto que los hombres no se merecen.
El
hombre y la mujer, aun siendo distintos, viven para algo... Tienen un objetivo
en sus vidas y, a su manera, cada uno lo cumple como mejor le parece.
La
"mujer de sociedad" no es así, porque la vida social no tiene
objetivos... Llena de apariencias, de pequeñeces, de mediocridades y de
mentiras, todo consiste en representar bien un papel tonto y ridículo.
En
el teatro, por lo menos, se representa algo que existió alguna vez... o que
puede existir. En el teatro, el artista sabe que es alguien... En la vida
social, las mujeres son artistas representando ¿qué?, ¡nada, absolutamente
nada! Nunca envidié ni quise a "esa" clase de artistas.
Pero
las comprendo: lo que ocurre es muy fácil de entender. Es muy difícil de
entender. Es muy difícil llenar una vida cuando no se tiene un objetivo.
Entonces hay que acortar los días y las noches con ese conjunto de cosas
menores y sin importancia que componen la "vida social".
Y
una vez que se acostumbran a eso todo lo demás les parece incluso ridículo y
extravagante.
¡A
los gorriones les debe parecer así el vuelo de los cóndores!
A
esa clase de mujeres no se les puede hablar de nada más grande y distinto. El
hogar es, para ellas, lo secundario: el sacrificio de todo eso que es la
"vida social" con sus fiestas y sus reuniones, el bridge, el
hipódromo, etc. Es como si hubiesen nacido para todas estas cosas y no para
servir de puente a la humanidad. No saben que la humanidad pasa de un siglo a
otro a través de nuestro cuerpo y de nuestra alma, y que para eso es necesario
que nosotras construyamos cada una un hogar.
¡Ah,
no! Eso ellas no lo entienden.
Tampoco
entienden el dolor de los humildes.
Cuando
les llega alguna noticia de ese gran dolor humano, suelen lagrimear un poco...
¡pero el lagrimeo termina en una fiesta de beneficencia! Esta clase de mujeres
sabe, sin embargo, en lo íntimo de su corazón, que esa vida que viven no es
real... ¡No es la verdadera vida!
Dicen
que en la "vida social" se aprecia la cultura de un pueblo. Yo me
rebelo y me indigno ante esa afirmación estúpida.
Sí,
yo sé que es muy de gente "bien" decirse culta... y es muy de
"buena sociedad" recibir en su seno a intelectuales, pensadores,
escritores, poetas, artistas, etc.
Esta
es una función hospitalaria, protectora y atrayente... y es muy comprensible
que los intelectuales se sientan atraídos y halagados por el lujo material y
las atenciones de la "buena sociedad".
No
se dan cuenta que por lo general ellos representan allí un papel tonto y
ridículo: son "animadores" de una pieza teatral que en sí misma no
tiene recursos para divertir a nadie.
Y
en eso reside la cultura de la "vida social".
LA
MUJER QUE NO FUE ELOGIADA
Por
eso tal vez, escritores y poetas han hablado mucho de las mujeres bellas y
elegantes... y han cantado a las mujeres viendo solamente a esa clase de
mujeres cuya feminidad es indiscutible.
A
esa "mujer" han visto solamente. Por eso escritores y poetas no han
dicho la auténtica verdad respecto a la mujer.
La
mujer no es eso. No es vacía, ligera, superficial y vanidosa. No es lo que
ellos han escrito: egoísta, fatal y romántica.
No.
No es como ellos la pintaron: charlatana y envidiosa.
Ellos
la vieron así porque no supieron ver nunca a la mujer auténtica que, por ser
precisamente auténtica, se refugia silenciosa en los hogares del pueblo, donde
la humanidad se hace eterna.
Esa
mujer no ha sido aclamada por los intelectuales.
No
tiene historia. No ofrece recepciones. No juega al bridge. No fuma. No va a al
hipódromo.
Es
la heroína que nadie conoce. Ni siquiera su marido. ¡Ni siquiera sus hijos!
De
ella no se dirá nunca nada elegante, nada ingenioso.
A
lo sumo, después de muerta, sus hijos dirán:
-
Ahora nos damos cuenta de lo que ella era para nosotros.
Y
ese lamento tardío será su único elogio.
Por
eso he querido decir todas esas cosas. Así, yo le rindo mi homenaje ¡el mejor
homenaje de mi corazón! A la mujer auténtica que vive en el pueblo y que va
creando, todos los días, un poco de pueblo.
Es
ella la que constituye el gran objetivo de mis afanes.
Yo
sé que ella, solamente ella, tiene en sus manos el porvenir del pueblo. No será
tanto en las escuelas sino en los hogares donde se ha de formar la nueva
humanidad que quiere el Justicialismo de Perón.
Por
eso me preocupa que la mujer auténtica del pueblo se capacite en todo
sentido... porque la escuela es como esos talleres que pintan cuadros en
serie... pero el hogar es un taller de artista donde cada cuadro es un poco de
su alma y de su vida.
Allí
se forman los hombres y mujeres excepcionales.
La
nueva edad justicialista que nosotros iniciamos necesita muchos hombres y
mujeres así.
Y
por más esfuerzos que hagamos no los podremos ofrecer a la humanidad si no los
crean, para nosotros, mujeres del auténtico pueblo, enamoradas de la causa de
Perón; pero fervorosamente instruidas y capacitadas.
Por
eso yo creo que vale más capacitar, instruir y educar a una mujer que a un
hombre. ¡Ha llegado el momento de dar más jerarquía al milagro por el cual
todos los días las mujeres creamos en cierto modo el destino del mundo!
Y
con más razón ahora, que los hombres han perdido la fe... Nosotras nunca
perdemos la fe. Y bien sabemos que, cuando todo se pierde, todo puede salvarse
si se conserva un poco, aunque sea un poco de fe.
COMO
CUALQUIER OTRA MUJER
Lo
que quise decir todo está dicho ya.
Soy
nada más que una humilde mujer de un pueblo grande... ¡como son todos los
pueblos de la tierra!
Una
mujer como hay millones y millones en el mundo. Dios me eligió a mí de entre
tantas y me puso en este lugar, junto al Líder de un nuevo mundo: Perón.
¿Por
qué fui yo la elegida y no otra?
No
lo sé.
Pero
lo que hice y lo que hago es lo que hubiese hecho en mi lugar cualquiera de las
infinitas mujeres que en este pueblo nuestro o en cualquier pueblo del mundo
saben cumplir su destino de mujer, silenciosamente, en la fecunda soledad de
los hogares.
Yo
me siento nada más que la humilde representante de todas las mujeres del
pueblo.
Me
siento, como ellas, al frente de un hogar, mucho más grande es cierto que el
que ellas han creado, pero al fin de cuentas hogar: el gran hogar venturoso de
esta Patria mía que conduce Perón hacia sus más altos destinos.
¡Gracias
a él, el "hogar" que al principio fue desmantelado, es ahora justo,
libre y soberano!
¡Todo
lo hizo él!
Sus
manos maravillosas convirtieron cada esperanza de nuestro pueblo en un millar
de realidades.
Ahora
vivimos felices, con esa felicidad de los hogares, salpicadas de trabajos y aun
de amarguras... que son algo así como el marco de la felicidad.
En
este gran hogar de la Patria yo soy lo que una mujer en cualquiera de los
infinitos hogares de mi pueblo.
Como
ella soy a fin de cuentas mujer.
Me
gustan las mismas cosas que a ella: joyas y pieles, vestidos y zapatos... pero,
como ella, prefiero que todos, en la casa, estén mejor que yo. Como ella, como
todas ellas, los deberes de la casa que nadie tiene obligación de cumplir en mi
lugar.
Como
todas ellas me levanto temprano pensando en mi marido y en mis hijos... y
pensando en ellos me paso andando todo el día y una buena parte de la noche...
Cuando me acuesto, cansada, se me van los sueños en proyectos maravillosos y
trato de dormirme "antes que se me rompa el cántaro".
Como
todas ellas me despierto sobresaltada por el ruido más insignificante porque,
como todas ellas, yo también tengo miedo...
Como
ellas me gusta aparecer siempre sonriente y atractiva ante mi marido y ante mis
hijos, siempre serena y fuerte para infundirles fe y esperanza... y como a
ellas, a mí también a veces me vencen los obstáculos ¡y como ellas, me encierro
a llorar y lloro!
Como
todas ellas prefiero a los hijos más pequeños y más débiles... y quiero más a
los que menos tienen...
Como
para todas las mujeres de todos los hogares de mi pueblo los días jubilosos son
aquellos en que todos los hijos rodean al jefe de la casa, cariñosos y alegres.
Como
ellas, yo sé lo que los hijos de esta casa grande que es la Patria necesitan de
mí y de mi marido... y trato de hacer que lo consigan.
Me
gusta, como a ellas, preparar sorpresas agradables y gozarme después con la
sorpresa de mi esposo y de mis hijos...
Como
ellas, oculto mis disgustos y mis contrariedades, y muchas veces aparezco
alegre y feliz ante los míos y cubriendo con una sonrisa y con mis palabras las
penas que sangran en mi corazón.
Oigo
como ellas, como todas las madres de todos los hogares de mi pueblo, los
consejos de las visitas y de los amigos: "Pero ¿por qué se toma las cosas
tan en serio?". "¡No se preocupe tanto!". "Diviértase un
poco más. ¿Para qué quiere sino tantas cosas bonitas que tienen sus
guardarropas?".
Es
que como a ellas a mí también me gusta más lucirme ante los míos que antes los
extraños... y por eso me pongo mis mejores adornos para atender a los
descamisados.
Muchas
veces pienso, como ellas, salir de vacaciones, viajar, conocer el mundo... pero
en la puerta de casa me detiene un pensamiento: "Si yo me voy ¿quién hará
mi trabajo?". ¡Y me quedo!
¡Es
que me siento verdaderamente madre de mi pueblo!
Y
creo honradamente que lo soy.
¿Acaso
no sufro con él? ¿Acaso no gozo con sus alegrías? ¿Acaso no me duele su dolor?
¿Acaso no se levanta mi sangre cuando lo insultan o cuando lo denigran?
Mis
amores son sus amores.
Por
eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta, como no lo quise antes:
antes lo quise por él mismo... ¡ahora lo quiero también porque mi pueblo lo
quiere!
Por
todo eso, porque me siento una de las tantas mujeres que en el pueblo
construyen la felicidad de sus hogares, y porque yo he alcanzado esa felicidad,
la quiero para todas y cada una de aquellas mujeres de mi pueblo...
Quiero
que sean tan felices en el hogar de ellas como yo lo soy en este hogar mío tan
grande que es mi Patria.
Quiero
que cuando el destino vuelva a elegir mujer para esta cumbre del hogar
nacional, cualquier mujer de mi pueblo puede cumplir, mejor que yo, esta misión
que yo cumplo lo mejor que puedo.
Quiero
hacer hasta el último día de mi vida la gran tarea de abrir horizontes y
caminos a mis descamisados, a mis obreros, a mis mujeres...
Yo
sé que, como cualquier mujer del pueblo, tengo más fuerzas de las que aparento
tener y más salud de la que creen los médicos que tengo.
Como
ellas, como todas ellas, yo estoy dispuesta a seguir luchando para que en mi
gran hogar sea siempre feliz.
¡No
aspiro a ningún honor que no sea esa felicidad!
Esa
es mi vocación y mi destino.
Esa
es mi misión.
Como
una mujer cualquiera de mi pueblo quiero cumplirla bien y hasta el fin.
Tal
vez un día, cuando yo me vaya definitivamente, alguien dirá de mi lo que muchos
hijos suelen decir, en el pueblo, de sus madres cuando se van, también
definitivamente:
- ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amaba tanto!
- ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amaba tanto!
NO
ME ARREPIENTO
Creo
que ya he escrito demasiado.
Yo
solamente quería explicarme y pienso que tal vez no lo haya conseguido sino a
medias.
Pero
seguir escribiendo sería inútil. Quien no me haya comprendido hasta aquí, quien
no me haya "sentido", no me sentirá ya aun cuando siguiera estos
apuntes por mil páginas más.
Aquí
veo ahora a mi lado verdaderas pilas de papel fatigado por mis letra grande...
y creo que ha llegado el momento de terminar.
Leo
las primeras páginas... y voy repasando todo lo que he escrito.
Sé
que muchas cosas tal vez no debiera haberlas dicho... Si alguna vez se leen por
curiosidad histórica no me harán estas páginas un favor muy grande: la gente
dirá por ejemplo que fui demasiado cruel con los enemigos de Perón.
Pero...
no he escrito esto para la historia.
Todo
ha sido hecho para este presente extraordinario y maravilloso que me toca
vivir: para mi pueblo y para todas las almas del mundo que sientan, de cerca o
de lejos, que está por llegar un día nuevo para la humanidad: el día del
Justicialismo.
Yo
solamente he querido anunciarlo con mis buenas o malas palabras... con las
mismas palabras con que lo anuncio todos los días a los hombres y a las mujeres
de mi propio pueblo.
No
me arrepiento por ninguna de las palabras que he escrito. ¡Tendrían que
borrarse primero en el alma de mi pueblo que me las oyó tantas veces y que por
eso me brindó su cariño inigualable!
¡Un
cariño que vale más que mi vida!
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