NATURALEZA Y HECHOS DE
AFRODITA
a. Rara vez se podía convencer a Afrodita para que
prestase a las otras diosas su ceñidor mágico, que hacía que todos se enamorasen
de su portadora, pues era celosa de su posición. Zeus la había dado en
matrimonio a Hefesto, el dios herrero cojo; pero el verdadero padre de los tres
hijos que ella le dio —Fobos, Deimos y Harmonía— era Ares, el robusto, el
impetuoso, ebrio y pendenciero Dios de la Guerra. Hefestos no se enteró de la
infidelidad hasta que una noche los amantes se quedaron demasiado tiempo juntos
en el lecho en el palacio de Ares en Tracia; cuando Helio se levantó los vio en
su entretenimiento y le fue con el cuento a Hefesto.
b. Hefesto se retiró airado a su fragua y, a golpes
de martillo, forjó una red de caza de bronce, fina como una telaraña pero
irrompible, que ató secretamente a los postes y los lados de su lecho
matrimonial. A Afrodita, que volvió a Tracia toda sonrisas y le explicó que
había estado ocupada en Corinto, le dijo: «Te ruego que me excuses, querida
esposa, pero voy a tomar unas breves vacaciones en Lemnos, mi isla favorita.»
Afrodita no se ofreció a acompañarle y en cuanto se hubo perdido de vista se
apresuró a llamar a Ares, quien llegó en seguida. Los dos se acostaron alegremente,
pero cuando quisieron levantarse al amanecer se encontraron enredados en la
red, desnudos y sin poder escapar. Hefesto volvió de su viaje y los sorprendió
allí y llamó a todos los dioses para que fuesen testigos de su deshonor. Luego
anunció que no pondría en libertad a su esposa hasta que le devolviesen los
valiosos regalos con que había pagado a Zeus, su padre adoptivo.
c. Los dioses corrieron a presenciar el aprieto en
que se hallaba Afrodita, pero las diosas, por delicadeza, se quedaron en sus alojamientos.
Apolo, tocando disimuladamente con el codo a Hermes, le preguntó: «¿No te
gustaría estar en el lugar de Ares, a pesar de la red?» Hermes juró por su
cabeza que le gustaría aunque hubiera tres veces más redes y todas las diosas
le mirasen con desaprobación. Esto hizo que ambos dioses rieran ruidosamente,
pero Zeus estaba tan disgustado que se negó a devolver los regalos de boda o a
intervenir en una disputa vulgar entre un marido y su esposa, declarando que
Hefesto había cometido una tontería al hacer público el asunto. Posidón, quien,
al ver el cuerpo desnudo de Afrodita, se había enamorado de ella, ocultó sus
celos de Ares y simuló que simpatizaba con Hefesto.
—Puesto que Zeus se niega a ayudar —dijo—, yo me
encargo de que Ares, como precio por su libertad, pague el equivalente de los
regalos de boda en cuestión.
—Todo está muy bien —replicó Hefesto lúgubremente—,
pero si Ares no cumple, tú tendrás que ocupar su lugar bajo la red.
—¿En compañía de Afrodita? —dijo Apolo riendo.
—Yo no puedo creer que Ares no cumplirá —dijo
Posidón noblemente—, pero si así fuera, estoy dispuesto a pagar la deuda y
casarme yo mismo con Afrodita.
En consecuencia, Ares fue puesto en libertad y
volvió a Tracia, y Afrodita fue a Pafos, donde renovó su virginidad en el mar[1].
d. Halagada por la franca confesión hecha por Hermes
de que la amaba, Afrodita pasó poco después una noche con él y el fruto de su
unión fue Hermafrodito, un ser de doble sexo; igualmente complacida por la
intervención de Posidón en su favor, le dio dos hijos, Rodo y Herófilo[2]. No es necesario decir que
Ares no cumplió, alegando que si Zeus no pagaba, ¿por qué había de pagar él? Al
final nadie pagó, porque Hefesto estaba locamente enamorado de Afrodita y no
tenía verdadera intención de divorciarse de ella.
e. Más tarde Afrodita se entregó a Dioniso y tuvo
con él a Príapo, un niño feo con enormes órganos genitales; fue Hera quien le
dio ese aspecto obsceno, porque censuraba la promiscuidad de Afrodita. Es
jardinero y lleva una podadera[3].
f. Aunque Zeus nunca se acostó con su hija adoptiva
Afrodita como algunos dicen que hizo, la magia de su ceñidor le sometió a una
tentación constante y al final decidió humillarla haciendo que se enamorara
desesperadamente de un mortal. Éste era el bello Anquises, rey de los dárdanos
y nieto de Ilo, y una noche, cuando él dormía en su choza de pastor en el monte
Ida de Troya, Afrodita le visitó disfrazada de princesa frigia, ataviada con
una deslumbradora túnica roja, y se acostó con él en un lecho formado con pieles
de osos y leones, mientras las abejas zumbaban soñolientamente a su alrededor.
Cuando se separaron al amanecer ella le reveló su identidad y le hizo prometer
no contarle a nadie que había dormido con él. Anquises se horrorizó al saber
que había descubierto la desnudez de una diosa y le suplicó que le perdonara la
vida. Ella le aseguró que nada tenía que temer y que su hijo sería famoso[4]. Algunos días después,
cuando Anquises bebía con sus compañeros, uno de ellos preguntó: «¿No
preferirías dormir con la hija de fulano de tal que con la propia Afrodita?»
«No —contestó Anquises incautamente—. Habiendo dormido con ambas, la pregunta
me parece absurda.»
g. Zeus alcanzó a oír esta jactancia y lanzó contra
Anquises un rayo, el cual lo habría matado al momento si Afrodita no hubiera
interpuesto su ceñidor y desviado el rayo, que cayó en tierra a los pies de
Anquises. Sin embargo, la sacudida debilitó de tal modo a Anquises que nunca
más pudo mantenerse derecho, y Afrodita, después de dar a luz a su hijo Eneas,
no tardó en perder su apasionamiento por él[5].
h. Un día la esposa del rey
Cíniras de Chipre —aunque algunos dicen que era el rey Fénix de Biblos y otros
que el rey Thías de Asiría— se jactó tontamente de que su hija Esmirna era
incluso más bella que Afrodita. La diosa vengó ese insulto haciendo que Esmirna
se enamorase de su padre y se introdujese en su lecho una noche oscura, después
que su nodriza lo hubiera emborrachado hasta tal punto que no se daba cuenta de
lo que hacía. Luego Cíniras descubrió que era al mismo tiempo el padre y el
abuelo del hijo aún no nacido de Esmirna, por lo que rebosando de ira, tomó una
espada y la persiguió haciéndola huir del palacio. La alcanzó en la cima de una
colina, pero Afrodita se apresuró a transformar a Esmirna en un árbol de mirra
y la espada se partió en dos pedazos. De allí salió el infante Adonis.
Afrodita, ya arrepentida de la travesura que había hecho, ocultó a Adonis en un
cofre que confió a Perséfone, Reina de los Muertos, . pidiéndole que lo
guardara en un lugar oscuro.
i. Perséfone sintió curiosidad por abrir el cofre y
encontró dentro a Adonis. Era tan hermoso que lo sacó del cofre y lo crió en su
palacio. La noticia llegó a oídos de Afrodita, quien inmediatamente fue al
Tártaro para reclamar a Adonis y, en vista de que Perséfone no quería
entregarlo, pues ya le había hecho su amante, apeló a Zeus. Zeus, dándose
cuenta de que también Afrodita quería acostarse con Adonis, se negó a juzgar
una disputa tan desagradable y la transfirió a un tribunal inferior, presidido
por la musa Calíope. El veredicto de Calíope fue que Perséfone y Afrodita tenían
el mismo derecho a Adonis —Afrodita por haber dispuesto su nacimiento y
Perséfone por haberlo sacado del cofre—, pero que a él se le debía conceder un
breve descanso anual de las exigencias amorosas de las dos diosas insaciables.
En consecuencia dividió el año en tres partes iguales, una de las cuales Adonis
debía pasar con Perséfone, otra con Afrodita y la tercera solo.
Afrodita no jugó limpio: llevando constantemente su ceñidor
mágico, persuadió a Adonis para que le concediera su parte del año, escatimara
la parte debida a Perséfone y desobedeciera la decisión del tribunal[6].
j. Perséfone, justamente agraviada, fue a la Tracia,
donde le dijo a su benefactor Ares que Afrodita ahora prefería a Adonis antes
que a él: «Es un perro mortal —exclamó— ¡y además afeminado!» Ares sintió celos
y, disfrazado de jabalí, corrió a donde estaba Adonis, quien cazaba en el monte
Líbano, y lo mató a cornadas ante los ojos de Afrodita. De su sangre brotaron
anémonas y su alma descendió al Tártaro. Afrodita fue a ver a Zeus llorando y
le suplicó que Adonis no tuviese que pasar más de la mitad lóbrega del año con
Perséfone y pudiera ser su compañero durante los meses del verano. Zeus se lo
concedió magnánimamente. Pero algunos dicen
que el jabalí era Apolo quien se vengó de un daño que le había hecho Afrodita[7].
k. En una ocasión, para despertar los celos de
Adonis, Afrodita pasó varias noches en el Lilibeo con el argonauta Butes, quien
la hizo madre de Erix, un rey de Sicilia. Los hijos que tuvo con Adonis fueron
un varón, Golgo, fundador de Golgi en Chipre, y una hija, Beroe, fundadora de
Beroea en Tracia; algunos dicen que Adonis, y no Dioniso, fue el padre de
Príapo[8].
l. Las Parcas asignaron a Afrodita solamente un
deber divino, a saber, hacer el amor; pero un día Atenea la sorprendió
trabajando subrepticiamente en un telar y se quejó de que sus prerrogativas
habían sido infringidas, amenazando con abandonarlas por completo. Afrodita se
disculpó profusamente y desde entonces no volvió a trabajar con las manos[9].
*
1. Los helenos posteriores rebajaron la importancia
de la Gran Diosa del Mediterráneo, que durante largo tiempo había tenido la
supremacía en Corinto, Esparta, Tespias y Atenas, colocándola bajo tutela
masculina y considerando sus solemnes orgías sexuales como indiscreciones
adúlteras. La red en la que Hornero presenta a Afrodita apresada por Hefesto
era originalmente su propia red de Diosa del Mar (véase 89.2) y su sacerdotisa
parece haberla llevado durante el carnaval de primavera; la sacerdotisa de la
diosa escandinava Hollé, o Gode, hacía lo mismo en la Víspera de Mayo.
2. Príapo tuvo su origen en las toscas imágenes
fálicas de madera que presidían las orgías dionisíacas. Se le hace hijo de
Adonis a causa de los «jardines» en miniatura ofrecidos en sus festivales. El
peral estaba consagrado a Hera como diosa principal del Peloponeso y, en
consecuencia, se la llamaba Apia (véase 64.4 y 74.6).
3. Afrodita Urania («reina de la montaña») o Ericina
(«del brezo») era la ninfa-diosa del solsticio de verano. Destruyó al rey
sagrado, que copuló con ella en la cima de una montaña, del mismo modo en que
una abeja reina destruye al zángano: arrancándole los órganos sexuales. De ahí
las abejas amantes del brezo y la túnica roja en su aventura amorosa de la cima
de la montaña con Anquises; y de ahí también el culto de Cibeles, la Afrodita
frigia del monte Ida, como una abeja reina, y la extática auto-castración de
sus sacerdotes en memoria de su amante Atis (véase 79.1). Anquises era uno de
los muchos reyes sagrados que eran heridos con un rayo ritual después de
juntarse con la Diosa de la Muerte-en-Vida (véase 24.a). En la versión más
antigua del mito lo mataban, pero en las posteriores escapaba, para justificar
la fábula de cómo el piadoso Eneas, quien llevó el Paladio sagrado a Roma, sacó
a su padre de la Troya incendiada (véase 168.c). Su nombre identifica a
Afrodita con Isis, cuyo esposo Osiris fue castrado por Set disfrazado de oso;
«Anquises» es, en efecto, sinónimo de Adonis. Tenía un santuario en Egesta,
cerca del monte Erix (Dionisio de Halicarnaso: i.53) y Virgilio dijo, por lo
tanto, que murió en Drépano, una ciudad vecina, y fue enterrado en la montaña (Eneida iii.710, 759, etc.). Había otros
santuarios de Anquises en Arcadia y la Tróade. En el templo de Afrodita en el
monte Erix se exhibía un panal de miel de oro que, según se decía, era un ex
voto presentado por Dédalo cuando huyó a Sicilia (véase 92.h).
4. Como Diosa de la Muerte-en-Vida, Afrodita mereció
muchos títulos que parecen incompatibles con su belleza y complacencia. En
Atenas la llamaban la Mayor de las Parcas y hermana de las Erinias; en otras
partes Melenis («la negra»), nombre que Pausanias explica ingeniosamente como
significando que la mayoría de los actos amorosos se realizan de noche, Escolia
(«oscura»), Androfono («matadora de hombres»), e incluso, según Plutarco,
Epitimbria («de las tumbas»).
5. El mito de Cíniras y Esmirna es, evidentemente,
testimonio de un período histórico en que el rey sagrado en una sociedad
matrilineal decidió prolongar su reinado más allá del término acostumbrado. Lo
hizo celebrando un casamiento con la joven sacerdotisa, nominalmente su hija,
que iba a ser reina durante el período siguiente, en vez de dejar que otro
principillo se casase con ella y le quitase el reino (véase 65.1).
6. Adonis (fenicio: adon. «señor») es una versión griega del semidiós sirio Tammuz, el
espíritu de la vegetación anual. En Siria, Asia Menor y Grecia el año sagrado
de la diosa se dividía en un tiempo en tres partes, regidas por el León, la
Cabra y la Serpiente (véase 75.2). La Cabra, emblema de la parte central,
pertenecía a la diosa del Amor Afrodita; la Serpiente, emblema de la última
parte, pertenecía a la diosa de la Muerte Perséfone; el León, emblema de la
primera parte, estaba consagrado a la diosa del Nacimiento, llamada allí
Esmirna, y que no tenía derecho alguno sobre Adonis. En Grecia este calendario
fue sustituido por un año de dos estaciones, dividida cada una de ellas en dos
partes por los equinoccios a la manera oriental, como en Esparta y Belfos, o
por los solsticios a la manera septentrional, como en Atenas y Tebas, lo que
explica la diferencia entre los respectivos veredictos de la diosa montañesa
Calíope y Zeus.
7. A Tammuz lo mató un jabalí, como a muchos
personajes míticos análogos: Osiris, el Zeus de Creta, Anceo de Arcadia (véase
157.e), Carmanor de Lidia (véase 136.b) y el héroe irlandés Diarmuid. Este
jabalí parece haber sido en un tiempo una cerda con colmillos en forma de media
luna, la diosa misma como Perséfone, pero cuando se dividió el año en dos
partes, la mitad brillante regida por el rey sagrado y la mitad oscura por su
sucesor o rival, este rival apareció en la forma de jabalí, como Set cuando
mató a Osiris o Finn mac Cool cuando mató a Diarmuid. La sangre de Tammuz es
una alegoría de las anémonas que enrojecen las laderas del monte Líbano después
de las lluvias invernales; en Biblos se celebraba todas las primaveras la
Adonia, festival fúnebre en honor de Tammuz. El nacimiento de Adonis de una
mirra —la mirra es un conocido afrodisíaco— indica el carácter orgiástico de
sus ritos. Las gotas de goma que vertía la mirra se suponía que eran lágrimas
derramadas por él (Ovidio: Metamorfosis
x.500 y ss.). Higinio hace a Ciniras rey de Asiría (Fábula 58) quizá porque el culto de Tammuz parecía haber tenido
allí su origen.
8. El hijo de Afrodita, Hermafrodito, era un joven
con pechos de mujer y larga cabellera. Al igual que la andrógina, o mujer barbuda, el hermafrodita existía, por supuesto,
como fenómeno físico, pero como conceptos religiosos ambos se originaron en la
transición del matriarcado al patriarcado. Hermafrodito es el rey sagrado que
representa a la reina (véase 136.4) y lleva pechos artificiales. Andrógina es
la madre de un clan preheleno que había evitado que lo patriarcalizaran; con el
fin de conservar sus poderes magistrales o para
ennoblecer a los hijos tenidos por ella con un padre esclavo, se pone una barba
falsa, siguiendo la costumbre de Argos. Las diosas
barbudas, como la Afrodita chipriota, y los dioses
afeminados, como Dioniso, corresponden a esas etapas sociales
de transición.
9. Harmonía es, a primera vista, un nombre extraño
para una hija de Afrodita y Ares, pero, entonces como ahora, existía más afecto
y armonía que de costumbre en un Estado que se hallaba en guerra.
[1]
Homero: Odisea viii.266-367.
[3]
Pausanias: ix.31.2;
Escoliasta sobre Apolonio de. Rodas: i.932.
[5]
Servio sobre la Eneida de Virgilio ii.649.
[6]
Apolodoro: iii.14.3-4;
Higinio: Astronomía poética ii.7 y Fábulas 58,164, 251; Fulgencio: Mitología iii.8.
[7]
Servio sobre las Églogas de Virgilio x.18; Himno órfico lv.10; Ptolomeo Hefestionos:
i.306.
[8] Apolonio de
Rodas: iv.914-19; Diodoro Sículo: iv.83; Escoliasta sobre los Idilios de Teócrito xv.100; Tzetzes: Sobre Licofrón 831.
[9]
Hesíodo: Teogonía 203-4; Nono: Dionisíacas xxiv.274-81.
NARCISO
a. Narciso era tespio, hijo de la ninfa azul
Liríope, a la que el dios fluvial Cefiso había rodeado en una ocasión con las
vueltas de su corriente y luego violado. El adivino Tiresias le dijo a Liríope,
la primera persona que consultó con él: «Narciso vivirá hasta ser muy viejo con
tal que nunca se conozca a sí mismo.» Cualquiera podía excusablemente haberse
enamorado de Narciso, incluso cuando era niño, y cuando llegó a los dieciséis
años de edad su camino estaba cubierto de numerosos amantes de ambos sexos
cruelmente rechazados, pues se sentía tercamente orgulloso de su propia
belleza.
b. Entre esos amantes se hallaba la ninfa Eco, quien
ya no podía utilizar su voz sino para repetir tontamente los gritos ajenos, lo
que constituía un castigo por haber entretenido a Hera con largos relatos
mientras las concubinas de Zeus, las ninfas de la montaña, eludían su mirada
celosa y hacían su escapatoria. Un día en que Narciso salió para cazar ciervos,
Eco le siguió a hurtadillas a través del bosque sin senderos con el deseo de
hablarle, pero incapaz de ser la primera en hablar. Por fin Narciso, viendo que
se había separado de sus compañeros, gritó:
—¿Está alguien por aquí?
—¡Aquí! —repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso,
pues nadie estaba a la vista.
—¡Ven!
—¡Ven!
—¿Por qué me eludes?
—¿Por qué me eludes?
—¡Unámonos aquí!
— ¡Unámonos aquí! —repitió Eco, y corrió alegremente
del lugar donde estaba oculta a abrazar a Narciso. Pero él sacudió la cabeza
rudamente y se apartó:
—¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo! —gritó.
—Yace conmigo —suplicó Eco.
Pero Narciso se había ido, y ella pasó el resto de
su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de amor y mortificación, hasta que
sólo quedó su voz[1].
c. Un día Narciso envió una
espada a Aminias, uno de sus pretendientes más insistentes, y cuyo nombre lleva
el río Aminias, tributario del río Helisón, que desemboca en el Alfeo. Aminias
se mató en el umbral de Narciso pidiendo a los dioses que vengaran su muerte.
d. Ártemis oyó la súplica e hizo que Narciso se
enamorase, pero sin que pudiera consumar su amor. En Donacón, Tespia, llegó a
un arroyo, claro como si fuera de plata y que nunca alteraban el ganado, las
aves, las fieras, ni siquiera las ramas que caían de los árboles que le daban sombra, y cuando se tendió, exhausto, en su orilla herbosa
para aliviar su sed, se enamoró de su propio reflejo. Al principio trató de
abrazar y besar al bello muchacho que veía ante él, pero pronto se reconoció a
sí mismo y permaneció embelesado contemplándose en el agua una hora tras otra.
¿Cómo podía soportar el hecho de poseer y no poseer al mismo tiempo? La
aflicción le destruía, pero se regocijaba en su tormento, pues por lo menos
sabía que su otro yo le sería siempre fiel pasara lo que pasase.
e. Eco, aunque no había perdonado a Narciso, le
acompañaba en su aflicción, y repitió compasivamente sus «¡Ay! ¡Ay!» mientras
se hundía la daga en el pecho, y también el final «¡Adiós, joven, amado
inútilmente!» cuando expiró. Su sangre empapó la tierra y de ella nació la
blanca flor del narciso con su corolario rojo, de la que se destila ahora en
Queronea un ungüento balsámico. Éste es recomendado para las afecciones de los
oídos (aunque puede producir dolores de cabeza), como un vulnerario y para curar
la congelación[2].
*
1. El «narciso» utilizado en la antigua corona de
Deméter y Perséfone (Sófocles: Edipo en
Colona 682-4), llamado también leirion,
era la flor de lis o iris azul de tres pétalos consagrada a la diosa triple y
que se llevaba como guirnalda cuando se aplacaba a las Tres Solemnes (véase
115.c) o Erinias. Florece a fines del otoño, poco antes que el «narciso del
poeta», que es quizá por lo que se ha descrito a Liríope como madre de Narciso.
Este cuento moral fantástico —que explica incidentalmente las propiedades
medicinales del aceite de narciso, narcótico muy conocido, como implica la
primera sílaba de «Narciso»— puede haberse deducido de una ilustración que
representaba al desesperado Alcmeón (véase 107.e), u Orestes (véase 114.a)
tendido, coronado con lirios, junto a un estanque en el que ha tratado
inútilmente de purificarse después de asesinar a su madre; pues las Erinias se
han negado a ser aplacadas. En esa ilustración Eco representaría el ánima
burlona de su madre, y Amenio a su padre asesinado.
2. Pero issus,
como inthus, es una terminación
cretense, y tanto Narciso como Jacinto parecen haber sido nombres del héroe de
la floración primaveral cretense cuya muerte lamenta la diosa en el anillo de
oro encontrado en la acrópolis micénica; en otras partes se le llama Anteo
(véase 159.4), sobrenombre de Dioniso. Además, el lirio era el emblema real del
rey de Cnosos. En un relieve pintado que se encontró entre las ruinas del
palacio aparece caminando, con el cetro en la mano, por una pradera de lirios,
y lleva una corona y un collar de flores de lis.
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